Cuando se cabreaba de veras, cuando la poníamos negra, como ella decía, mi madre siempre salía con que aquello era el colmo de los colmos. A mí la frasecita nunca se me ha ido de la cabeza, aunque no la utilizo nunca, seguramente porque se trata de una de esas fórmulas del enfado profundo que uno reserva en las profundidades de la intimidad histórica. Pero ya digo que aunque no la verbalizo me resuena a menudo por las interioridades del corazón. En estos días me ha vuelto a resonar su eco al hilo de estos colmos sociales que vemos más o menos desde la barrera; quiero decir que unos los ven a aquel lado poque le han quitado ya la casa, otros a este porque aún la conservamos y otros tantos tienen una pierna a cada lado, de modo que sienten la clásica incomodidad de los genitales desorientados sobre la baranda, lo cual suele ser lo peor de lo peor, o sea, el colmo de los colmos también.
Además de los dramas concatenados con que nos desayunamos a diario -lo del desayuno depende, claro, si es literal o metáfora-, lo dramático sigue siendo la falta de luz al final del túnel, como les gusta decir a ese tipo de políticos -casi todos- que a falta de ideas preclaras para salir de la crisis acostumbra a concatenar frases estúpidas de este tipo, metáforas desgastadas, como diría Ortega y Gasset, verbigracia: la que está cayendo, los brotes verdes, atisbar el final de la recesión, los primeros síntomas de la recuperación económica, los primeros frutos de la necesaria política de austeridad o el esfuerzo de todos para remar en la misma dirección, por citar tan sólo algunas de las gilipolleces más habituales que uno escucha a diario. Bueno, pues para no caer en ellas, insisto, lo más dramático es tomar conciencia de que esto tiene difícil arreglo mientras que la sociedad enferma a pasos agigantados, falsamente liderada por una clase política que cada día demuestra más su ineptitud y su anacronismo sinvergüenza, en otra dimensión distinta del resto de los ciudadanos.
La muerte de dos mujeres en Astorga (León), una madre de 82 años que cuidaba de su hija, ciega y discapacitada, de 40, en el más decimonónico de los desamparos, no deja de ser un símbolo cruel de este retroceso a pasos agigantados que estamos sufriendo. La madre murió primero. Y cuatro días después, en una oscuridad doble de casa húmeda y familia en el limbo, lo hizo la hija, ahogada en el abandono. Y todo ello mientras el intermitente presidente del Gobierno que tenemos, al que vemos mucho menos que a Mourinho, venía asegurando desde que entró por Moncloa que el servicio de Dependencia "no es viable". Tampoco lo son la educación o la sanidad públicas, meros mimos de pobres acostumbrados a lo bueno. Sí lo son, en cambio, este sistema de asesores y arrimados bien pagados que tiene cualquiera de los cientos de miles de políticos que en España han sido y siguen siendo, los cuales tienen derecho a una pensión vitalicia a los siete años de ejercer; la barbaridad de la tauromaquia que sigue subvencionándose a cuerno partido; o el verdadero y gran fraude fiscal que afecta a las empresas que en nuestro país merece la pena llamar empresas. Todo esto sí es viable. A la vista está.
Después de casi cinco años de crisis creciente y atolondrada, ya muy poca gente culpa a los curritos del montón por haber gastado más de lo que ganaban, porque aquellos inconscientes consumidores abducidos pagaron su penitencia antes de 2010, y ahora resulta que la lista del paro y de los desahucios y de la miseria más absoluta la están engrosando también quienes no ganaron ni gastaron tanto, sino quienes sencillamente dejaron de trabajar y de salir y de comer tres veces al día, paulatinamente. Gente como usted y como yo, que un mal día se levantaron con el pie derecho y la vida se lo torció, porque sí, sin saber cómo. Algunos de ellos han terminado ahorcándose o arrojándose al vacío cuando la policía se ha presentado en su casa para echarlos como a perros. Y cuando esto se ha convertido en el mendrugo nuestro de cada día, después de que miles de ciudadanos se hayan movilizado durante los últimos años para defender a criaturas inocentes y de haber reclamado la dación en pago como quien clama en el desierto, ahora los principales partidos se sienten tocados por un clamor popular al que se ha sumado el clamor de los jueces y el clamor de los policías y hasta el clamor de los muertos, que se revuelven porque no terminaron de pagar la hipoteca antes de abandonar este mundo, frente a unos bancos que, falsamente victimizados por no querer más ladrillo sino el dinero que malévolamente prestaron en su maquiavélico día, han recibido ya el ciento por uno pero no se sacian, más del 90% del dinero público que los últimos Gobiernos han soltado por el incosciente grifo de los parches contra una crisis contumaz. Dentro de un rato se reúnen Rajoy y Rubalcaba para construir entre ambos otro parche contra la sangría de votantes que se apuntan ya a ese mal tan temido de la desafectación política. Esto sí que es grave, y por eso tienen que solucionarlo. Pues a ver si así, en el colmo de los colmos.