Ha muerto José Antonio Muñoz Rojas, un poeta de Antequera (Málaga) al que le han faltado apenas diez días para ser centenario. Últimamente se nos están yendo tantos sabios centenarios a los que descubrimos hace apenas unos días, unos años, porque un premio nada oficioso sino muy oficialista los puso de moda...
Desde el 10 de octubre de 1909 en que naciera, este poeta antequerano, poeta de la Rosa, de lo cotidiano, de las esencias del 27 y el drama trágico del 36, se ha desgranado grano a grano, pétalo a pétalo, verso a verso. Apenas nos lo nombraron en la escuela. Nosotros lo descubrimos charlando con la gente a la que le gusta la poesía. El descubrimiento de su poética que a él le hubiera gustado, por supuesto.
Premio Nacional de Poesía en 1998, los grandes reconocimientos le llegaron tarde, pero aguantó para sobrevivirlos, ya lo creo que aguantó. Y eso que en los últimos tiempos sólo esperaba la muerte, como le confesó a su amigo Juan Benítez hace sólo unas semanas. Juan Benítez insiste en que no padecía ningún mal físico; simplemente estaba harto de vivir. Muñoz Rojas venía de vuelta del vivir y es posible que esa circunstancia lo hastiara hasta tal punto. No es extraño en un poeta que transita por Antonio Machado y la Vanguardia; que, enamorado eternamente de la poesía inglesa, fuera traductor de John Donne, del romántico Wordsworth y hasta de T. S. Eliot; y que, con Cantos a Rosa en 1954, cerrara la etapa que podríamos considerar del optimismo. Ese mismo año, con Pueblo Lejano, cerró su herida del pasado mi paisano Joaquín Romero Murube, quien, muchos años antes y desde Sevilla, había acogido a Muñoz Rojas en las páginas de la revista Mediodía, aquella cala sureña de la Generación del 27. El ahora fallecido lo recordará en su libro de memorias, muy recomendable, La gran musaraña.
De la poesía de Muñoz Rojas soy capaz de recomendar fervientemente sus Sonetos de amor por un autor indiferente (1942) y Consolaciones (1955-1965). Fíjense qué manera de tener clara su función (su oficio) en el mundo:
Me dicen que os diga
Para que algo quede de este latir,
para que, si alguien quiere mirarse, pueda;
para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga
"a mí me pasó algo semejante".
Los poetas estamos para eso:
para ofrecerles tránsito a los demás,
para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen
un poco más allá, en medio
de tanta oscuridad como nos circunda.
A veces nada tiene sentido, ni siquiera
que me des la mano o ese
limón redondo tan bello en la vereda.
A veces lo que tiene sentido no tiene sangre,
ese poco de sangre por el cual se muere.
Todo es ganas de morir de otra manera,
ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea
que hay otras aguas y otras penas, y los cielos
contemplen misericordiosamente
nuestras peregrinaciones.
Desde el 10 de octubre de 1909 en que naciera, este poeta antequerano, poeta de la Rosa, de lo cotidiano, de las esencias del 27 y el drama trágico del 36, se ha desgranado grano a grano, pétalo a pétalo, verso a verso. Apenas nos lo nombraron en la escuela. Nosotros lo descubrimos charlando con la gente a la que le gusta la poesía. El descubrimiento de su poética que a él le hubiera gustado, por supuesto.
Premio Nacional de Poesía en 1998, los grandes reconocimientos le llegaron tarde, pero aguantó para sobrevivirlos, ya lo creo que aguantó. Y eso que en los últimos tiempos sólo esperaba la muerte, como le confesó a su amigo Juan Benítez hace sólo unas semanas. Juan Benítez insiste en que no padecía ningún mal físico; simplemente estaba harto de vivir. Muñoz Rojas venía de vuelta del vivir y es posible que esa circunstancia lo hastiara hasta tal punto. No es extraño en un poeta que transita por Antonio Machado y la Vanguardia; que, enamorado eternamente de la poesía inglesa, fuera traductor de John Donne, del romántico Wordsworth y hasta de T. S. Eliot; y que, con Cantos a Rosa en 1954, cerrara la etapa que podríamos considerar del optimismo. Ese mismo año, con Pueblo Lejano, cerró su herida del pasado mi paisano Joaquín Romero Murube, quien, muchos años antes y desde Sevilla, había acogido a Muñoz Rojas en las páginas de la revista Mediodía, aquella cala sureña de la Generación del 27. El ahora fallecido lo recordará en su libro de memorias, muy recomendable, La gran musaraña.
De la poesía de Muñoz Rojas soy capaz de recomendar fervientemente sus Sonetos de amor por un autor indiferente (1942) y Consolaciones (1955-1965). Fíjense qué manera de tener clara su función (su oficio) en el mundo:
Me dicen que os diga
Para que algo quede de este latir,
para que, si alguien quiere mirarse, pueda;
para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga
"a mí me pasó algo semejante".
Los poetas estamos para eso:
para ofrecerles tránsito a los demás,
para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen
un poco más allá, en medio
de tanta oscuridad como nos circunda.
A veces nada tiene sentido, ni siquiera
que me des la mano o ese
limón redondo tan bello en la vereda.
A veces lo que tiene sentido no tiene sangre,
ese poco de sangre por el cual se muere.
Todo es ganas de morir de otra manera,
ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea
que hay otras aguas y otras penas, y los cielos
contemplen misericordiosamente
nuestras peregrinaciones.
2 comentarios:
No he leído nada de él, pero siguiendo tus consejos leeré algún poema. Hay gente que deja huella, pienso que mientras más es la valía personal y profesional de algunos personajes, más grande es su sencillez y su testimonio.También se fueron Vicente Ferrer y Mercedes Sosa, a Vicente lo admiraba, a Mercedes la escuchaba de vez en cuando.Un abrazo.
hola alvaro necesito tu correo
me lo mandas a salvapistola@hotmail.com
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