martes, 26 de febrero de 2008

El debate electoral: encuesta en caliente

Más de 13 millones de españoles estuvieron viendo ayer el debate televisado entre Zapatero y Rajoy, los candidatos con más posibilidades de ocupar la Moncloa a partir del próximo 9 de marzo. Yo también. Me defraudó la cosa porque esperaba un debate y me encontré con un par de monólogos memorizados y con apuntes de chuletilla y asesor desde la esquina. Sobre todo Rajoy parecía hablar al dictado de lo que le habían escrito en aquellas cuartillas y miraba cada 10 segundos a su izquierda, no sé exactamente a qué. Zapatero evitaba mirar a los lados y daba la cara (y la mirada fría que Rajoy le rehuía), pero también parecía pronunciar el discurso aprendido para las entrevistas de todo a cien que ha protagonizado durante los últimos días. En general, ambos candidatos eran dos monigotes de sus respectivos partidos que ocuparon gratuitamente más de una hora en los televisores. Sus charlas no aportaron nada nuevo, sino que confirmaron la percepción que se tenía de ellos. Zapatero, desde el poder, vendía la moto como podía, con los datos positivos que sus asesores le reúnen en una carpeta. Rajoy, desde una oposición violentada, casi lo arañaba; se le salían los ojos de sus órbitas y se le veía el plumero racista con el que pretende barrer para dentro todos esos votos de quienes se sienten inseguros en España bajo el rumor creciente de la supuesta invasión.
En rigor, fue mucho más divertida la antesala que el plató. Aunque me ha parecido positivo que se hagan debates antes de las elecciones, se me antoja exagerada toda la parafernalia que los ha rodeado. Los medios de comunicación, cada cual a su manera y con una programación que cambiaba colores, corresponsales y cuchufletas, echaban humo con pamplinas como si de la noche de los óscars se tratara, o de la boda de alguna princesa... El negocio de la caja tonta se sustenta cada vez más en todo esto.
En cualquier caso, no dejan de hacerme gracia los veredictos: ha ganado Zapatero; ha ganado Rajoy. En un debate (y máxime en el de ayer) no hay criterios objetivos para dar por ganador a uno o a otro. Las apreciaciones de sus discursos (superconocidos) son totalmente subjetivas, evidentemente. A los de Zapatero les parecerá que ha ganado éste y a los de Rajoy, pues ídem. En este sentido, una advertencia que me resulta obvia: más que una encuesta sobre el debate, la que hacen a continuación es una encuesta más bien de intención de voto, pero en caliente. ¿Quién que piense votar a Zapatero va a dar por ganador a Rajoy cuando es telefeneado para preguntarle por más que reconozca en su fuero interno que el líder de la oposición estuvo maś acertado? ¿Quién va a dar por ganador a Zapatero por más que lo piense si va a votar a la derecha? Uno contesta lo que va a votar, no lo que objetivamente le ha parecido el debate. Así, el hecho de que la diferencia porcentual de apoyos a Zapatero con respecto a Rajoy haya crecido en el debate me parece un indicio de que el apoyo electoral al actual presidente del Gobierno va creciendo por días. Zapatero va movilizando a las izquierdas, tan dispersas y difíciles de reunir. Rajoy ha tocado techo, porque la derecha nunca estuvo desunida.

domingo, 24 de febrero de 2008

Toros y clones


La vaca del viejo mundo

pasaba su triste lengua

sobre su hocico de sangres

derramadas en la arena,

y los toros de Guisando,

casi muerte y casi piedra,

mugieron como dos siglos

hartos de pisar la tierra.

LORCA



Quienes me conocen sobradamente saben que llevo siglos combatiendo la tauromaquia decadente y casposa que hemos vivido desde Paquirri, o sea, en estos últimos tiempos de pose y falsedades tan crueles como injustas. El toreo, además de como dicen los ecologistas y los defensores a ultranza de los animales (entre quienes no me incluyo necesariamente) no es ni arte ni cultura, sino tortura. Y esta tortura no es infringida solamente contra el noble animal que sacan al circo de sus hierros puntiagudos, sino contra la audiencia de la otra programación televisiva que ha de sorportar a catetos de tímida melena con aureola de artista y galán sin la más mínima idea sobre lo que significa rigurosamente el arte ni tener el más mínimo concepto cultural en la cabeza, sino muchos mugidos camperos a los que algún apoderado y un poco de buena suerte barnizaron con el toque telegénico de la estética pija, para regocijo de esa clase social dispersa que entrevemos en nuestra sociedad, desperdigados y despreciativos como los espárragos de monte que miran siempre de reojo y bizcamente. Estos mataores de nuevo cuño buscan rápidamente a la hija tonta de algún ricachón y tratan por todos los medios de ganar minutos en los telediarios, además de espacio en el couché, de forma que cuando nos venimos a dar cuenta nos damos de frente con un rostro fabricado para el espectáculo integral de la nueva cultura de masas, que aplaude tantas veces sin saber por qué. A algún elegido sólo le falta un trío de artistas más sensibles en la barrera para convertirse en el genio reciclado que nuestro tiempo necesita, después de haber reconocido que el toreo no es lo que era. El negocio ha de perdurar.

Y fíjense si perdura que la última noticia al respecto es que, por más que no nazcan a día de hoy Manoletes ni otro Rafael el Gallo ni toros de Guisando de bravura incontestable, los ganaderos con duros de sobra se van ahora a EEUU a clonar toros a la carta. Como lo oyen, si no lo han oído ya. Un par de ganaderos de Madrid y Sevilla se han plantado ya en tierra yanqui para clonar a viejos sementales y seguir consiguiendo toros que ya no les salen de la madre tierra. Toros perfectos, hijos de probeta, laboratorio y trabajo microscópico de células manipuladas. Si Lorca levantara la cabeza...

Al parecer, la técnica del clon está ya mucho más avanzada que en tiempos de la pobre oveja Dolly, de modo que los ganaderos están muy esperanzados en hacerse con una ristra de toros igualitos al clonado y así asegurarse el negocio de la muerte que sustentan. Ahora, cada vez que se necesite un toro de pura raza se echará mano de pura ciencia, de modo que el astado dará espectáculo racial y científico a la menguante afición que comentará la bravura en el tendido. ¡Ole, clon! ¡Ole, clonado!, dirán los amos con la pajita en la comisura de los labios y los ojos entornados. Arte puro; gracias, George o gracias, Philip, pensarán para sus adentros, agradecidos a la innovación yanqui de la que tanto han renegado los amantes del duende inexplicable que corre por la sangre.

Hablemos en serio. Los defensores de la tauromaquia han basado sus razones de que el espectáculo sangriento que es la vergüenza (y el entretenimiento vacacional) de media Europa ha de continuar en dos razones fundamentales: la primera es la de que si no existiese el toreo, se extinguiría una especie animal, y ya se sabe que los aficionados al toro son hipersensibles al mantemiento ecológico de todas las especies. La segunda es que el toreo es el último rito religioso que queda en Occidente, un sacrificio en el que el toro es dios y el torero un bailaor que danza al son de la muerte, aunque el artificio garantice que siempre muera el mismo, como un dios cristiano y redentor o algo así... Resulta que con estas últimas noticias se derrumban ambas razones, pues no es que el toreo garantice la supervivencia de una especie (el toro bravo existía antes de la costumbre de torearlos, que se populariza hace poco más de 200 años), sino que, más bien, ha agotado la producción antinatural de reses bravas hasta el punto de no importar manipular genéticamente su bravura en los laboratorios; por consiguiente, lo que sí garantiza el toreo es el negocio a un sector ínfimo de la población y ya se sabe que el pan de cada uno es sagrado. En cuanto al rollo del rito religioso y la danza macabra, el arte y las costumbres contemporáneos han encontrado otros ritos religiosos que no precisan sacrificar a ningún ser vivo para regocijo del respetable, por más que el fondo antropológico liberador de tensiones venga a ser el mismo; un ejemplo, el fútbol dominguero.

Quienes conocieron bien a Ignacio Sánchez Mejías, el torero mecenas del 27, han dicho repetidamente que fue torero porque era la manera de destacar viril e incluso académicamente en aquellos años. Si hubiera vivido hoy, Ignacio hubiera sido político o periodista o polemista de primer nivel. Ni siquiera futbolista, pero desde luego que no torero. La sensibilidad que se nos supone en el siglo XXI no soporta más este espectáculo engañosamente telúrico (¡las probetas lo demuestran, finalmente!), pues hoy vemos la evidencia del sufrimiento a través de un cristal mucho más nítido: el toro es instrumentalizado para dar una fiesta que consiste en acribillarlo paulatinamente hasta que es atravesado de parte a parte con una espada y cae desangrado mientras el público aplaude. No querer ver esto con toda su crudeza es no estar hoy en el mundo, sino en la fantasía cegadora de quienes se quedaron antaño con el procedimiento y no con el fin de lo que ocurre en la plaza e hicieron arte y creación con ello. Hoy sabemos que el arte es creación y no destrucción, y también sabemos que las tradiciones han de respetarse en la medida en que no supongan un atentado a nuestra evolución como seres humanos, más sensibles y más conocedores de nuestra hermandad con todo lo creado, incluido el hermano toro. Pero, por desgracia, hay quienes aún no lo saben y creen, como antaño, que la billetera lo soluciona todo. Ya caerán (en la cuenta).



jueves, 21 de febrero de 2008

Menores y violencia

Los últimos episodios de violencia generada por la candidez angelical de algunos menores, de 14 ó 15 años, han hecho resurgir el debate necesario de la eficiencia del castigo. La cárcel, ya se sabe, está para reeducar y reintegrar, aunque luego es el escenario de los más sanguinarios argumentos cinematográficos. Algo parecido podríamos decir de los reformatorios, pero no sigamos por ahí; una cosa es la vida, terrorífica a veces, y otra el cine de terror. El defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, ha recordado que el fin del castigo es reeducar. Muy bien. Está bien recordarlo, porque luego llegan los oportunistas de turno, los populistas populares, para pescar votos con la caña de la mano dura contra los chiquillos de 12 años. Lo que pasa es que es difícil sustraerse a lo escabroso de la vida diaria, de la miseria barriobajera que nos cuentan los periódicos, y tener la frialdad y la objetividad suficiente para pensar con generalidad y no con la sangre caliente de las particularidades. Pero hay que hacerlo. Es nuestro deber y nuestra responsabilidad.
El grito del chico de 14 años que ha amenazado a su profesor en un barrio sevillano cuando se lo llevaban los policías pone los pelos de punta: "¡Te voy a abrir la cabeza con un hacha! ¡Voy a traer a mis amigos de Las Tres Mil!". Sobre todo a los que también nos dedicamos a esto de educar a los cándidos adolescentes y conocemos de primera mano sus costumbres pastoriles o borreguiles. El caso tiene aspectos surrealistas, como todos los que la realidad arroja al vacío estrepitoso de la actualidad impresa, carne de telediario. Los hechos ocurrieron en Rochelambert, a partir de donde un profesor mío de la facultad decía que no existía el mundo para él. Está claro que se equivocaba, porque en Ermua también ha sufrido una paliza una chica de 15 años. La amenaza del chico sevillano tuvo lugar el 14 de febrero, que es el día del amor y la amistad. No siempre, está claro. El profesor daba Latín, conocida lengua muerta que a los chicos no les gusta, por maś que tengan predilección por la violencia atávica de dar patadas en los huevos, que era donde intentó dirigir su malaleche contra el profe que lo descubrió fuera de clase.
Pese a todo, insisto, no deberíamos caer en la solución fácil de hacerle el juego a Rajoy. ¡Todos a la cárcel!, que es un argumento peliculero, pero nada eficaz, si exceptuamos, claro, su intento de ganar las elecciones del 9 de marzo para luego ya veremos.

domingo, 17 de febrero de 2008

Dependencia y lógica

Uno de los logros de la legislatura de Rodríguez Zapatero que está a punto de terminar (y de renovarse o morir) ha sido la llamada Ley de Depedencia, por la que muchos ciudadanos con familiares enfermos a su cargo reciben una subvención que no sólo les ayuda a hacer frente a los múltiples gastos que una situación así genera, sino que les sube la autoestima después de años en la sombra crónica y anónima del hogar. Hay personas verdaderamente sacrificadas por atender a un familiar que no puede valerse por sí mismo. Miles de personas en toda España que no han tenido más derecho, hasta ahora, que el de seguir aguantando bajo una losa de rutina sin luz. Y esta situación un tanto amarga nos puede sobrevenir cualquier día a cualquiera de nosotros. De modo que se trata de un problema de interés general.
La ley de ZP, por tanto, es apludible desde el momento en que se presenta como un indicio más de que vivimos en una sociedad humanizada o por lo menos con interés por serlo. Sin embargo, como todo invento humano, tiene sus fallos. El primero es que la aplicación de la ley, y por tanto la distribución de las ayudas, depende de la gestión que haga cada comunidad autónoma, y así nos encontramos con comunidades como Navarra que empezaron a dar las ayudas hace casi un año y con comunidades como Canarias o Valencia que todavía parecen no haberse enterado de la película o que siguen peleándose con el gobierno central. Son lamentables tanto la incompetencia administrativa como el desconocimiento por parte de los políticos de que son, rigurosamente, servidores de los ciudadanos y nada más; no personajes mediáticos dedicados a la batalla dialéctica sin fin.
El otro fallo de la ley es la falta de lógica; ya es sobradamente conocido eso de que el sentido común es el menos común de los sentidos. La ley parece aplicarse con considerable buen criterio a las personas con patologías de dependecia motora, pero no es así en los casos de patologías mentales, de manera que apenas un 35% de los españoles con enfermedades mentales se pueden beneficiar de esta ley. Lo denuncian la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental (FEPSM) y la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (FEAPES). Y es que la aplicación de la ley depende de unos señores que son los valoradores de la situación en cuestión que se limitan a pasar un test (¡maldita época de los test!). En función de la puntuación que se saque a partir de una serie de preguntas, el baremo, que se aplica desde abril de 2007, será más o menos favorable al solicitante. El problema es que el baremo está indicado sobre todo para patologías motoras y no mentales, ¡como si el verdadero motor de la máquina corporal no fuese la mente!
A estas alturas de conocimiento psicológico y psiquiátrico es inaceptable que dependamos para la ley de dependencia de un valorador que nos pasa un test, es decir, de un trabajador que dilucida si el paciente es más o menos merecedor de una ayuda en función de lo visible. Ya sabemos que las enfermedades que no son tan obvias, tan elementales o evidentes son peores incluso. Así que habrá que cambiar, fundamentalmente, el criterio de la visibilidad y de la cantidad de ítems que el solicitante acierta en el test por un criterio verdaderamente científico y cualitativo que se acerque más a la justicia.

jueves, 14 de febrero de 2008

Alimentación. Velocidades y retos



Se trata de un problema tan silencioso como peligroso que va calando sibilinamente en nuestras vidas. La alimentación o, mejor dicho, la mala alimentación, a veces nefasta, no está siendo combatida debidamente a pesar de los programas transversales que sobrevuelan las escuelas, a pesar de todas las campañas gubernamentales y a pesar de todos los consejos de nuestras abuelas. Insisto: la alimentación es uno de los problemas graves de nuestra sociedad de la opulencia. Y esto puede sorprender mientras hay una buena parte del mundo que se muere de hambre. Ambas cosas son ciertas y una no tiene por qué descartar a la otra.
Bajo la fiebre del fast food, hemos asistido a mediáticas denuncias de algunos gordos estadounidenses que, tras haber devorado miles o millones de hamburguesas, se han rebelado contra McDonald y otras superpotencias empresariales. Nuestro Ministerio de Sanidad persiguió durante algunas semanas aquella barbaridad calórica que anunciaba y vendía Burger King y que no sé, la verdad, si lo seguirá haciendo. Pero estos episodios no son más que la punta de un iceberg y la trama espectacular de un problema que afecta a un porcentaje muchísimo mayor de alimentos del que podemos imaginar. El supermercado y nuestro carrito de la compra están llenos de basura alimenticia. Si no, lean los ingredientes y los valores nutricionales de algunas de las cosas que ustedes compran alegremente.
No es tolerable que un sobre de sopa de cocido o de puchero o de espárragos no contenga ni carne ni garbanzos ni espárragos, sino una amalgama de intensificadores del sabor, antioxidantes, conservantes, etc. que constituyen el 95% de su contenido. Sólo así uno comprende que el sobre en cuestión(¡para cuatro raciones!), cueste sólo 29 céntimos de euro. La barbaridad no es tan bárbara; los números cuadran.
Ahora la Unión Europea ha autorizado a la investigación de la nanotecnología en alimentación en aras de la ciencia y sus descubrimientos. Tachan a los adalidades del cambio climático de estar instaurando una nueva religión. Religiones hay muchas y, en los tiempos que corren, la ciencia misma y sus experimentos parecen haberse sacralizado también. A costa de nuestra salud o del riesgo de nuestra salud, siempre. En la UE no hay garantías de que estas investigaciones no conduzcan a una violación de los alimentos, pero aun así, han dado luz verde.
Yo, antes de echarme a la boca tanta porquería, tendré que pensármelo. Yo y todo el mundo. La ciudadanía tendrá que levantarse contra este vil intento de engordar la economía a costa de la experimentación con una masa que traga sin preocuparse de que se convertirá en lo que traga. Somos lo que comemos, entre otras cosas, claro.
Tal vez el Slow food predicado por Carlo Petrini desde 1986 parezca una exageración o una cursi tendencia, pero algo de razón lleva quien reivindica con tan lógicos argumentos la vuelta a la materia prima, a los alimentos que salen de la tierra, el mar y el aire. No respetar esto acabará convirtiéndonos en máquinas cancerígenas.

martes, 12 de febrero de 2008

Conciencias rotas



Hay una diferencia sutil entre conciencia y consciencia. El problema grave y de verdad es que ni una ni otra parecen abundar en este mundo nuestro con cada vez maś elementos en la lista de la extinción. La desconsideración hacia el otro crece a raudales: la derecha desprecia a quienes sustentan en buena medida las pensiones de nuestros mayores; la izquierda desprecia a la vida en ciernes y, bajo el señuelo de la libertad ("nosotras parimos, nosotras decidimos"), están normalizando desde hace décadas una de las mayores barbaridades de la historia de la humanidad: el aborto. La progresía, que se caracterizaba (al menos para mí) por la defensa de los más débiles, descarta ahora al feto, que no cuenta como voto, claro. Entre una derecha clasista y sin conciencia y una izquierda inconsciente y pseudoprogresista, los niveles de concienciación ciudadana andan bajísimos. Por mucha educación para la ciudadanía que se reparta en los colegios durante nueve horitas al año. Hace falta mucho más. Me asusta que el peligro sea irreversible, como resume El Roto en esta inteligente viñeta.

lunes, 11 de febrero de 2008

Minoría de edad

Las propuestas de los distintos partidos políticos en materia de Seguridad, para vender su moto particular de cara al 9 de marzo, me han llamado la atención especialmente por lo que se refiere a la responsabilidad penal de los menores. Lo primero que hay que establecer de forma rotundamente generalizada es el concepto de minoría de edad. Sobre él reflexionaron hondamente los ilustrados y Kant hace más de un par de siglos, y nada tenía que ver entonces el concepto con un número concreto: 15, 18 ó 21. Llevaban razón; hay cuarentones que viven aún en una crónica y enfermiza minoría de edad y niños responsabilísimos que parecen mayores nada más hacer la Primera Comunión. Ya sabemos que la gente es diversa. Pero hemos dicho antes que hay que establecer de forma rotundamente generalizada el concepto porque las leyes tienen que ser leyes para todos, sin distinción. Hasta aquí creo que todo el mundo estará de acuerdo; no puede haber una democracia tal y como la entendemos hoy con distintas varas de medir aun sabiendo que hay distintos intelectos, genes y circunstancias personales.
A partir de aquí, me llama poderosamente la atención las propuestas de los candidatos más radicales; entiéndase esto no peyorativamente, sino en el sentido de estar situados en las puntas de una imaginaria línea ideológica: IU y PP. Gaspar Llamazares, el líder de Izquierda Unida, roza el colmo de la incongruencia, a mi juicio. Propone, por un lado, que los jóvenes no terminen sus etapas obligatorias de estudiantes a los 16 años, como ahora (muchos de ellos después de perder el tiempo durante dos años por lo menos y de hacérselo perder a otras muchas personas, entre familiares, profesores y compañeros), sino a los 18. Toma ya. El mismo líder izquierdista propone también que los jóvenes puedan votar no a partir de los 18, como ahora, sino a partir de los 17. ¿Eso cómo se come? Que alguien me lo explique. ¿Cómo pretendemos (y me imagino que Llamazares no hará distinciones en su propuesta) que un chaval esté obligado a permanecer escolarizado hasta los 18 años, por lo que se le supone aún una minoría de edad, y que al mismo tiempo pueda votar (decidir el futuro colectivo) desde los 17? ¿Es un niño para ser aguantado en clase y un adulto para tener voz y voto en el país? No me cuadra.
En la otra punta, Mariano Rajoy propone ahora que la ley de responsabilidad penal de los menores rebaje la edad en la que éstos pueden ser condenados como adultos. No ha dicho los años concretos, pero se supone que oscilará entre los 14 y los 18. Pretende el líder de la derecha que a los jóvenes se les pueda leer la cartilla con todas sus consecuencias a los 16 ó 17 años, con lo que se reducen las posibilidades de reinserción educativa para los adolescentes. Según la derecha, o se espabilan antes o lo espabilan en la cárcel. Y punto, coño, que ya está bien, deben de pensar los asesores jurídicos de Rajoy. Lo piensa mucha gente, es verdad.
Pero ante tal disyuntiva de radicalidades, uno se pregunta si para solucionar cuestiones como éstas, tan problemáticas y de actualidad en los juzgados, no será mejor ahondar en las claves previas a las situaciones límite. Está claro que el problema existe y que un chaval con 17 años se siente el rey del mambo porque la ley del menor le acaricia el pelito. Eso es así. Ahora bien, ¿no sería mejor buscar soluciones encaminadas a evitar esas situaciones a tan tardía edad? ¿no sería mejor insistir en la educación en valores, pero férreamente, desde que el chico es chico para no tener que decidir tan drásticamente a altura de los 17 años? ¿Por qué la educación, en el más amplio sentido de la palabra, es cada día más blandengue? Nos da miedo castigar, obligar, esforzar a nuestros niños y luego nos damos de frente con estas difíciles elecciones. Las del 9 de marzo y las que habremos de afrontar con nuestros hijos de 17 tacos.

viernes, 8 de febrero de 2008

La manteca colorá

Todo lo bueno engorda. Lo decían así, poco más o menos, los Amador de Pata Negra, años ha. Lo terrible es que engorden la xenofobia y la desconsideración hacia los demás, como parece ocurrirles a algunos mandatarios del PP de esta querida España nuestra. A mí siempre me ha gustado la manteca colorá y no la rehúso cada vez que me la encuentro en un bar. Incluso una vez compré una buena terrina y me despaché a gusto con tostadas caseras los sábados por la mañana. Sin embargo, desde que he oído el alimento en boca de Miguel Arias-Cañete, el responsable de Economía del PP, ha empezado a darme asco. Por su boca, no por la manteca. El líder popular ha recordado con nostalgia aquellos "camareros maravillosos" que te ponían unas tostadas con manteca colorá, boquerones en vinagre, aceite y otros condimentos de nuestra fantástica dieta mediterránea... La nostalgia lo asalta ahora que la mayoría de los camareros madrileños son inmigrantes y, para su gusto, no son lo mismo. Le ha faltado decir, aunque es evidente que lo piensa, que estos camareros de ahora son una auténtica mierda. En su casposo intelecto ni siquiera cabe el refrán de a falta de pan, buenas son tortas, sino el capricho de recuperar a los camareros de antes... Una cosa así sólo la puede pensar y decir en público un señorito como él, acostumbrado a que le sirvan de una manera concreta, caprichosa y mimosamente... No quiere observar el niño Arias que muchos de aquellos "camareros maravillosos" se convirtieron en empresarios de la hostelería que mandan ahora sobre estos sudacas... Como en los bares no puede echar a la servidumbre, que no es tal, sino personal trabajador, se enfada. Se enfada el niño Arias, porque no le ponen la tostada como a él le gusta, como tal vez se la ponían antes en Madrid, cuando él iba y venía de su Jerez natal, y tenía una trupe de pelotas alrededor... Se enfada niño Arias porque aquí va a parecer que todos somos iguales, no ya camareros y servidos, sino españoles de bien e inmigrantes de usar y tirar... Pero qué es esto, por dios, deben de exclamar cuando se reúne la peña pepera...
En cuanto he oído la declaración, al hilo de la saturación de los servicios sanitarios por culpa de unos inmigrantes que son los que menos la usan, me he acordado de Los santos inocentes, la novela de Miguel Delibes que llevó al cine Mario Camus y en la que el señorito Iván usa a Paco, el Bajo, como perro de caza... Cuando el perro no le sirve porque se parte una pierna, tira del hijo, el Quirce, pero el niño ya no era lo mismo: tenía la dignidad intacta y no le hacía la pelota como era debido. Y eso cabreaba al señorito Iván.
La derecha más rotunda, que aflora cada día en este partido que ensalzan los ultraconservadores de Berlín, se va convirtiendo en la vergüenza de España, con sus costumbres y sus misas de doce. Se saltaron, como personas y como políticos, el pasaje evangélico en el que Jesús de Nazaret, ese desconocido, dice aquello de que vino a servir y no a ser servido.
El Evangelio que diga lo que quiera. El niño Arias, con barbas de papá noel, quiere su tostadita con manteca colorá.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Nuestras lenguas constitucionales

La Constitución Española de 1978 contempla cuatro lenguas oficiales en el territorio nacional: el castellano o español, oficial para todos los españoles vivan donde vivan; el catalán, cooficial junto al castellano en las comunidades donde también se hable, como Cataluña, Baleares y Valencia; el gallego, cooficial asimismo con el castellano en Galicia; y el vasco, que comparte oficialidad igualmente con el castellano en el País Vasco. Cuatro lenguas, por tanto, lo que constituye una riqueza expresiva para el país. Mejor cuatro que no una sola. Si la lengua es pensamiento, tendremos, los que sepamos estas cuatro lenguas, cuatro perspectivas desde las que pensar y, en este sentido, conseguiremos una mente más abierta para comprender al otro. Por lo demás, existen dialectos (avanzadillas del latín que no llegaron a convertirse en idiomas distintos) como el bable asturiano o el aragonés. Por último, las modalidades lingüísticas propias de cada región: en el caso de la lengua castellana, nos encontramos con el canario, el murciano, el extremeño y el andaluz. Riqueza, riqueza.
No lo parece para quienes históricamente se han empeñado en limar diferencias y se han tomado la variedad lingüística como un atentado a la unidad de España y otras chorradas parecidas. Ya saben el discurso: España una y fuerte y cosas así... Se trata, a mi juicio (y no estoy solo), de un perspectivismo empobrecedor y de una manera ramplona de limitar la floresta a una sola rama.
Ahora, al hilo de la campaña electoral que nos conducirá al 9 de marzo, el PSOE andaluz lleva en su programa la posibilidad de impartir clases de las lenguas oficiales de España, a saber, gallego, catalán y vasco, en aquellas escuelas oficiales de idioma situadas en lugares con una acusada demanda con el objetivo de ampliar las posibilidades de conocimiento y trabajo para los andaluces que quieran, por ejemplo, viajar al norte de nuestro país, donde, en la práctica, se necesita saber estas lenguas para desenvolverse más óptimamente. O sea, que estamos ante la posibilidad de impartir en las escuelas de idiomas que ya ofrecen inglés, japonés o portugués, las lenguas de casa. Ante el anuncio, el PP primero ha manipulado el contenido de la propuesta y luego se ha escandalizado. En primer lugar, dicen los líderes como Arenas, Rajoy and company que es una "pesadilla" y algo intolerable que Chaves, el presidente andaluz, pretenda "imponer" el catalán en las escuelas andaluzas. Con este razonamiento, mucha gente ha entendido que el plan es que los niños andaluces tendrán que estudiar catalán o gallego o vasco en la escuela. Y eso no es así: la cosa sería en las escuelas oficiales de idiomas, o sea, en unas instituciones educativas a las que va quien quiere, voluntariamente, a aprender idiomas. Si uno puede aprender allí francés, por ejemplo, ¿por qué no va a tener la posibilidad de aprender catalán, por ejemplo? Esa es la historia, que, además, ya está desarrollándose, y desde hace años, en comunidades autónomas gobernadas por el PP, como Madrid, Castilla-León o Navarra. Allí ya existen escuelas oficiales de idiomas donde se imparten, tres veces por semana, estas lenguas constitucionales. ¿A qué viene el escándalo, entonces? Pues a lo de siempre: por un lado, a confundir a la opinión pública para rascar unos cuantos votos de gente que se despiste, y, por otro, a sembrar la semilla de la división contra los catalanes, los vascos y los gallegos. Precisamente a quienes se les llena la boca hablando de unidad, no llegan a comprender que el saber no ocupa sitio y que la verdadera unidad se consigue con la integración, mediante el conocimiento, de las posibilidades de expresión lingüística que existen de hecho en nuestro país. Esta política de anuncio, de spot publicitario de 30 segundos que nos están vendiendo cada día con más intensidad, no sirve para reflexionar sobre los asuntos, sino para establecer guerras dialécticas en las que gana quien diga la frase más ingeniosa y quien sea capaz de levantar el espíritu cateto y localista de más gente en este mundo inevitablemente globalizado. Hay quienes hablan catalán en la intimidad y mandan a sus hijos a universidades extranjeras para que aprendan inglés, pero no soportan que los hijos de los demás aprendan esos idiomas íntimos para tener más puertas abiertas y posibilidades laborales en la vida. Nada nuevo bajo el sol de esta España nuestra; españolito que vienes al mundo, una de las dos Españas ha de helarte el corazón, que dijo Machado, ¿no? Pues eso más o menos.

martes, 5 de febrero de 2008

Crisis

La palabra da miedo, aunque significa simplemente cambio. Lo malo es que siempre que es pronunciada nos referimos a un cambio para peor. Si andamos en crisis o no, es decir, si estamos inmersos, económicamente hablando, en un cambio para peor o no, es algo que dependerá de la perspectiva que contemple el bolsillo de cada uno. Pero cuando se habla de crisis no se habla de perspectivas individuales, sino de percepción social, es decir, de estadísticas. Y si resulta que varios millones de personas se han quedado en el paro durante los dos últimos meses, parece que sí, que la cosa va mal. ¿Significa eso que la culpa la tiene el gobierno, como dicen los de la oposición? Hombre, la oposición, como en tiempos de González Márquez decía el Carrascal de las corbatas, siempre va a decir que el gobierno tiene la culpa de todo. Probablemente tendrá parte de la culpa, que para eso gobierna, pero no toda la culpa. Entre otras cosas, porque las crisis sociales también se sustentan en las responsabilidaes empresariales e individuales, al fin y al cabo. Era insostenible que las promotoras inmobiliarias, esencia última en la que radica la crisis de la que hablamos, quisieran ganar porcentajes astronómicos por cada vivienda, un derecho constitucional. No era normal que cualquier constructora se gastase 60.000 euros en hacer una casa y luego quisiera venderla en un mínimo de 150.000; la ganancia, que debe existir, no puede ser tan desproporcionada. Y esto es lo que venía ocurriendo, ustedes lo saben igual que yo. Ese estado de cosas había abocado a mucha gente a hipotecarse hasta los ojos. Y esas hipotecas no se referían sólo a la vivienda, sino ("ya que pido, pido") al coche (de lujo, a ser posible) y hasta fondos de no sé qué.
Como el sector de la construcción no va solo, la crisis que ya está aquí afecta también a herreros, a carpinteros, a fontaneros, a escayolistas, a electricistas y a pintores, entre otros. Y eso supone un porrón de familias que no sale porque el coche necesita gasolina, que está ya por las nubes. Las promotoras, por su parte, que se endeudaron igualmente hasta las cejas, no venden lo que esperaban y no saben con qué ingrendientes comerse las casas que les sobran. Empezarán a bajar los precios, claro.
La crisis empezará a solucionarse volviendo al sentido común y controlando el gasto. Pero no podrá ocurrir si el gobierno es el primero que despilfarra. Cuidado.

sábado, 2 de febrero de 2008

Discotecas silenciosas

Leo por algún rincón huidizo de la prensa mañanera que en Sevilla se ha inaugurado una discoteca silenciosa. Imagino al empezar a leer a unos tíos bailando en el silencio, como recreándose en el ínterin enlentecido de una atmósfera extrañísima, como de astronauta que flotara en el espacio. Cuando sigo leyendo descubro el truco: el personal lleva unos auriculares y así cada uno escucha la música que quiere sin que los vecinos tengan que pasar la noche en vela, como ocurre en demasiadas ocasiones, según los telediarios. La idea parece buena. Pero a mí me choca, no sé por qué. Probablemente porque he pensado que con esta fórmula discotequera, los jóvenes no notarán el cambio del día a la madrugada, pues también durante la santa jornada de estudios veo a muchos que no se separan de sus casquitos; las bibliotecas silenciosas están llenas igualmente de gente con esos taponcitos en los oídos, abstraído cada cual en su mundo de watios apagados. Muchas veces he sentido curiosidad por saber qué escucha alguna cara muy seria que he encontrado en algún sitio. Me da por imaginar que escucha una música inesperada para esa cara. Por ejemplo, cuando he visto a un tío con entradas, canoso, de más de 50 años en el autobús urbano, con una mochila de adolescente y pantalones de pinza me da por imaginar que va escuchando a Miguel Bosé. O cuando veo a un adolescente con pelos punky y los pantalones casi arrastrando por el suelo, me da por imaginar que escucha a Montserrat Caballé. Este ejercicio imaginario me hace gracia. Y llego a un instante de curiosidad inaguantable en el que me falta muy poco para arrancarle el auricular al tal y averiguar si mi hipótesis era muy disparatada o no. Me imagino que en una discoteca silenciosa de éstas mi curiosidad estallaría en mil pedazos. En cualquier caso, la novedad me ha hecho reflexionar sobre las costumbres nuevas de esta postmodernidad que vivimos.
Uno salía antes a las discotecas para ver a las tías y charlar a voces con los amigos, contoneándose torpemente mientras el grupo de colegas decidía si volver a salir para volver a entrar. En fin, era una manera de pasar la noche y de comunicarte a trompicones con la gente, de estar en el mundo de la adolescencia que te había tocado. Y en ese ruidero aguantable que era la discoteca pueblerina te pasabas los suturdaynight haciéndote más maduro. Veías al personal e ibas descubriendo cosas. Y todo ello era la fase siguiente a la comunicación con tus iguales en el patio del colegio o en la calle, por la tarde. Ahora, como los niños se pasan las tardes solos con la play, parece lógico que la fase siguiente esté también marcada por la soledad de juan palomo. Seres aislados que van a la discoteca a escuchar lo suyo. Cada cual a lo suyo, mientras en el aire exterior no se oye una mosca... Pagas la entrada, te pones tus walkman y empiezas a moverte según el ritmo que te dicte la grabadora... Es posible que la música sea la misma para guardar la coordinación de todos, pero aun así las mentes se enlazarían por una lógica de voluntades independientes, sin que exista, objetivamente, una melodía que los abrace a todos... El futuro no es lo que era.