Quienes me conocen de sobra saben que terminé totalmente mi casa en la primavera de 2007, es decir, aproximadamente cuando surgieron los primeros indicios de que la borrachera del último pelotazo en la rumbosa economía española empezaba a pasarse, a diluirse al son de los primeros parados que caían como gotas aquí y allá, mientras los no afectados miraban aún de reojo. La obra me costó un sacrificio bárbaro de casi un lustro y me dejó extenuado pero feliz, pues veía el magnífico resultado y la perspectiva halagüeña de mi boda con Marina. Así que tampoco me escocieron demasiado determinados abusos que me cobraron insultantemente por los últimos detalles... remates, decían ellos. Era la burbuja en estado puro y había que tragar.
Tan sólo unos meses después, cuando el verano de 2007 iba languideciendo, coincidí en un bar con algunos de los trabajadores que habían paseado su permanente alegría hotelera de weekend por mi trabajosa vivienda. Los noté apagados. Y enseguida hablaron del tema. Del cambio que había dado la cosa, de lo floja que estaba la cosa, de lo mal que estaba el patio. Enseguida tuve la certidumbre de que la crisis de la que todavía se hablaba con indulgencia había llegado para quedarse una gran temporada. Mis conocidos se empeñaban en apelar al nuevo año, es decir, a enero de 2008, como si el cambio anual no fuera una fiesta y un orden convencionales que nada tienen que ver con los mercados, más hechos al salvajismo natural, al darwinismo de que el grande se come al chico y punto. Pero en fin, las Navidades tampoco son para aguarle la fiesta a nadie. Por aquella época creé este blog. La gente me preguntaba por qué le había puesto ese título, y muchos interpretaron que captaba mi indolencia, que no mi anticipación.
El año 2008 fue el de la crecida bestial del desempleo, mientras el Gobierno se negaba a aceptar que crisis definiera lo que estaba ocurriendo. Desaceleración económica gustaba más.
Pasó el año y llegó 2009, después de unas Navidades más esperanzadas aún, mucho más, pues ya no había familia que no contara en sus filas con un desempleado. Muchísimas no contaban ni siquiera con un empleado. Entonces aparecieron reportajes, análisis, crónicas de mesa camilla en las que estas familias con todos sus miembros parados ganaban protagonismo. Yo mismo hice uno para El Correo de Andalucía. El año fue avanzando conforme avanzaba la lista del paro. Pero existía la prestación por desempleo. Luego vinieron los 420 euros. Y luego el replay de los 420 euros... Yo escribí entonces un artículo en este mismo blog, y que publicó Cambio16, titulado "política con minúsculas", en el que criticaba las medidas del Ejecutivo (420 euros, PlanE consistente en romper bordillos y hacerlos de nuevo, insistencia en una política social más de escaparate que eficaz...) porque me parecían pan manido para entonces y hambre para más tarde.
Ahora se ha acabado el pan, y los hambrientos tienen hecho el estómago al hambre, a esa hambre minúscula que comienza por restar caprichos y continúa, cuesta abajo, por el taperware de la suegra.
Hemos llegado al ecuador de 2010 –¡quién lo hubiera dicho en 2007!– y estamos peor que nunca. Ya sé lo de la teórica salida de la recesión y todo eso, pero atiendan al título de este blog, cuya interpretación ni siquiera usted duda, a estas alturas. Y a estas alturas nos bajan un 5% el sueldo a los funcionarios, a los trabajadores que un país tiene para que funcione, como nos ha definidio Griñán, el presidente andaluz. Escuece, claro.
Pero escuece más ver a los representantes de los sindicatos, de luna de miel hasta ahora con Zapatero, sobre el oleaje insoportable de más de 4,5 millones de parados, más parias que nunca, con las ayudas agotadas o agotándose... Estos sindicatos de los que se esparaba una protesta contundente para hacerles ver al Gobierno que la ruta era incorrecta no se han quitado la sonrisita hasta ayer. Se han puesto serios por un 5% de menos en la nómina de los funcionarios. Y que conste que yo soy uno. Y ahora sí, ahora sí vamos a la huelga porque esto es lo verdaderamente grave. Es tan grave que no vamos a una huelga general, sino a una huelga de la función pública, porque nosotros los funcionarios públicos somos los verdaderamente afectados.
El problema es tan gordo que al Gobierno no le queda más remedio que recortar por donde sabe que la tijera no yerra. El corte es más exacto que nunca; ya no valen ni los decimales, tan típicos en las míseras subidas. Un 5 es un 5.
Ya no queda talante ni en el Gobierno ni en los sindicatos. Y de la oposición mejor no hablamos, por supuesto. Esto es para tragar saliva.