Mucho antes de que la II República languideciera por la estrepitosa desunión de los republicanos y por la eficiente unión de quienes no lo eran y hasta mucho antes de que Franco ambicionara la España que intuía en su pobre cabeza, porque apenas intuía, el gran poeta Antonio Machado ya había sentenciado en unos pocos versos la letanía triste de todo español naciente: "Españolito que vienes al mundo / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón". La profecía sigue dando escalofríos, máxime a quienes tenemos hijos hoy en día y miramos alternativamente el fondo de sus ojos, en busca del futuro incierto, y el fondo de esta España hiriente que nos están construyendo y nos estamos dejando construir.
El problema de hoy es que ya no son dos Españas, sino muchas, muchísimas más. No es la España de la derecha contra la España de la izquierda. No es la España de los pobres contra la España de los ricos. No. Todo es mucho más complicado, mucho más complejo y dividido, todo va mucho más allá del rojo o el azul. Por eso no salimos de esta, y cuando un trimestre anuncia este gobierno mamarracho que soportamos un avance en materia de empleo por algunas cifras ridículas, al siguiente tiene que tragarse sus palabras hueras por otras cifras igual de ridículas pero en sentido contrario. Y, mientras, la oposición sigue dividida, dedicada a lo de siempre, a la cháchara política, a marear la perdiz, a hacer como que trabaja en algo, como que se preocupa por algo cuando, en rigor, sólo muestra una preocupación seria cuando se trata de lo que se trata; de lo de siempre, de mantener la casta, el tipo, el sueldo, la posición, el chollo, el cuento de nunca acabar, como bien saben los camareros del Congreso, por ejemplo. España ahogándose, que dijo Blas de Otero, España rompiéndose, que dicen mucho los de la derecha tenebrosa, España yéndose, que testimonian nuestros mejores cerebros, y aquí la única partida que sube un huevo -no me canso de recordarlo, no- es la de la financiación de los partidos políticos, un 28%, porque es la más necesaria. El sistema la necesita.
Y por debajo del sistema, muy por debajo, aquellas dos Españas tradicionales, que parecían tantas, se descomponen y son hoy muchas más: la España del rico son muchas Españas, porque sigue la España del cacique, en su terreno, la España del señorito, en el suyo, la España del riquito de ciudad, del riquito de pueblo, del rico arribista, del rico pelota, del rico merodeador, del que no es rico pero se lo cree, del que no es rico pero lo parece, del que no es rico pero ya quisiera, del rico del que nunca sabemos nada, del rico heredado, del rico heredero, del rico potentado, del rico potrico. Y también la España del pobre son muchas, por supuesto: la España del pobre relativo, la España del pobre radical, la España del pobre que defrauda, la España del pobre defraudado, la España del defraude pobre, la España del pobre soñador, la España del pobre que no sueña, la España del pobre que aspira a no serlo, la España del pobre que confía en no dejar de serlo, la España del pobre anarquista, la España del pobre socialista, la España del pobre que lucha, la España del pobre que no lucha, la España del pobre que se cree eternamente pobre, la España del pobre que se gusta, la España del pobre que se disgusta cuando los demás pobres cuestionan al señor, que tanto hace por nosotros.
Con tan variado racimo de españoles, es comprensible que llevemos seis años de crisis, al menos cinco de crisis rotunda, por lo menos cuatro de crisis aguda, tres al menos de crisis irreversible, dos de crisis asesina, cochina, parlanchina para nada... mientras los medios de comunicación caen en precipitación proporcionada a la construcción de un tipo de democracia que tanto gusta hoy entre el modelo liberal. Hoy ya no sale El Correo de Andalucía, en Sevilla, ni emite Canal 9, en Valencia, cerrados por la avaricia, la desidia, la sinvergonzonería o, lo que es compatible con todo ello, por el deseo de racionalizar recursos que mueve a todos esos a los que les duelen mucho todas las España, sobre todo la suya, donde nunca hay muertos ni parados de verdad. Hoy, nuestros estudiantes no estudian, plantándole cara a un ministro egocéntrico que lo orquesta todo para eso, para que, en el colmo de la reducción, volvamos a aquella España donde, como mucho, sólo había dos Españas.
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