domingo, 24 de febrero de 2008

Toros y clones


La vaca del viejo mundo

pasaba su triste lengua

sobre su hocico de sangres

derramadas en la arena,

y los toros de Guisando,

casi muerte y casi piedra,

mugieron como dos siglos

hartos de pisar la tierra.

LORCA



Quienes me conocen sobradamente saben que llevo siglos combatiendo la tauromaquia decadente y casposa que hemos vivido desde Paquirri, o sea, en estos últimos tiempos de pose y falsedades tan crueles como injustas. El toreo, además de como dicen los ecologistas y los defensores a ultranza de los animales (entre quienes no me incluyo necesariamente) no es ni arte ni cultura, sino tortura. Y esta tortura no es infringida solamente contra el noble animal que sacan al circo de sus hierros puntiagudos, sino contra la audiencia de la otra programación televisiva que ha de sorportar a catetos de tímida melena con aureola de artista y galán sin la más mínima idea sobre lo que significa rigurosamente el arte ni tener el más mínimo concepto cultural en la cabeza, sino muchos mugidos camperos a los que algún apoderado y un poco de buena suerte barnizaron con el toque telegénico de la estética pija, para regocijo de esa clase social dispersa que entrevemos en nuestra sociedad, desperdigados y despreciativos como los espárragos de monte que miran siempre de reojo y bizcamente. Estos mataores de nuevo cuño buscan rápidamente a la hija tonta de algún ricachón y tratan por todos los medios de ganar minutos en los telediarios, además de espacio en el couché, de forma que cuando nos venimos a dar cuenta nos damos de frente con un rostro fabricado para el espectáculo integral de la nueva cultura de masas, que aplaude tantas veces sin saber por qué. A algún elegido sólo le falta un trío de artistas más sensibles en la barrera para convertirse en el genio reciclado que nuestro tiempo necesita, después de haber reconocido que el toreo no es lo que era. El negocio ha de perdurar.

Y fíjense si perdura que la última noticia al respecto es que, por más que no nazcan a día de hoy Manoletes ni otro Rafael el Gallo ni toros de Guisando de bravura incontestable, los ganaderos con duros de sobra se van ahora a EEUU a clonar toros a la carta. Como lo oyen, si no lo han oído ya. Un par de ganaderos de Madrid y Sevilla se han plantado ya en tierra yanqui para clonar a viejos sementales y seguir consiguiendo toros que ya no les salen de la madre tierra. Toros perfectos, hijos de probeta, laboratorio y trabajo microscópico de células manipuladas. Si Lorca levantara la cabeza...

Al parecer, la técnica del clon está ya mucho más avanzada que en tiempos de la pobre oveja Dolly, de modo que los ganaderos están muy esperanzados en hacerse con una ristra de toros igualitos al clonado y así asegurarse el negocio de la muerte que sustentan. Ahora, cada vez que se necesite un toro de pura raza se echará mano de pura ciencia, de modo que el astado dará espectáculo racial y científico a la menguante afición que comentará la bravura en el tendido. ¡Ole, clon! ¡Ole, clonado!, dirán los amos con la pajita en la comisura de los labios y los ojos entornados. Arte puro; gracias, George o gracias, Philip, pensarán para sus adentros, agradecidos a la innovación yanqui de la que tanto han renegado los amantes del duende inexplicable que corre por la sangre.

Hablemos en serio. Los defensores de la tauromaquia han basado sus razones de que el espectáculo sangriento que es la vergüenza (y el entretenimiento vacacional) de media Europa ha de continuar en dos razones fundamentales: la primera es la de que si no existiese el toreo, se extinguiría una especie animal, y ya se sabe que los aficionados al toro son hipersensibles al mantemiento ecológico de todas las especies. La segunda es que el toreo es el último rito religioso que queda en Occidente, un sacrificio en el que el toro es dios y el torero un bailaor que danza al son de la muerte, aunque el artificio garantice que siempre muera el mismo, como un dios cristiano y redentor o algo así... Resulta que con estas últimas noticias se derrumban ambas razones, pues no es que el toreo garantice la supervivencia de una especie (el toro bravo existía antes de la costumbre de torearlos, que se populariza hace poco más de 200 años), sino que, más bien, ha agotado la producción antinatural de reses bravas hasta el punto de no importar manipular genéticamente su bravura en los laboratorios; por consiguiente, lo que sí garantiza el toreo es el negocio a un sector ínfimo de la población y ya se sabe que el pan de cada uno es sagrado. En cuanto al rollo del rito religioso y la danza macabra, el arte y las costumbres contemporáneos han encontrado otros ritos religiosos que no precisan sacrificar a ningún ser vivo para regocijo del respetable, por más que el fondo antropológico liberador de tensiones venga a ser el mismo; un ejemplo, el fútbol dominguero.

Quienes conocieron bien a Ignacio Sánchez Mejías, el torero mecenas del 27, han dicho repetidamente que fue torero porque era la manera de destacar viril e incluso académicamente en aquellos años. Si hubiera vivido hoy, Ignacio hubiera sido político o periodista o polemista de primer nivel. Ni siquiera futbolista, pero desde luego que no torero. La sensibilidad que se nos supone en el siglo XXI no soporta más este espectáculo engañosamente telúrico (¡las probetas lo demuestran, finalmente!), pues hoy vemos la evidencia del sufrimiento a través de un cristal mucho más nítido: el toro es instrumentalizado para dar una fiesta que consiste en acribillarlo paulatinamente hasta que es atravesado de parte a parte con una espada y cae desangrado mientras el público aplaude. No querer ver esto con toda su crudeza es no estar hoy en el mundo, sino en la fantasía cegadora de quienes se quedaron antaño con el procedimiento y no con el fin de lo que ocurre en la plaza e hicieron arte y creación con ello. Hoy sabemos que el arte es creación y no destrucción, y también sabemos que las tradiciones han de respetarse en la medida en que no supongan un atentado a nuestra evolución como seres humanos, más sensibles y más conocedores de nuestra hermandad con todo lo creado, incluido el hermano toro. Pero, por desgracia, hay quienes aún no lo saben y creen, como antaño, que la billetera lo soluciona todo. Ya caerán (en la cuenta).



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