martes, 29 de abril de 2014

Un mundo tan raro

El mundo es raro. Quizás lo esté pensando después de que mi hijo, descubridor con cuatro años más allá de lo debido, me insista en preguntar cómo suben las personas al Cielo. Le salgo por la tangente, pero el niño es listo, me imagino que un poco como todos estos niños nuevos de la nueva era no ya del homo sapiens sino del homo videns y, más allá, del homo minividens, o del minihomo-minividens que ya no sale con un pan bajo el brazo sino con una pantallita sobre la que ejerce esa competencia digital que nos asombra tanto a quienes le hemos enseñado a coger la cuchara pero no su dedito táctil sobre el mundo a golpe de clic. Me dice el niño que los seres humanos no pueden volar. Y se me queda mirando, como interrogándome con la inquebrantable evidencia de que acabo de explicarle una gilipollez. Agradezco que se duerma y que no me acorrale contra un futuro que no deseo llegue jamás. Tengo fe en el hoy es siempre todavía de Antonio Machado, y cuando me flaquea, les miro los ojos a estos pequeños donde soy incapaz de vislumbrar el final en ese eterno pasillo que me ofrecen sus miradas limpias, conmigo en primer plano... 

El mundo es raro y no es por mi hijo ni por sus preguntas. Tal vez porque hay días en que uno descubre que algo se ha quebrado, que algo se tuerce indefectiblemente, aunque a uno le baile la inseguridad dulzona de si para bien o para mal. Quién sabe. Son ciertas, ahora lo sabemos defintivamente, aquellas afirmaciones de nuestros abuelos: nada nuevo bajo el sol; el muerto al hoyo y el vivo al bollo; en todas las partes del mundo hay lo mismo: gente que quiere pan; el harto nunca se acuerda del desmayado... Pero tal vez en las intercesiones entre unas y otras quede una rendija para la esperanza, aunque sea muy estrecha, muy improbable, muy anecdótica, escasamente representativa del pesado presente como plomo... 

Pienso que el mundo es raro cuando contemplo, desinformado, cómo unas guerras suceden a otras, y los telediarios siguen masticando carne de verdad, tan lejana y tan inocua; cuando compruebo que papas dispares suben a los altares, con esta innovadora dosis de realismo humano que sobrevuela a una Iglesia volcada en la nueva didáctica imprescindible para generaciones como las de mi niño... a las que no les vale ya el cuento de Adán y Eva y otros cuentos, y por eso se ha depurado con un papa con cara de tío abuelo cultísimo pero cachondo, con los pies en el suelo que pisa, sin misticismos, heredero de la afirmación, teológica ya, de que el infierno no existe, tal vez el cielo tampoco, ni el demonio, quién sabe si los ángeles y los arcángeles, quién puede afirmar que Dios más allá del Espíritu Santo... en la santidad de que somos capaces, nosotros, carne de nuestra propia carne. 

El mundo es raro, sí. Lo compruebo al oír al fiscal general del Estado denunciar, tantos años después, lo que denuncia la gente en los bares, las madres en las puertas de los colegios, mis abuelos antes de morir... lo que el pueblo ha dicho siempre aun a riesgo de ser tachado de ignorante o impaciente, a saber: que una justicia lenta y trucada para los poderosos ni es justicia ni nada. Pacheco lo dijo mejor.

El mundo es tan raro como circular. Hoy me dicen gentes poderosas en su momento que el futuro de España no está, no existe, que todos tendremos que volver al campo. Que el locus amoenus puede ser cierto, a nuestra manera, con muy pocos euros y muchísima imaginación solidaria. Otros poderosos, arrepentidos, sospecho que de boquilla solo, también entonan el mea culpa con la condición de seguir siendo el sujeto de sus oraciones, borrachos de vuelta, ahítos de protagonismo rancio y desequilibrante... mareados en la contrición general que, por colectiva e insulsa, nunca puede ser personal y sí, o sea, inútil. 

El mundo es raro. Probablemente siempre lo ha sido y yo me doy cuenta ahora. No somos nadie. Mamá siempre tiene razón. 

viernes, 18 de abril de 2014

Yo también me hice escritor por Gabo

Supongo que serán miles los escritorzuelos como yo que se tiraron a la piscina vacía de la literatura irremediable después de leer a Gabriel García Márquez. Gabo, como lo conocen quienes lo conocen de verdad, entró en mi vida gracias a un reportaje editado en libro que me prestó mi prima Aurelia titulado 'Relato de un náufrago', el cuento del marinero con cara de trompetero Luis Alejandro Velasco que sobrevivió durante diez días y diez noches a la deriva por el mar Caribe y que a mí me atrapó para siempre en las vicisitudes de su realismo hambriento frente a la puntualidad de los tiburones a las cinco y aquella tortuga amarilla que el náufrago vio en las entretelas de sus espejismos después de haber descuartizado para nada a aquella gaviota  pequeñita que a los lectores del Premio Nobel colombiano no se nos ha olvidado jamás. Era un verano de principios de los 90 y yo llevaba a mi hermana al poli para que aprendiese a nadar. Yo leía en un poyete alejado de la piscina. Recuerdo como si no hiciera más de 20 años aquellas pocas horas en que leí el Relato sintiendo la misma sed creciente y la misma desesperación de Luis Alejandro Velasco viendo ahogarse a sus compañeros mientras él agarraba su balsa. Luego, como profesor, he obligado varias veces a mis alumnos a leerlo, y reconozco que hay párrafos que me palpitan literales en mi memoria porque se me quedaron grabados de la primera vez, como aquel tiempo desproporcionadamente largo que al náufrago le parecía una hora tras la que volverían a aparecer los aviones por el horizonte para rescatarlo, o aquella obsesión que le quedó por no haber remado para donde le decía, llamándolo gordo, su campañero marinero Luis Rengifo...

Al poco tiempo, creo que acabado aquel verano del 93 -no estoy seguro-, me compré la que sigue siendo mi novela de cabecera en el puesto de Gerardo León, curiosamente muerto hace unas cuantas semanas, en el mismo año de Gabo: Cien años de soledad. Jamás he vuelto a leer un libro que me atrapase tanto como aquel editado por RBA Editores que me costó 250 pesetas en oferta de lanzamiento. Recuerdo empezarlo en mi cocina, y volverlo a comenzar una y otra vez porque me dejó alucinado aquel primer capítulo en que el coronel Aureliano Buendía descubre el hielo gracias a que su padre lo lleva a la carpa del gitano Melquíades y, en un rapto de magia narrativa, se cuenta cómo José Arcadio Buendía había perdido el juicio con los inventos que aquel gitano montaraz con manos de gorrión había traído a Macondo antes de que el patriarca de los Buendía acabara atado a un castaño en la soledad obsesiva de sus últimos días, mucho antes de que su mujer, Úrsula Iguarán, terminara escondida en los armarios por sus propios nietos, como un juguete a la deriva de su propia descendencia de nombres repetidos para ofuscación placentera del lector que ya nunca olvidará a Petra Cotes, a la Elefanta, a Remedios la Bella o incluso al pirata Francis Drake asaltando Riohacha en un siglo en que se tenía aún la costumbre de dejar barcos hundidos en los mares de la memoria...

También recuerdo terminarlo, no sé cuánto tiempo después, a la luz amarillenta de la lamparilla de mi mesita de noche, casi dormido, y confundido por aquel viento del carajo que se lo lleva todo al final de una novela que tiene tanto de quijotesca, de alegoría de Latinoamérica y de Biblia vuelta a escribir con los mimbres latinos de un realismo mágico que ya nunca me abandonaría, ni en la vida ni en la página en blanco.

La vida cambió para mí a partir de aquellas lecturas. Y mi forma de ver el mundo; mi forma de amar, de comer, de disfrutar de los pequeños detalles, de contarme a mí mismo la realidad. Tal vez el último efecto fue que me hiciera escritor, un poco por inercia un poco por imitación irresistible de quien me había demostrado que también con las palabras se cometía el soberbio atrevimiento de imitar a Dios creador. 

Sería capaz de relacionar cada novela de García Márquez con un hito de mi vida, pero prefiero recordar esos momentos en la magia cotidiana que ha destilado mi memoria selectiva. ¡Cómo olvidar aquellas horas de placidez irrecuperable en la biblioteca municipal de mi pueblo! Allí, de pie entre las estanterías, o sentado en un sillón de sky negro, leí 'La mala hora', de la que recuerdo al cura en el sopor de las tres de la tarde, y 'El general en su laberinto', cuyas campánulas amarillas del final me marcaron para siempre, y aquella maravilla de la narración sin puntos que fue 'El otoño del patriarca'. 

Casi a continuación me compré en la colección de 20 duros de Alianza Editorial aquella joyita de la narrativa breve titulada 'El coronel no tiene quien le escriba', con sus gallos de peleas y su personaje solitario encomendado a una pensión que no llegará jamás, ni siquiera tras el plato de mierda que le ofrece su mujer en la última página y que sólo muchos años después, tras leer las memorias de Gabo tituladas 'Vivir para contarla' acabé de comprender en su justa medida hedionda.

Creo que fueron en los años finales del instituto, mientras yo nacía al amor de verdad, cuando degusté, sufriente y mártir, 'El amor en los tiempos del cólera', como un Florentino Ariza cualquiera en mi soledad adolescente. Entonces cayó en mis manos una de las últimas novelas que García Márquez había publicado por entonces, 'Del amor y otros demonios', y tal vez aquel otro ejercicio de periodismo literario o de literatura empapada de periodismo en su origen me terminaron de conducir sin remedio por los vericuetos de la escritura a toda costa. Nunca me podré desprender del efecto que causó en mí la melena interminable de la protagonista muerta a los 12 años, aquella niña enamorada por los versos de Garcilaso que a Gabo le dio para un reportaje del día y para una novela de su vida, exactamente con los mismos ingredientes cálidos del Caribe. 

Ya para entonces me había leído, trayéndome el ejemplar de la biblioteca, 'La hojarasca', su primera novela, inspirada en un velatorio de pueblo que a mí me sonaba de toda mi breve vida y que me impulsó de un modo extraordinario a mi propia inspiración de base memorística. Admiré la magia del orden en la narración, que es la magia de las magias, en Crónica de una muerte anunciada, una crónica que es una novela perfecta de la que nunca olvidaremos las vísceras azules de Santiago Nasar entrando en la cocina de su perdición. Vinieron de corrido sus colecciones de cuento: Ojos de perro azul, Los funerales de la mamá grande y aquel portento de narración literaria que es La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. Todavía me cuesta creer el argumento de aquella novelita corta en que una nieta que rompe la vajilla de su abuelita ha de pagarla céntimo a céntimo recibiendo las embestidas de quienes pagan por su amor bajo una carpa itinerante.



Ya en los tiempos de la Facultad, mientras constataba qué poco tenía que ver el periodismo que yo soñaba con el que me enseñaban algunos profesores erráticos por allá, cayeron en mis manos otras obras de raigambre periodística como La aventura de Miguel Litín clandestino en Chile. Algún tiempo después me compré una edición baratita de los Doce cuentos peregrinos... Y Marina me regaló con alguna bendita excusa Noticia de un secuestro, un soberbio reportaje sobre el secuestro real de una mujer en la Colombia de Pablo Escobar, el mayor narcotraficante del mundo.

Bastante tiempo después, creo que cuando volví por la biblioteca de mi pueblo para reunir horas de madrugada con que terminar mi tesis doctoral, me leí de un tirón Memoria de mis putas tristes, y constaté que Gabo tenía ya poco que contar, que lo había contado todo en unas cuantas novelas que, como él dijo en alguna ocasión, no tenían mayor mérito pues no contaban nada que no le hubiera ocurrido en su propia vida, en la misma en que decidió dedicarse al mejor oficio del mundo porque es de los pocos que no sirven absolutamente para nada, salvo para que un día uno se muera, en México, a la edad de 87 años, y el mundo no se paralice simplemente porque el testamento de una voz irrepetible esté ya repartido por millones de palabras escritas entre la literatura de sus best sellers y el periodismo del que algunos seguiremos eternamente aprendiendo. Gabo ha decidido marcharse, como un dios terreno, mágico y virginal, un Jueves Santo cualquiera, pero aquí no lo lloraremos porque nos quedan para siempre sus páginas... y porque de Macondo ya somos todos.

sábado, 12 de abril de 2014

Matrimonios corraleros

El adjetivo 'corralero' tiene tal idiosincrasia en nuestra Baja Andalucía que incluso dio nombre a unas peculiares sevillanas de Lebrija. Y tiene una gama semántica tan amplia que lo mismo califica a los desenvueltos que a los desvergonzados que a quienes todo lo solucionan a voces, es decir, en el corral, que ha venido a ser como un patio pero sin remilgos ni finuras, con las paredes bajas y los oídos vecinales al acecho. Cualquiera ha conocido matrimonios corraleros que necesitan resolver sus cuitas como los concursantes del Gran Hermano, o sea, con las cámaras delante; delante de cuanta más gente, mejor. Los matrimonios corraleros son todo un espectáculo, y la mayoría de las veces, como los perros ladradores, poco mordedores. Quiero decir que, normalmente, los matrimonios que corralean mucho no suelen divorciarse jamás, y hasta llegan a una época en la que el corraleamiento es su modo marital natural, su proceso comunicativo más habitual y hasta eficiente. 

Un matrimonio corralero se nos antoja ahora el concertado -por conveniencia, por supuesto- entre PSOE e IU en el Gobierno andaluz. Tras el realojo de unas cuantas familias que llevaban dos años de okupas por parte de la consejera Elena Cortés, de IU, la presidenta socialista ha montado en tal cólera corralera que no ha dudado en amenazar un día con quitarle la cartera de las viviendas a su socia y al día siguiente con cumplir su amenaza. Ea, ya no te encargas tú de las viviendas porque aquí no puede ser que les des las casas a quienes te parezca, le ha venido a decir, pero a voces y delante de todo el mundo. Pues yo he dado esas casas muy bien dadas, le ha reprochado su pareja, porque no hago sino cumplir la ley que acordamos, ¿no te acuerdas?. Susana Díaz ha comenzado, de la mañana a la tarde, a ser llamada, con mucha sorna e ironía, "La Susanita" por parte de la familia política de IU, que es una familia muy unida que en cuanto le tocan a un miembro saltan todos, claro. La Susanita es ya amiga de los bancos, de la troika, de los ricos, han venido a gritar. Susana -llamarla Susanita me recuerda a la canción del ratón- no ha gritado menos: quiere que la comprendan, que su compromiso es con todas las familias que no tienen vivienda y no sólo con estos okupas en cuestión. Pero su decisión, su reflexión y su respuesta no han sido civilizadas, a puerta cerrada, sino en plan corraleras, tal vez porque llegados a este punto de la legislatura, aquí se trata, sobre todo, de demostrar quién es más de izquierdas: ¿Tú que te apellidas obrero y te recompones el traje ante los banqueros? ¿O tú que presumes, a veces tan paradójicamente, de unir a la izquierda y te pasas por el forro de la demagogia el requisito de la igualdad (de tantos pobres) ante la ley? Tonto el último; que ya están aquí las elecciones...

Las últimas elecciones las ganó el PP, con 50 diputados, pero como nuestra democracia es representativa, se unieron los 47 del PSOE y los 12 de IU y formaron "un gobierno de izquierdas", que no tiene que ser exactamente lo mismo que un matrimonio siniestro. Al menos hasta que se acercan las elecciones y es preciso marcar la diferencia. Está claro que la principal interesada en hacerlo es Susana Díaz, no sólo porque acaba de aterrizar en el cargo sin ser votada por la ciudadanía, sino porque ve cómo su pareja de gobierno sube en intención de voto por leyes fraguadas en su seno como esta de la Función Social de la Vivienda que ha evitado tantos desahucios y que el PP, que ahora se frota las manos ante el corraleo matrimonial, ha recurrido ante el Tribunal Constitucional. Por eso ha sido Susana Díaz la primera en salir al corral, un tanto desesperada. 

Al corral ha salido también IU, o todos esos líderes que tiene IU casi alternativamente, ya sea el ínclito Maíllo, el antinstitucionista Cayo Lara o el utópico Llamazares, aquí vale cualquiera para hacerle frente a esta Susana que, a su juicio, se ha pasado tres pueblos y ahora se va a enterar. La contramenaza me ha parecido difícil de entender, pues no dan por zanjado el matrimonio, es decir, el pacto de gobierno, sino que ahora hablan de una "suspensión momentánea del acuerdo", que, matrimonialmente hablando, es como que tu mujer te mande al sofá. Esta noche nada más. O tal vez la siguiente también. 

La expresión nos recuerda con facilidad al "cese temporal de la convivencia" del que hablaba la Casa Real cuando sonaban campanas de divorcio entre la infanta Elena y su ex. La perífrasis eufemística gusta muchísimo en los ambientes reales del poder, ya lo ven. 



En el caso del matrimonio izquierdoso, como le gusta adjetivar al PP, la temporalidad supone un peligro porque viene a significar una falta de gobierno mientras, caprichosamente, no vuelvan a la cama marital. IU ha dicho que la pelea corralera durará hasta que Susana retire el decreto por el que retiraba las competencias en Vivienda a Cortés. Susana, a su vez, ha dicho que no retirará el decreto mientras no rectifiquen esas adjudicaciones de casas o -atentos a la jugada diplomática marital- mientras no expliquen a la ciudadanía que han cumplido estrictamente con la ley y no han beneficiado sectariamente a unas familias en concreto en perjuicio de las demás. O sea, que ahora Susana ve posibilidades de explicación, porque hablando se entiende la gente, incluso los matrimonios. 

En rigor, el calentón de Susana viene respaldado por la mayoría de esos otros pobres que esperan viviendas pero pacíficamente, resignadamente, en las casas de quienes los amparan en el seno de sus familias. Porque esa tipología de pobres son mayoritariamente votantes del PSOE, mientras que a los otros pobres, más aventureros, les tiran más IU. De modo que la contienda es, en cierto modo, un reparto de tipos de pobres. A mí me reclaman mis pobres que casas para todos, en igualdad de condiciones, porque todos somos obreros y españoles, dice Susana. A mí los míos me aplauden mucho estas decisiones corraleras y un tanto utópicas, replican los de IU. 

El caso es que, finalmente, la contienda no es tanto matrimonial sino de pobres contra pobres. Porque mañana, o pasado mañana, PSOE e IU se inventarán otro acuerdo para dejar de corralear y no entregar el gobierno de izquierdas a la derecha del PP. Tarde o temprano, conforme se acercan las elecciones, es como si se acercara la noche y el matrimonio, por muy de conveniencia que sea -que lo es-, comprenda más civilizadamente que fuera de la cama hace demasiado frío. Todo esto no habrá sido más que una bronca por una tontería, y en Viernes de Dolores. Al fin y al cabo, tus pobres y los míos son clientela fija.

sábado, 5 de abril de 2014

Poca esperanza

Fue ministra de Educación, sobrina del gran poeta Jaime Gil de Biedma y presidenta de la Comunidad madrileña, pero sobre todo es una showoman de esas que convierten en trending topic cualquier gesto rutinario de su divertida ocupación política. Lo ha dicho ella, como un chiste. Se le nota que se lo pasa pipa ejerciendo de política, especialmente en la célebre acepción española del término que tan poca relación precisa con la responsabilidad ejemplar de representar a la polis y a la res o cosa pública. La res pública suena a república, y eso, tanto para los nobles como para los neoliberales, suena y huele fatal. Aquí se promociona mucho al político con personalidad, que es lo mismo que decir político por libre o verso suelto, pero no tanto porque vislumbre medidas mucho más esperanzadoras para todos que el resto del aparato, sino porque salga más, a solas y con sus gracietas, en las ediciones del telediario.

La Aguirre, que vive fundamentalmente de su condición de ex, en plural, protagoniza ahora telediarios y muchas tertulias porque, multada por un agente de Madrid, después de que ella se metiera en un carril bus, se dio a la fuga porque, según su criterio soberano, el policía había terminado con ella aunque le dijera que se esperara a que le diera una copia. Tonterías, debió pensar al meter la primera. Luego, tras haber recapacitado sobre su acción en caliente, ha explicado en frío que este tipo de agentes son más bien de la inmovilidad, que le tienen ganas, que son machistas y que sobre todo buscan, con la multita, hacerse famosos a su costa. Si los conocerá ella...

Todo ello lo dice la misma estrella del PP a la que no le hubiera importado presidir nuestro país y a la que la autoridad de los agentes, en otros fregados, le parece incuestionable. La hipocresía nunca fue un impedimento para la arena pública; más bien al contrario. 

Lo peor es la escasez de consecuencias, más allá de los chascarrillos, los whatsapps creativos y el pataleo de sobremesa. En un país como el nuestro, estas salidas de tono hasta se premian. Por eso lo peor de la crisis, no de esta crisis última del paro y la cosa financiera, sino de la crisis secular que soportamos con resignación, es que con líderes de este tipo nos falte tanta esperanza.