Desde los tiempos en que esa gran isla caribeña era La Española, no había ocupado tanto segmento de interés público hasta ahora que un terremoto feroz la ha convertido en plato seguro de todo telediario. Haití, junto a República Dominicana, conforma la misma isla que los conquistadores españoles encontraron asombrados a finales del siglo XV, en destartaladas carabelas para la aventura descubridora. La verdadera aventura de los hatianos, no obstante, comenzó el 1 de enero de 1804, cuando el país proclamó su independencia de los franceses, después de 13 años de lucha encarnizada contra el país europeo que los tenía esclavizados desde el siglo XVII. Haití se convirtió así en el primer país de toda América Latina que consiguió emanciparse. Para más inri, el 95% de su población era negra y esclava, con lo que el hito desesclavizante de los haitianos se hizo merecedor desde el primer instante de figurar en las hazañas humanas de la Historia Universal. Tal arrojo, sin embargo, tal hazaña pionera, le ha costado a este país pobrísimo abundar en su pobreza durante los dos últimos siglos, hasta el punto de que muchos de nosotros estamos aprendiendo su singular historia a costa de sus muertos, sepultados bajo los escombros. De ahí la magistral viñeta de El Roto hoy en El País.
La otra injusticia no es histórica, sino actual. ¿Cree alguien que si los montones de cadáveres poblaran las calles de Londres o de Madrid o de Berlín los sacarían con la impunidad y la desvergüenza con que lo hacen en Puerto Príncipe? ¿Son éticos esos primeros planos de los genitales de cientos de seres humanos en nuestras televisiones con TDT? ¿Alguien se imagina a una niña europea sin ropa interior y sin que se le tape la cara frente a la cámara que nos suministra en nuestras opulentas mesas el horror que tanto rédito político les va a dar a algunos y tantas comisiones les está dando a los bancos?
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