martes, 19 de mayo de 2009

La aventura de Belmonte

Estoy leyendo estos días, a salto de mata pero con entusiasmo singular, la biografía novelada que el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944) escribió sobre su paisano el torero Juan Belmonte, el hijo de un quincallero pobre de Triana que se alzó sobre su miseria a base de capotazos nocturnos a las vacas y que terminó encumbrado a la categoría de mito por el pueblo mismo. Juan, que acabaría suicidándose de un escopetazo en su finca de Utrera cuando ya rondaba los setenta y llevaba décadas retirado, era un hombre de pocas palabras. De modo que es fácil advertir que el proceso de elaboración de esta biografía que se lee como una novela consistió en cuatro comentarios sueltos del Pasmo y de una imaginación portentosa y aupada en la verosimilitud, el antirretoricismo y el sentido común que le sobraba al reportero.

Aunque ni siquiera he llegado aún a la mitad del libro, ya tengo un par de cosas más claras que nunca, a saber: que el nuevo periodismo que vendieron décadas después los norteamericanos liderados por Tom Wolfe como la alquimia genial de unos cuantos de los suyos había sido inventado al menos medio siglo antes en nuestro país, y no sólo por Chaves Nogales; y que mis razones para ser antitaurino no son tan descabelladas. Para ambas cosas no hace falta más que sumergirse en la lectura de Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas.

La aventura vital de Belmonte, enclenque chiquillo en la calle San Jacinto que terminará por revolucionar el toreo y por partir en dos la historia misma de la tauromaquia, es la aventura de un antihéroe de novela moderna, de un Lázaro hambriento que constata en efecto que "más cornás da el hambre", como sentenció un colega. Belmonte es protagonista en carne propia de la falta de oportunidades, de la miseria, de la desgracia, del desamparo, pero también del tesón, de la voluntad, de la imaginación y del coraje para triunfar. Si no hubiera sido torero, habría encontrado el éxito en otra parcela, porque desde su tierna infancia se enfrenta a la insoportable realidad prosaica que se empeña en aniquilarlo. Él mismo confiesa, en la década de los años treinta del pasado siglo, que en su infancia los niños jugaban al toro como luego lo hacían al fútbol.

Son inolvidables las páginas de Chaves Nogales en las que cuenta el primer recuerdo del niño Juanito, la muerte del Espartero, un torero de principios de siglo al que mata un toro; su insaciable sed de aventuras en lecturas interminables; su periplo desde Triana a Cádiz, bajo soles maleducados, dehesas interminables y gente inmisericorde; o sus primeros intentos de sobresalir por encima de ridículos señoritos que pisoteaban a torerillos cuya dignidad era más grande que sus cuerpecillos vapuleados por los cuernos.

Hoy me van a traer las Obras Completas de Chaves Nogales. Continuaré.

miércoles, 13 de mayo de 2009

La res pública

El chulo del barrio, el más pegón, el que chapurreaba más palabrotas y más iba de gallito, nos enseñó en nuestra tierna infancia aquella setencia barriobajera de que lo que es de todos no es de nadie. Paradoja sin gusto que se ejercita en las malandanzas vespertinas de los niñatos que van dando patadas sin ton ni son y en las fechorías de otros mayorcitos a los que la noche confunde más de lo que todos quisiéramos. Todos los que hemos comprendido, definitivamente, que la res de todos, la cosa pública, es aún más propio que lo particular, pues en ella confluimos socialmente con uso individual y repetitivo. Sólo en la medida en que cuidemos lo de todos podremos convivir cómodamente, con garantías de bienestar auténtico, ese concepto que se tambalea cada vez que soplan vientos de crisis gruesa. Esta misma reflexión han debido de hacer los mandamases del municipio alicantino de Novelda, cuyo Ayuntamiento ha colocado los precios a cada pieza del mobiliario urbano. Una palmera, 1.800 euros; una papelera, 250. Etcétera.

Cada año los destrozos en el mobiliario urbano cuestan a estas arcas municipales 85.000 euros. Poco me parece para lo que estoy acostumbrado a ver por Sevilla y provincia. Ahora se confía en que los destrozones lean, pero es probable que esta gente no sepa leer, o no quiera, porque no mola o no hay ganas. O porque no es obligatorio fuera de las clases de Lengua. La Literatura es para algunos un coñazo pedante o un rato de sopor algunas mañanas en el aula. Así que dudo de la eficiencia de la medida, que, además del precio de cada elemento, ha ideado frases como éstas: "Bancos: en ellos te diste tu primer beso" o "Farolas: nos devuelven los colores que perdió la noche". Greguerías a prueba de bomba.

domingo, 10 de mayo de 2009

La vergüenza nacional

Cedo con gusto esta entrada al maestro Manuel Vicent (El País, contraportada, 10/05/2009).
Y esta vez, ni pincho ni corto.

"Freír buñuelos ¿es un arte o un oficio? Llamar arte a la destreza de pasarse a un toro por la tripa manipulando una tela es un despropósito, por mucho que los aficionados valoren esos lances, y al despropósito se añade la degradación e incluso la ignominia si el ministerio de Cultura equipara ese oficio a la labor de los poetas, pintores, músicos, bailarines o actores insignes, premiando cada año con una medalla similar al torero de turno. Recientemente ha habido un pique entre matadores. Dos de ellos, que se creen ese cuento, han devuelto la medalla al ministro de Cultura, al sentirse agraviados en su arte porque también le ha sido concedido a un colega mediocre cuya fama se debe sólo a la prensa del corazón. A lo largo de la historia la cultura en España ha sufrido una continua humillación a través de la incuria popular, la falta de medios y el desinterés de los políticos, pero ninguna caída es comparable al hecho de que el ministerio haya elevado oficialmente a la categoría de arte la tortura de un animal, que se ofrece al público como espectáculo. No son estos toreros celosos, sino los pintores, músicos, actores y poetas premiados quienes deberían remitir a la ministra de Cultura la medalla ahora degradada al tener que compartirla con el oficio de sacrificar toros diestramente a navajazos."

viernes, 8 de mayo de 2009

Subastadas. De la costilla de Adán a la costilla de la modernidad


Lo de la costilla de Adán, tan bíblica y mítica, pudo ser metáfora misógina que los siglos han vaciado de literalidad hasta convertir el episodio del Génesis en literatura religiosa o entrañable (y desfasada) didáctica. Todo el mundo sabe hoy que la mujer no procede de un hueso del hombre, aunque, metafóricamente hablando, podamos decir que estamos hechos del mismo barro. Las peligrosas son otras costillas que, como también todo el mundo sabe, pueden significar trampas. Y no sólo para pájaros. Me abstendré de usar el término en femenino, no sea que se me tache de apología del machismo lingüístico cuando mi intención es tan otra.

Mi intención es denunciar la triste iniciativa de una discoteca de Granada entre cuya oferta de divertimento vespertino para adolescentes languidece con penumbra propia una pasarela de solteras (de niñas, en puridad) que aspiran a que los chicos las compren, también metafóricamente hablando, con billetes del Monopoly. Cuando Ayuntamiento, Junta y Fiscalía se han echado las manos administrativas a la cabeza, la discoteca ha empujado a su abogado ante las cámaras. El letrado (de letras, qué disparate) ha declarado que se trata de un "juego inocente" y que las subastas no son de verdad. Faltaría más. Las chicas desfilan por un escenario mientras un disk jockey carca, pringoso de feria pueblerina, las anima (las azuza) para que bailen, se contoneen e imiten a los desfasados modelos que modelan a la mujer como mercancía. La ganadora, es decir, la que caiga en la costilla, tiene derecho a un refresco en el reservado con el mejor postor. Puro proxenetismo descafeinado, disimulado, sucedáneo malintencionado.

El invento no es mérito de ningún viejo verde, sino de dos universitarios veinteañeros, que se defienden aduciendo que también han organizado fiestas similares pero con chicos subastados, con lo que quieren liberarse de la escalofriante etiqueta de discriminadores de género, gran tabú en los tiempos que corren. Hoy puedes organizar cualquier barbaridad, pero insiste mucho en hablar de bárbaros y bárbaras, de miembros y miembras. Eso le dará otro color a la cosa. El color de la psicodelia retrógrada que mezcla a nuestros jóvenes, incluso a los buenos, en el batiburrillo televisivo en el que los llamados valores (humanos, humanísticos) son igualmente material reciclable, de ése que se estudia sólo para salir del paso, pero no se memoriza porque hoy la memoria no importa nada.

El asunto es peligroso porque las metáforas, los símbolos y los menores son peligrosos. Las dictaduras, que tanto saben, lo han sabido siempre de sobra. Y por eso se cargan a los poetas. Y esta dictadura nueva del nihilismo ramplón, también. En este sentido, estas fiestas no son vejatorias para las chicas que se muestran o para los niños que pujan, sino para ambos, porque ambos son menores. Y los billetes del Monopoly constituyen metáfora peligrosísima porque el billete de juguete en sí es imagen poetizada del billete de veras al que aspiran y manejarán en pocos años. Por último, la subasta representada también es un peligro público porque simboliza la cosificación del ser humano, su valor de cambio como todo producto de este capitalismo agonizante.

En rigor, lo que los menores, como marionetas de ensayo para esta discoteca que engorda a sus clientes, han de concluir es que todo tiene un valor monetario, de falsa moneda, de moneda de traición o de moneda de veras. Qué más da, si el objetivo es pujar y ganar, como en tantos programas de esta tele nuestra donde unos programas basura se reproducen, retroalimentan y continúan en otros, en un bucle laberíntico de basurero gigante.

Si tal estorcolero virtual (con sus modelos fugaces, vacíos, operados, sin apellidos, instrascendentes, engolosinados en una estética cutre sin ética) inunda la vida, concluiremos nosotros que nos convertimos en basura. Y entonces ya nada importará nada.

  • Este artículo también se incluye en el número 1.955 del semanario Cambio16.

domingo, 3 de mayo de 2009

Casarse con los periódicos


Sandra Marín, de 23 años y de Los Palacios y Villafranca (Sevilla), ha ganado el primer premio en la VIII edición del concurso de Noveles Diseñadores que se organiza en el Encuentro Internacional de Moda Nupcial Puerta de Europa de Madrid. Para confeccionar su vestido, totalmente ecológico, ha utilizado más de 700 hojas de periódico.

Hay un viejo tópico, falso para más señas, que recuerda que el periódico del día anterior no sirve más que para envolver pescado. Nadie ha visto boquerones envueltos en semejante papel. Sin embargo, los periódicos viejos sí tienen otras posibilidades de reciclaje, como la que le ha encontrado Sandra Marín, estudiante de Diseño y Gestión de la Moda en la universidad privada sevillana de Ceade, que no sólo ha construido con ellos un vestido de novia, sino que ha ganado con tal prenda el certamen de diseñadores noveles más importantes del país en este sector. De 115 candidatos, el vestido diseñado y confeccionado por Sandra, expuesto en el pabellón Ifema de Madrid entre el 22 y el 26 de abril, ha sido el mejor, según un jurado formado por la créme de la créme: Juan Duyos, Javier Larrainza y Petro Valverde, entre otros, que también han enseñado sus colecciones en la misma pasarela de Cibeles la semana pasada, junto a otros grandes de la moda española como Elio Berhanyer o Roberto Torretta. Sandra se movió entre ellos como pez en el agua, y consiguió no ser aguja en el pajar, pues brilló con luz propia.

El premio ha dejado a Sandra boquiabierta, no sólo por los 1.100 euros en metálico que se ha llevado, sino por el estand exclusivo que Puerta de Europa le ofrece para la cita del año que viene. Y aún hay más: el director de la marca Novíssima, con 150 tiendas en todo el país y sedes en México y Nueva York, se le acercó en cuanto terminó el desfile para zamparle: “Quiero ayudarte. Tenemos que hablar”. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, al tiempo que descansaba del trabajo intenso que la había mantenido en vela durante tres semanas.

Para la confección del vestido, Sandra ha utilizado unas 740 hojas de periódico en la parte de abajo. Eran hojas del rotativo universitario que sus compañeros de Ceade publican a nivel interno. Tuvo que encolar cada hoja, a brochazo limpio, para conferirles rigidez. Las cosió con cáñamo que le prestó su abuelo. En la parte de arriba, ha aprovechado camisetas viejas, papel transfer y entretela de pabellón. El resultado fue un vestido que hubo de llevar a Madrid en furgoneta, pues es imposible de doblar.

Hace unos días, el director de Novíssima, Isaac Benarroch, la ha vuelto a llamar. Y Sandra, que no sólo quiere dedicarse al sector de las novias, anda más nerviosa que cualquiera de ellas. No ha hecho más que empezar.

El segundo premio también ha recaído en manos de una sevillana: Elisa Muñoz; y el tercero se lo ha llevado el granadino Leandro Cano. No hay tongo; Andalucía está a la cabeza del ingenio que aúna moda y reciclaje.


[Parte de este texto aparece también en forma de reportaje en El Correo de Andalucía del 3/05/2009]