Ojalá la lapidación fuera sólo un ejemplo curioso de paronomasia con depilación, como a mí siempre me ha parecido. Paradójicamente, cabe pensar que en esos lugares horrendos donde se practica esta condena cruelísima podrían lapidar a una mujer por depilarse, pues los caminos de estos extremistas del machismo exacerbado son verdaderamente inescrutables. La lapidación, consistente en arrojar piedras contra la víctima enterrada hasta por encima de los senos para conseguir su muerte, nos llega a la mayoría de los occidentales por el texto evangélico de Juan, en cuyo capítulo octavo se cuenta cómo presentan a una mujer adúltera a Jesús para preguntarle qué debían hacer con ella y así sorprenderlo en un renuncio, pues todos sabían lo que decía la Ley. La sorprendente respuesta de Cristo lo convierte en un auténtico revolucionario no sólo por su promoción del perdón, sino del sentido común: "El que no tenga pecados, que tire la primera piedra". La sentencia cristiana queda grabada en nuestra cosmovisión de occidentales razonables, seamos o no cristianos, pues todo el mundo entiende que no debe erigirse en juez de nadie si no quiere ser juzgado, máxime cuando el juicio se establece tan hipócritamente.
La lapidación se podría haber extinguido con aquella máxima de Cristo, pero no fue así, y cada cierto tiempo nos desayunamos la noticia de que en determinado país oriental han lapidado o van a lapidar a alguien, normalmente a una mujer. Téngase en cuenta que en países como Irán o Somalia, que encabezan el dudoso honor de poner en práctica esta condena más que otros, todos los jueces, por definición, son hombres; que el valor de un testigo es mucho mayor que el de una testigo; y que en muchos casos la mujer ha llegado a ser lapidada por el delito de haber sido violada. Aunque uno entienda esta última frase en pasiva, es decir, con sujeto paciente, violado, el corporativismo masculino llega por esos lares a tal punto, que cuando la mujer denuncia a los violadores, la confabulación autoproteccionista de los machos desemboca en la acusación de adulterio, que es un delito inapelable. De ahí a la consiguiente lapidación hay solo un paso.
Sakineh Mohammadi Ashtiani, una iraní de 43 años y madre de dos hijos, ha sido acusada de adúltera y de cómplice en el asesinato de su marido. Como es de suponer, nada queda claro ni en contra ni a favor de dichas acusaciones, pero sí queda clarísimo que pretenden lapidarla. La página freesakineh.org ha conseguido ya casi 90.000 firmas en apoyo a su rescate, pero nada le garantiza la salvación. Como ella, otras seis mujeres y tres hombres esperan la misma suerte en esta república islámica que gobierna Mahmud Ahmadineyad. Mientras transcurren acuáticas las vacaciones en este mes de julio de 2010 para tantos billones de occidentales, la lapidación sigue siendo una práctica común de andar por casa en esta Persia milenaria que tan sólo ha cambiado de nombre.
Desde Occidente, y desde nuestro país particularmente, se movilizan grandes masas y grandes esfuerzos porque un equipo de fútbol ha ganado el Mundial; e incluso se recupera la bandera de España, tan vilipendiada por los fascitas, para que la enarbolen todos los españolitos de bien que tengan ahora fe en la Roja -de un bermellón que ya nada tiene que ver que los rojos, claro. Desde Occidente, y desde nuestro país particularmente, se revoluciona la red de redes por un beso esperable entre el mejor portero del mundo y la re-portera más sexy del país, que dicen que son novios. Desde Occidente, y desde nuestro país particularmente, no se hacen grandes esfuerzos, ni gubernamentales ni ciudadanos, para evitar que estas mujeres atrapadas en el hoyo de un país tan lejano de la Democracia en el que vinieron a nacer, por casualidad, se desangren una vez que le partan el cráneo a pedradas, lentamente. Diremos que cada país es soberano y toda esa sarta de gilipolleces. Que esto no es como la Bolsa o el fútbol, que nos compete a todos, claro.
- Este artículo se publica asimismo en el nº 2.017 del semanario Cambio16.