martes, 30 de agosto de 2011

Crisis hasta en la Constitución

La Constitución de 1978 que nos ampara a todos los españoles ha tenido en estos 33 años de vida la virtud de no ser atacada por nadie porque nadie se atrevió a tocarla, como un totem sagrado al que hay que mirar de lejos o como esa idea de la monarquía que se ha ido asentando en nuestro país bajo el tácito acuerdo social de que los reyes no se meten con nosotros y nosotros no nos metemos con ellos. Tras la dureza del franquismo, un texto lo suficientemente ambiguo y solemne como para dar esperanza a todos los españoles -con vivienda o sin ella, pero con derecho a tenerla, por ejemplo- ha cosechado tan sólo la simpatía de que a la gente menor de 50 años sólo le connote nuestra Carta Magna un magnífico puente, junto a la festividad de la Inmaculada -en un país aconfesional, pero aquí no importa-, como antesala de la Navidad.

Desde pequeños, nos inculcaron que la Ley de Leyes era intocable. Y todos nos conformamos porque quien más quien menos era consciente de lo que tuvo que costarles a los padres de la Constitución redactar aquellos artículos en la tensión de la Transición como para que ahora lleguemos nosotros, burguesitos de tres al cuarto, para reformular cualquier cosa. Lo que no molesta no hay que tocarlo. Por eso se han encendido tanto las alarmas cuando ahora, en cuestión de unos días, se le ocurre a nuestro languidecente presidente incluir en la Constitución un techo de gasto para impedir que a futuros presidentes les ocurra lo que le ha ocurrido a él: que se le ha ido la mano en el derroche. La gran sorpresa nacional ha sido que su máximo contricante, este Mariano Rajoy que sólo espera que se caigan los ramos ellos solos, ha estado completamente de acuerdo por primera vez en su vida. Es decir, el PSOE parece haber escarmentado por la crisis descomunal que no ha sido capaz de mitigar tan sólo un poquito, aunque ya sabemos que es global, y el PP ha visto la puerta abierta a esa tentación tan de las derechas de recortar a toda costa, y si se convierte en mandato constitucional, mejor que mejor. Mi abuela, que en paz descanse, hubiera dicho que se han juntado el hambre con las ganas de comer.

Esta repentina coincidencia entre PSOE y PP, los protagonistas del bipartidismo congénito que sufre España -no de ahora, desde siempre, desde los tiempos del turnismo- ha sido muy sospechosa, máxime a falta de dos o tres meses para unas elecciones generales adelantadas porque la situación se hace insostenible. Todo el mundo ha sospechado que los dos grandes delanteros de la política española se han crecido demasiado en la representatividad social que creen albergar. Por eso individualidades insignes como el economista y novelista José Luis Sampedro y todos los partidos minoritarios del orbe español han saltado como mordidos donde más duele.

Critican, fundamentalmente, que se hayan erigido en representates repentinos de la voluntad de todo un pueblo -el español-, sin necesidad de referendos o algo parecido, y que si la Constitución limita la capacidad de déficit estaremos acabando con el estado del bienestar que tanto ha costado lograr en las últimas décadas. Es posible que en ambas críticas lleven razón, pero a mí lo que más me preocupa son otras tres cosas, a saber:

Que una inclusión de este tipo en la Constitución estaría limitando nuestra capacidad de responsabilizarnos como estado de la suerte de nuestra economía. (Me recuerda bastante todo esto a cuando mi padre me abrió la alcancía y yo podía disponer de todo el dinero, pero no lo hacía porque me estaba convirtiendo en un hombre, por fin).

Que las administraciones públicas no pueden funcionar nunca como una empresa privada, por mucho que diga el PP, porque hay gastos corrientes cuyo eficiente resultado (beneficios) tardan demasiados ejercicios fiscales en surgir públicamente. (Pensemos en materias como el medioambiente, la educación o la sanidad, por ejemplo).

Y, sobre todo, que hemos elegido el peor momento de la democracia para debatirlo, cegados por la mayor crisis que nadie imaginaba y liderados por los peores políticos que uno podría echarse a la cara: uno absolutamente rendido y el otro absolutamente aprovechado de esa rendición, sin capacidad alguna para dar respuestas eficaces a tantos millones de indignados, que más allá del 15-M, somos todos.

Por todo ello, una reforma de la Constitución debería esperar a cogernos frescos, después de tanta borrachera.

jueves, 18 de agosto de 2011

Propaganda Fide, indignados sin causa y Benedicto S.A.

A estas alturas del verano o de la crisis, parece meridianamente claro que está de moda indignarse. Por lo que sea. No eres nadie si no te indignas. Aunque tiene su puntito apuntarse a lo del 15-M, hay otros vericuetos por los que colarse o colocarse en ese paripé de conciencia rebelde con lo primero que nos digan por ahí. Por ejemplo, es de recibo indignarse con los políticos, pero no tanto con el ciudadano medio que sólo mira para sí y cómo engañar a Hacienda, que es lo más natural del mundo. Es de recibo indignarse con los banqueros, pero no tanto con los estúpidos que se dejaron engañar por ellos. Es de recibo indignarse con los sindicalistas, pero no con los futbolistas, que tienen bula especial cuando de una huelga general se trata. Políticos, banqueros y sindicalistas, que asumen un riesgo social enorme por defender unos ideales -todos en la plaza pública, sujetos a valoraciones individuales infinitas, aunque entre ellos pululen también los sinvergüenzas-, son los más odiados, sin embargo, por una sociedad que no ataca, por definición, ni al mediocre estafador ni al idiota tragabollos ni al mimado profesional del potente circo futbolístico. Pero a poco que se reflexione, se descubrirá la enorme simplicidad de criticar a responsables que llevan en sus estipendios el plus estipulado para soportar tales críticas y nunca a irresponsables que sólo una sociedad adormecida podría indultar a diario. No sé si será el signo de los tiempos o el tiempo de muchos signos sin significados reales.

El caso es que de un tiempo a esta parte, uno comprueba con asombro la rentabilidad moral de no hacer nada frente a la seguridad de ser atacado si se emprende un proyecto o se está enfrascado en él. O lo que es lo mismo: compensa ver los toros desde la barrera -y entiéndaseme la expresión, por favor, como una simple metáfora, no como una invitación a la decadente tauromaquia. Con estos principios nihilistas, se entiende la generación ni-ni de la que tanto se habla; los ataques sistemáticos a un gobierno que no creó la crisis, sino que fue aplastado por ella, de tan global; y, en estos días, la facilona crítica a la venida del Papa a Madrid.

Para indignarse, insisto, habría que hacerlo por algo. Como para rebelarse. Y tener, además, suficiente crédito moral para hacerlo. Y sólidos argumentos para presentar alternativas factibles. Lo demás, es el cacareo inútil de las barras de los bares. ¿Qué alternativa presentan los que tanto critican a los políticos, es decir, en rigor a esta democracia representantiva que tanto le costó conseguir al género humano? Alguno estará pensando en su líder salvador y a mí me dan escalofríos. ¿En qué alternativa están pensando los que atacan duramente a los sindicatos? Habrá quien tenga la respuesta clarísima, y a mí dan escalofríos otra vez. ¿Y por qué se indignan tanto con la llegada del Papa a la capital de España para las Jornadas Mundiales de la Juventud? La respuesta parece estar en el aire: porque el dinero que cuesta la visita podría entregarse a los pobres; porque habrá gasto público innecesario; porque España es aconfesional... Aún así, me parecen razones absolutamente banales. E intentaré explicar por qué.

Vaya por delante mi disconformidad con la actual situación de la Iglesia, de su jerarquía y de sus componentes más representativos, como el Opus Dei, el Movimiento Neocatecumenal o los Legionarios de Cristo. Esperanzado en los postulados de un Concilio Vaticano II -de hace medio siglo- que la Iglesia oficial se ha pasado por el forro de su provindencial chaqueta, soy perfectamente consciente de que la Iglesia que existe no se parece en nada a la que algunos soñamos.

No obstante todo ello, que el máximo representante de Cristo en la Tierra presida unas jornadas en nuestra capital a las que concurren millones de jóvenes venidos de los cuatro puntos cardinales no me parece mal. En primer lugar, porque puede ser un motivo de esperanza y un aliciente constructivo para tantos jóvenes sin horizonte; y en segundo lugar, porque a nuesto país le puede venir estupendamente este baño intercultural con el denominador común de Jesús de Nazaret, al menos en teoría, por no mencionar los beneficios económicos que para la hostelería puede reportar.

Cada vez que oigo ese argumento manido de que si el Vaticano vendiera sus riquezas se podría acabar con el hambre del Tercer Mundo, se me ocurren al menos dos razones para repelerlo. La primera es que, evidentemente, el problema del hambre no se soluciona con una inyección puntual de dinero, por exagerada que sea, pues se trata de un conflicto estructural que requiere soluciones estructurales y a largo plazo. Aquello de la caña de pescar en vez del pescado sigue siendo una asignatura pendiente. La segunda es que las alternativas a esa riqueza vaticana son infinitas, empezando por los bancos -que presumen de obras sociales para sus propios beneficios-, siguiendo por las grandes fortunas -que montan fundaciones sólo para desgravar- y terminando por los particulares de nuestro primer mundo, incluyendo a un servidor, que no están dispuestos a desprenderse de ningún detalle de su escandoloso bienestar para solucionar decididamente esta tragedia tan vehementemente mostrada en los negritos comidos por moscas en los telediarios. Contra esto se podrá argumentar que los principios de Cristo son justamente el compartir absolutamente todo, el amor fraterno. Pero también hemos de recordar que la exclusiva de esta moral fraterna no la tiene el Cristianismo, y ni siquiera alguna religión, sino que es consustancial a los principios democráticos e incluso a los postulados éticos de nuestra civilización occidental. Si la Iglesia Católica no hace nada -o poquísimo- por solucionar este drama, comete la misma insensatez -o vileza- que las demás instituciones que también podrían hacer algo, pero no más.

La razón del gasto público es la más débil de todas, pues si no el 100%, al menos un porcentaje muy cercano será asumido por particulares -entre patrocinadores, voluntarios y asistentes. Si hay gasto público, será como en otros acontecimientos de parecida envergadura. Nadie ha sacado una pancarta porque se corten avenidas o calles enteras por una carrerita de Fernando Alonso o por la llegada de un jeque árabe a Marbella, por poner ejemplos tan peregrinos como reales. Por contra, el gobierno -que no ha puesto pegas- sabrá a la postre el beneficio que el IVA de tantas compras circunstanciales le va a reportar.

El argumento de la aconfesionalidad de España no sirve para poner trabas a ninguna concentración. Si nadie protesta por que se corten privilegiados recintos urbanos en determinadas jornadas simplemente porque miles de jóvenes se concentran en su botellona, ¿por qué no se puede cortar el entorno de la Cibeles porque miles de católicos van a decir unas misas de trascendencia global? Los católicos, que son todavía inmensa mayoría en este país -y aunque no lo fueran-, tienen el mismo derecho que los aficionados del Real Madrid, los detractores de los vehículos a motor o los de la caravana del orgullo gay a concentrarse en la vía pública -es decir, en la vía de todos- si cuentan con los permisos pertinentes. ¿Qué tiene que ver que nuestro país sea aconfesional con que estas jornadas mundiales haya decidido la Iglesia celebrarlas en España? Otros motivos de calado cotidiano podríamos citar aquí para escandalizarnos por la incoherencia de un país supuestamente aconfesional.

Atacar sin argumentos sólidos a una institución que lleva más de 20 siglos consolidándose en el orbe -aunque durante determinados períodos históricos haya conseguidos fenomenales cuotas de poder- es tan infructuoso como ridículo. Que lo hagan tantas personas sin la preocupación de una incoherencia moral a todas luces escandolosa, sino por la inercia social de ser controladas por los poderes fácticos que tienen intereses muy concretos es, además de peligroso, tremendamente triste y desesperanzador, pues una de las preocupaciones principales que me llevan a escribir sobre el asunto es que tanta indignación por la tradicional 'propaganda fide' de la Santa Madre Apostólica y Romana podría derivar, en el seno de una sociedad que se llama a sí misma tolerante, en un conato de dictadura con muchísima gente dispuesta a copiar al dictado.

A mí como cristiano y, ante todo, como complejo ser humano, lo que me preocupa profundamente es que la herencia de aquel Jesús de Nazaret que dejó mensajes tan bellos como claros se haya convertido en una Sociedad Anónima que, lejos de reconocer a sus semejantes en cualquier situación, incluso en la de no comprender sus conservadoras y estériles posturas, los utilice para engrosar sus privilegios, a este lado o a aquel de su eficiente victimismo.

  • Este artículo se publica asimismo en el número de la próxima semana de Cambio16, si bien ya lo ha hecho su edición digital, www.cambio16.es

jueves, 11 de agosto de 2011

Llanto por Moraíto

Dios tenga en la Gloria a este jerezano tocado con la gracia del Compás. La Bienal de Sevilla del año pasado lo reconoció por su Maestría. Era un maestro, y eso lo sabían, sobre todo, los grandes cantaores que tuvieron la suerte de que los acompañara a la guitarra, como José Mercé últimamente. Manuel Moreno Junquera iba a cumplir 55 años el próximo 13 de septiembre, pero un cáncer de pulmón se lo ha llevado el día de más calor de todo el año, el de la parrilla de San Lorenzo. Por cierto, que a Parrilla de Jerez le pasó con Moraíto lo mismo que a Paco de Lucía con Tomatito, que delegó en él la oportunidad de tocarle a la Paquera de Jerez; como le ocurrió a Paco con Camarón. Moraíto Chico acaba de ser enterrado en Jerez junto a la Paquera.


Yo no tuve la suerte de conocerlo, pero me fío de lo que dicen los que sí lo hicieron: que era una persona estupenda. Se le veía en la cara y se le notaba en el pellizco que le ponía a su sonanta. Por fortuna, aquí siguen sus discos. Para siempre. Descanse en paz.

domingo, 7 de agosto de 2011

Progreso y mulos

En mi pueblo gobierna ahora un partido que se llama Izquierda y Progreso. El rimbombante título de tal coalición, sin embargo, no ha sido capaz de erradicar un vergonzoso concurso de las fiestas patronales consistente en que un mulo tire de piedras que pesan un quintal. Para los borricos que lo organizan debe de ser divertidísimo ver cómo el animal se descoyunta arrastrando la mole. Para los nuevos mandamases, que venían cargados de progresismo teórico para sustituir al PSOE, no ha merecido la pena aplicar en la práctica sus supuestos avances ideológicos en favor de unas bestias que no merecen un trato bestial. La noche de agosto se carga de estrellas mientras multitud de niñatos restañan sus látigos sobre los lomos de tantos mulos hartos de coles desde esta tarde en el dichoso y vergonzoso certamen, galopando por las avenidas, impunemente. Yo esperaba ver el progreso en detalles como éste. Y no lo veo.