miércoles, 28 de octubre de 2009

A vueltas con Camarón

José Monje Cruz (1950-1992) se convirtió en leyenda con su último suspiro. "Omaíta, ¿qué es lo que tengo?", dicen que dijo al amanecer de aquel funesto 2 de julio en el que entregó su espíritu al marasmo de afición bestial que ya había creado. Tras el escándalo de su multitudinario entierro en La Isla, sobrevinieron las camisetas, las barbas, la estela de porros y heroína que seguía dando coletazos, los imitadores y la bronca por la herencia de sus derechos. La Chispa y los De Lucía, a la gresca con el discreto encanto de los mass media. Ahora el tiempo ha pasado y nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, como dijo el poeta. Todo ha cambiado tanto, y sin embargo, la estampa de José, con su aire de gitanito desamparado pese al almíbar de su canto, no ha variado nada. Está tal cual. Por detrás del luto por el apagón de su voz y por la desaparición de aquel tímido flamenco, resuena imperecedero el compás que parecía serle innato, el timbre que tanto nos acaricia en ratos de desconsuelo y esas letras lorquianas que decía sin entender con exactitud y que de ese modo nos regalaban la medida exacta de la inexacta emoción poética. El menudo cantaor ha sido el más grande entre los grandes. Se lo llevó la enfermedad, y tal vez el vértigo de vivir para convertirse en mito. Hubiera sido preferible decir que se lo llevó el carajo, como hubiera sentenciado cualquier escritor del boom.


Al menos ha quedado para siempre memoria y prueba de su virtud más inolvidable: su voz, como ocurre con los poetas. José, que apenas había ido a la escuela, transformó en relámpago de emoción literaria la tradición juglaresca de encandilar a las masas con el poder de la oralidad. Sabía decir los cantes como nadie. Superó a sus maestros desde su constreñida posición en la silla de enea; a Sellés, al Loco de Camas, al Chaqueta, a La Perla, al Mellizo,... a toda esa parentela de célebres artistas que murieron a medio camino entre el anonimato y la miseria y de la que Camarón mamó la quintaesencia de lo que él entendió por flamenco de ley.

Este año, la inauguración del In-Edit Beefeater (festival de cine documental que ya lleva varias ediciones en Barcelona) será presidida por la figura del que fuera galardonado post mortem con la Llave de Oro del Cante, con el estreno mundial del documental Tiempo de Leyenda. Un documental sobre el disco de Camarón La Leyenda del Tiempo .

Ese disco (La Leyenda del Tiempo), producido en Sevilla por Ricardo Pachón al calor de una revolución flamenca que recorría las venas del pueblo gitano desde Las Tres Mil a Barcelona, salió a la luz el mismo año en que yo nací, 1979, y no sólo supuso la apertura del flamenco al gran público, sino el maridaje más elegante entre la poesía culta y el cante popular en un siglo XX que ya empezaba a parecerlo. Recuerdo que cuando en el instituto devoré los textos de Lorca y de toda la Generación del 27, nada me inspiraba más ni me producía más satisfacción y más interés por la Literatura que indagar en los poemas a través del prisma que me suponía la garganta solidaria de Camarón de la Isla cantando cosas como: "Mi niña se fue a la mar / a contar olas y chinas / pero se encontró de pronto / con el río de Sevilla"; o "El veiticinco de junio / le dijeron al Amargo / ya puedes cortar si gustas / las adelfas de tu patio".

Veré el documental, dirigido por José Sánchez-Montes, y ya daré mi veredicto personal. De entrada, aplaudo cualquier iniciativa para ensalzar este disco que es más que una leyenda.

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