Marta del Castillo Casanueva, una niña sevillana de 17 años, desapareció de la faz de la Tierra el pasado 24 de enero de 2009. Tras la incesante búsqueda por tierra, mar y aire por parte de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, y luego de un circo mediático que ha durado un año, con episodios más rojos, verdes o amarillos como si de una telenovela se tratase, nadie sabe dónde está el cuerpo de Marta, porque a sus asesinos no les da la gana confesarlo y porque la Ley no puede obligarlos si los niñatos dicen que no, que no les da la gana y ya está. Así que después de tanto todo para nada, el abuelo de la criatura ha tomado pico y pala y ha empezado por la localidad aljarafeña de Camas a cavar al son endecasílabo que hace tres cuartos de siglo enjaretó en tercetos encadendos el poeta de Orihuela para su amigo Ramón Sijé –seudónimo de José Marín–, que había muerto el 24 de diciembre de 1935. Las coincidencias entre la gran Elegía de Miguel Hernández y la que escribe sin pluma el abuelo de Marta son asombrosas, y la constatación de que la poesía grande es poesía universal asombra todavía más:
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
...
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
...
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
...
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
...
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
...
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
...
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