miércoles, 15 de julio de 2015

¡Ay, Carmena!

Que Manuela Carmena se invente una web municipal para contrarrestar la información que dan los medios, no porque mientan -dice-, sino porque hay distintas maneras de dar una información, no solo revela el miedo atávico de todo gobernante a la profesión periodística, sino el mal encaje que hacen de que precisamente haya diversos modos de dar una información. Eso se llama pluralidad informativa, que se parece un poco a la pluralidad política que permite una democracia. Lo peor es que desde la gobernanza cateta de algunos no se esté aún a la altura de comprender que también existen la pluralidad ciudadana y la pluralidad de lectores. Afortunadamente para un mundo plural.

            El problema es más grave de lo que parece. No sólo porque a estas alturas del capitalismo socialdemócrata que consolidó el periodismo como una garantía ciudadana frente a las corruptelas del poder –incluso el poder democrático- haya quien no entienda la labor de los medios en su molesta pluralidad, sino porque incluso surjan defensores de la propaganda institucional solo cuando las instituciones están en manos de los suyos, sin advertir –oh, ingenuos- que toda tentación totalitaria surge precisamente desde la convicción de que se está en posesión de la verdad absoluta mientras que los demás –los medios, los humoristas, los ciudadanos- no hacen sino manipular esa versión original, V.O., como han llamado los cachorros de Carmena a su página municipal.

            Cualquier institución tiene su web, su plataforma digital o su blog. El Ayuntamiento madrileño también. Eso no es un problema. Pero esta página no es una plataforma para dar cabida a informaciones institucionales sin más, sino para poner en solfa las informaciones que ofrecen los medios de comunicación periodísticos, desde la perspectiva de que hay medios que a diario no cumplen con la función de reflejar como el gobierno de Carmena quisiera lo que ellos han programado. Además, la página señalará medios y periodistas para enmendarles la plana, es decir, para recordarles que la verdad es la del Ayuntamiento madrileño y no ninguna de las versiones que otros den del asunto, es decir, para tirarles de las orejas a los que no se ajusten a la verdad ofrecida. El siguiente paso puede ser prohibir determinados medios con la excusa de que son malos medios. Y eso, a mí como ciudadano –y no como periodista- me da escalofríos. Sigo pensando, con Orwell, que periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás o son relaciones públicas, o es propaganda.

            Como ciudadano –insisto, como ciudadano; no como periodista- no quiero que Carmena y su gobierno se erijan en garantistas de la información que yo decido recibir, leer, comprar. Un político que gobierna está para gobernar, no para luchar contra las informaciones que sobre su gobierno ofrecen los medios de cualquier color. Un político que gobierna bastante tiene con la propaganda que sus gabinetes legítimamente constituidos orquestan a diario como para, encima, tener que perseguir informaciones que considere no veraces. Esa no es la función del político que gobierna, sino la del ciudadano que ejerce como tal gracias a que sus políticos se lo permitan.


            El problema es que hay políticos con vocación de todo: de pancartistas, de gobernantes, de ciudadanos, de periodistas y de cazadores de brujas. Y que hay ciudadanos que lo ven perfectamente solo cuando los políticos son los de su agrado y no los de enfrente. No me quiero imaginar la que se hubiera montado en ciertos círculos si la de la web matizadora de  medios no fuera Carmena sino cualquiera de los fascistas del bando de Rajoy. ¡Ay, Carmena!

domingo, 7 de junio de 2015

Accidentes de gobierno

Creo que se llaman gobiernos accidentales, pero son la prueba más dolorosa de que la ciudadanía sigue adelante sin gobierno, o con un gobierno accidental, que es como un gobierno accidentado. Desde pequeños aprendemos cuán plurisignificativa es la palabra 'accidente'. En Gramática nos daban el coñazo con los accidentes de todas las palabras: que si el grado, que si el género, que si el modo verbal... En Sociales, lo mismo. En vez de hablar de montañas, valles o ríos, todo aquello se llamaba accidente. Accidentes geográficos. Uno empezaba a comprender, así de golpe, y a base de asignaturas y años, que la vida es puro accidente. 

Pero a lo que iba: el gobierno accidental. Es un gobierno en suspenso, entre paréntesis, como que está pero no se nota, o se nota pero es como si no estuviera, que la mayoría de las veces es lo que les ocurre a los gobiernos, incluso a los no accidentales. Un gobierno accidental tuvieron en Bélgica durante año y medio y no pasó nada. Algunos lo recordarán. Casi nunca pasa nada, con gobierno y sin gobierno. Y precisamente los accidentes, los de verdad, son los que marcan la pauta dinámica de la vida.



En Andalucía tenemos un gobierno accidental que ya dura demasiado. Es posible que mañana o pasado mañana deje de serlo, porque la presidenta, también accidental -no me refiero a su llegada al gobierno, que ya fue votada-, seguramente encontrará algún apoyo por ahí. El que sea. Ya da igual. El intercambio de cromos es lo que importa. 

Si los cromos fallaran, la accidentalidad del gobierno duraría todo el verano, como si el verano no tuviera ya sus propios accidentes, y gordos. 

Esperemos que la accidentalidad del gobierno andaluz se solucione de urgencia, como sea, de aquí al martes. Porque no me imagino un verano con accidentes desde lo gubernamental. Es lo que nos faltaba. Y yo quiero ir a la playa, y olvidarme de los gobiernos. 

viernes, 22 de mayo de 2015

PULPA DE LIMÓN en revista Vísperas

"
"Mi intención es seguir en el mundo de la novela pero si tengo que hablar de un sueño, supongo que tiene que ver con la felicidad de mis hijos".

http://www.revistavisperas.com/alvaro-romero-bernal-me-gusta-el-amor-a-la-palabra-precisa/


jueves, 5 de febrero de 2015

Entrevistas de trabajo

Tengo la fortuna de recordar pocas entrevistas de trabajo, tal vez porque fueron livianas o porque tuve la suerte de encontrar trabajo rápido y por otros cauces distintos al de la conversación. Pero me indigna cada día más oír a jóvenes que han de someterse a ese dictamen tan subjetivo como caprichoso, sobre todo cuando los parámetros en juego nada tienen que ver con su formación y sus capacidades o talentos, sino con las necesidades del entrevistador, que no siempre coinciden con los de la empresa. 

Me indigna tanto como cuando en las solicitudes de currículos compruebo que se exige una fotografía, como si el puesto de trabajo en cuestión dependiera de la cara que uno tiene, o de la cara que uno pone. Es posible que ahora la gente esté muy acostumbrada a fotografiarse con esa fórmula que se llama selfie, el emblema narcisista que hoy no se emplea para encontrar un empleo precisamente, sino muchas veces para encontrarse a sí mismo, olvidado entre el olvido de los demás, o entre la indiferencia de la alta saturación de caretos o caraduras como pululan por esta competitiva sociedad de la autopromoción a caraperro. 

A menos que uno vaya a trabajar de modelo, y entonces no es preciso una foto de cara sino todo un book en el que ser retratado hasta con el alma dando la vuelta al pino, no entiendo ese afán de la fotocarné en ese documento sobre la carrera de la vida en el que lo de menos es la carrera en sí y lo de más, visto lo visto, la pinta del corredor. Sobra tanto personal, tanto aspirante, que al final escogen al tal por la pinta, como si la pinta pintara algo y no, tantas veces, la maniobra de distracción de las apariencias, que suele terminar en engaño, como ya sabemos. 

Me inquietan los especialistas en recursos humanos tanto como los pedagogos, especialmente los aficionados a ambas disciplinas, pues en la afición está la arbitrariedad y la azarosa crueldad contra quien hubiera preferido que lo dejasen hacer, que lo observasen hacer, que lo valorasen haciendo. 

De las pocas entrevistas que yo pueda recordar, siempre se me viene a la cabeza aquella tarde remota en que me presenté en la parroquia de mi pueblo con la ilusión intacta de ser monaguillo. No tenía cita, pero me armé de valor, recorrí la nave lateral del templo y accedí a la sacristía por la puertecita baja de la capilla del Rosario. Una vez dentro me percaté de la luz encendida del despacho, de los dos escalones amplios, de mármol y rematados con un listón de madera, que conducían a la habitación, de la voz del cura hablando por teléfono. Quise carraspear para aclararme la voz, pero lo evité. Y permanecí en silencio, balanceándome apenas sobre mí mismo, con el corazón a cien e imaginando la pregunta primera del cura nada más verme aparecer. Yo había imaginado mil veces aquel encuentro antes de presentarme allí. Imaginé que el cura me preguntaría las oraciones. No sé por qué exactamente, pero yo había vislumbrado con una claridad obsesiva el instante en que el sacerdote me preguntaría el Padrenuestro. Bien, diría, ¿y el Ave María? Había recreado un encuentro improbable en el que a continuación me preguntaría por el Gloria y el Credo, y el Yo pecador y otras tantas oraciones y fórmulas eclesiásticas que yo había tenido la precaución de saberme al dedillo... Cuando oí el silencio del cura y el clic del teléfono colgado pisé ruidosa y deliberadamente el segundo escalón y apenas rocé la puerta de madera, que estaba abierta, con los nudillos de la mano derecha. ¿Sí?, dijo el cura. Entonces me asomé, el cura me saludó muy serio y yo avancé un par de pasos mientras, ahora sí, carraspeaba, preparado para lanzarme a decir oraciones de carretilla. Abrí los ojos muy de par en par, como en un acto reflejo de concentración frente al ejercicio memorístico que me esperaba. Pero el cura me preguntó simplemente qué quería. A mí me gustaría ser monaguillo, le dije, simplemente a mi vez. Él me sonrió, me hizo algún comentario adulador de persona mayor y me dijo que me llamarían en cuanto hiciera falta. Y me siguió sonriendo fijamente, hasta que yo me di cuenta de que la entrevista había terminado.

Por la cuesta de la iglesia, rodando de nuevo hacia mi casa, fui repasando mentalmente las oraciones, todo aquel repertorio que no me había hecho falta para nada. Dos semanas después, Carmelita Galván le dijo a mi madre que el cura le había encargado decirme que estuviera preparado para ayudar en la misa de ocho de la mañana en Los Remedios. Cuando mi madre me anunció la buena nueva, me dio un vuelco el corazón tan grande como jamás me lo ha vuelto a dar en cuestiones laborales.

Era lo bueno de tener solo ocho años. 

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Noche vieja

Las noches como esta son viejas porque me recuerdan al pasado. No al pasado año, que ya se va, sino al pasado de mi vida, de esa infancia mía en la que aún no distinguía la diferencia entre la Noche Buena y la Noche Vieja, como mi hijo ahora, tantos años después, en una confusión ingenua de fiestas y noches en vigilia que huelen a aguardiante de otros, a polvorones de los ya no quiero más, señora, a cuero del coche de vuelta de casa a las tantas, de algún lugar del que no acordarse al amanecer. En vacaciones, con mucho frío de ese que se agradece a las claritas del día, entre las sábanas remolonas. 

Noches como esta me recuerdan a las de la plaza de mi pueblo, en el siglo pasado, con un gentío ensordecedor frente al reloj de abastos, con disfraces anacrónicos -incluso entonces- y un griterío que ya no se lleva, olvidados de las uvas, que eran lo de menos. Botellas de cava, o de champaña barato, volando por encima de nuestras cabezas, asilvestrados, asalvajados como si el mundo se fuera a acabar verdaderamente, de un momento a otro.

También me recuerdan estas noches así a la peor televisión de siempre, a esas programaciones rancias en las que ya uno, de chico, se daba cuenta de que habían sido grabadas en pleno verano, en septiembre al menos, con artistas que cantaban por compromiso, que brindaban disfrazados de papá Noel o cualquier cursilada parecida, que gritaban como haciendo que era el fin, el fin de qué, no lo sabíamos. 

Como no lo sabe toda esta gente que hoy, tantos años después, sigue dándole una patada al año que se va, como si realmente se estuviera yendo algo, como si de verdad pudiera dársele una patada al año como a un paquete, como un eslabón de nuestra vida que no nos gusta, que no queremos guardar como reliquia sino todo lo contrario. Abunda la gente que pretende arrugar el 2014 como si fuera una bola de papel mal escrita, desde el principio, para echarla a la papelera; esperanzada en que 2015 sea una hoja de papel en blanco, inmácula, en la que escribir derechitos desde el principio, con buena letra y un montón de propósitos de enmienda, supersticiosos con aquello de lo que bien empieza... olvidadizos de que también el año anterior, y el otro, y el otro, comenzamos igual, hasta poco antes de Reyes, cuando la Cabalgata deja un reguero de papeles pringosos, pisados, regados por las calles que empiezan a perder ese halo navideño para cobrarlo de cotidianidad. 

En fin, procuro simplemente no echar las campanas al vuelo, ni siquiera las campanadas de esta noche, las 12 como siempre, para que empiece una madrugada más, y un amanecer que no será distinto, si lo pensamos bien afortunadamente para los que no sabemos, afortunadamente, qué es eso de que nos vaya mal. Mal de verdad.

Es inevitable pensar que algo nuevo empieza. Pensemos que empieza, de nuevo, nuestro compromiso por renovar la vida, nuestros sueños, nuestros afanes. Mis niños cumplirán un añito más, a lo largo del año. Y nosotros también. Creceremos. Y eso es para estar contentos. 

sábado, 15 de noviembre de 2014

PARNASO DE ALTURA

El Parnaso tenía su altura, claro. Era un monte, y divino. Pero en mi pueblo la sigue teniendo estando a ras de marisma, a la altura de un patio que unas veces es patio y otra salón. Anoche tocó lo segundo, y el salón se desbordó: de gente, de participantes, de entusiasmo, de asombro, de Cultura con la misma mayúscula divina y parnasiana con que los primeros poetas helenos debieron de deglutir al dejarse apelar por aquellas musas de verdad. Anoche, en el XI Patio del Parnaso de este pueblo del Guadalquivir que va bajando, no hubo ni dioses ni musas; no hicieron falta, porque hubo gente tan preparada que los hados no hubieran estado a la altura.

Victoriano Rosal, patriarca del invento, saludó como sólo él sabe hacerlo: contagiando la ilusión por un foro cultural sin precedentes a aquellos despistados que lo pisaron ayer por primera vez, confundidos con que una propuesta cultural no tenga nombres ni apellidos ni siglas ni intereses legítimos ni letra pequeña. Del Patio del Parnaso dicen que es una asociación, una institución, un grupo cultural, no sé qué más, pero lo dicen porque algún nombre hay que ponerles a las cosas. A mí no me consta que sea nada de eso, aunque pueda venirle bien, un tanto estrecha, cualquiera de esas definiciones. Todo el que estuvo anoche, y otras noches -hasta 11 que sumamos ayer-, sabe que el Patio del Parnaso es mucho más. Y lo es porque no aspira a absolutamente nada más que a ser mientras sea. Luego, los hados dirán. Victoriano enseñó los planos aéreos que, generosamente y desde Gerona, nos remitió Jesús Romero Núñez, controlador aéreo por aquellas alturas. En la inmensidad de líneas que atisbamos por nuestros cielos sevillanos, una contundente recta que marcaba esas autopistas celestes pasaba por nuestro mismo pueblo. 

Un servidor introdujo lo mejor que pudo en una temática nocturna que aspiraba a lo más alto, pero sin olvidar las bajezas miserables que nos tiran cotidianamente hacia las bajezas de esas instituciones intoxicadas que dominan nuestro mundo contra las alturas de nuestros sueños. 

Nuestro pianista, Francisco Benítez Acosta, nos aupó a continuación a la altura armónica que la noche precisaba, la de Ludovico Einaudi, con un piano, su Roland, que no parecía de este mundo, sino de los otros. Paco Benítez había de pasearnos luego por todas las alturas imaginables que las más de 150 personas que nos congregamos en el Patio habíamos imaginado alguna vez, suavemente. 


Federico Ponce, arquitecto, nos dio una lección sucinta y rigurosa de cómo los rascacielos norteamericanos partieron de un atrevimiento en Chicago y no se conformaron luego con medir muchísimo, sino con mirar y ser mirados muchísimo mejor. En oportunas imágenes de innovadores edificios, sentidos urbanísticos, ciudades soñadas por los grandes de la arquitectura y la ingeniería, comprendimos por qué unas urbes pudieron hacernos más felices y por qué otras, en cambio, habían sido diseñadas sobre el vacío de un plano que no era blanco sino manchado con los colores de la divisa dominante. 

Antonio Repiso, María Sánchez, Josefina Moguer y Ana Romero encarnaron una alegoría inventada por el primero, voluntarioso autor, sobre tres personajes femeninos en disputa frente a un cuadro que era un árbol con ansias de mucho más, con cara humana reivindicadora de cielo y raíces bien profundas. Una hizo de Altura de Miras; otra, de Ley de la Gravedad; y la última, de Imaginación. En su diálogo frente a la pintura, no sólo concluimos que por encima de su lucha pululaba el amor creador, sino que el Aula de la Experiencia, a la que pertenecen, debe estar orgullosa de la iniciativa de sus alumnos.



Cipriano Galván vino al Parnaso por primera vez. Llegó con sus nervios de exseminarista hechizado por la torre de su pueblo. Pero luego notó que su lugar en el Patio había sido horadado por el interés de todos por absolutamente todo. Cipriano pinta la torre de Santa María la Blanca casi a diario. Cuando termina su trabajo de albañil, toma su sillita playera, sus lápices, su cartulinas y busca acomodo en algún punto peregrino del extrarradio palaciego, para pintar el campanario desde una perspectiva distinta. Tiene miles de estampas de la torre. "Cuando nací fue lo primero que vi, porque vivo enfrente", dijo, y añadió: "Y os aseguro que es algo grande". Su generosidad apabullante repartió las estampas entre el respetable, de modo que cada cual se llevó un instante de creación de este dibujante y pintor concentrado en una torre neoclásica que nos describió minuciosamente, después de recordar aquella exposición que bajo el título de "Pasión por la torre" le sirvió anoche de lema contagioso. 



Él mismo se contagió de pasión concatenada cuando el drone de Johnny Fernández Vela le enseñó la torre como a él le hubiera gustado verla desde pequeño: a vista de pájaro. Johnny está asociado con David Pereira, de Comunicamedia, y forman un creativo tándem para ese nuevo invento que han dado en llamar Aeromárkenting, con múltiples salidas no sólo a nivel de promoción turística, sino también con aplicaciones en seguridad, agricultura o publicidad. Johnny pilota el drone -un helicóptero pequeñito con una o varias cámaras móviles- con el entusiasmo de un niño y con la sabiduría de un profesional comprometido. Vimos imágenes de nuestro pueblo como acaso alguna vez imaginamos, pero también planos cenitales y en movimiento de una marisma cinematográfica que tenemos a la vuelta de la última esquina de nuestro pueblo; de las serranías más cercanas -como la de Ronda o Grazalema-; de la casi terminada Torre Pelli de la Cartuja... Nos quedamos con ganas de más.

Por los aires también nos llevaron dos jóvenes periodistas que se han iniciado en el oficio a través de las ondas radiofónicas. "Más allá de la marisma", se titula el programa que dirigen y presentan José Peña y Juanma Castillo los viernes al mediodía en la 107.2 de la FM. Su altura de miras consiste en no ver sólo lo que hay dentro de su pueblo, sino más allá, incluso al otro lado del planeta, porque por todas las latitudes hay palaciegos por vocación o por resignación, buscándose las habichuelas de las que nos hablan en este programa viajero que han emprendido, a todo gas, dos recién licenciados de mi Facultad de Comunicación. 



De otra facultad, la de Física, aterrizó en nuestro Patio el profesor universitario, Hijo Predilecto de Los Palacios y científico precoz José Miguel Algarín Guisado. Cuando hace más de un mes le propuse que hablara, desde la ciencia, de alturas, él me indicó que habían caído unos rayos, en aquel instante, casualmente. Luego se decidió por hablar de los rayos, de los que pueden caer en un día. Yo le propuse una multiplicación, y así nació su ponencia de anoche, Los rayos de tu vida.

Foto: Diego Mayo Santiago

Lo que no alcancé a imaginar es que Algarín Guisado lo investigara todo tan rigurosamente como sólo los hombres de ciencia pueden hacer, en la teoría y en la práctica, con sus márgenes de error, con su casuística y hasta con su laboratorio montado allí para nosotros. Nunca le agradecerá este pueblo lo suficiente a este joven llamado a estar en lo más alto de la Ciencia mundial que nos trajera de su departamento una bobina de tesla. El respetable de anoche comenzó a tomar conciencia del prodigio cuando, tras su didáctica exposición para explicarnos la Tierra como un simple circuito con pilas, vio en directo un rayo, un rayo de verdad, allí mismo, delante de nuestras narices. Y no conforme con ello, el rayo terminó dándole corriente a un fluorescente que se encendió de verdad, allí mismo, sin enchufe y sin cable, sino con la magia creíble de la ciencia demostrada.



Luz trajo también, pero melódica, la artista Manuela Moguer, acompañada de su sobrino, el también artista José Miguel Durán, a la guitarra. José Miguel nos cantó por bulerías y tangos hace un par de parnasos. Ayer llegó con la pierna chunga por su pasión futbolera, pero la cojera no le impidió tocar la guitarra como un profesional. Su tía demostró por qué los artistas como ella son tan inconformistas, por qué no sólo se conforman con recitar para meterse al público en su pecho, sino que además tarareó para mecernos en su melena rubia y terminó cantando para llevarnos con ella, alma adentro, con unas sevillanas personalísimas que jugaban con otra alegoría, la del sueño de convertirnos en sangre gitana, por ejemplo, frente a una guitarra que soñaba con ser mujer, seguramente una mujer como ella, de raza y de pasión. 



Paco Corbacho fue quien más alto llegó en la noche, literalmente, porque apareció de súbito con sus zancos, a la altura del techo. Corbacho ha hecho de todo en el mundo del cine, del audiovisual, del teatro, del circo, del espectáculo y de la animación. Dirige empresas culturales casi desde que echó los dientes, y ayer, desde su altura espectacular, nos dio una clase del peligro como clave espectacular para trapecistas y otros artistas del circo, no sólo con referentes actuales como el del Circo del Sol, que recomendó encarecidamente, sino con ejemplos históricos desde que en la China inmemorial a alguien se le ocurrió atravesar un río utilizando zancos como los suyos. 

El postre de la noche, pasadas las once, lo pusieron Sergio Román, realizador y muchas cosas más, y Míriam Estévez, psicóloga que anoche se estrenaba en nuestro Parnaso. Estoy seguro de que repetirá, no sólo porque ella quiera, sino porque los demás se lo exigiremos. La ponencia de ambos en torno a la psicología de los personajes en el cine y particularmente en Ciudadano Kane mereció más tiempo, porque nos tenía a todos inmersos en la potencia psicológica de cómo el cine -nos trajeron otras películas como la simpar Sin perdón- es capaz de tanto con simplemente planos, luces, apenas acciones. 



Al filo de la madrugada, pensamos lo de siempre: ¿cómo vamos a hacer para que el próximo Parnaso, el XII, nos salga mejor aún?







martes, 28 de octubre de 2014

La corrupción nuestra de cada día

Dánosle hoy. La corrupción nuestra de cada día es el pan del desayuno diario, porque uno tiene ya predisposición auditiva, al subirse al coche, al entrar en un bar, al amanecer, a oír a quién le toca hoy, a quién ha cazado esta Justicia nuestra tan aleatoria no tanto porque no sepamos a quién le puede caer el peso de su ciega espada como porque esperamos cada mañana que el color de la víctima cambie. Si hoy le toca a un derechón, mañana le toca a un sindicalista. Si pasado se descubre a uno del PSOE, al día siguiente sale a relucir algún miembro de esa casa azulona de azul pavo renegrido que es la Casa Real. De momento sólo se libran los que no han conocido poder, los inmaculados de la periferia parlamentaria que aún no han pisado moqueta ni manoseado presupuestos. Por eso, tal vez, podemos esperanzarnos. Podemos o debemos, porque la esperanza es lo último que se pierde y porque el barro con que están hechos los corruptos, los corruptores y los precorruptos es nuestro mismo barro. No nos engañemos. 



Con la corrupción acechándonos, el espectáculo más espectacular es el de este cínico heroísmo de quienes se hacen los independientes o los despistados o los caídos de un guindo. Fíjense en nuestra Esperanza de toda la vida, o de toda la democracia, pidiendo perdón por lo que hacen sus compañeros, como una farisea dando gracias al Señor en el templo por lo buena que es ella y lo malos que son algunos. Si es que hay que ver, Señor Señor. Fíjense en Rajoy, pidiendo perdón por los corruptos que él, ingenuo con su purito de antes, llegó a nombrar. Fíjense en el Rey, maestro de maestros, pidiendo perdón en el pasillo de un hospital, como otro ciudadano más, con sueño atrasado, esperanzado sin duda, con ojeras, en que ya no volverá a ocurrir. Solucionado. 

Con esta justicia de robagallinas, tan minúscula, los ajusticiados seremos nosotros, los desesperanzados, los que no tenemos compasión, los que consideramos muy poco el valor de pedir perdón, este eficiente deporte de moda. Ya veremos en noviembre del año que viene. Ya veremos entonces, en ese mes de los muertos, a quién le toca morir. Y sin confesión.


  • Este artículo se publica asimismo en la edición del 31 de octubre de 2014 de El Correo de Andalucía.


domingo, 12 de octubre de 2014

¡Vivan los españoles!

El día de la Hispanidad, que se celebra hoy, es también el día de la Guardia Civil, de la Virgen del Pilar, de la Raza Española, de la Bandera y no de no sé cuántas cosas más cortadas por las mismas tijeras de una España que, siglo tras siglo, tuvo siempre en más consideración a los símbolos que a las personas. En este sentido, lo que literalmente se celebra este 12 de octubre es que España (antigua Hispania) descubriera a América el 12 de octubre de 1492 para incorporarla a su Corona. En esa literalidad radican varios engaños sobre los que tal vez se sustentan algunos de los disgustos por los que tantos españoles no se identifican con la fiesta llamada nacional -aunque también aquí albergamos dudas porque ese apellido ya se lo han apropiado los amantes de otra barbarie igual de hispana. En primer lugar, aquel día de finales del siglo XV no fue España quien descubrió América, pues España como tal aún no existía, sino la "Castilla miserable ayer dominadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora..." que habría de denunciar Antonio Machado antes de que también él tuviera que abandonar aquella España -entonces sí, ya España, España con connotaciones de otro falso libertador- camino del exilio breve y la muerte garantizada en Francia, ese otro país donde el orgullo patrio funciona mejor; por algo será. En segundo lugar, América no era descubierta como tal porque América ya existía e incluso la habían descubierto por otro lado otros previamente. América tenía sus lenguas, sus culturas y sus gentes. Pero ya se sabe que esto de los descubrimientos hay que entenderlo siempre en función de la capacidad intelectual del descubridor, y cuando éste carece de ella no sólo cree con fe lo que no puede entender con razón, sino que obliga por la fuerza a que la creencia sea generalizada. Pasados tantos siglos, la fe bruta parece haber triunfado sobre la intelectualidad civilizada de algunos solitarios que murieron en el intento de descubrir también otras cosas, como por ejemplo una pizca de humanidad en sus correligionarios y sus paisanos, como le ocurrió a Bartolomé de las Casas, tan fuera de lugar en la fiesta de hoy. 

Luego llegaron otros advenedizos como la Benemérita o la Virgen de Zaragoza, con sus razones específicas, que aprovecharon la grandeza de un día engrandecido para engrandecerlo aún más. Franco se dio cuenta de todo y como era muy estratega no tanto para la guerra ni para la paz sino para estas solemnidades, terminó de hacer del Día de la Hispanidad una fiesta de inexcusable rojo en el calendario en 1958, después de que Marshall recorriera Europa y a nosotros su excusa de risa nos dejara tan sólo una película inteligentísima de la que nada se enteraron ni Marshall ni Franco. De modo que hoy hace 56 años que el Día de la Hispanidad es lo que es. 


Muchos amantes de la bandera y otros símbolos o difuntos echan de menos más boato en un día como este, y más entusiasmo de sus paisanos. Al menos salen a la calle los Ejércitos, los Reyes y sus fans y hasta la cabra de la Legión, que no es poco. Pero no se conforman, porque deducen que a la ciudadanía en general ni fu ni fa. Tal vez echan de menos aquellos tiempos en que la ciudadanía demostraba otro agrado, olvidando que entonces la ciudadanía estaba tan disciplinada a base de palos (o fusilamientos) que sabía muy bien cuándo entusiasmarse. Ya no. Esto de la democracia es lo que tiene.

Y entonces apelan a otros países patrióticos, como EEUU o Francia, qué se yo, donde la bandera y el día nacional son cosas plenamente compartidas, para que aprendamos. No siendo cierto del todo, es verdad en parte. Pero como algunos esgrimen, no somos Francia o EEUU. Somos España, o mejor dicho, somos españoles. Para empezar a ser estadounidenses o franceses tendríamos que empezar a asemejarnos en sus sueldos, que es el primer eslabón del pensamiento, no porque lo dijera Marx sino porque lo demuestra todo el mundo, incluso los franceses y estadounidenses. Y después del sueldo, tendríamos que parecernos también en su celebración del patriotismo integrador, de la educación, de la ciencia y de la cultura, que son la base real -es decir, orgullosamente metafórica- de eso que llaman patria. 

En Francia, el amor a la patria pasa por una Revolución de los de abajo para terminar con los privilegios del Antiguo Régimen, y eso crea afecto. En EEUU, el amor a la patria pasa por una lucha por la independencia más otra lucha por la libertad y la igualdad de razas. Aquí no ha habido nada de eso. El problema de aquí -consolidado por nuestro actual Gobierno- es que siempre se han creído que el patriotismo se construye desde España hacia abajo, es decir, a los españoles. Y es justo al revés. El día en que empecemos a construir patria empezando por los españoles hacia arriba, es decir, hacia la bandera, enseñando Historia y Ciencia y Cultura en general con un mínimo de rigor y autocrítica incluso desde el telediario, entonces empezaremos a ser todos patrióticos, tanto o más que los patrióticos de hoy. Pero lo mismo ese día cambian las tornas y entonces los antipatrióticos son ellos. 


lunes, 29 de septiembre de 2014

Otro carguito: la bandera

Ahora que el Tribunal Constitucional le ha recordado al PP la incompatibilidad de ser alcalde y parlamentario a la vez, el partido del Gobierno, que no pierde puntada en el afán aglutinador de los suyos, se inventa un nuevo cargo para que lo desempeñe la segunda del Ejecutivo, la todopoderosa Soraya Sáenz de Santamaría: el de centinela de la Bandera de España. La vicepresidenta es, desde que el pasado viernes lo publicara el BOE, la guardiana de la enseña nacional, y aunque seguramente el nuevo título no sea sino un aviso para navegantes dirigido a los tripulantes del proceso independentista catalán, no deberíamos subestimar la potencia de los símbolos. Un servidor les concede tanta importancia que hasta me asustan, máxime viniendo de un gobierno tan dado a hipervalorar el simbolismo patrio, incluso por encima de la misma patria entendida no como el conjunto real de los ciudadanos españoles, sino como entelequia más valiosa que las personas.


           
            Hasta ahora, la defensa de la Bandera no era competencia de ningún miembro del Gobierno, ya que su custodia venía marcada por la llamada “Ley de la bandera”, de 1981, el año del Golpe. Según aquel texto, “la bandera de España simboliza la nación: es signo de la soberanía, integridad y unidad de la patria”. Pero parece que aquella ley es ya insuficiente y el Ejecutivo de Rajoy quiere dar un peligroso paso más.
           
            Nombrar a una ministra responsable de la bandera nacional me recuerda fatídicamente a esa apropiación indebida que hizo el Franquismo de la enseña de nuestro país hasta el punto de que, casi un siglo después, los españoles sin un color acentuado seguimos viendo en nuestra bandera una marcada señal de derechas, innecesariamente. Menos mal que la selección nacional de fútbol, con sus goles, su simpatía y el carácter bonachón de aquel seleccionador con maneras de abuelete, nos redimió los colores en los años del boom. En España, nadie ha hecho más por la restitución simbólica de nuestra bandera que aquellos futbolistas que agarraban su mástil sin complejos, que inundaron de camisetas nacionales los patios de los colegios y que eran capaces de entonar el himno patrio sin más connotaciones que las derivadas de la sana deportividad que no encuentra enemigos sino adversarios.


            Los símbolos, como las armas y hasta algunas letras, también los puede cargar el diablo, sobre todo ese demonio populachero tan presto a tornar los concienzudos decretos gubernamentales en fáciles explicaciones tabernarias. Si ahora hay alguien en el Gobierno con un cargo más, ya se sabe que cada cargo viene acompañado de su estipendio y su correspondiente personal estipendiado. Será o no, pero la calle se cree –y vota- lo que le da la gana. Al menos mientras la democracia tenga más de real que de simbólica.