Pese al frío, el cambio de hora, el noviembre y otras propuestas culturales que coincidieron a la misma hora en el mismo pueblo, nuestro Patio del Parnaso estuvo a rebosar de propuestas y público ayer, en la IV velada que celebrábamos, esta vez sin Victoriano, convaleciente por una reciente operación y al que no le hubiera importado asistir por videoconferencia. Pero las tecnologías no dan para tanto. Al menos conseguimos el micrófono que se nos resistía. Y sonó todo como don Juan merecía: con el piano en su punto, el aire en el suyo y la fuente en el centro.
Eduardo Ponce me contó minutos antes de empezar que el mármol que íbamos a colocar en la pared para darle nombre a nuestro Patio no lo convencía por completo, entre otras cosas porque ha habido un exceso de propuestas y una falta de concreción y él, artista perfeccionista, prefiere grabar la inscripción griego-española con más ahínco e incluso la piedra permanentemente en el muro. Con lo cual, tiempo habrá de hacer las cosas con buena letra. Y así lo expliqué, después de que Juan Manuel Begines, sustituto de Victoriano para abrir boca en boca de Don Juan, recitara aquello de "¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla...?" y continuara, más allá de lo pactado, por pura pasión y apego al irresistible texto, por las contestaciones de la ingenua doña Inés.
Yo intenté justificar el título de la noche, esos "Amores y desamores bajo la luna de Don Juan" que se me ocurrió en los albores del pasado verano y que luego hemos ido conformando con propuestas de lo más variopintas, las que disfrutamos anoche con verdadera fruición. Es increíble cómo una frase puede rellenarse con un contenido tan excepcional salido de una porción de gente de mi pueblo. Mis amigos Manolo y Sara, cordobeses apasionados, me soltaron nada más terminar: "¡Cuánto arte hay en tu pueblo!". Me dieron ganas de decirles que también hay mucho malage y mucho metepata, pero sólo les contesté que lo que veían no era ni la cuarta parte. Pero era lógica su sorpresa sólo con haber oído la destreza pianística de Paco Benítez Acosta en su obertura del Don Giovanni de Mozart, que fue la música que llenó de categoría y romanticismo aquel patio que cada vez siente más cada vez más gente como un ágora de la cultura palpitante desde este rinconcito marismeño que ha tanto fue romano y luego tantas otras cosas.
Mi tocayo Álvaro Benavides, con su planta de pintor que todo lo interioriza, incluso un fino sentido del humor que no todos conocen, nos hizo un recorrido por las caras de Don Juan, sobre todo las cinematográficas, pues el cine ha sido, según contó, otro entusiasta más de este rostro fugaz de un mito tan permanente. A continuación declamó "Renovación de amor" nuestro amigo Manolo González, con su habitual desgarro en el corazón, que pone a disposición del respetable cada vez que suelta su palabra al aire que todos respiramos. Era un poema de su admirado Benítez Carrasco sobre la necesidad de renovar el amor de veras, el profundo, una vez que la rutina lo ha convertido en gestos domesticados y cuasifalsos. Al finalizar, Manolo nos contó que a la mañana siguiente iba a poner en práctica aquellos versos y que salía de viaje con su mujer. Por eso se esfumó sin tomarse siquiera una copa.
Luego salió al atril de nuestro patio nocturno mi amigo José Arahal, coach de profesión y hechizado por la magia de la comunicación, empeñado en hechizar con esta misma magia a los demás. José ha hecho periodismo con la misma pasión que teatro y publicidad, y ahora que es un profesional del coaching aprovecha cualquier encuentro para hacer propaganda de su filosofía. Lo hizo muy bien, con dos círculos imaginarios que a todos nos sirvieron para reflexionar sobre en cuál queríamos estar, o bien en el del miedo que nos coharta a base de controles y culpas, o bien en el del amor, en el que terminamos por perdonar al mundo y a nosotros mismos para vivir plenamente.
Mi amigo Juan José, el carpintero y belenista que se desvive por encontrar versos donde nadie mira, nos hizo tres poemas de factura personalísima: uno dedicado a su niña casi adolescente que se le escapa de entre los dedos; otro al amor de verdadero don Juan redimido que él mismo experimentó de joven y está siempre dispuesto a reexperimentar; y otro más sobre esa Sevilla en la que eternamente habrá que buscar al burlador y seductor que protagonizaba la noche.
A continuación salió un hombre que conmocionó al Patio con su memoria de elefante y su finura de caballero antiguo: Juan Antonio Rodríguez, el de la Curá, que se sabe el Don Juan Tenorio de Zorrilla no porque él lo diga sino porque lo recitó casi entero para un público que no pudo cerrar la boca, de admiración. Muchos lo sabrían ya de antes, pero yo lo descubrí cuando fui a hacerle un reportaje a propósito de su sobresaliente caligrafía y su ferviente labor de Cyrano de Bergerac en una posguerra que yo no viví y que él vivió multiplicadamente gracias a las parejas tímidas que consiguió unir para siempre merced a sus cartas de amor. Anoche miró al vacío y se metió en la piel de Don Juan, de doña Inés, de Brígida y del escultor que convirtió el palacio de Don Diego en un panteón donde transcurrre el curso último de este clásico imperecedero del que Juan Antonio no consigue sustraerse y del que confesó está prendado desde pequeño. Prendados nos dejó a nosotros.
El pintor Pepe Perea, amigo al que presenté hace varias semanas en la inauguración de su última exposición, nos trajo el cuadro que le sirvió de cartel anunciador y en el que aparece una pareja de enamorados, de espaldas, fuera de otro marco surrealista a continuación del cual parece advertirse la calle Sacristanes de Los Palacios, con la Torre al fondo, pero inundada de coches que impiden el paso ingenuo de ambos. Pepe explicó que aquellos chavales eran para él Don Juan y Doña Inés modernos, juntos para siempre, y que no había puesto la luna a la que hacíamos referencia en el lema de nuestra noche porque había preferido la luminosidad del mediodía. Pepe siempre está sembrado cuando termina sus intervenciones como un flamenco que se levanta de la silla y se da la vuelta, con media pataíta. Es tan exageradamente generoso, que el cuadro ya adorna la biblioteca de mi casa.
Luego les tocó el turno a mis amigos Julio Mayo y Emilio Gavira, comprometidísimos con la historia local, y que nos regalaron al alimón el rescate de una novelita legendaria que nadie conocía: La collera de avutardas, de nuestro paisano Felipe Cortines Murube. Tras su intervención, le tocó el turno a mi amigo de toda la vida José Manuel Begines, que nos dio una lección magistral sobre la evolución del personaje de Don Juan, desde el engañador que pinta Tirso de Molina en su El burlador de Sevilla, en el barroco siglo XVII, hasta el seductor que reconstruye románticamente José de Zorrilla dos siglos después. Begines incluso fue más allá, en un ejercicio de síntesis extraordinaria, y nos deleitó a todos con una reflexión sobre la figura femenina que ha emergido más tardíamente como el contrapunto del donjuán: la mujer fatal. Para rematar, nos leyó un poema suyo, de otros tantos como tiene, sobre pieles enamoradas que a mí me recordó gratamente a la concepción poética de mi admiradísimo Pedro Salinas.
Manuel de Fora, uno de los mejores poetas que tenemos en el pueblo, no quería leer. Pero entre Julio y yo lo convencimos y salió a hacernos unos de sus versos, tímido en la lectura pero grandísimo en lo que encerraba de vida auténtica cada verso.
Luego nos cantó una deliciosa canción de amor nuestro amigo Manuel Núñez Amador, que encanta cada día más con su guitarra acústica y su pefil de Patxi Andion.
Nuestro amigo Claudio Maestre, ex concejal de Cultura y tal vez el más permanente reivindicador de Joaquín Romero Murube, no necesitó citar su nombre para darle su sitio en la noche, con unos fragmentos de Sevilla en los labios (1938) en los que hablaba de una sevillana enamorada de Lord Byron y que terminaba divagando sobre la figura de Don Juan y Sevilla, un tema recurrente que recuperará en sus últimos años de articulista divagador por una ciudad tan llena de gracia. Cuando sus palabras de fino ensayista en la prensa nos resonaban aún, con interpretaciones luminosas de un don Juan con próstata por la calle Sierpes, el gran Paco Benítez Acosta nos regaló la paráfrasis de la ópera de Mozart, basada en el don Juan de Tirso, que había comenzado al principio... Sólo entonces la terminamos de degustar, con tantas notas dinámicas, jocosas... que suplían mágicamente el gorgoteo del agua que de la fuente no salía, por estar apagada. Don Giovanni nos arrastró suavemente por el agua refrescante de su música y nos condujo por los callejones más profundos del alma de cada cual, por esos vericuetos que pocas veces transitamos. Ayer pudimos sobradamente porque aquella música en el Parnaso nos arrancó a todos, de golpe, todas las prisas inútiles.
Eduardo Ponce me contó minutos antes de empezar que el mármol que íbamos a colocar en la pared para darle nombre a nuestro Patio no lo convencía por completo, entre otras cosas porque ha habido un exceso de propuestas y una falta de concreción y él, artista perfeccionista, prefiere grabar la inscripción griego-española con más ahínco e incluso la piedra permanentemente en el muro. Con lo cual, tiempo habrá de hacer las cosas con buena letra. Y así lo expliqué, después de que Juan Manuel Begines, sustituto de Victoriano para abrir boca en boca de Don Juan, recitara aquello de "¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla...?" y continuara, más allá de lo pactado, por pura pasión y apego al irresistible texto, por las contestaciones de la ingenua doña Inés.
Yo intenté justificar el título de la noche, esos "Amores y desamores bajo la luna de Don Juan" que se me ocurrió en los albores del pasado verano y que luego hemos ido conformando con propuestas de lo más variopintas, las que disfrutamos anoche con verdadera fruición. Es increíble cómo una frase puede rellenarse con un contenido tan excepcional salido de una porción de gente de mi pueblo. Mis amigos Manolo y Sara, cordobeses apasionados, me soltaron nada más terminar: "¡Cuánto arte hay en tu pueblo!". Me dieron ganas de decirles que también hay mucho malage y mucho metepata, pero sólo les contesté que lo que veían no era ni la cuarta parte. Pero era lógica su sorpresa sólo con haber oído la destreza pianística de Paco Benítez Acosta en su obertura del Don Giovanni de Mozart, que fue la música que llenó de categoría y romanticismo aquel patio que cada vez siente más cada vez más gente como un ágora de la cultura palpitante desde este rinconcito marismeño que ha tanto fue romano y luego tantas otras cosas.
Mi tocayo Álvaro Benavides, con su planta de pintor que todo lo interioriza, incluso un fino sentido del humor que no todos conocen, nos hizo un recorrido por las caras de Don Juan, sobre todo las cinematográficas, pues el cine ha sido, según contó, otro entusiasta más de este rostro fugaz de un mito tan permanente. A continuación declamó "Renovación de amor" nuestro amigo Manolo González, con su habitual desgarro en el corazón, que pone a disposición del respetable cada vez que suelta su palabra al aire que todos respiramos. Era un poema de su admirado Benítez Carrasco sobre la necesidad de renovar el amor de veras, el profundo, una vez que la rutina lo ha convertido en gestos domesticados y cuasifalsos. Al finalizar, Manolo nos contó que a la mañana siguiente iba a poner en práctica aquellos versos y que salía de viaje con su mujer. Por eso se esfumó sin tomarse siquiera una copa.
Luego salió al atril de nuestro patio nocturno mi amigo José Arahal, coach de profesión y hechizado por la magia de la comunicación, empeñado en hechizar con esta misma magia a los demás. José ha hecho periodismo con la misma pasión que teatro y publicidad, y ahora que es un profesional del coaching aprovecha cualquier encuentro para hacer propaganda de su filosofía. Lo hizo muy bien, con dos círculos imaginarios que a todos nos sirvieron para reflexionar sobre en cuál queríamos estar, o bien en el del miedo que nos coharta a base de controles y culpas, o bien en el del amor, en el que terminamos por perdonar al mundo y a nosotros mismos para vivir plenamente.
Mi amigo Juan José, el carpintero y belenista que se desvive por encontrar versos donde nadie mira, nos hizo tres poemas de factura personalísima: uno dedicado a su niña casi adolescente que se le escapa de entre los dedos; otro al amor de verdadero don Juan redimido que él mismo experimentó de joven y está siempre dispuesto a reexperimentar; y otro más sobre esa Sevilla en la que eternamente habrá que buscar al burlador y seductor que protagonizaba la noche.
A continuación salió un hombre que conmocionó al Patio con su memoria de elefante y su finura de caballero antiguo: Juan Antonio Rodríguez, el de la Curá, que se sabe el Don Juan Tenorio de Zorrilla no porque él lo diga sino porque lo recitó casi entero para un público que no pudo cerrar la boca, de admiración. Muchos lo sabrían ya de antes, pero yo lo descubrí cuando fui a hacerle un reportaje a propósito de su sobresaliente caligrafía y su ferviente labor de Cyrano de Bergerac en una posguerra que yo no viví y que él vivió multiplicadamente gracias a las parejas tímidas que consiguió unir para siempre merced a sus cartas de amor. Anoche miró al vacío y se metió en la piel de Don Juan, de doña Inés, de Brígida y del escultor que convirtió el palacio de Don Diego en un panteón donde transcurrre el curso último de este clásico imperecedero del que Juan Antonio no consigue sustraerse y del que confesó está prendado desde pequeño. Prendados nos dejó a nosotros.
El pintor Pepe Perea, amigo al que presenté hace varias semanas en la inauguración de su última exposición, nos trajo el cuadro que le sirvió de cartel anunciador y en el que aparece una pareja de enamorados, de espaldas, fuera de otro marco surrealista a continuación del cual parece advertirse la calle Sacristanes de Los Palacios, con la Torre al fondo, pero inundada de coches que impiden el paso ingenuo de ambos. Pepe explicó que aquellos chavales eran para él Don Juan y Doña Inés modernos, juntos para siempre, y que no había puesto la luna a la que hacíamos referencia en el lema de nuestra noche porque había preferido la luminosidad del mediodía. Pepe siempre está sembrado cuando termina sus intervenciones como un flamenco que se levanta de la silla y se da la vuelta, con media pataíta. Es tan exageradamente generoso, que el cuadro ya adorna la biblioteca de mi casa.
Luego les tocó el turno a mis amigos Julio Mayo y Emilio Gavira, comprometidísimos con la historia local, y que nos regalaron al alimón el rescate de una novelita legendaria que nadie conocía: La collera de avutardas, de nuestro paisano Felipe Cortines Murube. Tras su intervención, le tocó el turno a mi amigo de toda la vida José Manuel Begines, que nos dio una lección magistral sobre la evolución del personaje de Don Juan, desde el engañador que pinta Tirso de Molina en su El burlador de Sevilla, en el barroco siglo XVII, hasta el seductor que reconstruye románticamente José de Zorrilla dos siglos después. Begines incluso fue más allá, en un ejercicio de síntesis extraordinaria, y nos deleitó a todos con una reflexión sobre la figura femenina que ha emergido más tardíamente como el contrapunto del donjuán: la mujer fatal. Para rematar, nos leyó un poema suyo, de otros tantos como tiene, sobre pieles enamoradas que a mí me recordó gratamente a la concepción poética de mi admiradísimo Pedro Salinas.
Manuel de Fora, uno de los mejores poetas que tenemos en el pueblo, no quería leer. Pero entre Julio y yo lo convencimos y salió a hacernos unos de sus versos, tímido en la lectura pero grandísimo en lo que encerraba de vida auténtica cada verso.
Luego nos cantó una deliciosa canción de amor nuestro amigo Manuel Núñez Amador, que encanta cada día más con su guitarra acústica y su pefil de Patxi Andion.
Nuestro amigo Claudio Maestre, ex concejal de Cultura y tal vez el más permanente reivindicador de Joaquín Romero Murube, no necesitó citar su nombre para darle su sitio en la noche, con unos fragmentos de Sevilla en los labios (1938) en los que hablaba de una sevillana enamorada de Lord Byron y que terminaba divagando sobre la figura de Don Juan y Sevilla, un tema recurrente que recuperará en sus últimos años de articulista divagador por una ciudad tan llena de gracia. Cuando sus palabras de fino ensayista en la prensa nos resonaban aún, con interpretaciones luminosas de un don Juan con próstata por la calle Sierpes, el gran Paco Benítez Acosta nos regaló la paráfrasis de la ópera de Mozart, basada en el don Juan de Tirso, que había comenzado al principio... Sólo entonces la terminamos de degustar, con tantas notas dinámicas, jocosas... que suplían mágicamente el gorgoteo del agua que de la fuente no salía, por estar apagada. Don Giovanni nos arrastró suavemente por el agua refrescante de su música y nos condujo por los callejones más profundos del alma de cada cual, por esos vericuetos que pocas veces transitamos. Ayer pudimos sobradamente porque aquella música en el Parnaso nos arrancó a todos, de golpe, todas las prisas inútiles.
2 comentarios:
Lo del malage te lo puedo discutir, porque aún no conozco a ninguno. Y lo imporante: mira que lo pasamos bien...
Un abrazo y nos vemos en el Paraninfo.
No, Manuel, la cita para el premio de la tesis no es en el paraninfo, sino en el Ayuntamiento de Sevilla. Ya te llamo.
Un abrazo.
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