Ha muerto Luis García Berlanga, tal vez el director español que mejor supo captar el ser de los españoles en la pantalla del cine, al modo en que lo hizo Antonio Machado en sus versos más descarnados, y un tanto parecido a como nos veía con su mirada ácida el loco de Valle-Inclán. España siempre ha necesitado de estos visionarios para verse a sí misma retratada, como colectivo de gente impulsiva que necesita hablar a voces, todos a la vez, para escucharse en lo más hondo y lo más íntimo. Al contraluz, un verdugo pese a sí mismo, un alcalde desde el balcón, un pobre en la mesa... y un variopinto coro disfrazado de falsa sevillanía para burlar la censura de un país atontado en el duermevela de una dictadura inacabable. Remirar el cine de este valenciano al que tanto debemos es hacer un ejercicio de autoconocimiento ahora que la crisis nos está dejando como nuestras madres nos trajeron a este mundo, a este circo al que sólo se puede comprender casi definitivamente desde el esperpento.
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