sábado, 25 de abril de 2009
Jóvenes de los que enorgullecerse
martes, 14 de abril de 2009
Emprendedores en tiempos de crisis
- Este artículo aparece también publicado en el número 1.951 del semanario Cambio16.
jueves, 2 de abril de 2009
Cuando Cristo se arranca por bulerías
“Retablo Flamenco de la Vida y Pasión de Jesús” es el periplo artístico de un hombre llamado a revolucionar el mundo a golpe de perdón concebida por el poeta José Luis Rodríguez Ojeda. En el disco, presentado ayer en la Agencia Andaluza del Flamenco, prestan sus voces clásicos del cante como Calixto Sánchez, Gema Jiménez o José Parrondo; sus sones, guitarristas maestros como Manolo Franco o Eduardo Rebollar; y lo mejor de sus talentos, un elenco de músicos que hacen sonar el trabajo a música celeste.
La productora Selene, bajo la dirección musical de Gustavo Olmedo y Eduardo Rebollar, acaba de poner en el mercado este disco oportuno para el Viernes de Dolores. Es la vida de Cristo desde la Anunciación del Ángel a María hasta la Resurrección. Para ello, el verso sobrio y tenaz de Rodríguez Ojeda se desgrana narrativo y fulgurante y se deja acompañar por la prosa contextualizadora de Francisco Robles, que transita entre episodio y episodio, entre palo y palo.
Con 13 temas, la obra comienza en una Anunciación por alegrías gaditanas. La voz aterciopelada del narrador nos coloca en “el frío de un establo” donde “nacía un niño que iba a cambiar aquella Bética donde Roma terminaría rindiéndole honores”. El Nacimiento es un villancico por colombiana, y después viene una nana. Los Campanilleros ponen son a Jesusito perdido y hallado en el templo. Se precipita el quinto tema, una entrada en Jerusalén por tangos, como no podía sonar de otra manera el pálpito del Domingo de Ramos: “Mañana de primavera: / reciben al rey judío; / por eso lleva el gentío /ramas de olivo y palmera”.
El palo de la Última Cena es la malagueña, larga y serena, inquietante junto a un narrador que funde el episodio evangélico con el misterio cofrade desbordado por las calles de nuestro siglo, dos milenios después. En Getsemaní, canta Cristo mismo, aterrado como hombre abandonado ante el cáliz que le ofrece su Padre: “Huerto de Getsemaní, / frondoso jardín de olivos; / qué solo me encuentro aquí, / casi muerto entre los vivos”. Esa soledad de Dios alcanza el cenit en el prendimiento, por soleá lastimera: “Cuando lo van a prender / Jesús le dice al farsante: / Haz pronto lo que has de hacer, / aquí me tienes delante”. Ya toda la Pasión sonará por tientos, tonás y peteneras, ese palo de mal fario para los gitanos y que en este disco sabe a rimada sentencia profetizada: “Qué condena, la más dura; / qué condena, la más fuerte; / y aunque inmensa es mi amargura / esperando estoy la muerte / como dice La Escritura”.
El remate emocional a las doce del Viernes Santo vuelve a ponerlo un narrador que encuentra Esperanza donde el Evangelio mismo pone desesperación. El Condenado no le reprochará al Padre su abandono, sino que pregunta a su Madre: “¿Por qué no me has abandonado?”. Las madres, las batas gitanas que nunca traicionan. En el romance de la calle de la amargura, Jesús canta jondo como un brote de la tierra: “Qué fatiga, qué mareo; / ni doblar podré esta esquina; / negro el horizonte veo / como el fondo de una mina”. El Crucificado canta una saeta desde el Madero, resignado a la voluntad del Altísimo. La primera persona del singular, tan lírica, tan flamenca, tan divina en este caso, rasga el velo del último aguante de quien escucha. Por fortuna, el proyecto de Rodríguez Ojeda, como manda el Evangelio, no termina en el sepulcro, sino en la Resurrección por sevillanas. El palo hispalense para un final esperanzado. “Sus ojos ya siempre abiertos, / cerrada ya toda herida; / no buscadlo entre los muertos. / Es su palabra la vida”. Se corrige así a Lorca, que veía en Sevilla una ciudad para morir. En esta Semana Santa flamenca, Sevilla para vivir.