El jueves pasado tuvo lugar
nuestro X Patio del Parnaso. Diez se dice pronto, pero muy pocos de los que
participamos en esta aventura cultural apostábamos hace tres años a que íbamos
a persistir tanto tiempo después en estas reuniones porque sí sin más
organización ni jerarquía que la nos ofrecen las redes sociales, el boca a boca
y la curiosidad infinita de unos pocos convencidos precisamente de que las
gestas culturales funcionan mejor sin estatutos ni presidentes ni tesoreros que
diluciden sobre la última subvención. De eso está ya más que convencido Victoriano
Rosal, el patriarca de estos encuentros que también esta vez rompió el
silencio del patio saludando cual senador romano e invitó de nuevo al silencio
para guardar memoria por el último fallecido en la N-IV, un padre de familia
que venía de trabajar. Estuvo bien que los congregados en torno a la Cultura
tuviéramos el arrojo suficiente de acordarnos también de las injusticias
sociopolíticas con los pies bien asentados en la nueva solería de nuestro
particular ágora bautizado con el nombre de un monte tan divino. Yo eché en
falta la fuente, tal vez porque con chorro de agua o sin él me ha parecido
siempre un trazo machadiano que el Patio merecía. Pero valoré, públicamente, el
que el Ayuntamiento se haya encargado de mejorar sus instalaciones no sólo
techándolo con una montera enorme, con lo cual podremos usarlo incluso en la
edición invernal llueva o truene, sino también permitiendo la placa con el
nombre que nos hizo nuestro amigo Eduardo Ponce, quitando los feísimos aparatos
de aire acondicionado que deslucían tan bello lugar e incluso prometiendo una
biblioteca de autores locales en una vitrina que terminará de engalanar el
patio en torno al Saber. Lo que todo el mundo echó de menos fue un aire
acondicionado que nos refrescara en una tarde que parecía ya de las peores de
julio. Pero no todo se puede tener, dije yo, no sólo porque incluso en las
casas propias hay que ir poco a poco con la inversión, sino porque la tarde se
fue haciendo más llevadera con los soplos de aire fresco de los participantes y
porque me dio no sé qué el ver a mi amigo y concejal Jesús Condán tan
pendiente allí de todo... lo cual no es tan habitual en un concejal, y eso hay
que valorarlo, lo mismo que la santa paciencia del conserje Antonio o
del cámara de la televisión municipal, en esta ocasión, Manuel Amuedo,
con esta panda de insaciables que somos los parnasianos.
El lema que se nos ocurrió para
esta última noche fue 'Músicas pintadas. Ritmos en el lienzo'. No
recuerdo por qué exactamente, pero como entusiasmé a mi amigo y pianista de
cabecera del Parnaso Francisco Benítez Acosta, que ya ha demostrado
ser un intelectual capaz de organizar cualquier orquesta cultural que se le
ponga a tiro, pues persistí en la misma apuesta interdisciplinar en la que
cabían tantos artistas como quisieran participar. El piano de Paco, con piezas
de Bartók, Satie y Scriabin adobadas con su propio talento e inventiva, alucinó
como siempre a los presentes, que fueron muchísimos, aunque esta vez más si
cabe -me refiero a su poder alucinatorio- gracias a su objetivo de hacer
evidentísima la relación impresionista entre las pinceladas cromáticas con los
sonidos individualizados de su instrumento.
Insistió en la misma idea, con lo
cual acrecentó la razón de ser de la noche, mi amigo Antonio Repiso,
que con otras compañeras del Aula de la Experiencia donde
tengo la suerte de dar clases de Literatura, Ana Romero, María Sánchez y Josefina
Moguer, interpretó una alegórica discusión entre Poesía, Música y Pintura,
disciplinas que encarnaron cada una de nuestras amigas y que parecieron
incardinarse en el cuadro que Repiso expuso en medio del patio, una especie de
hombre de Vitruvio luminoso e iluminado con miles de pinceladas multicolores
que se expandían desde su blanco vientre hacia los confines de ese mismo cuadro
que servirá de portada a Su-Real-Ismo, un poemario suyo que tengo
en casa desde hace meses con la promesa, aún incumplida, de revisar.
Magistral como suele estuvo
nuestro amigo Manolo González el Rapsoda, que tuvo
el buen gusto de asistir con un oportunísimo poema del libro 'A la pintura'
de Rafael Alberti a flor de boca. Lo declamó gustando y gustándose conforme
avanzaba por los vericuetos de esos versos cromáticos que la nunca abandonada
vanguardia del poeta de El Puerto inyectó en aquella obra que tan bien resumía
su doble carácter de pintor flamenco mediante la palabra o la paleta.
Nos acompañó en la noche otro
Manuel González, de nombre artístico El Niño de la Cantarería, a
quien yo había conocido tan sólo unas semanas antes en la peña El Pozo de las
Penas y fiché inmediatamente para nuestro Patio. Su garganta tan de Vallejo o
Juanito Valderrama y su pinta de chico cachas salido de un gimnasio alucinaron
más todavía al público, sobre todo al neófito en el Patio, que descubría con el
mismo cantaor que también con el cante por fandangos se puede pintar, se pueden
hacer versos y se puede conducir uno por los caminos musicales del ensueño.
Este palaciego del Pozo el Plaíllo tiene un futuro serio en el
Flamenco. Ya lo verán. Igualmente genial estuvo el maestro de la guitarra El
Niño del Fraile, de nombre José Manuel Ramírez Porfirio, quien tuvo la
gentileza de acompañar con su sonanta a un joven cantaor al que casi nadie
conocía, salvo su gente que aterrizó con él en la Casa de la Cultura (¡eso sí
que fue una conquista!), a pesar de haberlo avisado con poquísimo tiempo y
haber tenido que suspender unas clases para venir. Eso se llama caballerosidad,
de la que queda poca. Al Niño del Fraile lo entrevisté yo hace más de una
década en un programa que hacía en la radio de mi pueblo con el nombre de Papel
Flamenco, pero no creo que él se acuerde. Ni casi nadie. No tuve
oportunidad de recordárselo luego, porque no se quedó con El Niño de la
Cantarería y otros cabales a la luz de la luna en la puerta de Miguel de Rosa
para degustar unos boquerones del día hablando de lo humano y lo divino. Otras
oportunidades habrá.
La noche se hizo más flamenca aún
gracias a las instantáneas que nos enseñó nuestro amigo y colega el gran
fotógrafo Francisco Amador Domínguez, uno de esos raros ejemplares
de jovencito todoterreno que lo mismo escribe una crónica mejor que la mía que
hace un reportaje de boda para inmortalizarle el día más feliz de su vida a una
pareja de aquí o del otro lado de España, que se desvela la noche anterior
para seleccionar las imágenes más mágicas que ha ido capturando en los
festivales de la zona. Nos dejó boquiabiertos no sólo con las estampas de José Mercé
como un Cristo abrazando la oscuridad, de Marina Heredia en comunión con los
astros o de Itoly sacándose el duende de las entrañas, sino también con su
semiótica precisa de retratador que sabe lo que retrata.
Su amigo y vecino José Miguel Algarín Guisado, ya
parnasiano por derecho propio, nos volvió a ilustrar con su ingenio supremo
sobre cómo las matemáticas tienen una vela en todos los bautizos, también en el
de la música, ya que seis siglos antes de Cristo habían conseguido los
pitagóricos formular unas notas que hoy seguimos conociendo del DO al SÍ en
base al sonido armónico y periódico de unas cuerdas vibradas con unas
longitudes y no otras. Algarín Guisado es uno de los mejores físicos de España,
ha cosechado premios impensables en chavales de 27 años como él y ya es Hijo
Predilecto de Los Palacios. Que también sea un parnasiano capaz de llegar con
su mochila y su portátil y facilitarnos la exposición a los demás no tiene
precio.
Como tampoco lo tiene que Sergio Román, músico, cineasta y
polemista simpar por la red o por la calle, nos regalara un repaso por las
secuencias más inolvidables del cine haciendo hincapié en sus bandas sonoras
más impactantes y en sus leit motiv
más hechizantes. Aunque suene a tópico, me quedo con Desayuno con diamantes. Rocío
Mayo las interpretó todas con su clarinete de música disciplinada y amansadora
de fieras en una noche en la que se nos terminaban las prisas, también a los
padres de Sergio, que salieron de allí anchos como suelen salir los papás de un
niño que abarca tanto.
Por
allí estuvieron, silentes y agradecidos, otros amigos que esta vez no intervinieron
pero que sienten el Parnaso como una debilidad irrenunciable, como mi compadre
y compañero José Manuel Begines, que
llevó a su cuñada Noelia Dorado; María Dolores Cecilia Amuedo, que
acompañada de su marido, Juan Bernal,
me sirvió para ejemplificarles a los demás que aquella reunión nuestra no era
un foco de pedantes, sino una quedada de gente comprometida, como ella había
descubierto para su bien y el nuestro la primera vez que asistió; los jóvenes
de la política local José Manuel
Triguero Begines, Florián Ramírez Luna, Jesús Jurado o Sandro Lay, aunque me hubiera gustado ver a muchos más. Creo que se
fueron con un excelente sabor de boca, lo cual me llena de satisfacción, como
suelen decir sus jefes… Me encantó la presencia de Antonio Rodríguez Sierra y su mujer, Soledad Cruzado, y hasta su niña, un ángel rubito que nos vivificó a todos... También asistieron gentes de la Cultura sotovoce como Margallo, Antonio Maestre, Manuel Murube o Eladio Domínguez… Igualmente, amigos de las redes sociales que
seguro repetirán, como Carmen Begines
–a la que no volveré a llamar Conchi- o Inés
Porras… Y, por supuesto, nuestro querido amigo Juan García Bodi, presidente de El Pozo de las Penas…
Ahora nos da pánico el compromiso de que el próximo Parnaso tiene que ser mejor todavía. Las musas nos ayudarán. Para algo están, ¿no?