El Parnaso tenía su altura, claro. Era un monte, y divino. Pero en mi pueblo la sigue teniendo estando a ras de marisma, a la altura de un patio que unas veces es patio y otra salón. Anoche tocó lo segundo, y el salón se desbordó: de gente, de participantes, de entusiasmo, de asombro, de Cultura con la misma mayúscula divina y parnasiana con que los primeros poetas helenos debieron de deglutir al dejarse apelar por aquellas musas de verdad. Anoche, en el XI Patio del Parnaso de este pueblo del Guadalquivir que va bajando, no hubo ni dioses ni musas; no hicieron falta, porque hubo gente tan preparada que los hados no hubieran estado a la altura.
Victoriano Rosal, patriarca del invento, saludó como sólo él sabe hacerlo: contagiando la ilusión por un foro cultural sin precedentes a aquellos despistados que lo pisaron ayer por primera vez, confundidos con que una propuesta cultural no tenga nombres ni apellidos ni siglas ni intereses legítimos ni letra pequeña. Del Patio del Parnaso dicen que es una asociación, una institución, un grupo cultural, no sé qué más, pero lo dicen porque algún nombre hay que ponerles a las cosas. A mí no me consta que sea nada de eso, aunque pueda venirle bien, un tanto estrecha, cualquiera de esas definiciones. Todo el que estuvo anoche, y otras noches -hasta 11 que sumamos ayer-, sabe que el Patio del Parnaso es mucho más. Y lo es porque no aspira a absolutamente nada más que a ser mientras sea. Luego, los hados dirán. Victoriano enseñó los planos aéreos que, generosamente y desde Gerona, nos remitió Jesús Romero Núñez, controlador aéreo por aquellas alturas. En la inmensidad de líneas que atisbamos por nuestros cielos sevillanos, una contundente recta que marcaba esas autopistas celestes pasaba por nuestro mismo pueblo.
Un servidor introdujo lo mejor que pudo en una temática nocturna que aspiraba a lo más alto, pero sin olvidar las bajezas miserables que nos tiran cotidianamente hacia las bajezas de esas instituciones intoxicadas que dominan nuestro mundo contra las alturas de nuestros sueños.
Nuestro pianista, Francisco Benítez Acosta, nos aupó a continuación a la altura armónica que la noche precisaba, la de Ludovico Einaudi, con un piano, su Roland, que no parecía de este mundo, sino de los otros. Paco Benítez había de pasearnos luego por todas las alturas imaginables que las más de 150 personas que nos congregamos en el Patio habíamos imaginado alguna vez, suavemente.
Federico Ponce, arquitecto, nos dio una lección sucinta y rigurosa de cómo los rascacielos norteamericanos partieron de un atrevimiento en Chicago y no se conformaron luego con medir muchísimo, sino con mirar y ser mirados muchísimo mejor. En oportunas imágenes de innovadores edificios, sentidos urbanísticos, ciudades soñadas por los grandes de la arquitectura y la ingeniería, comprendimos por qué unas urbes pudieron hacernos más felices y por qué otras, en cambio, habían sido diseñadas sobre el vacío de un plano que no era blanco sino manchado con los colores de la divisa dominante.
Antonio Repiso, María Sánchez, Josefina Moguer y Ana Romero encarnaron una alegoría inventada por el primero, voluntarioso autor, sobre tres personajes femeninos en disputa frente a un cuadro que era un árbol con ansias de mucho más, con cara humana reivindicadora de cielo y raíces bien profundas. Una hizo de Altura de Miras; otra, de Ley de la Gravedad; y la última, de Imaginación. En su diálogo frente a la pintura, no sólo concluimos que por encima de su lucha pululaba el amor creador, sino que el
Aula de la Experiencia, a la que pertenecen, debe estar orgullosa de la iniciativa de sus alumnos.
Cipriano Galván vino al Parnaso por primera vez. Llegó con sus nervios de exseminarista hechizado por la torre de su pueblo. Pero luego notó que su lugar en el Patio había sido horadado por el interés de todos por absolutamente todo. Cipriano pinta la torre de Santa María la Blanca casi a diario. Cuando termina su trabajo de albañil, toma su sillita playera, sus lápices, su cartulinas y busca acomodo en algún punto peregrino del extrarradio palaciego, para pintar el campanario desde una perspectiva distinta. Tiene miles de estampas de la torre. "Cuando nací fue lo primero que vi, porque vivo enfrente", dijo, y añadió: "Y os aseguro que es algo grande". Su generosidad apabullante repartió las estampas entre el respetable, de modo que cada cual se llevó un instante de creación de este dibujante y pintor concentrado en una torre neoclásica que nos describió minuciosamente, después de recordar aquella exposición que bajo el título de "Pasión por la torre" le sirvió anoche de lema contagioso.
Él mismo se contagió de pasión concatenada cuando el drone de Johnny Fernández Vela le enseñó la torre como a él le hubiera gustado verla desde pequeño: a vista de pájaro. Johnny está asociado con David Pereira, de Comunicamedia, y forman un creativo tándem para ese nuevo invento que han dado en llamar Aeromárkenting, con múltiples salidas no sólo a nivel de promoción turística, sino también con aplicaciones en seguridad, agricultura o publicidad. Johnny pilota el drone -un helicóptero pequeñito con una o varias cámaras móviles- con el entusiasmo de un niño y con la sabiduría de un profesional comprometido. Vimos imágenes de nuestro pueblo como acaso alguna vez imaginamos, pero también planos cenitales y en movimiento de una marisma cinematográfica que tenemos a la vuelta de la última esquina de nuestro pueblo; de las serranías más cercanas -como la de Ronda o Grazalema-; de la casi terminada Torre Pelli de la Cartuja... Nos quedamos con ganas de más.
Por los aires también nos llevaron dos jóvenes periodistas que se han iniciado en el oficio a través de las ondas radiofónicas. "Más allá de la marisma", se titula el programa que dirigen y presentan José Peña y Juanma Castillo los viernes al mediodía en la 107.2 de la FM. Su altura de miras consiste en no ver sólo lo que hay dentro de su pueblo, sino más allá, incluso al otro lado del planeta, porque por todas las latitudes hay palaciegos por vocación o por resignación, buscándose las habichuelas de las que nos hablan en este programa viajero que han emprendido, a todo gas, dos recién licenciados de mi Facultad de Comunicación.
De otra facultad, la de Física, aterrizó en nuestro Patio el profesor universitario, Hijo Predilecto de Los Palacios y científico precoz
José Miguel Algarín Guisado. Cuando hace más de un mes le propuse que hablara, desde la ciencia, de alturas, él me indicó que habían caído unos rayos, en aquel instante, casualmente. Luego se decidió por hablar de los rayos, de los que pueden caer en un día. Yo le propuse una multiplicación, y así nació su ponencia de anoche,
Los rayos de tu vida.
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Foto: Diego Mayo Santiago |
Lo que no alcancé a imaginar es que Algarín Guisado lo investigara todo tan rigurosamente como sólo los hombres de ciencia pueden hacer, en la teoría y en la práctica, con sus márgenes de error, con su casuística y hasta con su laboratorio montado allí para nosotros. Nunca le agradecerá este pueblo lo suficiente a este joven llamado a estar en lo más alto de la Ciencia mundial que nos trajera de su departamento una bobina de tesla. El respetable de anoche comenzó a tomar conciencia del prodigio cuando, tras su didáctica exposición para explicarnos la Tierra como un simple circuito con pilas, vio en directo un rayo, un rayo de verdad, allí mismo, delante de nuestras narices. Y no conforme con ello, el rayo terminó dándole corriente a un fluorescente que se encendió de verdad, allí mismo, sin enchufe y sin cable, sino con la magia creíble de la ciencia demostrada.
Luz trajo también, pero melódica, la artista Manuela Moguer, acompañada de su sobrino, el también artista José Miguel Durán, a la guitarra. José Miguel nos cantó por bulerías y tangos hace un par de parnasos. Ayer llegó con la pierna chunga por su pasión futbolera, pero la cojera no le impidió tocar la guitarra como un profesional. Su tía demostró por qué los artistas como ella son tan inconformistas, por qué no sólo se conforman con recitar para meterse al público en su pecho, sino que además tarareó para mecernos en su melena rubia y terminó cantando para llevarnos con ella, alma adentro, con unas sevillanas personalísimas que jugaban con otra alegoría, la del sueño de convertirnos en sangre gitana, por ejemplo, frente a una guitarra que soñaba con ser mujer, seguramente una mujer como ella, de raza y de pasión.
Paco Corbacho fue quien más alto llegó en la noche, literalmente, porque apareció de súbito con sus zancos, a la altura del techo. Corbacho ha hecho de todo en el mundo del cine, del audiovisual, del teatro, del circo, del espectáculo y de la animación. Dirige empresas culturales casi desde que echó los dientes, y ayer, desde su altura espectacular, nos dio una clase del peligro como clave espectacular para trapecistas y otros artistas del circo, no sólo con referentes actuales como el del Circo del Sol, que recomendó encarecidamente, sino con ejemplos históricos desde que en la China inmemorial a alguien se le ocurrió atravesar un río utilizando zancos como los suyos.
El postre de la noche, pasadas las once, lo pusieron Sergio Román, realizador y muchas cosas más, y Míriam Estévez, psicóloga que anoche se estrenaba en nuestro Parnaso. Estoy seguro de que repetirá, no sólo porque ella quiera, sino porque los demás se lo exigiremos. La ponencia de ambos en torno a la psicología de los personajes en el cine y particularmente en Ciudadano Kane mereció más tiempo, porque nos tenía a todos inmersos en la potencia psicológica de cómo el cine -nos trajeron otras películas como la simpar Sin perdón- es capaz de tanto con simplemente planos, luces, apenas acciones.
Al filo de la madrugada, pensamos lo de siempre: ¿cómo vamos a hacer para que el próximo Parnaso, el XII, nos salga mejor aún?