Dánosle hoy. La corrupción nuestra de cada día es el pan del desayuno diario, porque uno tiene ya predisposición auditiva, al subirse al coche, al entrar en un bar, al amanecer, a oír a quién le toca hoy, a quién ha cazado esta Justicia nuestra tan aleatoria no tanto porque no sepamos a quién le puede caer el peso de su ciega espada como porque esperamos cada mañana que el color de la víctima cambie. Si hoy le toca a un derechón, mañana le toca a un sindicalista. Si pasado se descubre a uno del PSOE, al día siguiente sale a relucir algún miembro de esa casa azulona de azul pavo renegrido que es la Casa Real. De momento sólo se libran los que no han conocido poder, los inmaculados de la periferia parlamentaria que aún no han pisado moqueta ni manoseado presupuestos. Por eso, tal vez, podemos esperanzarnos. Podemos o debemos, porque la esperanza es lo último que se pierde y porque el barro con que están hechos los corruptos, los corruptores y los precorruptos es nuestro mismo barro. No nos engañemos.
Con la corrupción acechándonos, el espectáculo más espectacular es el de este cínico heroísmo de quienes se hacen los independientes o los despistados o los caídos de un guindo. Fíjense en nuestra Esperanza de toda la vida, o de toda la democracia, pidiendo perdón por lo que hacen sus compañeros, como una farisea dando gracias al Señor en el templo por lo buena que es ella y lo malos que son algunos. Si es que hay que ver, Señor Señor. Fíjense en Rajoy, pidiendo perdón por los corruptos que él, ingenuo con su purito de antes, llegó a nombrar. Fíjense en el Rey, maestro de maestros, pidiendo perdón en el pasillo de un hospital, como otro ciudadano más, con sueño atrasado, esperanzado sin duda, con ojeras, en que ya no volverá a ocurrir. Solucionado.
Con esta justicia de robagallinas, tan minúscula, los ajusticiados seremos nosotros, los desesperanzados, los que no tenemos compasión, los que consideramos muy poco el valor de pedir perdón, este eficiente deporte de moda. Ya veremos en noviembre del año que viene. Ya veremos entonces, en ese mes de los muertos, a quién le toca morir. Y sin confesión.
- Este artículo se publica asimismo en la edición del 31 de octubre de 2014 de El Correo de Andalucía.
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