martes, 28 de octubre de 2014

La corrupción nuestra de cada día

Dánosle hoy. La corrupción nuestra de cada día es el pan del desayuno diario, porque uno tiene ya predisposición auditiva, al subirse al coche, al entrar en un bar, al amanecer, a oír a quién le toca hoy, a quién ha cazado esta Justicia nuestra tan aleatoria no tanto porque no sepamos a quién le puede caer el peso de su ciega espada como porque esperamos cada mañana que el color de la víctima cambie. Si hoy le toca a un derechón, mañana le toca a un sindicalista. Si pasado se descubre a uno del PSOE, al día siguiente sale a relucir algún miembro de esa casa azulona de azul pavo renegrido que es la Casa Real. De momento sólo se libran los que no han conocido poder, los inmaculados de la periferia parlamentaria que aún no han pisado moqueta ni manoseado presupuestos. Por eso, tal vez, podemos esperanzarnos. Podemos o debemos, porque la esperanza es lo último que se pierde y porque el barro con que están hechos los corruptos, los corruptores y los precorruptos es nuestro mismo barro. No nos engañemos. 



Con la corrupción acechándonos, el espectáculo más espectacular es el de este cínico heroísmo de quienes se hacen los independientes o los despistados o los caídos de un guindo. Fíjense en nuestra Esperanza de toda la vida, o de toda la democracia, pidiendo perdón por lo que hacen sus compañeros, como una farisea dando gracias al Señor en el templo por lo buena que es ella y lo malos que son algunos. Si es que hay que ver, Señor Señor. Fíjense en Rajoy, pidiendo perdón por los corruptos que él, ingenuo con su purito de antes, llegó a nombrar. Fíjense en el Rey, maestro de maestros, pidiendo perdón en el pasillo de un hospital, como otro ciudadano más, con sueño atrasado, esperanzado sin duda, con ojeras, en que ya no volverá a ocurrir. Solucionado. 

Con esta justicia de robagallinas, tan minúscula, los ajusticiados seremos nosotros, los desesperanzados, los que no tenemos compasión, los que consideramos muy poco el valor de pedir perdón, este eficiente deporte de moda. Ya veremos en noviembre del año que viene. Ya veremos entonces, en ese mes de los muertos, a quién le toca morir. Y sin confesión.


  • Este artículo se publica asimismo en la edición del 31 de octubre de 2014 de El Correo de Andalucía.


domingo, 12 de octubre de 2014

¡Vivan los españoles!

El día de la Hispanidad, que se celebra hoy, es también el día de la Guardia Civil, de la Virgen del Pilar, de la Raza Española, de la Bandera y no de no sé cuántas cosas más cortadas por las mismas tijeras de una España que, siglo tras siglo, tuvo siempre en más consideración a los símbolos que a las personas. En este sentido, lo que literalmente se celebra este 12 de octubre es que España (antigua Hispania) descubriera a América el 12 de octubre de 1492 para incorporarla a su Corona. En esa literalidad radican varios engaños sobre los que tal vez se sustentan algunos de los disgustos por los que tantos españoles no se identifican con la fiesta llamada nacional -aunque también aquí albergamos dudas porque ese apellido ya se lo han apropiado los amantes de otra barbarie igual de hispana. En primer lugar, aquel día de finales del siglo XV no fue España quien descubrió América, pues España como tal aún no existía, sino la "Castilla miserable ayer dominadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora..." que habría de denunciar Antonio Machado antes de que también él tuviera que abandonar aquella España -entonces sí, ya España, España con connotaciones de otro falso libertador- camino del exilio breve y la muerte garantizada en Francia, ese otro país donde el orgullo patrio funciona mejor; por algo será. En segundo lugar, América no era descubierta como tal porque América ya existía e incluso la habían descubierto por otro lado otros previamente. América tenía sus lenguas, sus culturas y sus gentes. Pero ya se sabe que esto de los descubrimientos hay que entenderlo siempre en función de la capacidad intelectual del descubridor, y cuando éste carece de ella no sólo cree con fe lo que no puede entender con razón, sino que obliga por la fuerza a que la creencia sea generalizada. Pasados tantos siglos, la fe bruta parece haber triunfado sobre la intelectualidad civilizada de algunos solitarios que murieron en el intento de descubrir también otras cosas, como por ejemplo una pizca de humanidad en sus correligionarios y sus paisanos, como le ocurrió a Bartolomé de las Casas, tan fuera de lugar en la fiesta de hoy. 

Luego llegaron otros advenedizos como la Benemérita o la Virgen de Zaragoza, con sus razones específicas, que aprovecharon la grandeza de un día engrandecido para engrandecerlo aún más. Franco se dio cuenta de todo y como era muy estratega no tanto para la guerra ni para la paz sino para estas solemnidades, terminó de hacer del Día de la Hispanidad una fiesta de inexcusable rojo en el calendario en 1958, después de que Marshall recorriera Europa y a nosotros su excusa de risa nos dejara tan sólo una película inteligentísima de la que nada se enteraron ni Marshall ni Franco. De modo que hoy hace 56 años que el Día de la Hispanidad es lo que es. 


Muchos amantes de la bandera y otros símbolos o difuntos echan de menos más boato en un día como este, y más entusiasmo de sus paisanos. Al menos salen a la calle los Ejércitos, los Reyes y sus fans y hasta la cabra de la Legión, que no es poco. Pero no se conforman, porque deducen que a la ciudadanía en general ni fu ni fa. Tal vez echan de menos aquellos tiempos en que la ciudadanía demostraba otro agrado, olvidando que entonces la ciudadanía estaba tan disciplinada a base de palos (o fusilamientos) que sabía muy bien cuándo entusiasmarse. Ya no. Esto de la democracia es lo que tiene.

Y entonces apelan a otros países patrióticos, como EEUU o Francia, qué se yo, donde la bandera y el día nacional son cosas plenamente compartidas, para que aprendamos. No siendo cierto del todo, es verdad en parte. Pero como algunos esgrimen, no somos Francia o EEUU. Somos España, o mejor dicho, somos españoles. Para empezar a ser estadounidenses o franceses tendríamos que empezar a asemejarnos en sus sueldos, que es el primer eslabón del pensamiento, no porque lo dijera Marx sino porque lo demuestra todo el mundo, incluso los franceses y estadounidenses. Y después del sueldo, tendríamos que parecernos también en su celebración del patriotismo integrador, de la educación, de la ciencia y de la cultura, que son la base real -es decir, orgullosamente metafórica- de eso que llaman patria. 

En Francia, el amor a la patria pasa por una Revolución de los de abajo para terminar con los privilegios del Antiguo Régimen, y eso crea afecto. En EEUU, el amor a la patria pasa por una lucha por la independencia más otra lucha por la libertad y la igualdad de razas. Aquí no ha habido nada de eso. El problema de aquí -consolidado por nuestro actual Gobierno- es que siempre se han creído que el patriotismo se construye desde España hacia abajo, es decir, a los españoles. Y es justo al revés. El día en que empecemos a construir patria empezando por los españoles hacia arriba, es decir, hacia la bandera, enseñando Historia y Ciencia y Cultura en general con un mínimo de rigor y autocrítica incluso desde el telediario, entonces empezaremos a ser todos patrióticos, tanto o más que los patrióticos de hoy. Pero lo mismo ese día cambian las tornas y entonces los antipatrióticos son ellos.