viernes, 24 de agosto de 2012

Neorrealismo de política cazurra

Como a tantos otros amantes del cine clásico, a mí me gustaba el neorralismo italiano no sólo por la belleza concisa de su blanco y negro, sino por el humor que se desprendía del ingenio de los protagonistas en tan apretadas situaciones. Creo que la primera película de este género que tuve la suerte de disfrutar fue El pisito, dirigida por Marco Ferreri y basada en la novela homónima de nuestro admiradísimo Rafael Azcona. La proyectó Manuel María Rosal Núñez y su gente del grupo Vesilda hace ya una eternidad, cuando la guardería de mi pueblo no servía para acoger niños, sino tantos mosquitos como sueños en las frescas noches estivales en que todavía se fraguaba un futuro mejor y todos usábamos el pasado para hacernos un bagaje cultureta, desde la cómoda silla de tijeras, con cervezas fraternas y tomates aliñados en el ambigú. Poco después, ya en la carrera, vi Ladrón de bicletas, de Vittorio de Sica, una de esas cintas que te pone un nudo en la garganta desde el principio, sobre todo si te coge en esa época postadolescente en que precisamente te haces adulto porque abres tu corazón a la compasión por el ser humano, como me pasó a mí. 

Conforme pasó el tiempo, aunque dejé de ver películas así, siempre sobrevivió en mi memoria el regusto por aquellas secuencias que retrataban personajes de una pieza con tan sólo unos diálogos simples, pero también el tono sepia de un tiempo superado. Tal vez por ello, me emocioné hasta el llanto con Cinema Paradiso, y no sólo por la banda sonora de Morricone, sino porque la película, rodada mucho después de la moda neorrealista, confirmaba la emoción universalista cada vez que se tocan los sentimientos básicos del ser humano: la amistad, el recuerdo, la infancia, el amor. 

Aquel mundo retratado por actores elegantes y figurantes con más protagonismo de la cuenta sacados de la calle nos gustaba sobre todo porque evidenciaba la brecha conseguida entre sus años y los nuestros, entre sus necesidades perentorias y nuestros vicios de ricos repentinos. Lo que no nos gusta, y menos ahora que lo vemos ya aquí, es este empeño de la derecha española por pintar de gris oscuro esta realidad circundante que antes se llamaba estado del bienestar y que tan gorda les caía, a lo que contribuye una izquierda paralizada cuyo único monigote activo se dedica a atracar supermercados y haciendas escondidas, como en esas series de bandoleros falsos que a la nueva televisión derechizada le gusta tanto a todas horas. Unos por un extremo y los otros por el otro, la realidad real se parece cada vez más a aquella realidad de las cintas monocromas que un día se nos antojaron irrepetibles por fortuna. 

Ahora que estos lumbreras de la política de amparo han decidido subirle 50 euritos a los parados pero negarle los 400 euros a quienes vivan en casa de sus padres o abuelos, me ha sido inevitable recordar El pisito, con aquel cartel que confeccionó para la ocasión Antonio Mingote y aquel drama del novio teniéndose que casar con una tía viejísima para heredar el piso y así conseguir uno. Medio siglo después, los que no han tenido oportunidad de conseguir una vivienda porque los tiburones del mercado inmobiliario se lo han impedido, tendrán que ingeniárselas ahora para construirse aunque sea un palomar en la azotea y demostrar documentalmente que el palomar es casa independiente, para recibir la limosna al margen de la fiambrera de mamá.

El problema de la derecha de veras, de la derecha convencida que ha puesto su pica en nuestro gobierno, es que se mete en politica no para ganar dinero ni porque le importe la cosa pública, sino, fundamentalmente, para jugar. Miren a Esperanza Aguirre. Fíjense en este ministro con nombre de opus dei y apellido austríaco. Su visión cartesiana de la realidad les hace vislumbrar las soluciones muy fácilmente. Es pura matemática, como repite absurdamente el propio Rajoy: no gastar más de lo que se tiene. Pero es que esta gente no entiende que el Estado -ese conglomerado de personas que conforman una nación- no es un cortijo ni una hacienda ni una empresa. No funciona igual, por mucho que lo repitan demagógicamente. Al menos no debería funcionar igual en un Estado de Derecho. Otra cosa es que ellos crean en tal concepto, y me temo que no. Si fuera tan fácil, cualquiera valdría para gobernar, incluso un tipo con pintas de calzonazos. Este Estado de Derecho tiene que hacer malabares con la deuda, con el déficit, con el amparo a los más débiles, con la pedagogía hacia los que más que tienen... y al final, lo comido por lo servido aproximadamente. Claro que en España hemos sufrido una casta política acostumbrada a los desmanes, a creer que el pozo de lo público no tenía fondo, y a hacer de esa filosofía aproximativa del bienestar una varita mágica del desenfreno. Y ahora nos cae encima, sin anestesia, la otra receta. Y de camino, una agudísima intentona de ideologizarlo todo con actitud reaccionaria. Con el turnismo estéril que sufrimos en este país al menos desde el siglo XIX, los españoles de a pie sufrimos el efecto pendular de Guatelamala y Guatepeor: una izquierda que se mete en política para medrar, aun a riesgo de desmantelar el país; y una derecha que se mete en política para jugar, aun a riesgo de dejar en la cuneta a la mitad de las personas con tal de salvar el nombre, el escudo, la bandera y los informes que nos piden en Europa, porque a esta derecha temible a la que ya se le ven los bigotes le importa muchísimo más España que los españoles. 

Además de jugar como al monopoly, esta derecha peligrosa aprovecha para confeccionar un país a su medida: y por eso apuesta por la segregación por sexos en las escuelas que pagamos todos y nos trae de nuevo a la televisión que pagamos todos esa barbarie de los toros para terminar de evocar esa España negra de la sangre y la arena que tantos intelectuales comprometidos de verdad con el pueblo y las oportunidades de todos se encargaron de combatir. Seguramente así, el país se convertirá en un escenario perfecto para que las cámaras, igual que en las plazas ya casi vacías donde cayeron tantas tripas, sólo tengan que encender para captar, tanto tiempo después, el neorrealismo español patrocinado por esta política cazurra que soportamos. Ahora me gusta menos el neorrealismo.

-Este artículo se publica asimismo en el nº 2.118 del semanario Cambio16.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Curro Jiménez no asaltaría el Mercadona

En el vertiginoso salto de la literatura a la realidad, pueden darse casos de efectos colaterales, como les ha ocurrido siempre a los señores de la guerra cuando pasan de los planes a las bombas allá donde también hay niños y mujeres que van con una cesta y parejas que se casan. La literatura, tan dada al símbolo, lo resguarda elegante en la torre marfileña de su inocuidad. Pero la realidad, tan dada al drama, no puede jugar a los símbolos con la irresponsabilidad de la poesía, porque en la realidad real no existen los personajes ni los prototipos ni los arquetipos, sino las personas de carne y hueso que necesitan un ibuprofeno, van al váter o tienen la regla, todo lo cual emborrona el sutilísimo guion de quien sueñe con convertirse en leyenda antes de morir. Y por eso el parlamentario Juan Manuel Sánchez Gordillo, que siempre juega a Robin Hood pero ganando casi 4.000 euros como cualquier diputado del montón, se ha equivocado trazando con el asalto al Mercadona el pretendido símbolo de un romanticismo posmoderno, que precisaría de otra clase de héroes, pero no de un comunista mesiánico al que solo escuchan en su pueblo y no la hora de comer, sino después. 

    Lo de símbolo lo ha soltado Gaspar Llamazares desde la cómoda distancia de Madrid, pues desde la capital del reino siempre se han visto los hazañas periféricas con un halo legendario, que se disuelve sin embargo en la proximidad del manotazo en la cara, del empujón en la marasmo del párking y de las patadas en la propia caja, como les ha ocurrido a varias cajeras del supermercado de Écija (Sevilla) y Arcos de la Frontera (Cádiz) cuyos asaltos lideró desde la distancia simbólica y nada caballerosa este sujeto que manda en su pueblo, Marinaleda (Sevilla), desde que relevó, hace 33 años, al último alcalde franquista. En efecto, a las cajeras maltratadas nada de esto les ha parecido un símbolo, sino una brutalidad. A los seguidores de Sánchez Gordillo les habrá parecido, en primer término, un artificio muy mediático y estival para acaparar las portadas de los raquíticos periódicos de la temporada. Pero más allá de los pareceres dispares, está la cuestión central y pragmática de si el asalto ha servido para algo o la injusticia propia del capitalismo sigue intacta. La respuesta es evidente. Por lo que se deduce fácilmente que el objetivo de Sánchez Gordillo estaba más en el sujeto, él mismo y sus siglas, que en el objeto milagroso de repartir el pan a los pobres. 

    Robin Hood luchó durante el Medievo inglés para que a los pobres no les faltara el trozo de pan que les correspondía por puro humanismo, pero no un día para ser objeto de las canciones juglarescas, sino toda su vida. Curro Jiménez, cuya figura se acrecienta en estos días por la muerte de Sancho Gracia y por la reposición de la estupenda serie en La 2, encarnaba al prototipo de bandolero andaluz que era capaz de dar su vida por la justicia que no se le administraba al pobre desde ningún resquicio de aquella administración decimonónica atrapada entre las luchas cortesanas y el imperialismo francés. Y se inspiraba en la figura real de Andrés López, el barquero de Cantillana, al que le fue arrebatado su oficio por culpa de unos pleitos y tuvo que abandonar su pueblo y echarse al monte, desde donde se encargó de abrir una ventana de esperanza sincrónica a las gentes de su alrededor. Parecidas circunstancias podríamos referir de José María el Tempranillo o de Diego Corrientes... consecuentes parias que pagaron con su vida truncada la injusticia social en sus propias carnes, y que nunca fueron aforados ni pudieron permitirse el lujo de no cobrar por un cargo porque tenían muchos más.

    Pero a una empresa que comenzó en un pueblo valenciano poco antes de que Sánchez Gordillo tomara posesión de la Alcaldía en su pueblo y que ha sabido sortear las trampas del capitalismo para convertirse en un referente del empresariado comedido y sabio, que alcanza una facturación anual de 17.000 millones de euros y que da trabajo a 70.000 personas en nuestro país, más de un 60% de las cuales son, además, mujeres, no se le hace esto. La diana que buscó Sánchez Gordillo estuvo equivocada. Y tal vez por eso no ha cosechado el aplauso generalizado que esperaba. Tal vez si hubiera puesto el ojo en un banco engañador... Aunque lo pretenda, el alcalde de Marinaleda nunca se parecerá a Curro Jiménez, porque este bandolero que tiene tantos fans le abría la puerta a las señoras en sus diligencias antes de atracarlas. A la vuelta de dos siglos, no hay color entre el rojo pañuelo bandolero y este pañuelito palestino tan de pose. 


-Este artículo se publica asimismo en el nº 2.117 del semanario Cambio16.