Por fortuna, he tenido que tragarme la última frase del último artículo que publiqué por aquí referente al indulto de un pederasta en Marruecos y al poco valor de los niños de allá. La frase decía: "Por eso no pasa nada". Y ha pasado. Ha pasado que el rey marroquí ha retirado el indulto al pederasta español que había abusado de al menos 11 niños después de un periplo tan fantástico como vomitivo entre la guerra de Irak y la universidad de Murcia, a saber quién puso tantas mentiras o medias verdades en su camino. El rey de Marruecos había indultado a este tipo junto a otros 47 que conformaban una lista confeccionada alguien sabrá por quién pero que ahora rehúsan reconocer los ministerios de Justicia de ambos países, el CNI español y hasta el Rey Juan Carlos, que en un alarde de compadreo medieval fue el que bendijo la lista de afortunados y el que agradeció realmente a su homólogo marroquí el gesto de solidaridad con los delincuentes. Ahora que las calles de Marruecos han ardido en coraje por ver libre a un tipejo que violaba niños, el rey de allí ha revertido la medida alucinante de indultarlo, y los demás han escondido sus poderosas cabezas debajo del ala burocrática que lo protege todo. Que busquen, que busquen y a ver quién adivina qué. El caso es que ahora deberán buscar al pederasta y devolverlo a la cárcel de la que no debió salir. Y aunque eso ya no parece tan sencillo, el indulto reversible del monarca ha parecido calmar la sed de justicia de tantos desgraciados por allá y la incredulidad asfixiante de tantos indignados por acá.
De cualquier manera, la medida de gracia del indulto me ha hecho reflexionar sobre esa realidad paralela a la que los currantes del montón, la gente que entra, sale, trabaja o se para y anda todo el día echándose las manos a la cabeza por cómo funciona el mundo, no accede jamás pero entrevé cómo acceden los poderosos, que nos engatusan con el estado de derecho, la democracia, la división de poderes y otros membretes alucinógenos de la realidad ritualizada en la que nos mantenemos controladitos para la tranquilidad de todos.
El indulto es un término que a mí me suena a toro, a perdón paradójico de quien te puede matar y no lo hace por chulería, por lucimiento ante el respetable que se ríe de ti y te deja escapar de nuevo hacia el corral, a que te curen las pupas. En realidad, no entiendo eso del indulto dentro de un estado de derecho que maneja tan puntillosamente las leyes, las imputaciones, los recursos sobre recursos, los grados y los derechos civil, penal, apostólico y romano... Entiéndame: ¿a qué viene esa medida del indulto cuando la ley es, supuestamente, igual para todos y la Justicia, aunque lenta, es justa y proporcional? El indulto forma parte de esa realidad paralela que para los poderosos puede ser la realidad real pero que nunca nos cuentan del todo. Es posible que el indulto sea la medida estrella en esa realidad que prefieren los poderosos de veras donde se resuelven las cosas como mandan sus cojones y punto, con esa desfachatez insoportable que los poderosos gastan en la intimidad, cuando no hay más que poderosos y ponen los pies en la mesa, fuman puros prohibitivos y hasta se pegan pedos perfumados. A mí, al menos, el indulto me suena a esa excusa sin lógica que le ponemos al niño cuando queremos saltarnos las normas y el crío nos estrangula contra las machaconas palabras de nuestras broncas cotidianas; cuando tiramos un papel al suelo o eructamos o decimos un taco y el pequeño nos pregunta por qué con determinación de fiscal y no sabemos qué contestarle. Podríamos explicárselo con la lógica del indulto, es decir, con la antilógica, con el atajo argumentativo de que hay veces en que es preciso olvidarse de todo, hasta de las leyes más elementales.
Puede haber mucha burocracia aplastante, interminable, imprescindible durante años para argumentar jurídicamente por qué un señor está en la cárcel, pero luego, por alguna extraña razón, alguien decide ponerlo en la calle y entonces se saca de la manga un indulto o un santo con peluca que libera al delincuente como a un Barrabás que sonríe sin entender nada de nada pero que da gracias al cielo o a los reyes magos o a cualquier ente de los que dejó de creer cuando se hizo delincuente.
Los de abajo no dejamos de alucinar con estas medidas, y en realidad nos gustan, nos sorprenden y nos garantizan que hay una realidad mejor, más rápida, más chula... No puede ser que el mundo sea siempre tan pastoso como cuando acudimos a cualquier ventanilla. Y ahí tenemos a nuestro presidente andaluz, Griñán, que un día descubrió que podía ser imputado por lo de los ERE, al día siguiente convocó primarias, al otro puso a quien él quiso en el poder y en menos que cantó un gallo tenía preparado su silloncito en el Senado, para que no lo pillaran por nada del mundo, uf... por poquito. Y todo con esa lógica antilógica del indulto, con esa maravilla alucinatoria y maratoniana que es la realidad paralela por la que los poderosos transitan cuando las razones que nos dan no les sirven, porque sus vidas estupendas están siempre llenas de excepciones.
A veces pienso que si hay un mundo mejor, de esos que dicen que existen pero del que nadie ha vuelto para contarlo, seguro que los poderosos de verdad ya lo han visto. Van y vienen según la época. Y nosotros, a mamar con este, que es como las lentejas; si quieres te las comes y si no las dejas.
1 comentario:
Uff por poquito jajajaja. Qué razón llevas !!!
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