sábado, 15 de junio de 2013

Sin duda, el mejor tomate del mundo

En la tribuna que publicamos el 12 de junio en El Correo de Andalucía, fuimos prudentes. Superados los 2.662 kilos de fritá de tomate, la prudencia se ha evaporado, máxime al considerar que el tomate ha conseguido reafirmar nuestro símbolo local por antonomasia en un pueblo que fueron dos: la UNIÓN en Los Palacios y Villafranca.

http://blogs.elcorreoweb.es/tribunas/2013/06/11/posiblemente-el-mejor-tomate-del-mundo/


viernes, 14 de junio de 2013

Un Parnaso, el ocho, dedicado al símbolo

Ya son ocho veces -que no sé si el número encierra algún simbolismo o no- las que nos hemos reunido los amigos del Patio del Parnaso en torno a la fuente de la Casa de la Cultura de Los Palacios y Villafranca y en torno a algún concepto aglutinador donde todas las gentes rebosantes o ansiosas de Cultura puedan dar o recibir pan de balde, entiéndaseme metafóricamente, claro. El de anoche fue el Símbolo, que dio para mucho, incluso para fundirlo o confundirlo con las metáforas y otras retóricas del montón o para empezar cargando el ambiente con símbolos militares, gracias a la gracia de Victoriano Rosal, capitán de este navío. Es lo que tienen los signos, que cualquiera los administra y los pinta como le place. Menos mal que mi amigo José Manuel Begines Hormigo, que esta semana ha estado de moda gracias a su nuevo poemario, Mañana será nada (Devenir ediciones), nos explicó con esa facilidad para la didáctica que se gasta él las diferencias fundamentales entre metáfora y símbolo, y no lo hizo con alharacas teóricas para darnos el tostón, sino con la elegancia que suele: echando mano de su nutrido bagaje cultural para explicarnos los antecedentes del término simbolista, llevándonos de la mano por las aventuras literarias y mundanas de los poetas malditos que se conjuraron contra el Realismo y sus insoportables espejos y trasladándonos por arte de su magia a los caminos polvorientos de Machado, que siguen siendo caminos, y a los oníricos de la lorquiana Preciosa, cuya luna, a pesar del viento caliente, nunca fue más que una pandereta. 

De otros símbolos muy distintos nos habló Julio Mayo, que recurrió a su ingente archivo de imágenes pretéritas para enseñarnos, fundamentalmente, la potencia de los símbolos en la religiosidad popular, así como su indeleble huella a pesar de la jerarquía. Según Mayo, cuanto más se empecina el clero en cargarse la paraliturgia del pueblo -como los numeritos procesionales o los Judas-, más crece esta, como la mala yerba convertida en buena por arte del duende popular. Nos reímos con algunas de sus ocurrencias, pero también nos enteramos de muchas de las curiosidades que él rescata de aquí y de allá, en el espacio y en el tiempo. 

Cuando le tocó el turno al cantautor Manuel Núñez Amador, la noche ya se nos había echado encima, no sé si simbólicamente o no, porque las estrellas de este verano incipiente parecían necesarias en el contexto de su canción, que nos prologó él mismo recordándonos que la compuso la primera vez que vio el mar, a los 25 años. El mar se convirtió en símbolo de la noche a partir de entonces, a los sones de su guitarra con aires de rock y al compás de la marea que nos hizo más agradable la velada.

Luego le tocó el turno al biólogo Antonio Rodríguez Sierra, que se estrenaba a su pesar, según me echó en cara cariñosamente. No me pesaron sus palabras, ni a nadie, porque todos descubrimos muchas verdades detrás de su discurso duro y sin ambages, rompiendo tópicos y pasando a limpio muchos de los símbolos que la pseudociencia que a él le revienta ha pervertido en los últimos años. Nos habló de adjetivos como 'natural', 'ecológico', y empezamos a desmitificarlos. Yo creo que su naturalidad expositiva, aunque él no lo sepa, fue la que fomentó el debate que tuvimos casi al final, mientras Paco Benítez Acosta, que al comienzo nos deleitó con piezas de Bach, Mozart y Beethoven, esperaba para concluir con unas piezas de Satie y Einaudi que ya fueron el colofón mágico para una noche que dejó de ser simbólica para convertirse en real por suerte para los que tuvimos el privilegio elegido de disfrutarla. El piano de Paco es una gozada, aunque, como bromeábamos al salir con Florián Ramírez Luna -que asistió por primera vez-, no lo sería si no lo tocase él. 

El último interviniente de la noche fue José Arahal, compañero más joven de la Facultad de Comunicación reconvertido en coach por cosas del destino, de la crisis y de su mente inquieta. Arahal nos interpeló a todos con preguntas que despertaron nuestra curiosidad, con iconos elevados a símbolos de las marcas empresariales que hoy lo dominan absolutamente todo a través de pantallas como esta en la que yo escribo. La manzanita mordida de 'Apple' no sólo sirvió de ejemplo paradigmático de la eficiencia simbólica que buscan los grupos de las empresas globales sino que nos transportó a todos al terreno mítico de la pecadora Eva, como nos recordó Francisco Amador Moguer, que asistía ya por segunda vez y parecía embelesado con un debate que, como ha considerado Sandro Lay -otro enganchado al Patio-, no era nada pedante. 

Eso nos ha gustado, que los demás se sorprendan de que nuestro Patio del Parnaso, a pesar de su nombre cursi, no sea nada pedante. Nos ha gustado a Victoriano y a mí, que nos esforzamos sobre todo por congregar dos veces al año una porción de lo más granado de la inquietud cultural palaciega. A pesar de todo, hubo poca gente. No llegamos a 30, incluido el cámara de la Radio Televisión Los Palacios que tan diligentemente llegó a la medianoche haciendo de notaria de todo. Pero, como dijo Begines, así debatíamos mejor. En fin. Mientras escuchaba los últimos acordes del piano de Paco, cuando todos nos creíamos en otra dimensión, yo pensaba para mí: "Y todo esto, de balde". Luego, al amanecer, he pensado que nada es de balde, que todo, por fortuna, deja una huella en la vida. Tardaremos en olvidar la noche del Símbolo en el Parnaso.

viernes, 7 de junio de 2013

Muñoz Molina y yo

Desde hace años, siempre que veo o leo a Antonio Muñoz Molina pienso que, de mayor, me gustaría ser como él. Enseguida imagino que como cualquiera, que apunto demasiado alto y que claro que es un personaje envidiable -envidia sana-, admirable e imitable. Pero al momento caigo en la cuenta de que en este mundo emborronado en el que nos movemos quizás no demasiada gente quiera ser como Muñoz Molina; es más, pienso, a mi pesar, que tal vez no sea demasiada la gente que conoce a ese señor que se dedica a pensar y a escribir acerca de las realidades, la real y la imaginaria, a partes iguales, y que tal vez peque yo mismo de ingenuo cuando confundo a un novelista con un crack del fútbol, por ejemplo. En cualquier caso, yo sigo en mis trece y me he alegrado enormemente de que al autor ubetense le hayan concedido el premio Príncipe de Asturias. Es de justicia y de sentido común. Además, mantengo una extraña relación indirecta con él.

Resulta que mis dos mejores amigos en dos etapas diferentes de mi juventud, primero en el instituto y luego en la facultad, le han dedicado sendas tesis doctorales a Muñoz Molina. El primero es José Manuel Begines Hormigo, centrada en el estilo y los personajes novelescos del autor de El jinete polaco. El segundo es Manuel Ruiz Rico, centrada en sus artículos de juventud cuando tenía aquella sección en el Diario de Granada que transformó en libro homónimo llamada 'El Robinsón urbano'. Por lo tanto, mi amigo del instituto -que a la vuelta de 15 años ha vuelto a ser compañero de profesión docente en otro instituto del mismo pueblo- le dedicó los mejores años de su investigación a Muñoz Molina desde el punto de vista literario. Y mi mejor amigo de facultad -que a la vuelta de una década ha vuelto a Bruselas después de haber pasado por Etiopía y Panamá- le dedicó los mejores años de su investigación a Muñoz Molina desde el punto de vista periodístico. Y yo, que soy amigo de ambos -que apenas se conocen-, me sitúo entre ellos con la misma pasión que me sitúo entre la Literatura y el Periodismo. Curioso por lo menos. 

Pero es que allá por 1982, cuando Muñoz Molina era un funcionario del Ayuntamiento de Granada que se presentó en la redacción del Diario de Granada para ofrecer sus artículos y yo tenía la edad de mi hijo -3 añitos-, quien le abrió la puerta allá fue Antonio Ramos Espejo, director entonces de aquel periódico y muchos años después director de mi tesis doctoral, centrada en la faceta periodística del literato Joaquín Romero Murube.

Hoy decía en una entrevista que le hacían a Manuel Ruiz Rico en un periódico de Sevilla -aunque él estaba en Bruselas- que en Muñoz Molina la literatura y el periodismo y todas sus obsesiones sobre el hombre, el tiempo y la ciudad estaban en el mismo saco, que no se podían separar. 

Desde mi sofá silencioso en medio de la noche quieta, me he acordado de mi identificación con Lorencito Quesada y con tantos otros personajes de Muñoz Molina en toda esa proyección suya de hombre de pueblo que se enfrenta a los enigmas de la posmodernidad con el único arma de ser un hombre, nada más, y me alegro de que todas estas cosas redimidas al fin y al cabo por el poder esclarecedor y alucinante de la palabra no se puedan separar. Ni las palabras ni las personas, en efecto.