Como a tantos otros amantes del cine clásico, a mí me gustaba el neorralismo italiano no sólo por la belleza concisa de su blanco y negro, sino por el humor que se desprendía del ingenio de los protagonistas en tan apretadas situaciones. Creo que la primera película de este género que tuve la suerte de disfrutar fue El pisito, dirigida por Marco Ferreri y basada en la novela homónima de nuestro admiradísimo Rafael Azcona. La proyectó Manuel María Rosal Núñez y su gente del grupo Vesilda hace ya una eternidad, cuando la guardería de mi pueblo no servía para acoger niños, sino tantos mosquitos como sueños en las frescas noches estivales en que todavía se fraguaba un futuro mejor y todos usábamos el pasado para hacernos un bagaje cultureta, desde la cómoda silla de tijeras, con cervezas fraternas y tomates aliñados en el ambigú. Poco después, ya en la carrera, vi Ladrón de bicletas, de Vittorio de Sica, una de esas cintas que te pone un nudo en la garganta desde el principio, sobre todo si te coge en esa época postadolescente en que precisamente te haces adulto porque abres tu corazón a la compasión por el ser humano, como me pasó a mí.
Conforme pasó el tiempo, aunque dejé de ver películas así, siempre sobrevivió en mi memoria el regusto por aquellas secuencias que retrataban personajes de una pieza con tan sólo unos diálogos simples, pero también el tono sepia de un tiempo superado. Tal vez por ello, me emocioné hasta el llanto con Cinema Paradiso, y no sólo por la banda sonora de Morricone, sino porque la película, rodada mucho después de la moda neorrealista, confirmaba la emoción universalista cada vez que se tocan los sentimientos básicos del ser humano: la amistad, el recuerdo, la infancia, el amor.
Aquel mundo retratado por actores elegantes y figurantes con más protagonismo de la cuenta sacados de la calle nos gustaba sobre todo porque evidenciaba la brecha conseguida entre sus años y los nuestros, entre sus necesidades perentorias y nuestros vicios de ricos repentinos. Lo que no nos gusta, y menos ahora que lo vemos ya aquí, es este empeño de la derecha española por pintar de gris oscuro esta realidad circundante que antes se llamaba estado del bienestar y que tan gorda les caía, a lo que contribuye una izquierda paralizada cuyo único monigote activo se dedica a atracar supermercados y haciendas escondidas, como en esas series de bandoleros falsos que a la nueva televisión derechizada le gusta tanto a todas horas. Unos por un extremo y los otros por el otro, la realidad real se parece cada vez más a aquella realidad de las cintas monocromas que un día se nos antojaron irrepetibles por fortuna.
Ahora que estos lumbreras de la política de amparo han decidido subirle 50 euritos a los parados pero negarle los 400 euros a quienes vivan en casa de sus padres o abuelos, me ha sido inevitable recordar El pisito, con aquel cartel que confeccionó para la ocasión Antonio Mingote y aquel drama del novio teniéndose que casar con una tía viejísima para heredar el piso y así conseguir uno. Medio siglo después, los que no han tenido oportunidad de conseguir una vivienda porque los tiburones del mercado inmobiliario se lo han impedido, tendrán que ingeniárselas ahora para construirse aunque sea un palomar en la azotea y demostrar documentalmente que el palomar es casa independiente, para recibir la limosna al margen de la fiambrera de mamá.
El problema de la derecha de veras, de la derecha convencida que ha puesto su pica en nuestro gobierno, es que se mete en politica no para ganar dinero ni porque le importe la cosa pública, sino, fundamentalmente, para jugar. Miren a Esperanza Aguirre. Fíjense en este ministro con nombre de opus dei y apellido austríaco. Su visión cartesiana de la realidad les hace vislumbrar las soluciones muy fácilmente. Es pura matemática, como repite absurdamente el propio Rajoy: no gastar más de lo que se tiene. Pero es que esta gente no entiende que el Estado -ese conglomerado de personas que conforman una nación- no es un cortijo ni una hacienda ni una empresa. No funciona igual, por mucho que lo repitan demagógicamente. Al menos no debería funcionar igual en un Estado de Derecho. Otra cosa es que ellos crean en tal concepto, y me temo que no. Si fuera tan fácil, cualquiera valdría para gobernar, incluso un tipo con pintas de calzonazos. Este Estado de Derecho tiene que hacer malabares con la deuda, con el déficit, con el amparo a los más débiles, con la pedagogía hacia los que más que tienen... y al final, lo comido por lo servido aproximadamente. Claro que en España hemos sufrido una casta política acostumbrada a los desmanes, a creer que el pozo de lo público no tenía fondo, y a hacer de esa filosofía aproximativa del bienestar una varita mágica del desenfreno. Y ahora nos cae encima, sin anestesia, la otra receta. Y de camino, una agudísima intentona de ideologizarlo todo con actitud reaccionaria. Con el turnismo estéril que sufrimos en este país al menos desde el siglo XIX, los españoles de a pie sufrimos el efecto pendular de Guatelamala y Guatepeor: una izquierda que se mete en política para medrar, aun a riesgo de desmantelar el país; y una derecha que se mete en política para jugar, aun a riesgo de dejar en la cuneta a la mitad de las personas con tal de salvar el nombre, el escudo, la bandera y los informes que nos piden en Europa, porque a esta derecha temible a la que ya se le ven los bigotes le importa muchísimo más España que los españoles.
Además de jugar como al monopoly, esta derecha peligrosa aprovecha para confeccionar un país a su medida: y por eso apuesta por la segregación por sexos en las escuelas que pagamos todos y nos trae de nuevo a la televisión que pagamos todos esa barbarie de los toros para terminar de evocar esa España negra de la sangre y la arena que tantos intelectuales comprometidos de verdad con el pueblo y las oportunidades de todos se encargaron de combatir. Seguramente así, el país se convertirá en un escenario perfecto para que las cámaras, igual que en las plazas ya casi vacías donde cayeron tantas tripas, sólo tengan que encender para captar, tanto tiempo después, el neorrealismo español patrocinado por esta política cazurra que soportamos. Ahora me gusta menos el neorrealismo.
-Este artículo se publica asimismo en el nº 2.118 del semanario Cambio16.
-Este artículo se publica asimismo en el nº 2.118 del semanario Cambio16.