jueves, 29 de septiembre de 2011

Un científico para un pueblo

Más allá de las sandías y los futbolistas punteros, Los Palacios y Villafranca se sitúa en el mapa gracias a jóvenes científicos como José Miguel Algarín Guisado, que hasta hace unos meses compatibilizaba el coger tomates en el invernadero de sus padres con sus comunicaciones en congresos internacionales. Sin haber cumplido aún los 25 años, sacó el mejor expediente académico de su promoción y un máster en Física Médica, y se ha convertido en un chico récord: no sólo es el más joven de España en recibir el premio a Jóvenes Investigadores URSI (siglas francesas de Unión Centífica Internacional de Radio), sino que es el segundo año consecutivo que lo logra, y ahora es el palaciego más joven en convertirse en Hijo Predilecto.

Con razón su padre, que lo ha visto corretear por entre los olivos antes de que ingresara en el grupo de microondas del departamento de Electrónica y Electromagnetismo de la Universidad de Sevilla, lloró como un chiquillo el pasado jueves, cuando se enteró de que el pleno palaciego, por unanimidad y a propuesta del PA, aprobó nombrar a su niño Hijo Predilecto del pueblo.

El premio del año pasado en el congreso de la URSI fue por la comunicación titulada "Lentes de permeabilidad -1: Resolución y aplicación en la imagen por resonancia magnética en paralelo". El galardón de este año, que José Miguel ha ganado otra vez como quien gana al parchís, se llama "Metamateriales no lineales para aplicaciones en imagen por resonancia magnética". Pese a los tecnicismos, de ambas comunicaciones están más que orgullosos en el servicio de Radiología del hospital sevillano Virgen Macarena, con quien su departamento colabora estrechamente. Con los llamados "metamateriales", descubiertos tan sólo hace una década en Inglaterra y artificiales en el sentido de que no se encuentran en la naturaleza, José Miguel consigue fabricar unas placas que, aplicadas en el momento de la resonancia a un enfermo, consigue mucha más calidad y nitidez en la imagen resultante, ya que "confina el campo magnético que se aplica en la muestra", explica. Es decir, que el médico logra ver con mucha más claridad los resultados, lo que le facilita hacer un diagnóstico mucho más acertado. "Es como si la imagen tuviera más píxeles y ganara en calidad", dice el científico palaciego.

Agradecido a su compañero de investigación, el mexicano Marco Alonso López, a sus directores de tesis -que aún realiza-, Ricardo Marqués y Manuel Jesús Freire, y al proyecto nacional del Ministerio Consolider Ingenio, que hace posible la financianción, José Miguel es muy crítico con el nuevo plan Bolonia: "Con él se va a acabar la última generación de físicos; ahora preparan a los estudiantes sólo para ser profesores de instituto", asegura. Su plan inmediato -y el de su novia- es hacer méritos en universidades europeas para "poder volver" a la de Sevilla. En el camino va, después de haber presentado seis comunicaciones en congresos internacionales, otras dos en congresos españoles y haber publicado cinco artículos en las revistas más prestigiosas del mundo. "Mis jefes me dicen que el año que viene podré leer la tesis", dice esperanzado, aunque ahora sus nervios se deben al nombramiento en su pueblo. "Me ponen nervioso en mi casa; mi tía Encarna se acordaba de mis abuelos, a los que les hubiera encantado conocer todo esto", dice él, también emocionado.

  • Este texto, resumido, se publica asimismo hoy como breve reportaje en El Correo de Andalucía.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Luto porque la vida sigue igual

No me resigno a pensar que hoy haya amanecido como si tal cosa. Ayer asistí al entierro del padre de un amigo, de un muy buen amigo, de esos íntimos que sólo se tienen una vez en la vida, aunque en esos momentos fugaces uno no lo presienta y también los viva como si tal cosa. Estuve la noche anterior en el tanatorio local, donde había un revuelo de gente charlando de lo humano y lo divino, a partes iguales, mientras los más dolientes intentaban seguir el compás que estos ritos sociales les van marcando, aunque todos tenían ganas de acostarse y taparse la cabeza y llorar. Allí hablé con mi amigo, pero no terminé de decirle lo que la muerte de su padre me ha dolido. A mí también.

Otros padres de otros amigos también se fueron, pero tal vez con ningún otro sentí esta puñalada de la vida que ni siquiera tiene la decencia de avisar, sino que se clava como tontorrona donde más duele un día como tantos. Al padre de mi amigo lo conocí al poco de conocerlo a él. Me gustaba su manera tranquila de estar en el mundo, su manera apacible de saludar cuando yo llegaba a su casa y preguntaba por el hijo y me indicaba que estaba en el cuarto como un agente del tráfico que sonreía tras sus gafas enormes. Cuando salíamos del cuarto, soltaba alguna sentencia popular que nos hacía reír como estúpidos pero que no se nos olvidaba, porque eran frases evidentes pero fundamentales.

Una vez nos emborrachamos, mi amigo más que yo. Y junto a otro amigo lo llevamos a su casa casi a rastras. Temíamos lo que nos fuéramos a encontrar al llegar a su casa. Cuando abrieron la puerta sus padres, la madre dio un grito de sorpresa , y el padre, que en paz descanse, dio media vuelta mascullando que se cagaba en la leche. Desde el mismo instante, aquel gesto suyo me hizo recapacitar sobre la grandeza de ser padre y los buches salados que uno debe tragar. Ahora yo soy padre, y mi amigo también, y me gusta imaginar que a ninguno de los dos se nos ha olvidado aquella noche y aquella lección.

Ayer tarde, mientras el sepulturero untaba cemento sobre la lápida provisional y yo no podía ver a mi amigo desconsolado, me oculté entre las calles de nichos para que nadie vislumbrara mi rebeldía contra esta puta vida que te regala veranos luminosos y luego te azota en septiembre con el amargo sabor del membrillo.