Respeto absolutamente que cualquiera decida mañana -o hoy, que ya son horas- hacer huelga o no hacerla. Pero en este ecosistema de políticos mediocres que generalmente nos está tocando soportar, y de pelotas que la hacen sin que nadie se lo pida, me cuesta aguantar afirmaciones sorpresivas como ese afán repentino de algunos de trabajar mañana, sobre todo porque generalmente se trata de gente que no ha trabajado en su vida, o que se ha pasado la vida trabajándose cómo pasarse la vida sin doblarla. Quienes sí han trabajado me entienden perfectamente.
De los 366 días de este año, que es bisiesto y regala uno como si nada, hay uno precisamente, el 29 de marzo, y no el 29 febrero -¿hubiera sido muy descarado o demasiado poético?-, en el que los sindicatos, que no están precisamente en sus mejores horas después de tanta condescendencia con el PSOE, han convocado una huelga general. Se puede secundar o no, y aunque a mí -a pesar de tantos pesares y tantas críticas que podría hacerles a los sindicatos- me parece justa, considero necesario asimismo que la haya, porque motivos haylos, y también que haya gente que no vaya. Pero de ahí a demonizar a los sindicatos, que son parte indispensable de la Democracia, me parece que va un mundo. El mismo mundo que se abre, peligrosamente, entre la izquierda y la derecha de este país, entre las dos Españas que nos siguen helando el corazón a cada rato, no una u otra como vaticinaba Machado, sino las dos.
Entre los que la derecha española llaman progres despectivamente, entre otras razones porque le asusta la progresía, hay un grupo de obsesionados por la laicidad que pretenden hacer una manifestación contra la subvenciones a la Iglesia precisamente el Jueves Santo. A una mayoría de la gente le parece la iniciativa faltar al sentido común. Pero es que una mayoría de esa mayoría, obviamente, es gente muy escorada a la derecha, la misma gente que habrá secundado la denuncia gubernamental por que la manifestación de mañana -o de hoy, que el día se acerca- no entorpeciera el tráfico del centro de Madrid. El Tribunal Superior de allí, con una lógica aplastante, les ha tenido que recordar a los denunciadores que el derecho a la manifestación está muy por encima del derecho a no sufrir atascos. El mismo tribunal podría recordarles a algunos de ellos que el derecho a trabajar existe todos los días del año, no solamente mañana (o hoy, que en un rato amanece y lo mismo hay que trabajar).
De los 366 días de este año, que es bisiesto y regala uno como si nada, hay uno precisamente, el 29 de marzo, y no el 29 febrero -¿hubiera sido muy descarado o demasiado poético?-, en el que los sindicatos, que no están precisamente en sus mejores horas después de tanta condescendencia con el PSOE, han convocado una huelga general. Se puede secundar o no, y aunque a mí -a pesar de tantos pesares y tantas críticas que podría hacerles a los sindicatos- me parece justa, considero necesario asimismo que la haya, porque motivos haylos, y también que haya gente que no vaya. Pero de ahí a demonizar a los sindicatos, que son parte indispensable de la Democracia, me parece que va un mundo. El mismo mundo que se abre, peligrosamente, entre la izquierda y la derecha de este país, entre las dos Españas que nos siguen helando el corazón a cada rato, no una u otra como vaticinaba Machado, sino las dos.
Entre los que la derecha española llaman progres despectivamente, entre otras razones porque le asusta la progresía, hay un grupo de obsesionados por la laicidad que pretenden hacer una manifestación contra la subvenciones a la Iglesia precisamente el Jueves Santo. A una mayoría de la gente le parece la iniciativa faltar al sentido común. Pero es que una mayoría de esa mayoría, obviamente, es gente muy escorada a la derecha, la misma gente que habrá secundado la denuncia gubernamental por que la manifestación de mañana -o de hoy, que el día se acerca- no entorpeciera el tráfico del centro de Madrid. El Tribunal Superior de allí, con una lógica aplastante, les ha tenido que recordar a los denunciadores que el derecho a la manifestación está muy por encima del derecho a no sufrir atascos. El mismo tribunal podría recordarles a algunos de ellos que el derecho a trabajar existe todos los días del año, no solamente mañana (o hoy, que en un rato amanece y lo mismo hay que trabajar).