Mientras crece como con un cuentagotas la lista de parados y mengua tristemente la esperanza de encontrar a Marta en el gran río de Andalucía, los ciudadanos asistimos boquiabiertos y hastiados al circo de la élite mediática que nada sabe del frigorífico de cada cual. Lo que crece, por encima de todo, es la brecha abismal entre la ciudadanía (otra vez la dichosa palabra) y la clase dirigente, es decir, políticos, banca y medios de comunicación. En la calle retumba la palabra crisis; en el café (sin tostada), en el súper (de marcas blancas), en la rúa misma, por donde cada día es más fácil encontrar aparcamiento. Pero en las teles, los cajeros y los parlamentos, cuyos mandamases olvidan fácilmente los eres propios o ajenos, la conversación es siempre otra. Y esa falta de solidaridad, siquiera aparente, con la otredad callejera es la que desanima formal y profundamente a seguirles la corriente (¡si fuera de la cuenta!) a estos personajes de otra galaxia que se suben el sueldo para luego presumir de congelación, que ostentan escandolosos beneficios en sus consejos de administración, que se gastan fortunas en sus sillones, que cacarean diariamente por sus im-putados y tú más y que encima presumen de no llevar suelto encima. La chatarra o chatarilla molesta siempre y sobrecarga los bolsillos. La tarjeta es más fina y, sobre todo, la caradura.
La brecha aumenta y así decrece el índice de votantes y la calidad democrática, cuyo sentido se cuestiona ante el plato vacío. Más allá de las lentejas de la suegra -tras el plasma por pagar de la tele-, se amontonan los menores manipulados, asesinos y asesinados, las infinitas corruptelas que no acaban jamás, los jueces que se van de huelga, de caza o de romería.
Y a todo ello, otras dos campañas electorales, como churros chorreantes recién sacados de la sartén, ropavieja para ser consumida. Galicia y País Vasco, 1 de marzo. Cada vez me extraña menos que el televidente mire de reojo y acabe en Gran Hermano. La cosa es esconderse. Lo peor de todo llegará cuando los profesionales del circo nos persigan por los escondites. Y el mundo, nuestro mundo real, se quede vacío.
La brecha aumenta y así decrece el índice de votantes y la calidad democrática, cuyo sentido se cuestiona ante el plato vacío. Más allá de las lentejas de la suegra -tras el plasma por pagar de la tele-, se amontonan los menores manipulados, asesinos y asesinados, las infinitas corruptelas que no acaban jamás, los jueces que se van de huelga, de caza o de romería.
Y a todo ello, otras dos campañas electorales, como churros chorreantes recién sacados de la sartén, ropavieja para ser consumida. Galicia y País Vasco, 1 de marzo. Cada vez me extraña menos que el televidente mire de reojo y acabe en Gran Hermano. La cosa es esconderse. Lo peor de todo llegará cuando los profesionales del circo nos persigan por los escondites. Y el mundo, nuestro mundo real, se quede vacío.
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