Me alegro enormemente de que haya muchísima gente que quiera quedar más veces, que el Patio del Parnaso se convierta de verdad en un enorme foro de la Cultura, ese gran ágora que ha faltado siempre en este pueblo mío. Y me alegro porque considero que una chispita de paternidad he tenido en esta recuperación de aquel Patio de 1999 que había nacido al amparo de la revista Vesilda, cuyo progenitor, a su vez, Manuel María Rosal Núñez, envía recaditos de amor como excusa por no asistir. Berlín está muy lejos. Su padre, Victoriano, ha sido heredero de ese proyecto inconcluso que Manuel María prendió en su momento y luego dejó reposar, como los buenos vinos. De modo que un padre es heredero de su hijo, y he aquí una de esas grandes paradojas literarias que sustentan todo este milagro de que en la Casa de la Cultura, como por arte de birlibirlioque, se reúnan más de un centenar de personas porque sí, porque les da la gana, porque funciona el boca a boca y el entusiasmo de escuchar y que te escuchen.
Digo que me alegro de que haya gente dispuesta a quedar más veces, muchas más veces, aunque yo mantenga mi criterio de que sería mejor quedar dos o tres veces al año nada más. Poquito y excelente. Si hay gente mucho más entusiasmada que yo es que la semilla está sembrada, que había ansias de hacer algo parecido aunque ninguna institución oficial la hubiera propuesto siquiera, y que, ya que esto ha comenzado a andar, hay que dejarlo rodar solito, madurar según los soles de cada instante, según el azar mágico de quienes tienen cosas dentro que le arden. Sé de buena fe, y se lo he dicho, que Victoriano no va a dormir esta noche. Ni mañana. Y tiene sus razones de peso para no hacerlo.
La de esta noche ha sido una velada antológica. Yo me inventé aquello del negro y los demonios como semillas creadoras y, ni por la más remota casualidad, imaginé no sólo que iba a tener tanta aceptación sino que iba a generar tanta creación, en efecto, como se ha demostrado cuando a medianoche, desde las nueve, hemos salido extasiados a la calle Real.
Victoriano leyó el Viaje definitivo de Juan Ramón, y mientras lo leía subía, subíamos a esos cielos perdidos y recuperados que la palabra, esa gran protagonista que reivindica el sabio Manolo Carmona -¡ay, Manolo, menos mal que existe la televisión local!- no puede desterrar nunca de su misma esencia, porque en la palabra misma, en el logos, en la razón consciente de que nos tenemos que ir y que la vida sigue, radica la Creación con mayúsculas, al mismo tiempo que la inevitable destrucción de la que también versaba la noche.
A continuación yo intenté explicar el sentido del tema que daba coherencia a la velada, echando mano de los demonios de Lorca, de los monstruos que aniquilan la razón de Goya, del infierno de Baudelaire, de los diablos hispanos y seguiriyeros que luego todos sentimos por la piel, erizándonosla, cuando el gran Miguel Ortega se sentó para darnos una lección magistral a todos por ese palo tan negro. Juan García Bodi, uno de los que más sabe de flamenco del mundo, nos había dado cuatro pinceladas sobre la seguiriya.
A Miguel Ortega, flamante ganador de la Lámpara Minera del Festival de Cante de las Minas de La Unión (Murcia) lo llamé el sábado pasado desde Dos Hermanas para explicarle de qué iba esto del Parnaso. Antes le había escrito un correo electrónico, pero Miguel es hombre de palabra y de decir las cosas a la cara, como buen flamenco. Por eso quedamos el domingo, en el pueblo. Mientras me tomaba la cerveza a la que me invitó descubrí que era un tipo locuaz, que no sólo le salía la palabra a compás sobre el escenario, sino también sobre la barra de un bar. Miguel es un tío grandísimo porque sabe perfectamente que es un artista pero tal condición no le impide seguir viviendo, como si tal cosa. A Miguel lo había reivindicado yo cuando ganó la Lámpara, el otoño pasado, y me indignó sobremanera que mi Ayuntamiento no lo recibiera con todos los honores, y lo dije, y por eso tenía yo un interés descompasado en que esta noche acudiera a cantar allí por seguiriyas, como lo ha hecho, trayendo a Cagancho a la calle Real, para demostrarle a todo el que no lo supiera o no lo quisiera saber que tenemos aquí más cerca que nadie a uno de los grandes valores del Flamenco de hoy sobre la tierra. Que no exagero lo saben el centenar y pico de gente que se quedó con la boca abierta cuando remató por soleares, acompañado por el exquisito guitarrista Manolo Herrera, que no es el nuestro, el de la peña y la Bienal, sino otro jovencito de San José de la Rinconada que alcanza las estrellas cuando acaricia su sonanta. El público no se atrevía a decir ole porque era consciente de que ante tales figuras había que saber decirlo.
Después de Miguel, salió Manolo González para declamar dos poemas, uno de ellos de su apreciado Manuel Benítez Carrasco, ese "Mira si soy desprendido" con el que Manolo se siente a gusto resucitando voces que le salen de lo más adentro. Manolo se transforma cuando recita y hasta ese momento suda hasta sangre, porque pone sus seis o siete sentidos en el poema que mama.
A continuación salió Inma Fierro, una pintora que se ha volcado últimamente en el expresionismo abstracto, después de sus idas y venidas por Europa y Barcelona pero que promete muchos más trazos mágicos. Anoche, además de explicar como una maestra los significados del negro, desde Kandiski, presentó a su hermano, Carlos, al que yo tuve la suerte de enseñarle sintaxis en una academia privada hace ya tanto. Me alegró lo que ustedes no pueden imaginar verlo allí con su rostro de retrato (tal y como lo ha pintado su hermana, con sus brazos alrededor de la cabeza, como raíces atrevidas) haciendo de poeta tímido, y cumpliendo sobradamente.
Begines, mi amigo de toda la vida, mi compañero de pupitre en aquellos años fundamentales en que uno se hace un hombre aunque no se dé cuenta, nos explicó muy didácticamente el proceso histórico, desde Platón hasta la actualidad, por el que el artista se ha endemoniado y desendemoniado hasta el punto de no tomarse en serio al demonio. Se notaba que es profesor en la Universidad. Habla como un profesor, y yo lo imaginaba, mientras, en su bicicleta hace lo menos doce o trece años, cuando ninguno de los dos imaginaba que íbamos a estar sentados entre toda aquella gente ávida de Cultura, despreciadora del Sálvame, aunque fuera deluxe, como me ha recordado mi buen amigo Antonio Jiménez, el de las cortinas, cuando ha terminado el acto y me ha confesado su emoción sin tapujos.
Luego nos ha cantado Manuel Núñez Amador, que es cantautor y poeta inexorable, y tiene esa planta de intelectual ilustrado con la que puede llegar a todos los sitios, incluso a presidir o integrar una asociación de madres y padres sin tener hijos en el instituto, como va a hacer a partir del año próximo. Su Luna que vas caminando no sólo nos embelesó a todos en el compasito dulzón de su melodía seductora, sino que nos descubrió ese potente símbolo nocturno de significación inagotable incluso en estos tiempos que corren, cuando la luna nos pilla tan lejos.
Manuela Moguer, cantautora también, y que este año va a pregonar la feria de mi pueblo, es artista en cuanto habla. Tiene tanto entusiasmo en los ojos que es imposible no entusiasmarse al escucharla. Hoy me emocioné cuando le oí decir que Santa Teresa la volvía loca. Así lo dijo: "Santa Teresa de Jesús me vuelve loca", y se puso a recitarla, como una mística demasiado guapa para serlo. Luego leyó un poema suyo en el que miraba a la muerte al trasluz, para quitarle hierro.
El saxo de Juan Manuel Busto, director de tantas cosas -entre ellas de la banda municipal de música Fernando Guerrero y de la Escolanía que le ha dejado en herencia el exquisito Enrique Cabello- fue, para mi gusto, una de las nanas grandes que la noche merecía. Hizo un Aria acompañado del piano de Pilar Expósito Moya, profesora de la Escuela Municipal de Música y Danza de nuestro pueblo, y a todos nos transportó a otra dimensión donde no había prisa, ni dolores por la vida.
Tendría que haber repartido yo la manzanilla, vasito por vasito, para que el personal no se desmadrarara, pero también fue necesario como tertulia anticipada, pues después no hubo tiempo. Cuando conseguimos sentar a todos de nuevo, salió a leer uno de los mayores poetas que tenemos en Los Palacios y Villafranca: Manuel de Fora, otra joya para recuperar de la injusta indiferencia. Todo se andará.
Después leyeron Juan José Domínguez, carpintero y artista del belenismo que vino a mi casa a confesarme que cuando leyó por primera a vez Lorca comprendió lo que la gente decía de Lorca, y Salvador Santiago Murube, que compartió conmigo pupitre en quinto de EGB, y desde entonces, aunque mal estudiante, le revolvía el alma el regusto de la palabra bien dicha. Esta noche nos ha demostrado sus ganas con algunas elegías inspiradas en su abuelo.
Mi amigo Julio Mayo, historiador hasta la médula, nos ilustró con las primeras semillas flamencas, de juerga hasta violenta, de que se tiene constancia en el pueblo allá por 1742. Cuando Julio habla, hay que tomar nota. Menos mal que la toma él por tanta gente. Algún día se lo tendremos que agradecer. Pero espero que pasen siglos, porque ya se sabe cómo somos por aquí para los agradecimientos, y cuándo nos entra la prisa.
Casi al final, Francisco Amador, periodista que todavía estudia en la Facultad, nos enseñó a todos el arte de la instantánea con fotografías flamencas de un puñado de artistas de primera que han pasado por la Bienal, la Mistela y nuestra querida peña de El Pozo de las Penas. Nos dio unos cuantos fogonazos de maestro auténtico, para que aprendamos a mirar y no solamente a ver.
Terminó Claudio Maestre, exconcejal de Cultura, con dos poemas de Felipe Cortines Murube, y con una referencia a los demonios dentro del cuerpo de nuestro admiradísimo Joaquín Romero Murube, según relata él mismo en El discurso de la mentira, ese relato entrañable de juegos con las hermanas Luna en el sevillano compás de Santa Inés para decirnos veladamente cómo despertó a la sensibilidad erótica.
Cuando la noche seguía empapada del agua de la fuente, Juan Manuel Begines, el de los libros de los manchoneros, presentó su página web www.manchonerías.es, a la que ya estamos todos invitados.
Nos hemos echado fotos, hemos bebido más y nos hemos abrazado en la alta confianza -como diría Pedro Salinas- de que esto no ha hecho más que empezar.
Ahora que estoy harto de escribir ya esta crónica improvisada del Parnaso, me acuerdo de Victoriano, porque seguro que no duerme mientras la luna se hace más y más grande.
Digo que me alegro de que haya gente dispuesta a quedar más veces, muchas más veces, aunque yo mantenga mi criterio de que sería mejor quedar dos o tres veces al año nada más. Poquito y excelente. Si hay gente mucho más entusiasmada que yo es que la semilla está sembrada, que había ansias de hacer algo parecido aunque ninguna institución oficial la hubiera propuesto siquiera, y que, ya que esto ha comenzado a andar, hay que dejarlo rodar solito, madurar según los soles de cada instante, según el azar mágico de quienes tienen cosas dentro que le arden. Sé de buena fe, y se lo he dicho, que Victoriano no va a dormir esta noche. Ni mañana. Y tiene sus razones de peso para no hacerlo.
La de esta noche ha sido una velada antológica. Yo me inventé aquello del negro y los demonios como semillas creadoras y, ni por la más remota casualidad, imaginé no sólo que iba a tener tanta aceptación sino que iba a generar tanta creación, en efecto, como se ha demostrado cuando a medianoche, desde las nueve, hemos salido extasiados a la calle Real.
Victoriano leyó el Viaje definitivo de Juan Ramón, y mientras lo leía subía, subíamos a esos cielos perdidos y recuperados que la palabra, esa gran protagonista que reivindica el sabio Manolo Carmona -¡ay, Manolo, menos mal que existe la televisión local!- no puede desterrar nunca de su misma esencia, porque en la palabra misma, en el logos, en la razón consciente de que nos tenemos que ir y que la vida sigue, radica la Creación con mayúsculas, al mismo tiempo que la inevitable destrucción de la que también versaba la noche.
A continuación yo intenté explicar el sentido del tema que daba coherencia a la velada, echando mano de los demonios de Lorca, de los monstruos que aniquilan la razón de Goya, del infierno de Baudelaire, de los diablos hispanos y seguiriyeros que luego todos sentimos por la piel, erizándonosla, cuando el gran Miguel Ortega se sentó para darnos una lección magistral a todos por ese palo tan negro. Juan García Bodi, uno de los que más sabe de flamenco del mundo, nos había dado cuatro pinceladas sobre la seguiriya.
A Miguel Ortega, flamante ganador de la Lámpara Minera del Festival de Cante de las Minas de La Unión (Murcia) lo llamé el sábado pasado desde Dos Hermanas para explicarle de qué iba esto del Parnaso. Antes le había escrito un correo electrónico, pero Miguel es hombre de palabra y de decir las cosas a la cara, como buen flamenco. Por eso quedamos el domingo, en el pueblo. Mientras me tomaba la cerveza a la que me invitó descubrí que era un tipo locuaz, que no sólo le salía la palabra a compás sobre el escenario, sino también sobre la barra de un bar. Miguel es un tío grandísimo porque sabe perfectamente que es un artista pero tal condición no le impide seguir viviendo, como si tal cosa. A Miguel lo había reivindicado yo cuando ganó la Lámpara, el otoño pasado, y me indignó sobremanera que mi Ayuntamiento no lo recibiera con todos los honores, y lo dije, y por eso tenía yo un interés descompasado en que esta noche acudiera a cantar allí por seguiriyas, como lo ha hecho, trayendo a Cagancho a la calle Real, para demostrarle a todo el que no lo supiera o no lo quisiera saber que tenemos aquí más cerca que nadie a uno de los grandes valores del Flamenco de hoy sobre la tierra. Que no exagero lo saben el centenar y pico de gente que se quedó con la boca abierta cuando remató por soleares, acompañado por el exquisito guitarrista Manolo Herrera, que no es el nuestro, el de la peña y la Bienal, sino otro jovencito de San José de la Rinconada que alcanza las estrellas cuando acaricia su sonanta. El público no se atrevía a decir ole porque era consciente de que ante tales figuras había que saber decirlo.
Después de Miguel, salió Manolo González para declamar dos poemas, uno de ellos de su apreciado Manuel Benítez Carrasco, ese "Mira si soy desprendido" con el que Manolo se siente a gusto resucitando voces que le salen de lo más adentro. Manolo se transforma cuando recita y hasta ese momento suda hasta sangre, porque pone sus seis o siete sentidos en el poema que mama.
A continuación salió Inma Fierro, una pintora que se ha volcado últimamente en el expresionismo abstracto, después de sus idas y venidas por Europa y Barcelona pero que promete muchos más trazos mágicos. Anoche, además de explicar como una maestra los significados del negro, desde Kandiski, presentó a su hermano, Carlos, al que yo tuve la suerte de enseñarle sintaxis en una academia privada hace ya tanto. Me alegró lo que ustedes no pueden imaginar verlo allí con su rostro de retrato (tal y como lo ha pintado su hermana, con sus brazos alrededor de la cabeza, como raíces atrevidas) haciendo de poeta tímido, y cumpliendo sobradamente.
Begines, mi amigo de toda la vida, mi compañero de pupitre en aquellos años fundamentales en que uno se hace un hombre aunque no se dé cuenta, nos explicó muy didácticamente el proceso histórico, desde Platón hasta la actualidad, por el que el artista se ha endemoniado y desendemoniado hasta el punto de no tomarse en serio al demonio. Se notaba que es profesor en la Universidad. Habla como un profesor, y yo lo imaginaba, mientras, en su bicicleta hace lo menos doce o trece años, cuando ninguno de los dos imaginaba que íbamos a estar sentados entre toda aquella gente ávida de Cultura, despreciadora del Sálvame, aunque fuera deluxe, como me ha recordado mi buen amigo Antonio Jiménez, el de las cortinas, cuando ha terminado el acto y me ha confesado su emoción sin tapujos.
Luego nos ha cantado Manuel Núñez Amador, que es cantautor y poeta inexorable, y tiene esa planta de intelectual ilustrado con la que puede llegar a todos los sitios, incluso a presidir o integrar una asociación de madres y padres sin tener hijos en el instituto, como va a hacer a partir del año próximo. Su Luna que vas caminando no sólo nos embelesó a todos en el compasito dulzón de su melodía seductora, sino que nos descubrió ese potente símbolo nocturno de significación inagotable incluso en estos tiempos que corren, cuando la luna nos pilla tan lejos.
Manuela Moguer, cantautora también, y que este año va a pregonar la feria de mi pueblo, es artista en cuanto habla. Tiene tanto entusiasmo en los ojos que es imposible no entusiasmarse al escucharla. Hoy me emocioné cuando le oí decir que Santa Teresa la volvía loca. Así lo dijo: "Santa Teresa de Jesús me vuelve loca", y se puso a recitarla, como una mística demasiado guapa para serlo. Luego leyó un poema suyo en el que miraba a la muerte al trasluz, para quitarle hierro.
El saxo de Juan Manuel Busto, director de tantas cosas -entre ellas de la banda municipal de música Fernando Guerrero y de la Escolanía que le ha dejado en herencia el exquisito Enrique Cabello- fue, para mi gusto, una de las nanas grandes que la noche merecía. Hizo un Aria acompañado del piano de Pilar Expósito Moya, profesora de la Escuela Municipal de Música y Danza de nuestro pueblo, y a todos nos transportó a otra dimensión donde no había prisa, ni dolores por la vida.
Tendría que haber repartido yo la manzanilla, vasito por vasito, para que el personal no se desmadrarara, pero también fue necesario como tertulia anticipada, pues después no hubo tiempo. Cuando conseguimos sentar a todos de nuevo, salió a leer uno de los mayores poetas que tenemos en Los Palacios y Villafranca: Manuel de Fora, otra joya para recuperar de la injusta indiferencia. Todo se andará.
Después leyeron Juan José Domínguez, carpintero y artista del belenismo que vino a mi casa a confesarme que cuando leyó por primera a vez Lorca comprendió lo que la gente decía de Lorca, y Salvador Santiago Murube, que compartió conmigo pupitre en quinto de EGB, y desde entonces, aunque mal estudiante, le revolvía el alma el regusto de la palabra bien dicha. Esta noche nos ha demostrado sus ganas con algunas elegías inspiradas en su abuelo.
Mi amigo Julio Mayo, historiador hasta la médula, nos ilustró con las primeras semillas flamencas, de juerga hasta violenta, de que se tiene constancia en el pueblo allá por 1742. Cuando Julio habla, hay que tomar nota. Menos mal que la toma él por tanta gente. Algún día se lo tendremos que agradecer. Pero espero que pasen siglos, porque ya se sabe cómo somos por aquí para los agradecimientos, y cuándo nos entra la prisa.
Casi al final, Francisco Amador, periodista que todavía estudia en la Facultad, nos enseñó a todos el arte de la instantánea con fotografías flamencas de un puñado de artistas de primera que han pasado por la Bienal, la Mistela y nuestra querida peña de El Pozo de las Penas. Nos dio unos cuantos fogonazos de maestro auténtico, para que aprendamos a mirar y no solamente a ver.
Terminó Claudio Maestre, exconcejal de Cultura, con dos poemas de Felipe Cortines Murube, y con una referencia a los demonios dentro del cuerpo de nuestro admiradísimo Joaquín Romero Murube, según relata él mismo en El discurso de la mentira, ese relato entrañable de juegos con las hermanas Luna en el sevillano compás de Santa Inés para decirnos veladamente cómo despertó a la sensibilidad erótica.
Cuando la noche seguía empapada del agua de la fuente, Juan Manuel Begines, el de los libros de los manchoneros, presentó su página web www.manchonerías.es, a la que ya estamos todos invitados.
Nos hemos echado fotos, hemos bebido más y nos hemos abrazado en la alta confianza -como diría Pedro Salinas- de que esto no ha hecho más que empezar.
Ahora que estoy harto de escribir ya esta crónica improvisada del Parnaso, me acuerdo de Victoriano, porque seguro que no duerme mientras la luna se hace más y más grande.