domingo, 10 de noviembre de 2013

Un Parnaso luminoso

Como lo sentimos ya tan nuestro, como una especie de hijo adoptivo al que le sobra el adjetivo por impertinente, inoportuno y doliente, cuando la gente me pregunta qué es eso del Patio del Parnaso -aquí en Los Palacios o fuera, que también; es bueno que los preguntones crezcan- no es que me dé pereza contestar, sino que no sé muy bien qué contestar, no sólo porque no sepa combatir tan directamente como quisiera el tópico que presupongo de que el interrogador piense que hablamos de una reunión pedante donde unos cuantos poetastros se maltratan recíprocamente con sus versos lamiosos, sino porque la pura verdad es que desconozco la definición, pero siento que es el mayor movimiento cultural que, sin estatutos, sin organización oficial, sin cargos y sin un euro, ha germinado en nuestro pueblo en las últimas décadas. Soy consciente de que puede sonar soberbio, injustificadamente pretencioso saliendo de mi boca, pero hay veces en que uno debe sincerarse, sobre todo cuando los méritos no proceden de uno mismo, sino de las circunstancias, las carambolas y tantas personas dispuestísimas a promocionar la Cultura porque sí.

Repito que no sabría dar una definición convincente, pero sí sé que el Patio del Parnaso tiene de Patio lo que tenían las antiguas reuniones vecinales en un patio de vecinos, por ejemplo, y de Parnaso, el afán imaginativo, un tanto mítico, de parecerse a aquel monte griego donde se buscaban las musas como excusas lindas por las que no conformarse con este mundo y buscar otros, muchos otros, por qué no posibles... Tal vez desde la noche de los tiempos se promovió que la inspiración venía de fuera, de muy lejos, de seres mágicos, casi inalcanzables, escurridizos para la mente humana, y ha sido relativamente hace poco tiempo, yo creo que cuando se ha diluido ese divorcio absurdo entre artes y ciencias, cuando se ha puesto el acento lógico en que tal inspiración -concepto digno de analizarse científicamente- no puede venir sino de lo más profundo del ser humano, incluso de la convergencia de varios seres humanos trazando ideas en común, en un Patio por ejemplo, incluso tomando ese Patio como una metáfora de un patio real, como ocurrió anoche en nuestro Patio del Parnaso, donde no sólo el Parnaso era una metáfora de la metáfora griega, sino el Patio mismo, porque aunque acostumbramos a sentarnos al fresco de ese patio de la fuente machadiana de la Casa de la Cultura, anoche, temiéndole al frío, preferimos las cuatro paredes del salón de actos. Y no pasó nada; quiero decir que seguimos sintiéndonos en el Patio, seguimos pensando que aquello olía a Parnaso y la inspiración no traicionó a nadie, sino más bien al contrario.

    El nombre exacto de 'Patio del Parnaso' se le ocurrió a Manuel María Rosal Núñez hace ya 15 años o así, cuando organizamos allí mismo -el patio era el mismo, nosotros, no- una velada poética en la que algunos leímos otras cosas que iban más allá de la lírica. En 1999 creíamos que nos volveríamos a reunir -yo lo creí, al menos-, pero ya se sabe que la vida nos depara sorpresas cuando no las esperamos y nos las niega cuando las planeamos, de modo que no volvimos a reunirnos más durante la siguiente década, y no fue sino cuando su padre -el de Manuel María, digo-, Victoriano Rosal Domínguez, se jubiló del Ejército de la Marina e intensificó su compromiso cultural en este pueblo a una velocidad trepidente cuando volvimos a organizar otro Patio, pero ya abierto a otras disciplinas y con el firme propósito de que se convirtiera en una tertulia abierta a los intereses intelectuales de todo aquel que quisiera sentarse o levantarse para exponer ideas en común. Las ideas son libres, a veces no imaginamos cuánto, y no entienden de izquierdas ni de derechas ni de colores ni de ciencias o letras. De modo que el reto implícito de cada Parnaso, y ya llevamos nueve -con el de anoche-, es poner en circulación ideas en torno a un tema que a veces surge meteórico o casual pero que siempre termina henchido de sentidos sugerentes.

    El tema de la noche, que esta vez se le ocurrió hace varios meses a Fran Amador, mi colega el periodista, fue 'Luz y Color'. Victoriano Rosal se acordó en su saluda patriarcal de mi periódico malherido, El Correo de Andalucía, que continúa en lucha pese a la sinvergonzonería surrealista de que aquí cualquiera sea empresario; se acordó de Luis Cernuda, uno de los máximos poetas de las letras hispanas de todos los tiempos, fallecido hace ahora medio siglo, arrancado de Sevilla para no volver -vuelva el que tenga...- como casi todas nuestras figuras maravillosas, siempre en el exilio; y, por supuesto, celebró que determinados nombres -de vecinos nuestros, nuestros semejantes, nuestros hermanos- se unieran a ese clan virtual que llamamos de los parnasianos...

    Se refería, por ejemplo, a Fernando Bejines, que se estrenó en el Patio con una interesante reflexión en torno al doble concepto de maestría y genialidad -con sus respetivos ejemplos de Zurbarán y Velázquez- y a la tetradimensionalidad del cuadro de Las Meninas. Fernando nos hizo ver las diferencias entre ser un maestro -imitador excelente, admirado imitable- y ser un genio -arriesgado artista que descubre senderos nuevos sin garantías de éxito. Es lo que hizo Velázquez, entre otros cuadros, en Las Meninas, donde su genialidad no radicó en ninguna de las figuras que aparecen pintadas -ni siquiera en el perro-, sino en el tratamiento del espacio por parte de un artista autorretratado que nos propone una dimensión nueva, más allá del alto y el ancho de la bidimensional natural del lienzo y de la profundidad ya conseguida por la perspectiva: la del espacio que se cierne entre el pintor que nos mira, al otro lado del cuadro al revés, y nosotros, que lo miramos. En fin, Fernando lo explicó mejor; tan bien, que a muchos de los asistentes le picó el gusanillo de volver a transitar el célebre cuadro.

    Nuestro pianista de cabecera, Paco Benítez, toca mejor cada día. No es un cumplido, sino una verdad exacta constatada por todos los que lo oímos anoche volcado en la música a partir de un siglo iluminado, el de las Luces. Nos regaló maravillas de Haydn primero; de Chaikiovski y de Boccherini después y de Gossec para cerrar la noche con un regusto de iluminación ineluctable.

    La noche estuvo iluminada también por el cante de la tierra, el flamenco. De ello se encargó una mujer que -tampoco es un cumplido, sino una comparación simple de cómo cantaba hace seis o siete años y de cómo canta ahora- lleva el compás en el centro de su pecho: Anabel Rodríguez Rosado, a la que acompañó a la guitarra un impresionante y joven José Antonio González Moreno, más que prometedor. Cuando Anabel estaba a gusto por alegrías, todos sentíamos mecernos al son de las barquitas gaditanas en alguna playa tranquila a estas alturas del año, no sé si La Caleta... También se arrancó por tanguillos, y toda la luz de la Cádiz trimilenaria nos entró de sopetón por el Parnaso, en forma de inspiración colectiva, salina, para terminar aplaudiendo, muy emocionados por el descubrimiento.

    Otro descubrimiento fue el de José Miguel Durán Moguer, y mira que me lo tenía dicho su madre, Fina. Otro flamenco, que vino acompañado por su hermana, que dio una pataíta por bulerías, por el guitarrista Álex Quintano -soberbio y en su sitio- y por otros cuantos amigos para las palmas y los jaleos. Yo lo presenté como admirador de Enrique Morente, y no mentí, pero él se rebuscó acordándose de Camarón de la Isla, por tangos y bulerías, y todos disfrutamos de otro camarón rubio y de Maribáñez, que afinaba por momentos como si no tuviese 17 añitos, sino infinitos.

    Tocayo suyo era José Miguel Algarín Guisado, excelente físico de la Universidad de Sevilla que no saca el cuello de Alemania y de los mejores centros científicos de referencia mundial, y hace bien. Hijo Predilecto de nuestro pueblo, profusamente premiado, a lo grande, seguía siendo un desconocido, injustamente, para buena parte de las 60 o 70 personas que no perdían puntada anoche frente a su didáctica exposición sobre la luz de las estrellas muertas, esos haces potentísimos de astros tan incomprensiblemente lejanos que nos hizo cuestionarnos mucho de lo que creemos ver, porque lo vemos miles de años después, como por ejemplo las estrellas mismas. Tan bien lo explicó todo, que todos empezaron a conocer a José Miguel para no perderlo de vista ya, a partir de ahora, en su fascinante carrera.

    También fascinante resultó Fran Amador con sus explicaciones sobre las técnicas fotográficas de Ansel Adams, y sobre la técnica que él mismo, también fotógrafo por vocación y por obligación impuesta de joven precozmente maduro, ha utilizado en varios trabajos como los de La Mejorá Baja, el Time Lapse, que nos mostraba un paisaje de nubes, sueños y campos avanzando al ritmo engañoso de los sueños, o de las supernovas de la que aquí abajo no nos enteramos, empeñados en enmarañarnos en inútiles oscuridades, cuando hay siempre tanta luz y tanto color diverso del que empaparse, aunque del Parnaso nadie aclare en qué dimensión se encuentra... al menos ahora, algunas horas después de que, convertido en Patio, seamos ya tantos los que lo echamos de menos o reclamamos otro, el siguiente, el décimo, con nuevas ideas, nuevas propuestas, nuevos retos de vecinos que nos vemos de Patio en Patio.

Dar las gracias es, lo siento, quedarme corto.

martes, 5 de noviembre de 2013

Cuántas Españas

Mucho antes de que la II República languideciera por la estrepitosa desunión de los republicanos y por la eficiente unión de quienes no lo eran y hasta mucho antes de que Franco ambicionara la España que intuía en su pobre cabeza, porque apenas intuía, el gran poeta Antonio Machado ya había sentenciado en unos pocos versos la letanía triste de todo español naciente: "Españolito que vienes al mundo / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón". La profecía sigue dando escalofríos, máxime a quienes tenemos hijos hoy en día y miramos alternativamente el fondo de sus ojos, en busca del futuro incierto, y el fondo de esta España hiriente que nos están construyendo y nos estamos dejando construir.

El problema de hoy es que ya no son dos Españas, sino muchas, muchísimas más. No es la España de la derecha contra la España de la izquierda. No es la España de los pobres contra la España de los ricos. No. Todo es mucho más complicado, mucho más complejo y dividido, todo va mucho más allá del rojo o el azul. Por eso no salimos de esta, y cuando un trimestre anuncia este gobierno mamarracho que soportamos un avance en materia de empleo por algunas cifras ridículas, al siguiente tiene que tragarse sus palabras hueras por otras cifras igual de ridículas pero en sentido contrario. Y, mientras, la oposición sigue dividida, dedicada a lo de siempre, a la cháchara política, a marear la perdiz, a hacer como que trabaja en algo, como que se preocupa por algo cuando, en rigor, sólo muestra una preocupación seria cuando se trata de lo que se trata; de lo de siempre, de mantener la casta, el tipo, el sueldo, la posición, el chollo, el cuento de nunca acabar, como bien saben los camareros del Congreso, por ejemplo. España ahogándose, que dijo Blas de Otero, España rompiéndose, que dicen mucho los de la derecha tenebrosa, España yéndose, que testimonian nuestros mejores cerebros, y aquí la única partida que sube un huevo -no me canso de recordarlo, no- es la de la financiación de los partidos políticos, un 28%, porque es la más necesaria. El sistema la necesita. 

Y por debajo del sistema, muy por debajo, aquellas dos Españas tradicionales, que parecían tantas, se descomponen y son hoy muchas más: la España del rico son muchas Españas, porque sigue la España del cacique, en su terreno, la España del señorito, en el suyo, la España del riquito de ciudad, del riquito de pueblo, del rico arribista, del rico pelota, del rico merodeador, del que no es rico pero se lo cree, del que no es rico pero lo parece, del que no es rico pero ya quisiera, del rico del que nunca sabemos nada, del rico heredado, del rico heredero, del rico potentado, del rico potrico. Y también la España del pobre son muchas, por supuesto: la España del pobre relativo, la España del pobre radical, la España del pobre que defrauda, la España del pobre defraudado, la España del defraude pobre, la España del pobre soñador, la España del pobre que no sueña, la España del pobre que aspira a no serlo, la España del pobre que confía en no dejar de serlo, la España del pobre anarquista, la España del pobre socialista, la España del pobre que lucha, la España del pobre que no lucha, la España del pobre que se cree eternamente pobre, la España del pobre que se gusta, la España del pobre que se disgusta cuando los demás pobres cuestionan al señor, que tanto hace por nosotros.

Con tan variado racimo de españoles, es comprensible que llevemos seis años de crisis, al menos cinco de crisis rotunda, por lo menos cuatro de crisis aguda, tres al menos de crisis irreversible, dos de crisis asesina, cochina, parlanchina para nada... mientras los medios de comunicación caen en precipitación proporcionada a la construcción de un tipo de democracia que tanto gusta hoy entre el modelo liberal. Hoy ya no sale El Correo de Andalucía, en Sevilla, ni emite Canal 9, en Valencia, cerrados por la avaricia, la desidia, la sinvergonzonería o, lo que es compatible con todo ello, por el deseo de racionalizar recursos que mueve a todos esos a los que les duelen mucho todas las España, sobre todo la suya, donde nunca hay muertos ni parados de verdad. Hoy, nuestros estudiantes no estudian, plantándole cara a un ministro egocéntrico que lo orquesta todo para eso, para que, en el colmo de la reducción, volvamos a aquella España donde, como mucho, sólo había dos Españas.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Elegía por un periódico honorable

Por muchas cosas que haga en la vida, siempre me sentiré periodista. A Antonio Ramos Espejo le molesta que determinados vanidosos añadan en su currículo a lo de periodista, escritor y otros títulos, como si no fuera una malsana redundancia. Decía Antonio que había que reconquistar el alma de las redacciones, en manos de los ejecutivos. Pero nadie lo escuchó.

Me he levantado hoy con gastroenteritis, un inútil total. Pero hasta el malestar me recuerda que las casualidades no existen, y que este asco dominical tiene que ver con el asco atávico que se me levanta por los pies cuando pienso que mañana lunes, y el resto de la semana, y quién sabe... no llegará El Correo de Andalucía a los kioskos, como siempre ha ocurrido en los últimos 115 años.

Cuando El Correo cumplió un siglo, yo aterrizaba por su redacción -becario romántico y crédulo, con mi bocadillo en un plástico, mi intención de trabajar en Cultura, mi admiración por los grandes al alcance de la mano, como Alicia Gutiérrez, Antonio Ramos, Antonio Avendaño...- con el firme propósito de hacerme escritor; era un reto contribuir a escribir un libro diario, en 24 horas, por el que luego pagaban 20 duros de los de entonces... Ay, entonces. Hoy, casi 15 años después, tengo ya dos hijos a los que, cuando pase muchos años, tal vez me vea obligado a explicarles, con un ejemplo certero, en qué consiste la historia de la ignominia que termina con un periódico que se vende por un euro.

Entretanto, fui becario de El Correo de Andalucía, luego corresponsal, colaboré con esta cabecera y con algunas otras, trabajé en otras empresas informativas, en otros periódicos de aquí y de allá, me hice profesor de Literatura en los institutos, aterricé en la Universidad, me incliné por la Creación, por las Letras, por la Cultura, por la Educación, por soñar cada día con un mundo menos miserable... pero ninguno de esos días de todo ese largo tiempo pude contener la pueril alegría de ilusionarme al ver mi texto en letra impresa, sobre todo en un periódico que, como pensó el cardenal Spínola que lo fundó en 1899 y como dijo Pepe Guzmán, una de las últimas glorias entregadas en cuerpo y alma al rotativo, es "un periódico honorable".

La honorabilidad se la dimos los periodistas, no los directivos ni los empresarios ni tanto miserable suelto desde dentro y desde fuera, que los hubo y a algunos conocí. La honorabilidad se la sigue dando ese puñado de periodistas que resiste allí, en Américo Vespucio, sin garantías de nada: ni de cobrar sus últimas nóminas, ni de seguir existiendo como periodistas en un medio languidecente, ni siquiera de cobrar el paro, esa miseria que ellos nunca tuvieron tiempo de amasar para el mañana porque para el mañana siempre urgía el cierre, el cierre de todas las noches, sin sospechar que, a lo peor, iban a vivir el definitivo por culpa de unos cuantos miserables, en gradación ascendente, a los que el periódico, papel mañanero al fin y al cabo, se les había traspapelado, atragantado, en la descontrolada furia de intereses de los que nunca fuimos informados ni los periodistas ni los lectores. 

Si El Correo desaparece, la vida seguirá, sin duda. Pero ya nada será lo mismo.