Todavía en el argot periodístico, baja el ala de tantos profesionales en la cuerda floja de la validez profesional merced a sus edades y a la miopía de un mercado comunicativo que prima la imagen huera antes que la sesuda reflexión y el relato riguroso, se oyen esos deliciosos tópicos como el gusto por mancharse de tinta al amanecer para estar informado y o el de envolver el pescado con el periódico pasado. Ya nadie hace una cosa ni la otra, entre otras razones porque los lectores de periódicos se confeccionan por la mañana su propia ración informativa en un barrido por las ediciones digitales de las principales cabeceras sin necesidad de ir hasta el kiosko y porque ni siquiera en la época en que se decía era verdad que nadie envolviese el pescado con un trozo de periódico. Sin embargo, ambos tópicos, más verosímiles que verdaderos, nos retrotraen al tiempo en que la prensa era la hermana más lenta pero más completa del orbe periodístico, en comparación con las otras alternativas audiovisuales.
Leer el periódico era la fórmula más acertada de profundizar en la realidad, tras los flashes radiofónicos y el espectáculo televisivo. La irrupción de Internet ha sido tan decisiva en la última década que ha influido más de lo que se esperaba en los mass media, y no sólo tecnológicamente, que también, sino deontológica y pragmáticamente, pues hoy todos somos periodistas gracias a un teléfono móvil que nos permite grabar sonidos, captar imágenes y enviarlos en una fracción de segundo al confín del mundo. El periódico diario, en vez de profundizar en su distinción frente a otros medios como la televisión, se ha desvivido por parecérsele más. Cuando hemos tenido a la posibilidad de confeccionar un periódico en la red, las funciones primordiales han sido el vídeo anecdótico y la imagen impactante, de modo que se ha ido restando, paulatinamente, espacio a la razón sosegada y a la argumentación. La participación activa del público, en una realización palpable de la teoría del feed-back, ha terminado por concebir un producto multimedia a la medida y al gusto de la incosistente y borrosa cosmovisión de la masa. Y ha sido precisamente este denominador común adoptado por todos los medios de comunicación, en preocupación acuciante por la audiencia, la que le ha permitido a semanarios como Cambio16 abundar en ese sosiego informativo que le da su lugar al gran reportaje y al análisis oportuno.
Existe cierto paralelismo entre este afán periodístico por la rapidez y el espectáculo -por la frivolidad de la imagen frente a la concienzuda apuesta por el logos- y el boom del mercado inmobiliario. Ambos fenómenos empiezan a desarrollarse desorbitadamente en las mismas fechas, es decir, hace una década. Y la consecuencia más directa ha venido entrelazada de manera funesta para ambos: la creación de una inmensa bolsa de viviendas sin vender -y por tanto sin futuro-, la fuga de los anunciantes más golosos de las páginas de los periódicos, que ahora sufren una crisis grave de financiación y rentabilidad, y la penosa constatación de que ni las casas se construían realmente porque hubiera demanda ciudadana, sino especuladora, ni los productos periodísticos perseguían realmente informar o formar, sino exclusivamente entretener. Casas que no eran para vivir y periódicos que no eran para informar. Doble prostitución de instrumentos tan básicos de la civilización.
El imperio de la frivolidad sin escrúpulos ha desembocado en esta crisis global cuyos estragos más evidentes se aprecian en la economía pero cuyas consecuencias más dolorosas se proyectan sobre el futuro de una sociedad democrática madura con la que todos soñábamos y en la que han irrumpido determinados vacíos y vicios axiológicos antes de verla cosolidarse. El verdadero reto del humanismo posmoderno consiste nada menos que en conseguir reconducir esa senda de la madurez social antes de que sea definitivamente tarde. Y en esta tarea juega un papel esencial el Periodismo, pero en un ejercicio que no persista en el mero espectáculo y entretenimiento adormecedor sino en la información rigurosa y la interpretación honesta desde todos los posibles puntos de vista, a fin de fomentar una ciudadanía con el juicio crítico suficiente como para obligar al propio mercado mediático a renovarse y mejorarse incesantamente, en un interminable bucle de integración social como motor intelectual y ético. Del mismo modo que, aunque lo pareciera, no era rentable ni siquiera a medio plazo la fuga de jóvenes del sistema educativo al absorbente sector de la construcción, tampoco lo es, aunque lo parezca, la conversión de lectores críticos en simples mirones pasivos que, a medio plazo, dejarán de serlo para acabar convertidos en mero público de alternativas espectaculares más simples aún. Y ahí la tecnología punta de las pantallas nos ganará a la prensa la partida.
El cuarto poder, como se ha llamado tradicionalmente al Periodismo serio, no debería consentir una asimilación tan infructuosa por parte de un viciado sistema político-económico que nunca estuvo convencido de veras de la conveniencia de la influencia periodística en la salud democrática y de que la Democracia nunca gozaría de auténtica salud de no ser por el concurso periodístico que actúa como fertilizante órgano fiscalizador en un entramado social basado en la igualdad. Incluso ese periodismo de resistencia que nos queda, el que se dedica cotidianamente a reflejar la realidad sin especial ánimo de sacar frívola tajada de la misma, debe reconsiderar -y de hecho lo está haciendo, empujado por la necesidad de un mercado publicitario que se le tambalea- su papel y su praxis para no terminar convertido en una extensión de los poderes político y económico, bien parapetados en sus gabinetes de comunicación que inundan cada segundo las redacciones con comunicados y textos que, aprovechando los recortes de reporteros por la crisis económica, intentan construir el relato diario de cada medio convertido literalmente en mediación entre tales poderes y una ciudadanía a la que apenas le queda aliento ni agallas para reivindicar órganos independientes que sometan los hechos a la selección crítica, la narración ordenada y la valoración sopesada que jamás se conseguirá desde el maremágnum de información caótica que generan las nuevas tecnologías en manos de todos, creadoras justamente de la incomunicación que tanto interesa al otro lado del periodismo comprometido.
Algunos rotativos norteamericanos han apostado ya por una reconversión mediática a la luz de esta nueva realidad de democracia tecnológica y sólo publicarán noticias y comunicados urgentes en su web, mientras que reservarán el papel para los grandes reportajes, las crónicas literarias y los sesudos análisis y artículos de opinión, precisamente lo que el lector cultivado y deseado para el futuro inmediato demanda para hacerle frente, con los ojos bien abiertos, al sistema que trata de sembrar la alienación.
Después de 40 años, y superadas las épocas de una dictadura que nos privó del derecho a la información y de una democracia recién cocinada que nos permitió gozar ante la encrucijada de consolidarla o viciarla para siempre, Cambio16 se postula como un medio de comunicación con evidente futuro porque trata a todos sus lectores como mayores de edad con los que entablar un fructífero diálogo.
Leer el periódico era la fórmula más acertada de profundizar en la realidad, tras los flashes radiofónicos y el espectáculo televisivo. La irrupción de Internet ha sido tan decisiva en la última década que ha influido más de lo que se esperaba en los mass media, y no sólo tecnológicamente, que también, sino deontológica y pragmáticamente, pues hoy todos somos periodistas gracias a un teléfono móvil que nos permite grabar sonidos, captar imágenes y enviarlos en una fracción de segundo al confín del mundo. El periódico diario, en vez de profundizar en su distinción frente a otros medios como la televisión, se ha desvivido por parecérsele más. Cuando hemos tenido a la posibilidad de confeccionar un periódico en la red, las funciones primordiales han sido el vídeo anecdótico y la imagen impactante, de modo que se ha ido restando, paulatinamente, espacio a la razón sosegada y a la argumentación. La participación activa del público, en una realización palpable de la teoría del feed-back, ha terminado por concebir un producto multimedia a la medida y al gusto de la incosistente y borrosa cosmovisión de la masa. Y ha sido precisamente este denominador común adoptado por todos los medios de comunicación, en preocupación acuciante por la audiencia, la que le ha permitido a semanarios como Cambio16 abundar en ese sosiego informativo que le da su lugar al gran reportaje y al análisis oportuno.
Existe cierto paralelismo entre este afán periodístico por la rapidez y el espectáculo -por la frivolidad de la imagen frente a la concienzuda apuesta por el logos- y el boom del mercado inmobiliario. Ambos fenómenos empiezan a desarrollarse desorbitadamente en las mismas fechas, es decir, hace una década. Y la consecuencia más directa ha venido entrelazada de manera funesta para ambos: la creación de una inmensa bolsa de viviendas sin vender -y por tanto sin futuro-, la fuga de los anunciantes más golosos de las páginas de los periódicos, que ahora sufren una crisis grave de financiación y rentabilidad, y la penosa constatación de que ni las casas se construían realmente porque hubiera demanda ciudadana, sino especuladora, ni los productos periodísticos perseguían realmente informar o formar, sino exclusivamente entretener. Casas que no eran para vivir y periódicos que no eran para informar. Doble prostitución de instrumentos tan básicos de la civilización.
El imperio de la frivolidad sin escrúpulos ha desembocado en esta crisis global cuyos estragos más evidentes se aprecian en la economía pero cuyas consecuencias más dolorosas se proyectan sobre el futuro de una sociedad democrática madura con la que todos soñábamos y en la que han irrumpido determinados vacíos y vicios axiológicos antes de verla cosolidarse. El verdadero reto del humanismo posmoderno consiste nada menos que en conseguir reconducir esa senda de la madurez social antes de que sea definitivamente tarde. Y en esta tarea juega un papel esencial el Periodismo, pero en un ejercicio que no persista en el mero espectáculo y entretenimiento adormecedor sino en la información rigurosa y la interpretación honesta desde todos los posibles puntos de vista, a fin de fomentar una ciudadanía con el juicio crítico suficiente como para obligar al propio mercado mediático a renovarse y mejorarse incesantamente, en un interminable bucle de integración social como motor intelectual y ético. Del mismo modo que, aunque lo pareciera, no era rentable ni siquiera a medio plazo la fuga de jóvenes del sistema educativo al absorbente sector de la construcción, tampoco lo es, aunque lo parezca, la conversión de lectores críticos en simples mirones pasivos que, a medio plazo, dejarán de serlo para acabar convertidos en mero público de alternativas espectaculares más simples aún. Y ahí la tecnología punta de las pantallas nos ganará a la prensa la partida.
El cuarto poder, como se ha llamado tradicionalmente al Periodismo serio, no debería consentir una asimilación tan infructuosa por parte de un viciado sistema político-económico que nunca estuvo convencido de veras de la conveniencia de la influencia periodística en la salud democrática y de que la Democracia nunca gozaría de auténtica salud de no ser por el concurso periodístico que actúa como fertilizante órgano fiscalizador en un entramado social basado en la igualdad. Incluso ese periodismo de resistencia que nos queda, el que se dedica cotidianamente a reflejar la realidad sin especial ánimo de sacar frívola tajada de la misma, debe reconsiderar -y de hecho lo está haciendo, empujado por la necesidad de un mercado publicitario que se le tambalea- su papel y su praxis para no terminar convertido en una extensión de los poderes político y económico, bien parapetados en sus gabinetes de comunicación que inundan cada segundo las redacciones con comunicados y textos que, aprovechando los recortes de reporteros por la crisis económica, intentan construir el relato diario de cada medio convertido literalmente en mediación entre tales poderes y una ciudadanía a la que apenas le queda aliento ni agallas para reivindicar órganos independientes que sometan los hechos a la selección crítica, la narración ordenada y la valoración sopesada que jamás se conseguirá desde el maremágnum de información caótica que generan las nuevas tecnologías en manos de todos, creadoras justamente de la incomunicación que tanto interesa al otro lado del periodismo comprometido.
Algunos rotativos norteamericanos han apostado ya por una reconversión mediática a la luz de esta nueva realidad de democracia tecnológica y sólo publicarán noticias y comunicados urgentes en su web, mientras que reservarán el papel para los grandes reportajes, las crónicas literarias y los sesudos análisis y artículos de opinión, precisamente lo que el lector cultivado y deseado para el futuro inmediato demanda para hacerle frente, con los ojos bien abiertos, al sistema que trata de sembrar la alienación.
Después de 40 años, y superadas las épocas de una dictadura que nos privó del derecho a la información y de una democracia recién cocinada que nos permitió gozar ante la encrucijada de consolidarla o viciarla para siempre, Cambio16 se postula como un medio de comunicación con evidente futuro porque trata a todos sus lectores como mayores de edad con los que entablar un fructífero diálogo.
- Este artículo se publica asimisimo en el Especial de CAMBIO16 con motivo de su 40º aniversario, que se distribuye por tal efeméride durante el mes de diciembre de 2011.