sábado, 25 de abril de 2009

Jóvenes de los que enorgullecerse


Son jóvenes capaces, no como los del JASP que formaban parte de un mundo publicitario que se iba al garete en cuanto se cambiaba de canal, sino competentes en la sociedad real que les ha tocado vivir. Con padres trabajadores, familias corrientes, de mi pueblo, y deberes diarios encomendados por maestros y profesores en colegios públicos, de los que tienen un recreo en el que los chavales juegan al fútbol y comen bocadillos de chorizo o mortadela. No hace tanto que se llevaban una tarde terminando con esmero un trabajo manual con lanas o paneles. No hace demasiado que se desvivían por un examen de química al día siguiente. Parece que fue ayer cuando vieron la nota de selectividad, cuando entraron por vez primera en aquella facultad que no se parecía a las de las películas americanas sino más bien a su instituto pero con más metros cuadrados. Me refiero a los proclamados Jóvenes del Año por el Ayuntamiento de mi pueblo: el bioquímicio Manuel Adrián Troncoso; el matemático Enrique Fernández Nieto; y el físico José Antonio Lay Valera.

El Ayuntamiento, esta vez sí, ha acertado. Son jóvenes y merecen nuestra admiración y nuestro aplauso. No hace mucho que criticábamos en este blog la política palmera del mismo Consistorio consistente en jalear a adolescentes cuyo único mérito era pasear su insufrible ignorancia supina por la tele por la que pasa cualquier hazmerreír o a novilleros cuyo mérito, en todo caso, no coincide con los criterios y expectativas de la inmensa mayoría de los chavales que miran el futuro con ganas de cambiarlo.

Parece ser que, aunque no lo reconozcan nunca, en el Ayuntamiento han tomado buena nota de nuestras consideraciones. Han cambiado el chip. Y nos alegramos.

Estos currículos sí merecen ser espejos para los jóvenes del porvenir, que ya está aquí:

El bioquímico Manuel Adrián Troncoso, de 32 años y casado, trabaja en el departamento de Biología de Plantas de la Universidad de Michigan. Fue Premio Extraordinario en Bioquímica por la Universidad de Sevilla y realizó dos estancias en las universidades de Montreal y Oxford en 2007 y 2008, respectivamente. El año pasado obtuvo una beca predoctoral del Instituto de la Grasa, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Su trabajo está enfocado en el estudio de la síntesis de aceites en las plantas para conocer cómo las semillas y otros tejidos fabrican y acumulan los ácidos grasos que forman el aceite y que tienen relevancia tanto en la alimentación como a nivel industrial y energético.

El doctor en Matemáticas Enrique Fernández Nieto, de 32 años, casado y con dos hijos, es profesor contratado en la Universidad de Sevilla. Obtuvo el Premio a la Mejor Tesis Doctoral del Ayuntamiento de Sevilla y ha participado en 14 proyectos de investigación y desarrollo y en 28 publicaciones científicas. La más conocida y divulgada en todo el mundo es su propuesta de modelo matemático para predecir tsunamis y avalanchas submarinas, en la que trabaja desde hace más de cinco años. Cuenta con gran experiencia en organización de actividades de I+D y ofrece charlas a estudiantes de Secundaria Y Bachillerato sobre cómo aplicar las Matemáticas a la vida real.

El físico José Antonio Lay Valera, de 23 años, forma parte desde enero del grupo de investigación de Física Nuclear Básico del Departamento de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla para realizar su tesis doctoral, que versará sobre el estudio teórico de reacciones con núcleos exóticos. Este año ha recibido el Premio al Mejor Expediente de su promoción otorgado por la Real Maestranza de Caballería y en 2008 realizó un estudio en el Instituto de Física y Astronomía de Orus, en Dinamarca.

Con gente así, el futuro puede empezar a ser lo que un día imaginamos. Aunque estemos en crisis. Justamente la crisis nos ha depurado de frivolidades. Y saldremos de ella, tarde o temprano, gracias a la innovación de gente como ésta.

martes, 14 de abril de 2009

Emprendedores en tiempos de crisis

Ahora que pintan verdes, en tiempos de vacas flacas y desaceleradas, resuena la cantinela recurrente de que lo que hacen falta en este país son emprendedores. Jóvenes emprendedores, para ser exactos, como si sustantivo y adjetivo formaran la más lógica de las parejas y como si la collerita lloviera del cielo al antojo de las necesidades de cada mercado coyuntural. Ser joven es un valor en alza en los tiempos que vivimos, pero no necesariamente porque el joven tenga la oportunidad de emprender nada, sino por la posibilidad de resultarle rentable a quienes han emprendido previamente un plan de explotación virtual consistente en que el joven cante, baile o bostece frente a la cámara. En las últimas décadas, una mayoría de entre nuestra juventud -al margen de quienes prefieren ser funcionarios para no arriesgar nada- no está pensando en emprender ningún proyecto intelectual o empresarial, sino en colarse en el vagón de cola de algunas ideas tan incosistentes como vulgares y rumbosas para conseguir la oportunidad vital que la aparte de ese verbo tan incómodo de conjugar desde la áurea explosión de nuestra picaresca: trabajar.

La cultura del pelotazo o el pelotazo de dar con una oportunidad de oro aun careciendo de cultura se han fijado en los últimos años como el desideratum juvenil de muchísimos sujetos que pierden el tiempo en las aulas porque tienen la cabeza puesta en las colas de los casting, que han proliferado como la espuma entre los platós de televisión y la calle. Y ahora que la crisis aprieta, aumentan tales colas, como si fuesen el elixir de la esperanza desesperada. Y para recochineo público, resurgen las campañas de imagen de determinados famosos dándoselas de emprendedores de veras. Así, la modelo británica Kate Moss sale en las revistas presentando su nuevo libro de cocina. Sí, la misma modelo que protagonizó escándalos con la coca y que pasa más tiempo escondiéndose de los paparazzis que en la pasarela. La misma que más que probablemente no sabe freír un huevo ni pasarlo por agua ni estrellarlo con espárragos.

Lo de emprender está muy bien entre la gente guapa, que tiene tiempo para todo, después del trabajo, las citas, las poses, las entrevistas y los romances. Después de todo ello, Christina Aguilera diseña joyas y Penélope Cruz diseña ropa. Hasta Isabel Pantoja montó un restaurante antes del pelotazo marbellí, claro. Últimamente, esta gente es la única que emprende y la única que sale en las fotos, mientras crece por cientos de miles la lista del paro entre los demás.

El emprendedor y la I+D+i podrían ser la clave nacional si hubiésemos sembrado suficiente en estos años pasados de vacas gordas aceleradas, pero no ha sido así. Ni siquiera los gobiernos han apoyado la cultura del esfuerzo, el conocimiento crítico y el valor de las ideas autónomas, sino, más bien al contrario, la contracultura de una pseudopedagogía del divertimento, el desconocimiento borreguil y el valor de los planes colectivos alternativos. Verbigracia, la alternativa al botellón para la masa juvenil, que es muy reivindicativa con sus derechos, incluidos los de pasar de curso con cuatro cates.

Ante este panorama, la llegada del nuevo ministro de Educación -y Universidades- al remodelado Gobierno, el filósofo vasco Ángel Gabilondo, se me antoja un fogonazo verde y esperanzador, como aquella ramita machadiana en el olmo seco de nuestro sistema educativo. El nuevo ministro habla ahora de lo que muchos llevamos hablando hace tantos años, de un gran pacto por la educación en España. Imaginamos que se refiere a un acuerdo global para no cambiar el sota-caballo-rey del conocimiento y su adquisición gobierne quien gobierne, para reforzar las clases de lengua española, de matemáticas y de idiomas y para consolidar un nuevo orden estudiantil basado en el gusto por aprender y en la necesidad de hacerlo. Una durísima tarea que emprender, y a contrarreloj.
  • Este artículo aparece también publicado en el número 1.951 del semanario Cambio16.

jueves, 2 de abril de 2009

Cuando Cristo se arranca por bulerías


El poeta José Luis Rodríguez Ojeda, mi compañero en la tarea docente, acaba de parir otro trabajo de los suyos, de palabra contenida y sentimiento a flor de piel. Esta vez fusiona Evangelio y compás.

Retablo Flamenco de la Vida y Pasión de Jesús” es el periplo artístico de un hombre llamado a revolucionar el mundo a golpe de perdón concebida por el poeta José Luis Rodríguez Ojeda. En el disco, presentado ayer en la Agencia Andaluza del Flamenco, prestan sus voces clásicos del cante como Calixto Sánchez, Gema Jiménez o José Parrondo; sus sones, guitarristas maestros como Manolo Franco o Eduardo Rebollar; y lo mejor de sus talentos, un elenco de músicos que hacen sonar el trabajo a música celeste.

La productora Selene, bajo la dirección musical de Gustavo Olmedo y Eduardo Rebollar, acaba de poner en el mercado este disco oportuno para el Viernes de Dolores. Es la vida de Cristo desde la Anunciación del Ángel a María hasta la Resurrección. Para ello, el verso sobrio y tenaz de Rodríguez Ojeda se desgrana narrativo y fulgurante y se deja acompañar por la prosa contextualizadora de Francisco Robles, que transita entre episodio y episodio, entre palo y palo.

Con 13 temas, la obra comienza en una Anunciación por alegrías gaditanas. La voz aterciopelada del narrador nos coloca en “el frío de un establo” donde “nacía un niño que iba a cambiar aquella Bética donde Roma terminaría rindiéndole honores”. El Nacimiento es un villancico por colombiana, y después viene una nana. Los Campanilleros ponen son a Jesusito perdido y hallado en el templo. Se precipita el quinto tema, una entrada en Jerusalén por tangos, como no podía sonar de otra manera el pálpito del Domingo de Ramos: “Mañana de primavera: / reciben al rey judío; / por eso lleva el gentío /ramas de olivo y palmera”.

El palo de la Última Cena es la malagueña, larga y serena, inquietante junto a un narrador que funde el episodio evangélico con el misterio cofrade desbordado por las calles de nuestro siglo, dos milenios después. En Getsemaní, canta Cristo mismo, aterrado como hombre abandonado ante el cáliz que le ofrece su Padre: “Huerto de Getsemaní, / frondoso jardín de olivos; / qué solo me encuentro aquí, / casi muerto entre los vivos”. Esa soledad de Dios alcanza el cenit en el prendimiento, por soleá lastimera: “Cuando lo van a prender / Jesús le dice al farsante: / Haz pronto lo que has de hacer, / aquí me tienes delante”. Ya toda la Pasión sonará por tientos, tonás y peteneras, ese palo de mal fario para los gitanos y que en este disco sabe a rimada sentencia profetizada: “Qué condena, la más dura; / qué condena, la más fuerte; / y aunque inmensa es mi amargura / esperando estoy la muerte / como dice La Escritura”.

El remate emocional a las doce del Viernes Santo vuelve a ponerlo un narrador que encuentra Esperanza donde el Evangelio mismo pone desesperación. El Condenado no le reprochará al Padre su abandono, sino que pregunta a su Madre: “¿Por qué no me has abandonado?”. Las madres, las batas gitanas que nunca traicionan. En el romance de la calle de la amargura, Jesús canta jondo como un brote de la tierra: “Qué fatiga, qué mareo; / ni doblar podré esta esquina; / negro el horizonte veo / como el fondo de una mina”. El Crucificado canta una saeta desde el Madero, resignado a la voluntad del Altísimo. La primera persona del singular, tan lírica, tan flamenca, tan divina en este caso, rasga el velo del último aguante de quien escucha. Por fortuna, el proyecto de Rodríguez Ojeda, como manda el Evangelio, no termina en el sepulcro, sino en la Resurrección por sevillanas. El palo hispalense para un final esperanzado. “Sus ojos ya siempre abiertos, / cerrada ya toda herida; / no buscadlo entre los muertos. / Es su palabra la vida”. Se corrige así a Lorca, que veía en Sevilla una ciudad para morir. En esta Semana Santa flamenca, Sevilla para vivir.