A estas alturas de la Historia, de la nuestra y de la que estudiábamos en Sociales, a uno no le quedan ánimos para ponerse a favor o en contra de la Monarquía como sistema de gobierno o sistema de escaparate institucional. Más bien le parecen invevitabilidades históricas de las que merece la pena extraer sólo lo positivo. Mientras las rotativas de los periódicos pintaban la imputación de Urdangarín, presunto ladrón de guante cortesano, yo me empapaba gustosamente en el Museo del Prado de tantas joyas pictóricas como puso al alcance de todos, sin pensar siquiera democráticamente y sin pretenderlo, tal vez el peor rey que España ha sufrido como país: Fernando VII. Lo inauguró en noviembre de 1819, después de cargarse la Pepa y sólo unos meses antes de que Riego lo volviera a echar a él. Fernando VII, ese inútil, pagó de su bolsillo la creación de este museo que en tiempos de su hija, la desdichada Isabel II, se nacionalizó y emprendió un camino de altibajos, temblores, adquisiciones y ampliaciones hasta llegar tan atractivo a nuestra posibilidad de disfrute al módico precio de 12 euros.
No es mala manera de terminar el año acomodarse frente a un lienzo de Velázquez, Fortuny o Rafael para dejarse atrapar por la magia del pincel que ha sobrevivido tantos siglos e indagar en las casualidades históricas -robos, pirateos, adquisiciones legales e ilegales, encargos, regalos y herencias de por medio- que hicieron posibles que nuestro Museo se haya convertido, a lo tonto y sin exagerar, en una de las mayores pinacotecas del mundo.
Si el peor rey nos legó este impagable monumento, es probable que este rey de ahora nos tenga reservadas otras sorpresas tan divertidas como memorables en un futuro. El monarca que nos sacó del aprieto de Tejero había quedado en las últimas navidades como caricatura de sí mismo en ese Mensaje que nadie escuchaba, salvo este año por las veleidades del yernazo. Del que le quedaba, porque el otro se hizo el huidizo por las rendijas enfermizas del divorcio. La nuera, sacrificada periodista cuyo repentino exitazo sorprendió a la mismísima Ana Blanco de TVE, nos aupó al pueblo llano a la posibilidad palpable que siempre nos contaron los cuentos de hadas. Y ahora las nietas del rey vuelven a brindarnos la posibilidad novelera de otra encrucijada en torno a la ley sálica, si no cambia la Constitución tan rápidamente como lo hizo hace unos meses para combatir el mal del déficit, en un fin de semana.
Ocho millones y pico es pura chatarra para tanto material literario. Y más ahora que nos la dan contabilizada, sin misterios elucubradores. Por eso vaticino larga vida al rey y feliz año nuevo. Lo demás vendrá solo.
No es mala manera de terminar el año acomodarse frente a un lienzo de Velázquez, Fortuny o Rafael para dejarse atrapar por la magia del pincel que ha sobrevivido tantos siglos e indagar en las casualidades históricas -robos, pirateos, adquisiciones legales e ilegales, encargos, regalos y herencias de por medio- que hicieron posibles que nuestro Museo se haya convertido, a lo tonto y sin exagerar, en una de las mayores pinacotecas del mundo.
Si el peor rey nos legó este impagable monumento, es probable que este rey de ahora nos tenga reservadas otras sorpresas tan divertidas como memorables en un futuro. El monarca que nos sacó del aprieto de Tejero había quedado en las últimas navidades como caricatura de sí mismo en ese Mensaje que nadie escuchaba, salvo este año por las veleidades del yernazo. Del que le quedaba, porque el otro se hizo el huidizo por las rendijas enfermizas del divorcio. La nuera, sacrificada periodista cuyo repentino exitazo sorprendió a la mismísima Ana Blanco de TVE, nos aupó al pueblo llano a la posibilidad palpable que siempre nos contaron los cuentos de hadas. Y ahora las nietas del rey vuelven a brindarnos la posibilidad novelera de otra encrucijada en torno a la ley sálica, si no cambia la Constitución tan rápidamente como lo hizo hace unos meses para combatir el mal del déficit, en un fin de semana.
Ocho millones y pico es pura chatarra para tanto material literario. Y más ahora que nos la dan contabilizada, sin misterios elucubradores. Por eso vaticino larga vida al rey y feliz año nuevo. Lo demás vendrá solo.