sábado, 23 de junio de 2012

Surrealismo para un tiempo surreal

Nuestro último Patio del Parnaso, VI edición, versó anoche sobre el Surrealismo. No hubo demasiado público, decían que porque jugaba Grecia y Alemania, que están jugando todos los días con balones más peligrosos pero que ayer congregaba con más intesidad al gentío. En cualquier caso, también dijeron los presentes que fue el mejor Parnaso de los celebrados hasta ahora. Las intervenciones  -tras la bienvenida de nuestro querido Victoriano Rosal- fueron interesantísimas, desde la lección de historia del Surrealismo pictórico que nos dio Álvaro Benavides hasta los ejemplos vivos que nos trajo Eduardo Ponce, enamorado de la estética surrealista pero no de su ideología, según nos contó mientras disfrutábamos de cuadros suyos de 40 años, como el de la lata bollada sobre un mar de chapapote o el del bocadillo de angelote, tan insolente y profundo. Entretanto, José Manuel Begines hizo del psicólogo que nos faltó para recordarnos las claves freudianas antes de regalarnos su ponencia magistral del Surrealismo en el 27 andaluz, con las equivocaciones de Ortega y Gasset y las metáforas novísimas de Alberti, Cernuda y los demás. Carlos Fierro nos ilustró con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna e incluso con los nuevos hallazgos aforísticos de Bergamín y Romero Murube, que los llamaba sesgos. Sergio Román, enamorado del cine y cineasta en ciernes, nos convenció del encanto del cine en blanco y negro y nos enseñó algunas de las claves del trabajo de Buñuel, mientras proyectaba Un chien andalou, y de David Lynch, del que destapó unas cuantas constantes y del que terminó recomendando un puñado de películas imprescindibles, como El hombre elefante. Fede Ponce nos sorprendió a todos con ejemplos de la arquitectura imposible que ha sembrado el espacio del siglo XX, con referencias magníficas y autores que todos deberíamos valorar más. Juan José, nuestro querido carpintero belenista y poeta, nos trajo un diorama que alucinó al público, porque en su juego de perspectivas demostraba un control de la proporción que los amantes del cine allí presentes consideraron propia de Tim Burton. Y Claudio Maestre remató la noche con la foto de algo que parecía una anécdota pero que terminó cerrando el círculo posibilista de un Surrealismo que, aunque parezca un ismo alejado de la humanización, en realidad fue la vanguardia que más nos humanizó, con toda su carga de irracionalismo demasiado humano, como se encargó de recordarnos José Manuel Begines en su disertación. La foto captaba un librote grande de El Quijote, expuesto en su instituto, el IES Romero Murube -en el que un servidor tuvo la suerte de comenzar su carrera docente-, sostenido genialmente por un almocafre, obra de un alumno, Cristian Benítez, que no estudiará Bachillerato pero que ya ha demostrado una sabiduría manchonera que muchos querrían para sí, como reconoció Claudio en una carta dirigida al muchacho, asombrado de esa mezcla surrealista que enseguida captó entre el ingenioso hidalgo, Cervantes y el almocafre palaciego en su excelsa función de atril para novela tan sagrada.
Fue una noche inolvidable.

Aquí les dejo mi introducción:


Buenas noches,
Hasta hace muy poco nos reuníamos en este patio de la fuente y decíamos que se llamaba "Patio del Parnaso". Hoy nos volvemos a reunir y no es que lo digamos, sino que hay un nombre que lo dice, una placa con vocación de eternizar ese nombre que, desde el ejemplo de los griegos, hemos elegido con cierta dosis de humildad para no hablar de MONTE sino de PATIO, que es un concepto mucho más cercano, a pie de casa doméstica. 
Y desde este Patio del Parnaso nos hemos reunido hoy en torno a un concepto que empezó a utilizarse cada vez más en el arte y en la vida como es el "Surrealismo" hace ahora casi un siglo. Desde que Apollinaire utilizó el término en 1917 o desde que Andre Breton firmó el Primer Manifiesto Surrealista en 1924, la idea de lo surrealista no ha hecho más que crecer, retroalimentarse y erigirse en fragua creadora. Los primeros surrealistas, poetas franceses inconformes, entendieron bien la etimología del término al pensar en lo que está más allá, por encima, de la Realidad. En rigor, la verdadera esencia del Arte es esa: indagar más allá de la realidad, es decir, ser surrealista. Y tal vez por ello los surrealistas de los que hablamos, en las primeras décadas del siglo XX, sabían perfectamente que surrealistas habían sido ya El Bosco en el siglo XV con todas las delicias de su jardín, o Giuseppe Arcimboldo en el siglo XVI con las frutas, incluso prihibidas, de sus estaciones personales, o hasta un pensador presocrático como Heráclito, seguro solamente del cambio incesante de absolutamente todo.

    El Surrealismo, en este sentido esencial al que nos referimos, no puede tener fin. Y nunca pasará de moda. Por suerte o por desgracia. Y mucho menos en este contexto de posmodernidad que no acaba. 
En los últimos años -casi podríamos decir en las dos últimas décadas-, se ha comenzado a hablar, más que de lo Surrealista, de lo Surreal. Internet, la televisión vía satélite, el Photoshop o los últimos descubrimientos científicos han vuelto a cambiar muchísimo la percepción de lo real. Si el Surrealismo ofrecía imágenes oníricas, reconocidas inmediatamente como improbables en la realidad de lo cotidiano, lo Surreal ha propuesto, en cambio, imágenes reales que cuesta aceptar como verídicas. Si el Surrealismo ha sido el espejo de los trastornos del inconsciente del individuo, que se proyectan en lo real bajo la forma de obra de arte, lo Surreal es el espejo de lo real que se proyecta en el insconsciente del individuo, creando trastornos. En este sentido, ¿qué es la ominipresente Crisis de la que todos estamos todo el día hablando sino un vastísimo producto de lo Surreal?

¿No era Surreal, es decir, una imagen real que cuesta aceptar como verídica, que un escayolista de 20 años cobrara lo mismo exactamente que un catedrático de Derecho?

¿No era Surreal, es decir, una imagen real que cuesta aceptar como verídica, que un joven se gastara en tomar unas copas con los amigos exactamente la misma cantidad que unos años antes su madre hubiera reservado para los regalos de Reyes Magos de todos sus hijos?

¿No es Surreal, es decir, una imagen real que cuesta aceptar como verídica, que el Gobierno decida en un fin de semana rescatar a la banca con la misma cantidad que decide ahorrar en la educación de las próximas generaciones?

¿No es Surral, en fin, que todo este drama de coches amontonados, casas vacías e impagadas, gentes en las colas del paro y de la comida por caridad y de una generación que no ve la luz por ningún lado... fuera vaticinado claramente por los viejos a los que nadie escuchaba con el análisis financiero y certero de "esto va a dar un explotío y pronto"?

Lo Surreal, en un sentido pragmático, como consecuencia temporal y vital de lo Surrealista en un sentido artístico, no puede sustraernos, en todo caso, de la importancia de este movimiento vanguardista tan perdurable que surge tras la I Guerra Mundial sobre la base del psicoanálisis y de la toma de conciencia colectiva del papel desarrollado por el insconsciente en la cotidianidad del individuo concreto y la influencia ejercida por la interpretación de los sueños de Freud, por ejemplo. A partir de todo esto, surgirán certezas inauditas como que las revelaciones repentinas que luego se demuestran tan verdaderas no son revelaciones del espíritu o del Altísimo, sino del incosciente de ese yo oculto que es el verdadero motor de la creación en general y de la creación artística en particular, desde el mágico afán que concibió la Torre de Babel hasta tantos afanes por venir.

Cuando la pintora y escritora inglesa Leonora Carrington se salvó de la locura nazi y llegó a México, después de pasar por España, ya Breton había expulsado a unos cuantos de su movimiento por haberse acercado peligrosamente al fascismo. Y fue entonces cuando el surrealismo se convirtió definitivamente en una respuesta política sin complejos. Ya para entonces, la imagen -la imagen pictórica, fotográfica, cinematográfica, arquitectónica, metafórica- se había convertido en una base imprescindible de lo Surrealista, para regalarnos ejemplos llamados a convertirse en clásicos de la Historia del Arte, las obras de Luis Buñuel, de René Magritte, de Diego Rivera, de Marcel Duchamp, de Man Ray, de Maruja Mallo, de Salvador Dalí, de Joan Miró, de Ramón Gómez de la Serna, de Fernando Arrabal, de Vicente Aleixandre, de Rafael Alberti o de Juan Larrea, nombres, entre otros muchos, que van a resonar con eco propio en esta noche gracias a las intervenciones de nuestros amigos parnasianos, tan entusiastas de la Realidad como de ese ancho mundo que se abre al otro lado y sin el que tampoco podríamos vivir; seguir viviendo.
BUENAS NOCHES

lunes, 4 de junio de 2012

Pendaripén & Duende

Este próximo jueves, 7 de junio, estrenamos en el teatro de mi pueblo, bautizado con el nombre del dramaturgo local Pedro Pérez Fernández, un espectáculo sinfónico-flamenco con un nombre que, después de inventármelo, me suena cada vez mejor: "Pendaripén & Duende". Lo primero significa "Historia" en caló. Lo segundo no tiene un significado preciso, pero a todo el mundo le recorre cierto escalofrío de musa entusiasmada cuando oye la palabra. Se trata de un espectáculo para el festival de La Mistela, el de más solera que tiene mi pueblo. Contamos con 18 músicos de altura de la Sinfónica Ciudad de Sevilla; con un cantaor que suena como el ángel mimado de Dios que es Miguel Ortega; con su guitarrista, Manuel Herrera, que derrocha compás a raudales; con un bailaor que ha ganado algo así como el Nobel del Baile que es el Premio Benois de la Danza, Fernando Romero; y con más de medio centenar de niños que tienen voces celestiales y que ya son harto conocidos con el nombre colectivo de Escolanía de Los Palacios. A todo este personal, incluido un servidor, que ha escrito los textos que suenan en boca de todos -incluida la mía como narrador-, lo dirige con batuta inspiradísima el precoz Juan Manuel Busto, una de esas joyas que da mi pueblo muy de vez en cuando. Cuando lo veo afanado en mil y un detalles, con sus 25 años y todo su arte por delante, me acuerdo del final del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, y cambio ligeramente la letra:, pensando, en vez de en el final, en el principio de todo: "Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un palaciego tan claro, tan rico de aventura...". Antes de saber cómo reaccionará el público, estoy satisfecho de nuestro trabajo y admirado con Juan Manuel Busto. Tengo que reconocer que hacía mucho tiempo que no me ponía nervioso. Nervioso de verdad.