lunes, 11 de febrero de 2008

Minoría de edad

Las propuestas de los distintos partidos políticos en materia de Seguridad, para vender su moto particular de cara al 9 de marzo, me han llamado la atención especialmente por lo que se refiere a la responsabilidad penal de los menores. Lo primero que hay que establecer de forma rotundamente generalizada es el concepto de minoría de edad. Sobre él reflexionaron hondamente los ilustrados y Kant hace más de un par de siglos, y nada tenía que ver entonces el concepto con un número concreto: 15, 18 ó 21. Llevaban razón; hay cuarentones que viven aún en una crónica y enfermiza minoría de edad y niños responsabilísimos que parecen mayores nada más hacer la Primera Comunión. Ya sabemos que la gente es diversa. Pero hemos dicho antes que hay que establecer de forma rotundamente generalizada el concepto porque las leyes tienen que ser leyes para todos, sin distinción. Hasta aquí creo que todo el mundo estará de acuerdo; no puede haber una democracia tal y como la entendemos hoy con distintas varas de medir aun sabiendo que hay distintos intelectos, genes y circunstancias personales.
A partir de aquí, me llama poderosamente la atención las propuestas de los candidatos más radicales; entiéndase esto no peyorativamente, sino en el sentido de estar situados en las puntas de una imaginaria línea ideológica: IU y PP. Gaspar Llamazares, el líder de Izquierda Unida, roza el colmo de la incongruencia, a mi juicio. Propone, por un lado, que los jóvenes no terminen sus etapas obligatorias de estudiantes a los 16 años, como ahora (muchos de ellos después de perder el tiempo durante dos años por lo menos y de hacérselo perder a otras muchas personas, entre familiares, profesores y compañeros), sino a los 18. Toma ya. El mismo líder izquierdista propone también que los jóvenes puedan votar no a partir de los 18, como ahora, sino a partir de los 17. ¿Eso cómo se come? Que alguien me lo explique. ¿Cómo pretendemos (y me imagino que Llamazares no hará distinciones en su propuesta) que un chaval esté obligado a permanecer escolarizado hasta los 18 años, por lo que se le supone aún una minoría de edad, y que al mismo tiempo pueda votar (decidir el futuro colectivo) desde los 17? ¿Es un niño para ser aguantado en clase y un adulto para tener voz y voto en el país? No me cuadra.
En la otra punta, Mariano Rajoy propone ahora que la ley de responsabilidad penal de los menores rebaje la edad en la que éstos pueden ser condenados como adultos. No ha dicho los años concretos, pero se supone que oscilará entre los 14 y los 18. Pretende el líder de la derecha que a los jóvenes se les pueda leer la cartilla con todas sus consecuencias a los 16 ó 17 años, con lo que se reducen las posibilidades de reinserción educativa para los adolescentes. Según la derecha, o se espabilan antes o lo espabilan en la cárcel. Y punto, coño, que ya está bien, deben de pensar los asesores jurídicos de Rajoy. Lo piensa mucha gente, es verdad.
Pero ante tal disyuntiva de radicalidades, uno se pregunta si para solucionar cuestiones como éstas, tan problemáticas y de actualidad en los juzgados, no será mejor ahondar en las claves previas a las situaciones límite. Está claro que el problema existe y que un chaval con 17 años se siente el rey del mambo porque la ley del menor le acaricia el pelito. Eso es así. Ahora bien, ¿no sería mejor buscar soluciones encaminadas a evitar esas situaciones a tan tardía edad? ¿no sería mejor insistir en la educación en valores, pero férreamente, desde que el chico es chico para no tener que decidir tan drásticamente a altura de los 17 años? ¿Por qué la educación, en el más amplio sentido de la palabra, es cada día más blandengue? Nos da miedo castigar, obligar, esforzar a nuestros niños y luego nos damos de frente con estas difíciles elecciones. Las del 9 de marzo y las que habremos de afrontar con nuestros hijos de 17 tacos.

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