miércoles, 28 de agosto de 2013

La vida como la oca

Culpar a la II República Española del millón de muertos (de la guerra civil, quiero suponer) -como ha hecho ese menda sin desperdicio que es Rafael Hernando, portavoz adjunto del PP en el Congreso- es como decir que la culpa del asesinato que cometa cualquier hijo de puta no la tiene él, sino la puta. Por haberlo parido. Y eso que cuando en esta vieja España malhablada se suelta tal insulto se hace considerándolo palabra compuesta, de un solo sema, como hijo de perra o, simplemente, hijo de su madre, es decir, sin pensar en la puta ni en la perra ni en la madre.

Sólo los historiadores serios, los que estudian el pasado con esa imparcialidad de quien mira como si con ellos no fuera la cosa, pueden dar fe de la gran afición al juego de la oca que hay en nuestro país. Eso de tiro porque me toca o de saltarme las casillas de tres en tres es algo que a los españoles en particular nos cautiva. Puede más que nosotros. Es el único milagro en el que creemos, porque depende de nuestra enorme capacidad de recordar con lagunas o de olvidar sólo a trozos. 

Pero que el vicio de la oca llegue a infectar a un responsable público de la talla de Hernando, al que su partido ha puesto en el Congreso -la Cámara que nos representa a todos, o eso dicen- para ejercer de portavoz, es un problema de Estado. Porque la vida -eso que ocurre mientras vivimos, que ocurrió cuando vivían nuestros antepasados y que seguirá ocurriendo cuando ya no estemos aquí- no funciona como el juego de la oca, sino que hay que pasar por todas las casillas, una a una. Voy al caso concreto. Cuando los españoles nos dimos legítimamente la II República, que funcionó de aquella manera y fue un guirigay de vanidades y de torpezas y acabó como el rosario de la aurora, pero que fue legítima y democrática, digo, cuando conseguimos los españoles ese régimen de gobierno entre 1931 y 1936, el resultado sería todo lo catástrofico que se quiera desde el punto de vista sociopolítico, vale, pero desde luego no provocó un millón de muertos, como dice este señor -y la cifra creo que está un poco inflada, pero para quien lo dice, visto lo visto, bien está un limón o medio limón-, que se salta tres casillas porque probablemente en su colegio de curas no le distinguieron nunca entre sagradas escrituras, parchís y matemáticas. Las tres casillas van de 1936 a 1937, de 1937 a 1938 y de 1938 a 1939. Ahí, justo ahí, por abril más o menos, es cuando pudieron contarse todos los muertos que a él no le dolieron con casi toda probabilidad, pues si los buscara no tendría un problema leve de ubicación de fosas, sino un problema grave de ubicación temporal. Y ya se sabe que la desorientación temporal es peor que la espacial. Claro que quien pudo contarlos, es decir, el golpista que a continuación se convirtió en dictador prefirió olvidarlos.

A mí me preocupa seriamente que el portavoz del partido de mi gobierno haya estudiado poca Historia, o a saber quién se la explicó. Porque si el portavoz, es decir, quien habla en nombre de los demás dice estas barbaridades, cómo serán los chistes que se cuentan en la intimidad. Después llegan los chiquillos, que lo hablan todo, y se fotografían haciendo chiquilladas, creyendo que a todo el mundo, incluso fuera de sus círculos, le hacen gracia sus chistes. 

Qué vamos a esperar de un país donde todavía se distingue a las ciudadanos por colores, así, con brocha gorda: tú azul, tú rojo, y no hay mucha más gama... Me gustaría vivir en un país donde fuera más popular el ajedrez que la oca. Pero es lo que hay: ganan los tontos con suerte en vez de los inteligentes, para los que no hay tablero. 

Recortes, de cortitos, ya se sabe.

martes, 27 de agosto de 2013

Matar al padre

Según el complejo de Edipo, que Freud y sus seguidores calificaban de universal, todo hijo pretende matar al padre, anularlo, imponerse a su figura, al menos durante una época, hasta que sobreviene la superación de tal conflicto y el hijo, en vez de una actitud violenta, emprende una actitud imitativa. Yo nunca estuve seguro de nada de esto; en el fondo, incluso cuando lo pensé y repensé mucho en los años en que te lo explicaban en Filosofía (¡ay, aquellos maravillosos años!), siempre me pareció una paja mental, y siempre me quedé analizando, con complejo de psicólogo frustrado, los ejemplarizantes casos de papás béticos a los que sus retoños les salieron sevillistas o al revés. En fin, circula por la red una simpática cronología de las relaciones de un niño con su padre en la que, a los cuatro años, el crío cree que su papi es un héroe; a los 12, lo ignora; a los 20, lo llama carroza; y a los 40 piensa en qué hubiera pensado su papá en un caso como aquel...

Viene esta reflexión al caso de mi nostalgia por actitudes edípicas en medio de un panorama sociopolítico y económico aburridísimo y contraproducente para la natural evolución que uno presupone en su ímpetu esperanzador, aunque no vaya por ahí confesándoselo a nadie. En el fondo, creo que el complejo de edipo tiene mucho que ver con la evolución a mejor, con la superación natural de cualquier yerbajo por su vástago... algo así como el pelo más fuerte que crece cuando se corta a su predecesor o el íntimo deseo de cualquier padre de que su hijo -y el deseo es mutuo- lo deje atrás en cuanto antes... en cualquier sentido, porque se supone que las nuevas circunstancias exigen instrumentos más pulidos, rediseñados, reagudizados, más precisos, más justos... que sólo pueden esperarse de las nuevas generaciones, y no de los abuelos cebolletas que pretenden siempre aplicar sus cuentos de antaño a los problemas inéditos de hogaño. 

No sé si me explico o ya saben por dónde voy. Fíjense en el heredero en la dirección de El Corte Inglés; ese tal Dimas Gimeno que viene de intentar por triplicado su liderazgo en las listas de Falange... Fíjense en la heredera en el gobierno de nuestra Junta de Andalucía, que ha dado el salto de Triana a San Telmo como por arte de magia, o de logia, pero desde luego que no de lógica en el sentido del logo por el que algunos todavía pensamos que ha de ascenderse en la carrera de la vida. Fíjense en nuestro presidente del Gobierno, producto de un capricho digital de Aznar. Fíjense, si quieren, en las anacrónicas monarquías de la vieja Europa, con sus maduritos sustitutos sin ganitas, por Dios, de revoluciones a estas alturas... Fíjense, y hay casos de sobra, en esa tendencia empresarial de abuelos ingeniosos, padres trabajadores y nietos zánganos para que el círculo vuelva a formarse... ya saben qué quiero decir.

¿Quién quiere matar al padre? En este panorama acomodaticio, quién va a pensar en tal locura. Con lo cual podríamos colegir que es consecuencia de una época. 

Los hijos de antes, y piensen al nivel que quieran, debían pasar ciertas pruebas pródigas y dejar terreno, tiempo, potencias de por medio. Se iban, pensaban, se equivocaban, se caían, se levantaban, reflexionaban, se irritaban, lo volvían a intentar, calibraban... y al cabo de mucho ejercían un enriquecedor equilibrio entre sus valientes innovaciones y las experimentadas seguridades del padre para dar un paso más. Papá era ya un viejo narrador que te recibía con los brazos abiertos. 

Los hijos de ahora, sin embargo, han nacido con la batuta de su papá, que se la deja para jugar, hasta que los hijos confunden el juego con la realidad, y siguen como jugando pero mandando ya de veras, haciendo lo que papi pero sin tener idea del trasfondo, de los planes B, de las cuentas C, de la maquinaria sucia, de los favores, de los atajos, de nada. Cuando a papá lo pillan, porque a todo cerdo le llega su sanmartín, ya se sabe, los hijos siguen mandando, es decir, jugando con la batuta... y entonces, a qué papá van a estar pensando en matar. Son complejos de otras épocas, ya lo ven.

Los hijos de ahora creen que también papi nació con la batuta en la mano. Y no. Tuvieron que matar al abuelo para madurar del todo. Es una pena que también el complejo de Edipo sea ya algo políticamente incorrecto.

Así no salimos de la crisis, por mucho cambio que nos vendan. ¡Si no han vendido nunca ni castañas!

miércoles, 21 de agosto de 2013

Torpes e insolidarios

Decía Sócrates, ese filósofo primerizo que habló mucho y no escribió nada, algo así como que los malos no lo son por pura maldad, sino por pura ignorancia, y que sólo se curan de su maldad a base de sabiduría. Siempre me sorprendió tal afirmación porque me pareció que, en tal caso, el antídoto de la maldad se encontraba en la educación. De modo que pasé de sorprendido a desesperanzado cuando empezaron los recortes en tal materia en un mundo que había empezado a malear precisamente por la maldad de unos pocos, aunque Sócrates -y yo, esperanzado- pensara que fue por su creciente ignorancia, con lo cual la fórmula parece bobaliconamente fácil: a más ignorancia, más maldad. Y también parece reversible: a más maldad, más ignorancia, aunque en ese caso ya es imposible encontrar el punto intermedio del que surja la salida hacia la sabiduría o la bondad, sobre todo en un momento en el que la peste de la ignorancia está tan extendida y uno ve por todos lados tantos torpes a los que confundir con malvados o viceversa. 

El torpe tiende a la ceguera y, por tanto, a la insolidaridad, tal vez porque se siente inseguro en la negritud de su horizonte anulado, y por eso niega obsesivamente, deconstruye y cuando puede destruye, en esa carrera absurda en la que él, sin saberlo, ni siquiera se mueve. Y todo lo provoca la ignorancia, como dice Sócrates. Es posible, y hasta deseable. Pero, ¿cómo aplicarle el conocimiento a quien no quiere saber? ¿Cómo rescatar de su torpeza a quien se revuelca en el lodo malvado de la ignorancia porque sí? En otras palabras, no hay más ciego que el que no quiere ver. Y son -o somos- muchos los que no quieren terminar de ver que el mundo en el que se mueven sus presuntas víctimas es el mismo mundo en el que se mueven ellos; que el aire que respiran los pringados, los derrotados, los equivocados, sus enemigos, en fin, es el mismo aire que respiran ellos. Y que cuando ellos infectan ese aire, entorpecen esa realidad... están jodiendo su propia realidad, porque no hay otra.

Falta absolutamente la sabiduría mínima de reconocer la realidad como un todo continuo. Supongo que será un vicio antiguo, pero estoy seguro de que la práctica aberrante de la partitocracia de destruir lo que hizo mi antecesor o poner sistemáticamente palos en la rueda de mi adversario ha contribuido indiscutiblemente a olvidarla por completo. Por eso, en tiempos de vacas gordas, nuestra realidad -la del barrio, la del pueblo, la del país- avanza dos pasitos hacia adelante y uno hacia atrás. Y en tiempos de vacas flacas, como los presentes, un pasito hacia adelante y cuatro o cinco hacia atrás, según la furibunda torpeza de los ignorantes. Una lástima que, de esos ignorantes, sean casi siempre los más espigados los que se presentan a las elecciones o a liderar grandes proyectos.

Hace unos días murió un joven becario que trabajaba en un banco londinense después de pasar de las horas extras a los tres días a piñón. Llegó a su casa, se duchó y ya no pudo más. Dicen que le faltaba una semana para terminar las prácticas. Y delante de su cadáver, uno se pregunta, sacárstico y dolorido: ¿las prácticas de qué? ¿de malvivir? ¿las prácticas para aprender a ser un pringado perpetuo, un paria con corbata y una vida hipotecada? ¿Qué pensaba este muchacho que vendría después de la semana de prácticas que le faltaba? Inocente, ¿verdad? Inocente, ingenuo, ignorante, aunque su ignorancia no proviniera o condujera a una maldad personal, sino colectiva. ¿Quién lo obligó o lo indujo o lo animó a que muriera de un modo tan miserable? Otros ignorantes, sin duda, que pensaron en lo más profundo de su ser que el muchacho estaba aprendiendo mientras ellos, sabiondos, se estaban aprovechando porque todo aquello era ley de mercado, o ley de vida, o ley de muerte en vida. 

El caso es que su cadáver pesa sobre la cabeza de otros miles, millones de ignorantes. Ignorantes somos todos, que permitimos esta realidad atosigante que es la única realidad. Máxime los que no tenemos esperanza ni indicios de otra. Porque hay insolidarios, como el jefe de la patronal española, que tal vez intuyan una realiad propia, alejada de la tan privilegiada de la que gozan los trabajadores fijos discontinuos, y por eso los machaca, para igualarlos a todos, dice, como un líder comunista desfasado igual de malo o igual de idiota. Nos llueven los ejemplos de telediario, como los mandamases de Adif, que sólo encuentran culpable al conductor del tren de Santiago; o los del oportunísimo conflicto España-Gibraltar, que no se acuerdan de los que pasan calor y peores cosas en la aduana; o los cachorros del PP que se ríen de los viejos estafados; o ese tal Marhuenda, que desde su animalización televisiva y miope les envía un mensaje de jodienda a los egipcios que ve tan lejanos. Esos tal vez sean insolidarios solamente y no torpes, aunque la insolidaridad conduzca irremediablemente a la torpeza o viceversa, insisto. Pero se le puede entender su insolidaridad exclusiva, ya que la demostración de su torpeza tardará más en llegar, pues parten de lo alto.

Pero los que sólo intuimos una sola realidad, continua y sin ambages, y aun así seguimos siendo insolidarios es porque también somos rematadamente torpes. No es de recibo que en cualquier ayuntamiento de cualquier pueblo de España, como el mío, sin ir más lejos, donde la deuda es de todos y el problemón es casi infinito, no haya un cambio de mentalidad entre los políticos de todos los signos para afrontar el futuro de otra manera que no sea la tradicionalmente torpe e insolidaria de inventar la mejor propaganda posible para sí mientras se desgasta al adversario, como si la propaganda condujera a una realidad distinta o una vez desgastado el adversario se fueran a encontrar con los problemas resueltos. No es de recibo que no todos arrimemos el hombro en una sola dirección, la de salir del atolladero sin víctimas ni sacrificados por el camino, y en cambio, unos se dediquen a espurgar trabajadores por su color político y no por su eficiencia en la hora del escrutinio laboral; otros busquen soluciones totalmente parciales y ridículas que no arreglen el problema ni en una parte infinitesimal, pero por hacer ruido, o incluso, desde los sindicatos, propongan soluciones insolidarias como aligerar los gastos echando a laborales y no a funcionarios porque esta vez no me toca a mí, o cancelando posibilidades de negocio porque el negocio no es mío; otros se rían de quien está en el cargo porque ahora no me toca a mí; y otros se rían de todo porque no saben, en fin, que el desastre es un desastre general y que las víctimas vendrán una a una, pero vendrán. 

Ser torpe e insolidario es producto de la ignorancia, ya no lo dudo. Pero a los de abajo, que somos la mayoría, se nos debería prohibir ser ignorantes. 


  • Este artículo se publica también en la edición del 26 de agosto de El Correo de Andalucía. Y en la sección Tribunas de su web: http://blogs.elcorreoweb.es/tribunas/2013/08/25/torpes-e-insolidarios/

viernes, 16 de agosto de 2013

Political revolution

Es una pena que, incluso en el extremo de un país arruinado, quienes seguimos confiando en la palabra y el diálogo, que debería ser la esencia misma de la política, vislumbremos al mismo tiempo una desesperanza que se nos agarra al cuello, categórica, cuando nos da por imaginar el futuro. No el futuro intergaláctico que nos ofrecían los artistas ilusos de hace unas décadas a los que hoy llaman frikis, sino el futuro grisáceo e inmediato de dentro de cuatro, cinco, diez años como mucho, el futuro que ya está aquí, latente en la mirada de nuestros jóvenes, en los gestos por definir de nuestros propios hijos desorientados, ese futuro casi tangible de estas nuevas generaciones que aún tienen granos en la cara y que en menos que canta un gallo habrán engordado algo y enjuagado las malas conciencias de sus mayores un poco más, y nada, a seguir por la misma senda...

Porque el futuro se pinta negro, sí, pero incluso el negro tiene gamas, y la peor es ese negro difuso, carbonizado y áspero de los errores por depurar que configuran los cachorros de cualquiera de estos partidos políticos que lo hicieron medianamente bien en su momento pero que en el colmo del delirio se han equivocado y ya han perdido la noción de la marcha atrás o el abandono, que es una de las escapatorias que conoce la dignidad... 

Como las grandes estrellas de la posmodernidad, los políticos desfasados no conocen la retirada. Eso ya lo sabíamos, que como con los abuelos cebolletas había que cargar con ellos diciéndoles siempre sí y haciéndonos los sordos para avanzar... La sorpresa es que las nuevas generaciones de políticos no dicen sólo sí, sino que piensan sí, se convencen sí, actúan sí, gritan sí, sí, sí... el mismo sí de siempre que la ciudadanía que trabaja, sufre y vive en mil afanes ha contradicho ya tantas veces con un no, no, no que sólo desemboca en la resignación de la abstención electoral o, peor aún, en la claudicación de un país, de una comarca, de un pueblo, a que manden ellos, precisamente los menos capaces, los más instruidos en el vicio de la incompetencia crónica... 

Y a esa ciudadanía, principalmente, le tocará el perder. A esa ciudadanía que sueña, acaso utópicamente, con un acuerdo de todos los partidos democráticos para arreglar esta crisis sin solución en los parámetros actuales. Pero lo único que percibimos los ciudadanos es que en esta partitocracia quien no corre, vuela; y quien no roba, mata... Uno ve la masacre de Egipto, por ejemplo, tras unas elecciones, y ya no sabe lo que va a esperar.

Por eso las llamadas a la acción, al compromiso, a la entrega activa de tantos intelectuales a los que nadie ha escuchado en los últimos años porque son, sobre todo, aguafiestas, se nos revelan ya como la única salvación posible. Pero quién le pone el cascabel al gato, quién da el primer paso, quién emprende la primera acción decisiva de verdad, quién convence a tanta gente cada vez más desesperada y penumbrosa en el laberinto sin salida razonable que han creado ellos..., los profesionales, mientras el tiempo pasa.

Los Ayuntamientos, entre ellos el mío, están en una ruina absoluta de la que no podrán salir. Eso lo sabe ya cualquier persona con dos dedos de frente. No se trata de voluntad, de ascetismo o de intenciones. Se trata de matemática pura. Da igual la cara o el nombre del alcalde. Dan igual las quejas de uno o las concentraciones de otro. Da igual. Un ayuntamiento que debe nóminas a sus cientos de trabajadores por pares, que tiene deudas de centenares de millones de euros, que espera reclamaciones millonarias de otras administraciones en cuanto se dicten las sentencias judiciales que las avalen, que sin apenas encenderse cada mañana genera más deuda que beneficios... tiene los días contados. No puede seguir existiendo como tal, precisa de una solución estructural, definitiva, seria, concluyente, estatal. Sobre todo porque el problema no es exclusivo del Consistorio de mi pueblo. Si fuera de aquí, mañana mismo nos uniríamos como villa a Dos Hermanas y santas pascuas. Pero no. El problemón de la deuda se extiende como un cáncer irreparable...

Y el problemón más gordo todavía es que estamos en manos de doctores aficionados, matasanos la mayoría. Les ponen nombres a las quinielas para que votemos, como en un juego de acertijos sin gracia: PSOE, PP... y un largo etcétera. Pero al final el premio siempre sale en Bruselas, en una sala del FMI, del BCE, en una Comisión de la que nunca nos hablaron... y se nos queda cara de tontos. 

En el juego político de un ayuntamiento como el de mi pueblo, que puede servir de paradigma explicativo, entre todos la mataron y ella sola se murió. Y lo único que se oyen son gritos absurdos aquí y allá, sin sentido. El PSOE gobernaba de largo, con la suficiencia de una mayoría exagerada, en los años que se fraguó, continuó, estalló el delirio... En aquella época -no hace tanto- la burbuja del dinero fácil fue engordando la deuda pública, mientras que la Constitución amparaba a los funcionarios con su norma estelar de que el capítulo uno era pagarles a ellos, indiscutiblemente. De modo que nadie protestaba: los proveedores cobraban, costase lo que costase en términos deficitarios, y los empleados cobraban. Automática y mágicamente. Pero cuando el delirio estalló en mil pedacitos, la democracia juguetona hizo de las suyas y barajó las cartas: echó al PSOE del Ayuntamiento (que se presentaba para pagar su deuda, seguro segurísimo), llevó al PP al gobierno de España y enganchó a IU al gobierno de mi pueblo con apenas un hilillo de casualidad desesperada. Todos con las sillas cambiadas pero ninguno con la intención de quedarse en pie. 

Y entonces se dio una vuelta de tuerca a la quiniela de la derrota global. Fue en un fin de semana, que es cuando aquí se hacen siempre las cosas importantes. La Constitución, que era inalterable según los castos de la fe civil, sufrió un ligero cambio merced a un imprevisto acuerdo de los dos grandes partidos del turnismo oficial: los ayuntamientos tenían que olvidarse de pagarles a sus funcionarios mientras hubiera un empresario alicaído por su culpa en España. Si en las cajas municipales no había dinero, para eso estaban los bancos, amigos de todos, y más del benévolo Rajoy. De modo que la Ley de Leyes lo dejó clarito: los proveedores, antes que nadie. Y luego los demás. La deuda es tan infinita que aún no se ha terminado. Y lo que queda... Muchos empresarios acudieron al banco sonrientes, dispuestos a cobrar, incluidos sus divertidos juegos de inflado, y prometiendo no volver a jugar a nada más. Ahí siguen muchos (excepto los empresarios mileuristas; esos tienen la negra): contando moneditas cada noche, contando la batallita de cuando fueron piratas y por poco no lo cuentan... Y desde entonces, los ayuntamientos -también el mío- se dedicaron igualmente a contar: los millones de euros en intereses, los años que faltaban para una nueva era... ya una era de alucinación...

Y en esa alucinación interminable llegaron los cachorros nuevos, los que crecieron amamantados en esas casas que ellos llaman aparatos y que ahora, lejos de creer en ninguna political revolution, muerden como perros de presa por defender a sus jefes. No tienen ningún proyecto nuevo, no sueñan con cambiar el mundo, no admiten que sus papás se equivocaron, no pretenden un protagonismo propio sobre el que asentar sus discursos... Es lo de siempre, otra vez. Unos saludan como los fascistas mientras sus jefes les ríen las chiquilladas; otros se ríen de los nuevos responsables asfixiados porque sus jefes eran más listos; otros le prometen fe eterna a no sé qué caudillo hasta terminar con el imperialismo...

Qué aburrimiento, sí. Pero los demás deberíamos plantearnos que esa revolución que esperamos, pasivamente, a lo mejor bulle dentro de nosotros, que miramos tan preocupados desde la barrera de nuestra propia casa hipotecada, tal vez por los siglos de los siglos. 

  • Este artículo también se publica como Tribuna, el 18 de agosto, en Sevilla Actualidad.

sábado, 10 de agosto de 2013

El gobierno no tiene abuelo

En uno de esos maravillosos y áridos relatos del mexicano Juan Rulfo que componen su libro El llano en llamas, titulado Luvina, un grupo de pueblerinos le pregunta al protagonista si él conoce al Gobierno, porque éste les ha prometido su ayuda. El protagonista les dice que sí, y entonces ellos le contestan: "También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre del Gobierno". Él les dice que es la Patria, pero no los convence. Cuenta el narrador que se rieron. "Pelaron sus dientes molenques y me dijeron que no, que el Gobierno no tenía madre".

Siempre recordaré aquel relato de Rulfo, no sólo porque me abrió las puertas al realismo mágico de la literatura allende los mares, sino porque lo leí por primera vez en la penumbra de una sacristía en un agosto como este pero más sofocante aún, y tan febrilmete me afectaba todo que creí a pies juntillas a Manolo Bobillo, el cura que pasaba los veranos en su pueblo, cuando me aseguró, justo antes de que saliéramos a la misa (yo era monaguillo), que el 10 de agosto era el día de más calor de todo el año porque era la festividad de San Lorenzo, a quien quemaron vivo en una parrilla. Muchos años después, descubrí la universalidad de Rulfo cuando lo oí leyendo él mismo, en una grabación de casete, ese relato que yo había leído sin entender demasido una tarde sofocante de mi infancia clerical, aunque entonces ya lo hiciera en la radio de un coche por las carreteras amplias y solitarias de Suecia. Me volvió a impactar del mismo modo aquella trifulca dialéctica entre el Gobierno y la Patria. Así que cuando leí el ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio La hija de la guerra y la madre de la patria, yo ya era un experto soñador en esos galimatías tan resultones como inútiles. 

Inevitablemente, me he vuelto a acordar de todo ello esta tarde, al conocer que la Fundación Blas Infante tendrá que cerrar en septiembre por falta de una subvención de 30.000 euros que le prometió el gobierno de la Junta de Andalucía. Según ha declarado la hija del llamado Padre de la Patria Andaluza, María Ángeles Infante, la Fundación apenas cuenta con 1.000 euros para gastos corrientes, así que teniendo en cuenta su situación mileurista y la última subida de la luz, la previsión sobre el organismo dedicado al estudio de la vida, obra y pensamiento de Blas Infante es bastante oscura.

La subvención prometida por el Gobierno para la fundación que lleva el nombre del padre de la Patria era en principio de 58.000 euros, pero los últimos ajustes administrativos rebajaron la cantidad a 30.000. Y una carta ha sido la encargada de anunciarle a la hija del Padre de la Patria que finalmente no habrá ni un euro.

Si la Patria fuera la madre del Gobierno, como creía Rulfo, Infante sería el abuelo materno del Gobierno, de este gobierno andaluz que lo catapultó a la categoría mayestática de inventor de la nación y que ahora abandona a su suerte la Fundación a la que da nombre desde la casa de Coria del Río de donde lo sacaron para fusilarlo como a otro mártir más de aquella guerra incivil en la que se cargaron todo lo mejorcito de una Andalucía tan prometedora. 

Y se hace con el peso triste de tantas paradojas juntas: lo hace un gobierno socialista y con la vocación federalista que le costó el pellejo a Infante; se anuncia el día de San Lorenzo, en medio de este agosto tórrido en el que la ciudadanía ya no tiene fuerzas ni ganas de protestar, como metáfora santurrona con la que terminar de quemar, con parrilla o sin ella, al autor de Ideal Andaluz; y por tanto se condena a la Fundación a practicar un ERE con las dos empleadas que tiene, y es así como el Gobierno, tan experto en ERES, condena a su abuelo a practicarlo también, 77 años después de su fusilamiento. A Blas Infante, allá donde esté, no debe extrañarle demasiado esta mala uva retorcida con su memoria, pues también en 1940, cuatro años después de fusilado, se le practicó un juicio en el que lo condenaron a muerte.

Ya el gobierno no tiene abuelo. Ni dinero para el asilo. Ni vergüenza para seguir honrando su legado.

  • Este artículo también se publica como Tribuna en la edición del 12 de agosto de El Correo de Andalucía.

viernes, 9 de agosto de 2013

DNI y ADN

Puestas así, parecen las iniciales de dos enamorados que quisieran mantener su anonimato solo un poquito, saliendo pero sin salir del todo, reconocibles sólo para ambos cuando vean esas letras grabadas en el árbol. Daniel no sé qué y Ana no sé qué, por ejemplo. Hubiera sido posible darles esa interpretación romántica si los papeles de Bárcenas no llegan a poner tan de moda las iniciales, que a pesar de los indultos, los gibraltares y otras monsergas veraniegas, nos conceden cada mañana la pista de un relato de misterio como esta última de JM (¿José María o Jaime Mayor?)... Por otro lado, nuestro mundo se ha inundado de tantas siglas, que ya hay que ir explicándolas todas o resignarnos al vicio de decir que sabemos cuando no tenemos ni idea. Pero he titulado este artículo con DNI del carné, el de identidad, que estrictamente se llama Documento Nacional de Identidad, acordándome al mismo tiempo del ADN, el biopolímero llamado Ácido DesoxirriboNucleico. Ambos tienen su doble, o lo tenían, porque el DNI tenía su NIF, que era el número más una letra. Y el ADN tenía su ARN, que ya no recuerdo lo que significaba pero que si lo busco en el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) me pone que es el Ácido Ribonucleico, o sea, lo mismo que el ADN pero sin desoxi, que ya son ganas de complicarlo todo..., aunque de eso se trata.

Lo refiero porque el otro día me renové el DNI, en Tablada, que es donde más rápido se hace a menos que uno se complique la vida, como es mi caso. Yo pedí cita antes de irme unos días fuera, de vacaciones. Y me la dieron justo para la primera hora del primer lunes después de que volviera. De modo que el domingo, ya en casa, me di cuenta de que no tenía foto. Como era festivo y los fotógrafos del pueblo cerraban, fui a deshora a un fotomatón de Dos Hermanas, donde te retratan por cinco euros. Te dan tres oportunidades cuando te sientas en el banquito y cierras la cortinita. Con la pantalla delante, una voz como de tontón-gps te conmina a pulsar el botón cuando te parezca que sales bien. Evidentemente, yo gasté las tres oportunidades, y finalmente salí con esa cara de preso disimulado que no se debe sino al miedo de tenerte que gastar otros cinco pavos. 

Volví a casa con mis cinco caritas clonadas. Cuando las vio mi mujer, se rió, claro. Y yo le expliqué que la cara me salía así porque el fotomatón es también una máquina de estrés. A la mañana siguiente, cuando llegué a la comisaría de Tablada y me tocó el turno, me dijo la funcionaria que aquella foto no valía. Por feo, pensé yo. Está muy oscura, dijo ella, y no se te va a reconocer. Es que estoy muy moreno, como acabo de venir de vacaciones, repuse yo, a ver qué iba a decir. Pues no va a valer, me insistió ella. ¿Y qué puedo hacer ahora?, pregunté. Ahí fuera hay un fotomatón, me contestó ella con naturalidad. Al salir, el policía de la puerta me miró como a un bicho raro.

Salí de la oficina con cara de gilipollas y me volví a meter en la cabina. Saqué otro billetito de cinco euros y lo planché como pude para que entrara por la ranura. Pero al aspirarlo la máquina se arrugó. Yo, con miedo de perderlo, lo agarré como pude y se me partió. Empecé a sudar más de la cuenta. Saqué el billete en tres trocitos y me lo metí en el bolsillo para pegarlo más tarde con desafí. Salí de la cabina y me dirigí al policía de la puerta porque era la única persona que vi. ¿Me puede usted cambiar este billete de cincuenta? Es para el fotomatón, le dije. Él volvió a mirarme con cara rara y me mandó no a hacer puñetas, que era lo que yo creí en aquel instante, sino a un quiosco que había por detrás de la oficina. En el bar es que no te van a cambiar, me advirtió, porque había un bar más cerca y me vio mirándolo. Tras la caminata hacia el quiosco, mientras iba pensando en lo absurdo de que me cambiaran un billete grande en un quiosco en vez de en un bar, volví al fotomatón. 

Estaba más nervioso, más sudoroso, y me veía más feo aún en la pantalla, claro. Volví a meter el billetito y volvió a sonar la vocecita. En la pantalla, de nuevo el cansino mensaje de las tres oportunidades. La primera la gasté en balde, porque no me había frotado los ojos, como tengo por costumbre para desentumedecerme los párpados, no sé, creo que mejoro cuando lo hago, aunque seguramente sea una ilusión. La segunda me gustó más, pero como tenía una tercera, volví a cancelar. En la tercera salí feo, mirando mucho hacia adelante, supongo que con el nerviosismo de darle al botoncito en la última oportunidad y perder otros cinco euros, pero la foto salió algo más clara que la de Dos Hermanas.

Después de esperar otro rato ante la funcionaria porque yo ya había perdido mi turno, me senté y me dijo que estaba algo mejor. Algo, pensé yo, porque en realidad estaba casi igual. Cuando, después de que se bloqueara el ordenador, tuviera que reiniciarlo y volvimos a rellenar los datos, me dio el carné, mi nuevo carné hasta 2023, le pregunté -por curiosidad- por el pasaporte. El pasaporte te sirve sólo si vas fuera de Europa. Si no te hace falta, no te lo saques, me dijo. Ni que lo digas, pensé yo mientras le decía adiós y me preguntaba por qué demonios habrá dos documentos distintos para lo mismo. Al salir, leí en un cartelito: DNI, 10,40 euros; Pasaporte, 25 euros.

En la calle hacía ya calor. Y de repente me sentí ridículo con aquella tarjetita en la cartera, junto a la del DIA, el Carrefour, la del banco, la del médico y hasta la de la oferta de los desayunos que te van sellando para darte uno gratis al cabo de diez en un bar de mi barrio.

Con los adelantos de hoy en día, que con un pelo te sacan el ADN, pensé, ¿para qué sirve esta tarjetita? Me lo sigo preguntando hoy, con tanta huella digital y tanto escáner pitón en las tiendas de ropa. Pero supongo que servirá para mucho y que yo, simplemente, soy muy preguntón. Por eso me complico la vida.

jueves, 8 de agosto de 2013

Epidural

La misma epidural que necesitan las preñadas para dar a luz sin dolor es la que necesitan las administraciones y la ciudadanía en su conjunto para parir de una puñetera vez los estragos de esta crisis inacabable y descansar. El déficit es tan inabarcable, y los intereses tan intrépidos e insaciables, que por mucho que se paga más hay que pagar, y las deudas se van comiendo el hoy y el mañana, el futuro de lo que se va a ingresar, porque siempre crece más la deuda que cualquier beneficio supuesto. De modo que haría falta una lotería estratosférica, una catástrofe capital, una colosal lluvia de billetes, un parto de acreedores que inundan el vientre infinito de la sociedad para poner fin a un problemón que por muchos fraccionamientos y condonaciones parciales no terminará jamás. 

Sin embargo, el personal, desgastadísimo, no está para creer en los milagros. El milagro está pasado de moda, es como un solucionario de otra época que no va con esta. Ahora se lleva más la broma, hacer frente a la realidad insoportable con el cachondeo increíble de la paradoja; que quienes más tienen porque el sistema generoso de lo público o el sistema tramposo de lo privado le inundó de millones sus arcas nos den lecciones ajustadas de cómo hemos de salir de la crisis, y los demás reímos a carcajadas. Que cualquier comisario europeo de asuntos económicos -mi madre, mi hijo, mi vecino... me preguntan qué es eso y no sé qué decirles-, incapaz de contabilizar los sueldazos, dietas, complementos y gratificaciones en espléndido plural que le entran en sus cuentas corrientes, sugiera, con esa candidez sugerente que envuelve los decretazos de esta gente, por ejemplo, que nos rebajen el 10% el sueldo una vez más. Las carcajadas se concatenan cuando argumentan sin argumentario, con esa lógica surrealista de las declaraciones bromistas que tanto se llevan, que así bajará el paro. Es decir, que si a usted le rebajan a partir del mes que viene 100 euritos o más, su vecino -sí, ese en el que está pensando que va para tres años sin curro y sin ayudas- incrementará exponencialmente sus posibilidades de encontrar trabajo. Como dirían por aquí, eso es así, y yo me harto de reír, aunque no lo entienda. 

Pero ya más serios, me llama profundamente la atención la forma sibilina que tienen los recortadores, empezando por el gobierno -pero no está solo-, de irnos adaptando a la idea de que es hasta mejor lo que siempre fue peor. Me imagino a José Mota diciéndonoslo: "pero si es hasta mejor...". Que le rebajan otro 10% el sueldo: "pero si es hasta mejor para usted..., aunque usted no se dé cuenta".

Ahora, cuatro años después, que vamos a tener otro hijo (una niña) al otro lado de la crisis, recuerdo cómo cuando nació Jaime todo el sistema sanitario se empicinaba, sin que nosotros lo pidiéramos, en todo lo que ahora se empecina en negar: 2.500 euros por la cara, varios días en el hospital, mucho personal de apoyo y, por supuesto, epidural. Pues conforme se va acercando el día del parto, por lo que sabemos y lo que nos cuentan amigas que acaban de dar a luz, por los hospitales andan recortando hasta en las predicadoras de la liga de la leche, que ya es decir. Nos dicen que nos invitarán a abandonar el hospital en menos de 24 horas, que han recortado en personal, en camas y hasta en pijamas. Y eso en la tierra de la segunda modernización. No quiero pensar en lo que estará ocurriendo al norte de Despeñaperros. Desde ayer, sospecho que la noticia de la niña nacida en Alicante con más de seis kilos es todo un montaje para convencernos de un detalle que se nos vende como un mérito añadido. Cada vez que ponen la noticia en cualquier televisión, fíjense cuánta insistencia en que la madre, británica de 40 años blablabla blablabla, tuvo a la niña "sin epidural". Habré oído la noticia como cinco veces en cinco cadenas distintas, y siempre se me queda esa cantinela de "sin epidural"... Y entonces me sale José Mota hablándome en esta conciencia de broma superviviente que se nos está generando: "Pero si es hasta mejor...".

Hace un rato, mi mujer parecía asustada, haciendo cuentas de los recortes: sin ayuda, con mucha prisa, en menos de 24 horas en tu casa, probablemente con menos personal... Y entonces han repetido la noticia en otra cadena: "la mujer, de nacionalidad británica y de 40 años, blablabla blablabla, sin epidural". Mi mujer me ha mirado. "Qué pesados con eso, ¿no?". Y yo, sopesando lo que ha de costar la epidural, no me he podido resistir: "Pero si es hasta mejor...", le he soltado, adoctrinado ya por los sutiles recortadores empeñados en que nos desembarecemos de esta crisis sin epidural. O sea, por cojones.

lunes, 5 de agosto de 2013

Realidad paralela

Por fortuna, he tenido que tragarme la última frase del último artículo que publiqué por aquí referente al indulto de un pederasta en Marruecos y al poco valor de los niños de allá. La frase decía: "Por eso no pasa nada". Y ha pasado. Ha pasado que el rey marroquí ha retirado el indulto al pederasta español que había abusado de al menos 11 niños después de un periplo tan fantástico como vomitivo entre la guerra de Irak y la universidad de Murcia, a saber quién puso tantas mentiras o medias verdades en su camino. El rey de Marruecos había indultado a este tipo junto a otros 47 que conformaban una lista confeccionada alguien sabrá por quién pero que ahora rehúsan reconocer los ministerios de Justicia de ambos países, el CNI español y hasta el Rey Juan Carlos, que en un alarde de compadreo medieval fue el que bendijo la lista de afortunados y el que agradeció realmente a su homólogo marroquí el gesto de solidaridad con los delincuentes. Ahora que las calles de Marruecos han ardido en coraje por ver libre a un tipejo que violaba niños, el rey de allí ha revertido la medida alucinante de indultarlo, y los demás han escondido sus poderosas cabezas debajo del ala burocrática que lo protege todo. Que busquen, que busquen y a ver quién adivina qué. El caso es que ahora deberán buscar al pederasta y devolverlo a la cárcel de la que no debió salir. Y aunque eso ya no parece tan sencillo, el indulto reversible del monarca ha parecido calmar la sed de justicia de tantos desgraciados por allá y la incredulidad asfixiante de tantos indignados por acá. 

De cualquier manera, la medida de gracia del indulto me ha hecho reflexionar sobre esa realidad paralela a la que los currantes del montón, la gente que entra, sale, trabaja o se para y anda todo el día echándose las manos a la cabeza por cómo funciona el mundo, no accede jamás pero entrevé cómo acceden los poderosos, que nos engatusan con el estado de derecho, la democracia, la división de poderes y otros membretes alucinógenos de la realidad ritualizada en la que nos mantenemos controladitos para la tranquilidad de todos. 

El indulto es un término que a mí me suena a toro, a perdón paradójico de quien te puede matar y no lo hace por chulería, por lucimiento ante el respetable que se ríe de ti y te deja escapar de nuevo hacia el corral, a que te curen las pupas. En realidad, no entiendo eso del indulto dentro de un estado de derecho que maneja tan puntillosamente las leyes, las imputaciones, los recursos sobre recursos, los grados y los derechos civil, penal, apostólico y romano... Entiéndame: ¿a qué viene esa medida del indulto cuando la ley es, supuestamente, igual para todos y la Justicia, aunque lenta, es justa y proporcional? El indulto forma parte de esa realidad paralela que para los poderosos puede ser la realidad real pero que nunca nos cuentan del todo. Es posible que el indulto sea la medida estrella en esa realidad que prefieren los poderosos de veras donde se resuelven las cosas como mandan sus cojones y punto, con esa desfachatez insoportable que los poderosos gastan en la intimidad, cuando no hay más que poderosos y ponen los pies en la mesa, fuman puros prohibitivos y hasta se pegan pedos perfumados. A mí, al menos, el indulto me suena a esa excusa sin lógica que le ponemos al niño cuando queremos saltarnos las normas y el crío nos estrangula contra las machaconas palabras de nuestras broncas cotidianas; cuando tiramos un papel al suelo o eructamos o decimos un taco y el pequeño nos pregunta por qué con determinación de fiscal y no sabemos qué contestarle. Podríamos explicárselo con la lógica del indulto, es decir, con la antilógica, con el atajo argumentativo de que hay veces en que es preciso olvidarse de todo, hasta de las leyes más elementales. 

Puede haber mucha burocracia aplastante, interminable, imprescindible durante años para argumentar jurídicamente por qué un señor está en la cárcel, pero luego, por alguna extraña razón, alguien decide ponerlo en la calle y entonces se saca de la manga un indulto o un santo con peluca que libera al delincuente como a un Barrabás que sonríe sin entender nada de nada pero que da gracias al cielo o a los reyes magos o a cualquier ente de los que dejó de creer cuando se hizo delincuente.

Los de abajo no dejamos de alucinar con estas medidas, y en realidad nos gustan, nos sorprenden y nos garantizan que hay una realidad mejor, más rápida, más chula... No puede ser que el mundo sea siempre tan pastoso como cuando acudimos a cualquier ventanilla. Y ahí tenemos a nuestro presidente andaluz, Griñán, que un día descubrió que podía ser imputado por lo de los ERE, al día siguiente convocó primarias, al otro puso a quien él quiso en el poder y en menos que cantó un gallo tenía preparado su silloncito en el Senado, para que no lo pillaran por nada del mundo, uf... por poquito. Y todo con esa lógica antilógica del indulto, con esa maravilla alucinatoria y maratoniana que es la realidad paralela por la que los poderosos transitan cuando las razones que nos dan no les sirven, porque sus vidas estupendas están siempre llenas de excepciones. 

A veces pienso que si hay un mundo mejor, de esos que dicen que existen pero del que nadie ha vuelto para contarlo, seguro que los poderosos de verdad ya lo han visto. Van y vienen según la época. Y nosotros, a mamar con este, que es como las lentejas; si quieres te las comes y si no las dejas.

sábado, 3 de agosto de 2013

El precio de los niños

Como la mayonesa o el pescado, el precio de los niños varía muchísimo según la marca o el mercado. Hay niños, los nuestros, que no tienen precio porque no hay nada en el mundo que valga más; tanto los queremos. Hay otros niños, los pobres de Marruecos o de cualquier rincón desgraciado del planeta, que tampoco tienen precio: no valen nada; nadie da un euro, ni medio, por ellos. Eso se nota mucho en las manchas que le ponemos en nuestros telediarios a algún niño implicado en una noticia, por lo de la protección de la infancia, me cuentan. Pero ese mismo criterio se disuelve entre moscas y malaria cuando salen los primeros planos de otros niños moribundos de algún lugar desde donde jamás denunciarán. Así que no pasa nada. 

Hay señores respetables en nuestro país que regalan ositos de marca y gominolas y hasta relojes buenos a sus nietos, a los que abrazan tiernamente, que van de turismo a Brasil o a otras latitudes calientes para darse asqueroso placer a costa de otros niños de la misma edad de sus nietos a los que violan por unas monedas. Y no pasa nada. 

Nuestro Rey, al que queremos tanto aunque tenga sus travesuras en Botswana y dé tiros a los elefantitos que sus nietos carísimos, y los nuestros, querrían de peluche, ha contribuido al perdón, por sus poderes de rey mago, de 48 presos españoles que cumplían condena en Marruecos, que para eso el rey de allí es su primo y entre primos reales las leyes son compadreos medievales. Entre los indultados, había un pederasta que había abusado de 11 niños. Pero ni nuestro gobierno ni el Rey sabían nada; su magia no llega hasta ahí, máxime cuando se trataba de niños sin precio, de esos niños que por allí y por aquí no valen nada. Por eso no pasa nada.