Todos los días oye uno la historia en los medios de comunicación, con esa estampa de negros fornidos o no tanto que se deslizan por las playas canarias o gaditanas envueltos en mantas brillantes que les ofrecen los voluntarios de las ONG o incluso los agentes de la Guardia Civil. Otras veces, la estampa se tiñe de tragedia con cuerpos arrojados por el mar, salitrosos y destrozados por la desesperación de tantos días sobre las olas. Pero, vivos o muertos, los inmigrantes que llegan a un nuevo mundo que no se parece al paraíso que imaginaron sino a una terminal burocratizada de ida y vuelta han acostumbrado a nuestros ojos hasta el punto de narcotizarlos contra el drama humano de huir constantemente para sobrevivir. A muchos de estos inmigrantes, salidos del África profunda, les merece la pena este ir y venir por el continente antes que quedarse en su rincón de podredumbre hasta que un mal aire se los lleve.
Sin embargo, el cuadro cambia cuando uno conoce a uno de los personajes, convertido en persona, o al menos a una parte de ellos, como pueda ser su hija, una negrita de tres años, con trencitas traviesas, que se llama Esther y que corretea por un parque de mi pueblo, hecha pura fibra infantil y juguetona. La madre, Happy -"feliz" en inglés, ironías o profecías de la lengua, quién sabe- trabaja en Sevilla, limpiando. Y el padre, Vicent Moses, sobrevivió hace un par de semanas al absurdo naufragio de una patera que arribaba en Lanzarote. Estaban a 20 metros de la orilla cuando volcó la embarcación y se ahogaron 21 personas, lo habrán oído en la tele. En la otra patera, venía Vicent Moses, que se salvó gracias a la intervención de la Cruz Roja. Desde entonces está en un centro de Tarifa, de donde será repatriado en los próximos días, pues al ser de Nigeria no tiene posibilidades de acceder a ese milagro que a veces se produce en la kafkiana burocracia llamado reagrupación familiar. Su mujer, Happy, ha presentado su identidad española -pues pudo quedarse en nuestro país al dar a luz a Esther nada más desembarcar en tierra española-, su contrato de trabajo, su libro de familia.. pero ninguno de estos papeles sirven. Ni siquiera el documento invisible de amor entre los tres. Es de Nigeria -el país más poblado de África, con casi 140 millones de habitantes- y eso lo convierte en ilegal de origen; no hay acuerdo de reagrupación familiar entre Nigeria y España. Punto. Se tiene que marchar por donde vino; por esos desiertos africanos y esas noches inciertas en alta mar, por esa esperanza baldía de hace cuatro meses, cuando emprendió la aventura de reunirse con su mujer y su hija.
Esther vive acogida con una familia de mi pueblo, que se desespera ahora por que la Ley haga una excepción. Incluso el abogado voluntario que los asesora les dice que el milagro que esperan es imposible. Pero ellos siguen aferrados a la esperanza de que sea verdad aquello de que todos los hombres somos iguales, independientemente de dónde hayamos nacido, nuestra raza y todo ese etcétera que se convierte en pura farsa en casos como éste. Happy reza cada tarde en una iglesia de Sevilla, cuando termina su jornada. En la Administración no la escuchan. A ver si el Cielo pone más oído.