jueves, 31 de diciembre de 2009

No me gustan los balances

Los balances me suenan a despedida, a cerrojazo, a crueles adioses. Ya sé que me deberían sonar a una puerta que se cierra para que otra se abra, a poner en claro, a saludo del año que llega. Pero uno es como es. El balance me connota siempre algo económico, de remota balancita con pesas jerarquizadas, como la que tenía mi abuela Modesta en aquella cocina hiperbólica que incluía pozo profundísimo y una pila que parecía un pesebre... Con aquella balanza jugaba yo cuando no era más que un renacuajo. Ya sé que una cosa es una balanza y otra un balance, pero éste puede hacerse poniendo todo en los dos platillos de aquella para ver el resultado entre el debe y el haber... ¿ven ustedes como me pierde el sentido económico? Tal vez por ello no me guste hacer balances, porque la vida y los años van mucho más allá del dinero y porque 2009 no ha sido un año -ejercicio, dirían los economistas, con un lenguaje paradójicamente escolar- para hablar de parné.

Los balances personales son para interiorizarlos, en mi opinión; y los balances públicos resultan inútiles porque cada uno siente el año según le ha ido. De modo que quién necesita un balance. Sin embargo, todos los medios de comunicación de masas se empeñan en hacerlos, aunque ya sé, por experiencia, que detrás del mismo se esconde más una necesidad de rellenar en este páramo informativo que son las fiestas que un verdadero interés de balancear el año para aprender de cara al próximo. Nadie aprende de un año porque empiece otro nuevo, y ni siquiera el año es frontera, en la práctica, de nada. Ni del curso académico, ni del político, ni del litúrgico siquiera. Lo del ejercicio administrativo, fiscal, contable, etc. ya sabemos todos que es, en buena medida, un paripé para llevarse bien con Hacienda. Así que los balances podrían hacerse en cualquier momento, o no hacerse jamás.

En este final de 2009, por ejemplo, año de crisis para muchos y de bonanza a costa de la crisis para otros, qué balance hará el padre de Marta del Castillo, la niña desaparecida el pasado 24 de enero en un barrio de Sevilla. Y qué tendrá que ver ese balance con el que pueda hacer Chaves, que se fue a Madrid, u Obama, que se instaló en la Casa Blanca. El año comenzó con el chiste sin gracia de la malhadada Montserrat Nebrera, ex pepera que ya no encuentra su lugar en el mundo después de despotricar contra nuestro acento andaluz. Luego el año estuvo para menos chistes con noticias deslumbrantes como el fin del gobierno nacionalista en Euskadi o aciagas como el interés repentino de los socialistas por reformar la ley del aborto, con hipócritas escándalos por parte del PP includios. La tragedia del aborto no es para tomársela a coña partidista por parte de los de siempre, pero este es el balance que uno puede sacar de esta clase política profesionalizada que soportamos.

De este sitio web que iniciamos en noviembre de 2007 para escribir pensando o pensar escribiendo no es 2009 el mejor año para hacer balance, pues ya ven las entradas que dio de sí 2008 y las que ha dado este año: la mitad. Tal vez en mi haber interno me queda la satisfacción de que si he producido menos reflexiones en estos doce meses será porque la balanza se inclina de otro lado. Quienes me quieren saben de dónde.

lunes, 28 de diciembre de 2009

John Donne y la DGT

John Donne fue en Inglaterra algo así como nuestro Quevedo por Madrid, el polémico metafísico que gusta y cuesta escuchar simultáneamente. Uno de sus fragmentos poéticos más célebres, extraídos de su libro Devociones para ocasiones emergentes, de 1624, es el siguiente:

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.


El escritor Ernest Hemingway se sirvió de esta cita no sólo para colocarla en una de sus novelas más famosas, sino incluso para ponerle título: Por quién doblan las campanas (1940), en la que narra la experiencia de un dinametero norteamericano en la Guerra Civil española.

Ya en el siglo XXI, y de nuevo en España, la Dirección General de Tráfico (DGT), consciente de que la sangre y el gore automovilístico no tienen demasiado efecto en las conciencias de los conductores, ha elaborado este invierno una campaña más inteligente, en la que pide a los ciudadanos un minuto de silencio no por los 500 muertos en carretera que se nos van cada año sino por los que están por caer en 2010. En el spot televisivo aparece gente diversa en situaciones diversas, guardando silencio. Al final, una voz en off sentencia: "Si vas a conducir después de haber bebido, este minuto de silencio es por ti".

Y que luego nos pregunten para qué sirven los clásicos.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Mi 'Lazarillo' emprende el vuelo


Apenas hace tres semanas que está en la calle y ya va sola. Mi edición de El Lazarillo de Tormes, con unas magníficas y atrevidas ilustraciones de Miguel Parra, se vende en librerías, institutos y rincones dispares donde este clásico imperecedero sabe encontrar su hueco de pícaro siempre actualizado. Lo terminé en febrero, pero no ha sido hasta noviembre cuando el libro estuvo listo para salir de la imprenta de la editorial AE, que se ha aventurado en el terreno de los clásicos con dos títulos más: La Celestina, de Fernando de Rojas, y las Rimas de Bécquer. La vida de Lázaro González Pérez, con sus fortunas y adversidades, se ha asomado al mundo con unos colores envidiables, un aparato crítico claro y riguroso a la vez y un precio innegociable y sin competencia. Observaremos su evolución.

Pistas para interesados:

Editorial AE
Av. Tomás García Figueras, 1 local 20
Jerez de la Frontera - Cádiz
Tel 902 50 71 50
info@editorialae.com

sábado, 5 de diciembre de 2009

La cultura nuestra de cada web, dánosle hoy


Los libros son caros. Pero se puede también decir que los libros no son caros. Se puede decir que lo único caro del mundo son los libros. Todo lo demás es baratísimo. Los zapatos son baratos; la vivienda es barata; la barra de labios es muy barata. Todo barato. Sólo son caros los libros. Quienes critican son normalmente los que no leen. Y además encuentran en esa supuesta razón el argumento para decir que no leen. Sí, los libros son caros. Pero es que todo es caro. Y ¿por qué tienen los pobres libros que sufrir todos los días la monserga de que son caros? La verdad es que los libros no nacen, no caen del cielo como la lluvia. Se hacen. Se componen de papel, tinta, la sensibilidad del autor, la competencia técnica del tipógrafo -si es que aún se llama así-, necesitan de un distribuidor, una librería. Y cualquiera de ellos ha de ganarse su salario. En este proceso sucesivo parece que todos tiene que estar bien pagados menos el que en primer lugar hacen los libros, o sea, los autores. Esos no. Los autores deben vivir como misioneros del libro: sin comer, sin casa, sin caprichos, así los libros serán baratos. Pues bien, si los libros han de ser baratos y no lo son, ¿qué haremos?

José SARAMAGO: "Nuestro libro de cada día", Pregón de la Feria del Libro de Granada, 1999.


Esta reflexión del Premio Nobel portugués es extensible a cualquier producto de la cultura que ahora se debate entre la vida y la muerte por la moda digital de que todo lo cultural debería estar al alcance de la mano para todo el mundo, como las estrellas del cielo. ¿A que el papel que Saramago reserva al autor en este irónico pregón se parece demasiado al que los pobres agricultores desempeñan cada vez más en este mercado nuestro de los tomates por las nubes?