domingo, 28 de septiembre de 2008

El crónico gran hermano


Ni Orson Welles ni George Orwell (cuya combinación nominal parece un trabalenguas o una onomatopeya literaria) imaginaron nunca que el big brother de sus utópicos pensamientos llegaría a infestar la programación televisiva del siglo XXI hasta el punto que ya estamos viendo y sufriendo. Hoy, no existe cadena que se precie que no haga gala de su particular gran hermano. No sólo Telecinco, que se atrevió primero con el título y el formato más descarado y literal, sino todas las demás, especialmente la cadena de Prisa que salió al mercado con todo su boato de letra infantiloide y parrilla intelectualoide. Me refiero a Cuatro, la cadena par (simpar) que va de guay y reproduce, sin embargo, lo peor de las otras. No hay más que sintonizarla para darse uno de bruces con mentecatos mensajes de listillos que predican constantemente las rarezas de nuestra época como paradigmas de estilo de vida. Yo estoy harto, y eso que no veo nada, de los "coach" que teledirigen a un montón de gente, dentro y fuera de la pantalla, sobre la educación de sus hijos o el deporte que han de practicar. Es un coñazo insufrible. Pero la cosa parece que funciona desde el punto de vista de las audiencias, que hoy es lo que importa en este negocio de las pantallas.

Lo último, después de tanto callejero falsamente intrépido y tanto baile de academia donde lo de menos es el baile y lo de más es el moquerío en primer plano, es el programa que se anuncia con el título impactantemente ridículo de "Madres adolescentes". Otro puchero con los mismos ingredientes pero en distinta olla. Lo de siempre. Encerramos a cuatro (o seis) desgraciadas durante unas semanas (o meses), previa selección explosiva de personalidades chispeantemente chocantes, y a grabar, que seguro que surge el drama. Se trata, sibilinamente, de jugar con los más bajos instintos del ser humano para hacer televisión. La receta es la misma del Gran Hermano (T5), el Operación Triunfo (TVE) o el A bailar (Cuatro), por citar algunos ejemplos. Salvo en el primer caso, donde la receta es simple como el agua clara puesta a hervir, en el resto de los programas (?) se parte de un leit motiv que deja de serlo para dar paso al lagrimeo fácil, al enamoramiento barato y a la pose de cartón.

Ahora la cadena de Prisa ha descubierto el filón de la supuesta vida en vivo y lo va a desgastar hasta el final. Por eso apuesta por estas madres que deberían estar en el instituto, por los granjeros tristes que buscan hembra y por otros especímenes humanos que no encuentran su lugar en el mundo y lo buscan frente a la cámara. Es doloroso comprobar que hay cerebritos de la tele que aprovechan estas circunstancias sociales para sacar rendimiento económico. Y lo más triste es que no se paren a reflexionar sobre las consecuencias psicosociales que producen en los más débiles: jovenzuelos y gentes sin formación. Seguramente pensarán, con frío criterio capitalista, que si no se aprovechan ellos, lo harán otros.

Es la malvada excusa de toda la vida para hacer el mal. La excusa de los narcos y de los chuloputas. La histórica excusa del ser humano para salvar su conciencia.

La única salida es la constante educación, la machacona insistencia en el juicio crítico. Pero tampoco los currículos educativos, saturados de chucherías, ayudan a conseguirlo. Por eso uno encuentra difícil convencer a los alumnos de que las tías con tetas de plástico, los condes con cerebro de mosquito y los líderes de esas casas donde se bosteza en la cama frente a la cámara del rincón son escoria de esta sociedad transitoria. Pero, ¿qué cuenta le van a echar uno si cuando salen van derechitos a la lechuga mustia del McDonald?

A lo mejor la crisis del ladrillo termina por purificarlo todo. Quién sabe.

domingo, 21 de septiembre de 2008

El futuro


Yo sueño con un futuro en el que vayan desapareciendo las tradiciones bárbaras y el arte de los trogloditas; los chistes sin gracia de los cuernos y los héroes sin razón de la ridícula muleta y el disfraz de matarife. Yo sueño con un mañana en el que se respeten las joyas arquitectónicas y se erradique la cornuda peste de la carnicería con ínfulas de artesanía.

Pocas imágenes como ésta sirven en la España del siglo XXI para tocar el futuro con las puntas de los dedos.

¿Desde cuándo no se llenaba así Las Ventas? No comment. Pero comenten lo que quieran.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Lorca y su tumba comunitaria


La familia de Federico García Lorca, o su sobrina Laura, que es la que pincha y corta, ha accedido finalmente a que se abra la fosa común en la que presuntamente descansan los restos del poeta granadino. La familia del autor de Romancero gitano se ha negado históricamente a la exhumación, de modo que por su negativa han permanecido en la incertidumbre histórica otras víctimas que corrieron la misma mala suerte que él. Los más famosos, el maestro y el banderillero al que pasearon junto a Lorca. Ahora, tras el revuelo armado por el intento investigador del juez Garzón y las presiones de la prensa y otras presiones, Laura va a permitir que se remueva la fosa y se investigue lo que sea.

Parecía egoísmo (o caciquismo, habían llegado a decir) que la familia Lorca se negara a reabrir la fosa del barranco de Víznar, pero después de leer la entrevista que le hace Jesús Ruiz Mantilla en El País a la sobrina del poeta yo mismo me he sorprendido por la salida torera con la que se deja caer: no quieren reabrir la fosa porque si se descubrieran los huesos de Lorca los otros miles de cadáveres podrían caer verdaderamente en el olvido dada la trascendencia del gran poeta. No lo creo, pero admiro la tesis. Y admiro también la determinación de, en cualquier caso, dejar a Federico allí mismo. Me parece bien que se quede allí, donde lo enterraron como a un perro aquellos fascistas granadinos, no sea que un ejercicio de memoria histórica termine, después de muchos años, confundiendo a nuestros hijos. No sea que alguno en el futuro dude de Víznar y de la brisa triste por los olivos. No sea que finalmente olvidemos, pasados muchos años, la barbarie del golpe de estado franquista y sus pavorosas consecuencias.

Otra cosa son los demás, los que no son célebres cadáveres, los restos anónimos a los que no pudieron velar siquiera tantas familias injustamente avergonzadas. Para ellos podría haber, aunque tarde, una sepultura más digna. La de Federico, en cambio, está bien como está -como defiende la familia-, en el barranco de Víznar y cerca de la Fuente Grande, acompañado por otros muchos de la otra mitad, toda esa gente indefensa que acabó, contemporáneamente a él y después, frustrada contra el muro del escarnio. Está bien que su sepultura sea comunitaria, porque constituye una metáfora de ultratumba de aquel Lorca sonriente y jovial que iba con su Barraca y otras parrandas por las sonoras sendas de esta vida cuando él vivía, cuando él respiraba versos. Está bien que ahora siga viviendo en ellos con su cuerpo sin mortaja entre una inmensa mayoría.

Así olvidaremos menos.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Triscaidecafobia



Ni siquiera conocía la palabra. Pero hoy la he aprendido gracias a mi incipiente afición al ciclismo. Se trata del horror al número 13, impar tan temido por los clásicos de la superstición. Como los griegos tienen o inventan palabras para todo, pues ahí brilla el vocablo con fonética propia: triscaidecafobia.

Mis supersticiones siempre han sido muy personales y nada han tenido que ver con los gatos negros, los números malditos o las escaleras abiertas o cerradas, sino más bien con decir cosas en un determinado instante o callármelas para siempre o con pisar ciertas hendiduras de las baldosas de este o del otro color. En cualquier caso, cada día les he ido perdiendo más el respeto hasta que prácticamente las ignoro. Dicen que Nadal, el tenista número uno del mundo, tiene unas cuantas. Pero imagino que ni él mismo les atribuirá sus continuados éxitos deportivos.

Alberto Contador, por su parte, un ciclista aparentemente endeblito -desde que lo vi me recordó a un primo de Marina, también ciclista- no tiene superstición relacionada con el número 13, sino tal vez una suerte portentosa. Hoy, 13-S, en la 13º etapa de la Vuelta a España, ha conseguido colocarse en el número uno. El ascenso en la tabla no ha sido fácil. Ha necesitado 13 etapas para ser el líder precisamente en la etapa reina, la del alto de Angliru, un puerto de montaña asturiano que antes del ciclismo mediático sólo era conocido por ganaderos locales y excursionistas locos y rumbosos. Con 1.570 metros de altitud, es uno de los puertos más difíciles del ciclismo mundial. De modo que la proeza del ciclista de Pinto (Madrid) tiene un significado muy especial. Después de ganar el Tour de Francia, ha vencido en el Giro de Italia. Y ahora viene a llevarse la vuelta ciclista en su país. Sin tonterías ni poses, sino dándole a los pedales con una voluntad inquietante.

Tiene Contador algo de David frente a los pelotones imposibles que en su multicolor envergadura se asemejan a un inabarcable Goliat. Empezó el número 55 y avanzó por el 41, el 37 y el 24 antes de colocarse en los primeros puestos. Se mantuvo durante seis o siete etapas consecutivas entre los tres o cuatro primeros puestos. Y al final ha vencido en la etapa más difícil -el mito Induráin corría más cuanto más calor hacía-, dejando en la cuneta a muchos de los grandes y favoritos. Ahora es mi favorito.

Ojalá nos dé una lección a todos de cómo pedalear con esperanzas en esta vida.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Pobres hartos de pan


Lo decían mis mayores: no hay nada peor en este mundo que un pobre harto de pan. Era una forma de referirse a los que ahora llamamos nuevos ricos, esos insoportables hermanos nuestros, semejantes, que llevan toda la riqueza de sus personas repartida entre la ropa, los empastes y el coche en la puerta. Son, en su mayoría, ignorantes hasta el soponcio, hablan demasiado e, inoportunamente, intentan clavar en la conversación algún indicio de su riqueza repentina.

Los hay en todos los estratos sociales, desde el más ínfimo del barrio obrero hasta el que llega a subastar obras de arte que no entiende en la Europa más distinguida. Pasarán muchos de este tipo por la exposición de 223 obras del raro Damien Hirst y que posan para esta gente en Sothebys. Los objetos de los que más ha cacareado la prensa son animales salvajes muertos y conservados en formol, como un toro (con cuernos y pezuñas de oro), un tiburón y una cebra. Cada pieza puede alcanzar desorbitantes precios en torno a los 30 millones de euro. Los pagarán estos nuevos ricos cuya riqueza es un misterio.

El célebre señor Roca, el del caso Malaya, miraba (o no) mientras se enjabonaba en uno de sus baños un Miró que no entendía en absoluto. Pero se sentía orgulloso de que los demás supiesen que lo tenía. Supongo que llegaban invitados a casa y pedían ir al servicio y al volver, con una sonrisa de pálido asombro gilipollas, preguntarían: "¿Eso que tienes en el servicio es un Miró?"

La historia del arte es un apasionado relato acerca de la relativa belleza que el entendimiento humano ha ido encontrando desde sus primeros balbuceos en este planeta. Pero tal vez nunca como en la posmodernidad (?) se han dado tantos casos de gente a la que no le basta llenar el buche para sentir satisfacción. Tal vez nunca hemos visto tanto y mirado tan poco. En las últimas décadas, nos interesa más cómo nos miran que lo que nosotros miramos. Y esa costumbre desembocará en vidas disecadas. Vanidad de vanidades, que decía la voz sabia de Qohelet. Pero quién se acuerda ya del Eclesiastés, una cosa tan bíblica y tan pasada de moda.

Pues las modas siempre vuelven.


lunes, 8 de septiembre de 2008

El suicidio y otros horrores del nuevo socialismo


Dice el científico Bernat Soria, a la sazón ministro español de Sanidad, que el suicidio asistido es una imperiosa reflexión que está sobre la mesa y que el lema "tu cuerpo es tuyo" es socialista. Miente en ambos casos. Y a mí, ante tal cúmulo de cuentos, se me queda el cuerpo de piedra.

Cuando alguien se suicida, todos perdemos una infinitésima parte de nosotros mismos. Tal vez todos tuvimos una infinitésima parte de culpa de que esa persona no se hubiera sentido en este mundo de todos como en casa. Tal vez interiorizó tanto sus prosaicos problemas que dejó de mirar afuera y se refugió en una oscura cueva de negros remordimientos. Hasta que cogió decididamente la soga o la cuchilla o... Suicidarse, palabra maldita donde las haya, es acabar no sólo con la vida, sino con el principio mismo de su concepto. Cuando alguien se suicida no sólo acaba con su vida, insisto, sino con una parte, aunque sea pequeña, de la vida de todos los demás. Y el socialismo, que tanto ha predicado sobre la vida de todos, de la gran comuna de la sociedad, no tiene derecho ahora a hablar con tanta alegría de suicidio, eutanasia, aborto y otros horrores domésticos de este siglo XXI que empezamos. Pero es probable que los llamados nuevos socialistas no tengan demasiado que ver con el clásico socialismo que yo conozco: el que defiende a los más débiles, a saber, a los moribundos, a quienes han perdido la esperanza de seguir viviendo, a quienes están a punto de nacer y se sienten indefensos. Ser socialista, para mí, no es decir "mi cuerpo es mío", sino poner mi cuerpo y mi vida a disposición de quienes lo necesiten.

Un ministro de Sanidad, como su propio nombre indica, no puede ser un agente gubernamental de la muerte asistida, sino un señor del gobierno que piense en cómo sanar incluso a quienes han dejado de confiar en la vida. Lo contrario es plantear que a quien no esté a gusto en el barco, le demos el empujón definitivo. Y eso se parece más al maquiavélico neoliberalismo que busca siempre la rapidez en los asuntos comunes para rentabilizar la individualidad. Eso no se parece en nada a la solidaridad ni al amor. Tampoco al socialismo al margen de estos pseudoprogres que se empeñan en gobernarnos y que levantan tétricos debates en vez de encarar la crisis económica de una puñetera vez.

La Sanidad está para sanar, no para matar mirando sonriente hacia otro lado.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Abandonados

Aparte de para dar mítines, las iglesias son todavía escenarios de determinados milagros que pasan inadvertidos. En la parroquia de Santa Teresa y San José, cerca de la madrileña Plaza de España, un indigente pedía limosna esta mañana en la puerta cuando ha escuchado el llanto de un bebé. El mendigo entró en el templo y se encontró con un niño de pocos días dentro del confesionario. Estaba limpio, con un pijama. Cuando el pobre ha dado la voz de alarma, la Policía ha ingresado al pequeño en el hospital Niño Jesús. Ahora se investiga para encontrar a la madre. O al padre, supongo, aunque de éste no se habla nada en los periódicos digitales. La era de la cooeducación, claro.
El suceso tiene su pátina de guión de cine. Un mendigo, un bebé, ambos abandonados en una iglesia, sin conocerse, con edades remotamente distintas, con historias totalmente diferentes, ambos demasiado humanos. El indigente que se asoma al fondo sin límite de los ojitos del niño. El bebé que no advierte sino borrosidades en su brevísima vida. El pobre desconcertado al que acaso le resuena la copla: "¡Que no daría yo por empezar de nuevo...!"
Y el confesionario inservible, en el que ya nadie tiene nada que confesar.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Reabrir heridas


Tiene guasa que cada vez que un sector de la sociedad -incluido ahora el incombustible juez Garzón- reclama su derecho a conocer, a saber dónde están enterrados sus muertos, una gran parte de la casposa tradición derechista alza su voz con la consabida cantinela de que no es necesario "reabrir heridas". ¡Qué heridas!, se pregunta uno, si no se trata de heridos, sino de muertos, de sepultados, de enterrados en la injusticia de una guerra atroz entre hermanos que nunca debiera haberse producido. Qué heridas ni qué ocho cuartos va a reabrir el hecho de que fulanito o menganita sepan dónde están los restos de su padre o de su tío, al que remataron como a un perro en cualquier cuneta de nuestra olvidadiza geografía. Qué heridas ni qué niño muerto va a reabrir el consuelo de poder dar decente sepultura a esos cadáveres exhumados ahora que la civilización parece haber calmado los ánimos y reordenado las agonías de la mayoría... Escuchando a quienes uno escucha, parece claro que las heridas se reabren en ellos mismos, en quienes se oponen frontalmente a estas iniciativas de memoria histórica porque no soportan el acomplejado peso de la herencia ineluctable, el legado del odio germinado en esa España que tuvo que abandonar don Antonio Machado para marcharse a morir a otro lado porque aquí no había siquiera una tumba para él; esa misma España que husmeó como a un asesino a Lorca para machacarlo a las fueras de su Granada y dejar una brisa triste por los olivos; la España que no aguantaba a don Miguel de Unamuno, opositor radical a las locas tesis del novio de la muerte...

Se equivocaron. Se equivocaban. Y ahora vuelven a las andadas, como frenéticos rabos de lagartijas que no soportan ni el homenaje demasiado póstumo a quienes dejaron una estela de sufrimiento y vergüenza en sus familias sin haber cometido otro delito que el de defender la libertad o el de ejercerla.

Se escandaliza la cansina derecha de siempre de que se investigue en los archivos. ¿Por qué? ¿Tanto miedo le tienen a la verdad? ¿Tan incómodo les resulta darle el lustre que merece a tanta mentira acumulada?

Parece ser que la preocupación más acuciante es hacer una buena campaña a favor de las clases de religión católica en las escuelas y atacar todo lo que tenga que ver con valores ciudadanos, para perpetuar el negocio de la superestructura y las infraestructuras de quienes pasan olímpicamente de la verdadera educación y se afanan en consagrar las diferencias, sus diferencias.

"La ética sólo puede ser laica, es autónoma y es la expresión de la razón humana y de la conciencia individual y social", ha dicho la filósofa Victoria Camps ante el congreso de teólogos que se celebra este fin de semana, organizado por la Asociación Juan XXIII.

Para muchos, sin embargo, ahora resulta que ser valiente es ir contra el dictado de la razón.