jueves, 31 de enero de 2013

Sinvergüenzas

La prueba de que hemos ingresado, para mal de casi todos, en la fase más perversa de esta crisis omnipotente y omnívora es que la desesperanza se ha derramado como un aceite viscoso, inevitablemente, por los entresijos de toda la sociedad, sobre todo de esta sociedad que trabajaba, que soñaba, que creía como un axioma que la tendencia natural de todas las sociedades era ir a más, como íbamos a más con yoplait hasta que desapareció. ¿Dónde queda ya de aquel yogur y aquellos cuerpos danones y aquella belle epoque que construyó subterráneamente la conciencia hedonista del más todavía en las producciones falsas, en los deportes falsos, en los préstamos falsos y en los demócratas falsos? 

Hoy he percibido dolorosamente que muy poco en un hospital público, después de oír por la radio el enésimo escándalo de estas élites -ya va dando lo mismo el color y la música de fondo de sus campañas- que siempre visten pulcramente, comen bueno y barato, se suben a los cochazos por la puerta de atrás y nunca hacen cuentas de cuánto les queda para llegar a fin de mes. Hoy lo he percibido en uno de esos hospitales públicos de los que antes presumían como exponentes de la mejor sanidad del mundo y ahora hacen esfuerzos sobrehumanos para seguir siéndolo con mucho menos presupuesto y mucho menos personal, mientras abundan a diestro y siniestro las señoras con chándal o pijama que se esconden para llorar, las camillas hacinadas, las bolsas de basura con ropa apretujada, los calcetines de colores, las bolsas de propaganda del súper más barato, la resignación de la gente, de todos, en esta nueva condición de pobres con demasiada paciencia y demasiado cansancio para protestar por nada.

Al volver del hospital, me ha seguido martilleando la radio, con esas cantidades sonrojantes que, presuntamente, venían cobrando quienes más tenían en el partido que ahora nos gobierna, es decir, quienes más tenían. Y he pensado, mientras oía peticiones de dimisión, que se trata de otra guinda más -ya van tantas- a esa tarta empalagosa de la avaricia consumada entre quienes tienen mucho y quieren más, es decir, esta clase política engordada irracionalmente que tiene muchas residencias pero nunca rechaza un plus para vivir, aunque se lo paguemos los de abajo, los que no tienen ni para un techo; que tienen las neveras repletas, hasta para tirarlo todo porque todo se les pudre de no comer jamás en casa, sino a gañote pagado, y no rechazan jamás la dieta que les pertenece, aunque luego presuman de comer yogures caducados, como para reírse de nosotros, con ese tono gutural y salivoso de quien no cesa en todo el día de saborear jamón del bueno; que cotizan unos años, apenas dos legislaturas, y ya tienen la vida resuelta; que se meten en política para servir a su país pero se hacen ricos, como sin querer queriendo. 

El panorama está como para salir de casa y escupir. Lamentable. Mientras al duque quieren quitarle el título de duque pero no pasará mucho más -qué quieren que pase-; mientras a una muchacha que encontró una tarjeta de crédito y gastó 191 euros en leche y pañales para sus churumbules hace ya un lustro y ahora quieren enchironarla; mientras los indultos -esa gracia tan torera en este país nuestro del que ya es tan fácil no sentirse orgulloso- llueven para los malvados; mientras se inventan argucias y amnistías para los defraudadores, para los listillos, para los espabilados y los forrados y los amigos de los forrados pero no hay pasta para las becas de quienes un día, quién sabe, podrían sacarnos de este agujero, precisamente para que no nos saquen, para que los hijos de nuestros hijos vivan mucho peor que nosotros... y volver así a algún régimen de los que tanto les gusta a quienes se ahogan ahora en la nostalgia de los colegios segregados, para machotes y señoritas... Mientras ocurren todas estas barbaridades mientras tomamos café y miramos a la tele de reojo, como si no fuera con nosotros, las oportunidades de respirar esparanza se van agotando...

Debe de ser verdad que es lo último que se pierde, al igual que aquel otro refrán de la liebre, que salta donde menos se le espera. Ojalá todo fuera tan fácil. El caso es que hoy, al entrar en el hospital, me ha traspasado un rayito de esperanza. Lo he advertido de refilón. Y, por un instante, he confiado en nosotros, los seres humanos. Ha sido al salir del coche, harto de tanta basura. Se me ha acercado el gorrilla, diligente, con mucho frío. Le he dado sesenta cochinos céntimos. Me ha indicado el camino más corto, muy amable. Cuando ya me iba, he podido oír cómo le decía a otro colega, compañero en el sentido etimológico y verdadero: "Tú cuánto llevas". Y el otro le ha sacado tres dedos congelados. "Toma para ti, que yo ya llevo algo más", le ha dicho y le ha dado mis cochinos sesenta céntimos. 

He seguido pensativo, pero me han asaltado los urdangarines y los pantojos, los bárcenas y los eufemianos, los reyes y los malayos. Y me han entrado arcadas, naturalmente. En un recoveco he pensado que no es delito ser pobre, aunque en este país lo vuelva a parecer. Y he vomitado, para seguir viviendo.



viernes, 4 de enero de 2013

Inocentadas del paro

Tal vez no haya documento de trabajo que a los periodistas nos guste más para un descosido de fin de semana que eso que se llama estudio estadístico o sus derivados. Pero más aún les gusta a los políticos de esta España nuestra acostumbrada al descosido perpetuo. La Estadística, con todas sus virtudes, es una ciencia social que sólo unas cuantas empresas serias saben o quieren aplicar. Muchas otras, muchísimas, se han especializado en la aplicación al gusto del cliente. Y si quien hace el estudio estadístico es el cliente mismo, o sea, si yo soy como Juan Palomo, que me lo guiso y también me lo como, entonces no quiero ni contarles... Por eso, como no hablamos del caserío, cada día me fío menos de las estadísticas, las consultoras, las auditoras y toda esa parentela de milagreros o profesionales de la tostada al derecho o al revés. El truco del vaso medio lleno o medio vacío lo impulsó la Estadística, cuyo intríngulis no está en el ajuste sino en la lectura. En este sentido, ningún partido político pierde tras unas elecciones; con unos mismos datos se construye un titular demoledor en un periódico o agasajador en otro; y -a esto es a lo que iba- se puede anunciar en Año Nuevo que "el paro baja en España en 59.094 personas" y quedarse tan panchos. Hay dos factores de esta posmodernidad esterilizante que contribuyen a este nulo sentido crítico: primero, que las redacciones funcionan cada vez más con funcionarios explotados sin tiempo para cuestionarse nada; y segundo, que la clase política se ha acomodado al pimpampún del hoy por ti y mañana por mí, de modo que si el PP es el que anuncia la buena nueva, el PSOE ejerce su rol de no celebrarla y decir, como mucho, que puede ser "un espejismo", pero nada más.

No he parado de darle vueltas a ese sorprendente descenso del paro desde que lo anunciaron, hace un par de días, los Servicios Públicos de Empleo. Me chocó porque unos días antes nos enteramos de que más de 400 asesores de empleo, precisamente, se habían ido a la calle, es decir, al otro lado del mostrador del SAE, porque los nuevos Presupuestos del Estado no contemplaban la partida que les pagaba hasta ahora; y porque, en la misma jornada, la mitad de otros 400 empleados de las fábricas de Roca repetían encierro en la Catedral de Sevilla porque la empresa planea una deslocalización que les abaratará la mano de obra en la Conchinchina o más allá; y porque, hacía tan solo unos días, un amigo periodista que lleva más de un año entregando su curriculum a quien quiera recogérselo, me anunciaba que había encontrado trabajo en Antena3, pero con un contrato para 72 horas, otro colega se había marchado a Argentina, y otro amigo ingeniero que jura matar por ser mileurista me contaba que todos sus amigos sobrevivían en Alemania haciendo las camas de un hotel. Y, en fin, porque cada día se levanta uno con la noticia de un ERE o un ERTE... y sin ninguna luz al principio ni al final de este claustrofóbico túnel...

Con este panorama a mi alrededor, no podía sino extrañarme que el paro hubiera bajado, pero la concreción de las cifras siempre nos connota objetividad, de modo que no he vislumbrado dónde estaba el truco hasta que hoy, en la triste soledad de un bareto de mi barrio, el dueño me ha contado que tiene otro bar en el campo, estratégicamente situado entre los chalés diseminados que durante el boom eran recreo de nuevos ricos y ahora son refugio de éstos bajo el fiambrero amparo de las mamas o las suegras. El otro bar sí que se llena, me ha dicho el hombre. Y entonces no sólo he entendido mejor por qué mi pueblo se ensombrece durante el fin de semana, sino que, como sabemos todos, las apariencias engañan. Y entonces me he vuelto a acordar de las 59.094 personas que ya no están paradas. Que ya no estén paradas no significa que estén trabajando. ¿Entonces? Porque supongo que, cualquiera de mis conocidos desempleados, al enterarse del descenso del paro pensarán que son gilipollas...

Entonces significa que ya no engrosan las listas del paro. Nada más. O sea, que están en otro sitio, pero no en el paro oficial de España. Hace un rato anunciaba la web de El País que "50.000 españoles encontraron trabajo en Alemania durante 2012". Y he empezado, como usted ahora, a atar cabos, acordándome de la Laponia, del espíritu aventurero de los jóvenes españoles, de mis amigos emigrantes... de los políticos que no admiten preguntas y de los periodistas que perdieron las ganas de preguntar. 2013 ha echado a rodar...

-Este artículo se publica también en el nº 2.136 del semanario Cambio16.