viernes, 12 de septiembre de 2008

Pobres hartos de pan


Lo decían mis mayores: no hay nada peor en este mundo que un pobre harto de pan. Era una forma de referirse a los que ahora llamamos nuevos ricos, esos insoportables hermanos nuestros, semejantes, que llevan toda la riqueza de sus personas repartida entre la ropa, los empastes y el coche en la puerta. Son, en su mayoría, ignorantes hasta el soponcio, hablan demasiado e, inoportunamente, intentan clavar en la conversación algún indicio de su riqueza repentina.

Los hay en todos los estratos sociales, desde el más ínfimo del barrio obrero hasta el que llega a subastar obras de arte que no entiende en la Europa más distinguida. Pasarán muchos de este tipo por la exposición de 223 obras del raro Damien Hirst y que posan para esta gente en Sothebys. Los objetos de los que más ha cacareado la prensa son animales salvajes muertos y conservados en formol, como un toro (con cuernos y pezuñas de oro), un tiburón y una cebra. Cada pieza puede alcanzar desorbitantes precios en torno a los 30 millones de euro. Los pagarán estos nuevos ricos cuya riqueza es un misterio.

El célebre señor Roca, el del caso Malaya, miraba (o no) mientras se enjabonaba en uno de sus baños un Miró que no entendía en absoluto. Pero se sentía orgulloso de que los demás supiesen que lo tenía. Supongo que llegaban invitados a casa y pedían ir al servicio y al volver, con una sonrisa de pálido asombro gilipollas, preguntarían: "¿Eso que tienes en el servicio es un Miró?"

La historia del arte es un apasionado relato acerca de la relativa belleza que el entendimiento humano ha ido encontrando desde sus primeros balbuceos en este planeta. Pero tal vez nunca como en la posmodernidad (?) se han dado tantos casos de gente a la que no le basta llenar el buche para sentir satisfacción. Tal vez nunca hemos visto tanto y mirado tan poco. En las últimas décadas, nos interesa más cómo nos miran que lo que nosotros miramos. Y esa costumbre desembocará en vidas disecadas. Vanidad de vanidades, que decía la voz sabia de Qohelet. Pero quién se acuerda ya del Eclesiastés, una cosa tan bíblica y tan pasada de moda.

Pues las modas siempre vuelven.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Asi es,siempre lo dice mi padre, y desde pequeño intentaba encontrar un significado a tan acertada frase,y cuanto mas pasan los dias mas lo voy entendiendo,que razon teneis usted y mi padre,que de pobre a rico es muy facil pasar,pero de rico a pobre ¡ay ay ayayyyy! que trabajito cuesta,con carencia de pelos o sin ella, politicos del congreso o concejales (idelpa s,l) peones de albañiz con audi y bmw ¿y ahora que? que Dios nos coja confesados.

Riforfo Rex dijo...

No tiene nada que ver, pero al leer el título del post se me formó una imagen que tenía más que ver con la revolución (no sé muy bien a qué revolución me refiero, pero debe ser esa) que con el concepto "nuevo rico".
Imaginé un "pobre harto de pan", a uno que ya no quiere más pan, que ahora quiere otra cosa. Eso de echar pan a los pobres para aplacarlos ya no es suficiente. El circo lo da la televisión, ¿cuándo nos hartaremos también de circo?

J10 dijo...

Sí, claro. Hay dos ideas básicas que pueden formarse al leer el título. Yo me refería al concepto de nuevo rico, pobres de toda la vida (pero en el sentido más integral y profundo de la palabra "pobre") que de repente se ven con posibilidades y las desmadran sin gusto. Después está esa idea del "pobre" que quiere circo. Los circos televisivos abundan cada día más en la caja lista, que de tonta no tiene un píxel, ¿verdad? Entre los OT y los Factor X o Z y no sé qué programas de jurados bordes más, el circo está servido. Últimamente, me he alegrado de que un programa de telecinco con el nombre de la famosa frase que le espetó el rey a Chávez no ha tenido más que un 10% de audiencia, insuficiente para las expectativas de la cadena. No me ha gustado tanto que, a pesar de ello, van a seguir resistiendo. Circo a toda costa.
Por cierto, hablando de circo, te remito a una entrada anterior titulada "Circus sine pane", en este mismo blog.