martes, 16 de marzo de 2010

Miguel Delibes, inolvidable


Cuando oí que los telediarios se hacían eco el pasado jueves por la noche de que Miguel Delibes estaba muy grave, tal vez por defecto profesional, pensé en el revuelo de las redacciones de los periódicos para estar atentos al final de este escritor de Castilla que ha sido mucho más que un novelista y mucho más que un epígono de aquella generación también marcada por Castilla pero mucho menos elegante: la del 98, pues Delibes estaba empapado de Castilla como su lugar en el mundo que era, como metáfora terrena del mundo que él conocía, y nunca como metáfora resentida de un mundo (un imperio) perdido. En las redacciones deben estar acumulando información y recurriendo a expertos, colegas, etc. para montar páginas y suplementos especiales, pensé. También me acordé de que, en estos casos, se suele tener recursos preparados, máxime cuando en éste tenemos funestos avisos desde hace al menos una década. Como abandonó esta vida ya en la mañana del viernes, cuando yo me enteré por la radio, mucho antes de tomar café, los rotativos tuvieron tiempo de pensar cómo presentar al difunto Delibes, al vivísimo escritor que fue. Y el sábado, desde Córdoba, me desayuné con los periódicos de derechas (eran los únicos que había en el hotel) con portadas casi monotemáticas y decenas de páginas dedicadas a este vallisoletano que también es universal. Delibes, Castilla, su integridad moral y algunos títulos memorables de su obra eran los mimbres que hacían cada página, junto a los recuerdos en forma de artículo de un puñado de escritores que lo conocieron bien.

Desde aquella noche del jueves en que presentí que la pérdida de Delibes estaba al caer, se me hizo un nudo en la garganta como si de un familiar muy cercano se tratase, como si no fuera yo un lector más suyo y punto, de esos que nunca lo han visto en persona ni le han pedido un autógrafo. El nudo se agudizó cuando por la mañana me anunció la radio su fallecimiento. Y en una clase de Bachillerato, hablando de él apasionadamente, me emocioné. Los alumnos lo notaron, y guardaron un respetuoso silencio, un silencio que agradecí al provenir de una juventud como la de hoy, y ya saben ustedes cómo está el patio.

La literatura ha hecho posible milagros como éste: que por la muerte de un escritor uno sienta que algo de uno mismo se ha ido para siempre. Después de leer un puñado de sus novelas, uno se da cuenta –en trances como éste– que algo de Daniel El Mochuelo, de Paco el Bajo o de su hijo permanece aquí, muy dentro, eternamente. Que nos influyen más estas criaturas que muchas de las que vemos pasar a diario por delante de nuestras narices, sin pena ni gloria. Y Delibes tenía la virtud de crear personajes de una pieza, completísimos de matices humanos, verosímiles. No eran sus criaturas metáforas de nada, constructos simbólicos de ninguna teoría de su autor, sino personajes de verdad, de esos que ya hubiera querido Unamuno para sí mismo. Y digo Unamuno como ejemplo, o tal vez por su empecinamiento de convertir a los personajes en personas. Delibes lo ha conseguido.

"Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad invevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba...". Así comienza El camino (1950), una de las joyas de Delibes sobre los sueños de un chaval con el que nos identificamos enseguida; al menos los chavales que una vez soñamos también, entonces... Después de una noche que da para una novela completa, se concluye: "Y se retiró de la ventana violentamente, porque sabía que iba a llorar y no quería que la Uca-uca le viese. Y cuando empezó a vestirse le invadió una sensación muy vívida y clara de que tomaba un camino distinto del que el Señor le había marcado. Y lloró, al fin". Y es fácil que nosotros, lectores asombrados, lo acompañemos con el libro en el regazo y la mirada perdida en el regusto de haber leído tan de corrido tanto.

De Delibes me leí al principio, en un tórrido verano de aquellos en que el mundo era infinito y yo iba y volvía al poli como mucho, Los santos inocentes. Lo tomé prestado de una amiga de mi prima, con la sospecha inexperta de con aquel título la cosa no prometía. Luego ha sido un libro inolvidable. Lo fue incluso desde antes de acabármelo. Luego leí aquel cuento largo titulado La mortaja. Y a continuación vinieron muchos títulos más. El otro día le leí a Jiménez Lozano que el título más representativo de Delibes es Viejas historias de Castilla la Vieja. Y estoy totalmente de acuerdo. Yo lo leí en la biblioteca de mi pueblo, en varias jugosas sentadas de ésas de las que te cuesta luego levantarte porque un puñado de personajes te llevan por sus mundos: por la caza, por el pueblo, por la miseria y la grandeza de unos personajes que hubieran sido anónimos, inexistentes de no ser por la mano de su escritor. Por eso Delibes es un creador, es decir, lo más parecido a Dios. Que pueda decirse esto de Delibes es su mayor grandeza. No le dieron el Nobel. Ni falta que le ha hecho.


3 comentarios:

Isabel Álvarez. dijo...

Estupendo artículo de M.Delibes, desde el más allá, estará orgulloso de haber provocado, en lectores tan inteligentes como tú,tanto apasionamiento por su vida y su obra. También yo lo admiraba por su valía profesional y por su humidad y cercanía.El P.Nobel de Literatura era muy chico para él igual que para Ana MªMatute.

J10 dijo...

Por cierto, Isabel, hay un artículo de Delibes que creo que te interesará muchísimo y no sé si lo conoces. Se titula "Aborto libre y progresismo" y se ha publicado varias veces en ABC. La primera vez que yo lo leí fue precisamente estando ahí en Olvera de profesor y lo trabajé como comentario de texto con los de Bachillerato. Pero ahora con su muerte el ABC lo ha vuelto a publicar en la Tercera (tercera página, muy prestigiosa). Apareció este domingo 14 de marzo, con la nota de que había sido publicado antes en 1986 (por primera vez) y en 1992, creo. Es excelente. Te lo recomiendo. Supongo que estará por Internet.

Un beso.

Álvaro.

Isabel Álvarez. dijo...

Gracias, Álvaro,buscaré el artículo cuyo título me suena. Te deseo un feliz día del padre.!Que San José os proteja siempre!.