El pueblo es sabio, todo el mundo lo dice y yo no lo dudo. Pero no deja de hacerme gracia que su sabiduría dependa del suelo donde viva, tal vez porque hay pueblos y pueblos. Después de tanto ERE y tanta coca espolvoreada por los periódicos, la derecha mediática, que todo lo analiza tan ecuánimemente, pone en duda la sabiduría de los andaluces porque el Niño Arenas no será presidente. O al menos eso parece, a la vista de que su mayoría absoluta se la ha llevado el pánico que se ha apoderado de miles de andaluces que iban a votarlo pero al final les dio cosa, un no sé qué en el momento de coger la papeleta. Sin embargo, el pueblo valenciano, que después de la Gürtel y otros escándalos apoyó masivamente a Camps, sí es un pueblo sapientísimo, seguramente porque allí todo el mundo sabe que tres trajes no llegan a ningún sitio. El PP andaluz tendrá que concluir ahora que su pueblo es sabio pero le ha faltado valentía para serlo del todo. En el PP del Norte, no obstante, pensarán otra cosa.
Al margen de la sabiduría popular, en política democrática siempre se dan paradojas dignas de estudio. Tras el escrutinio del 25-M resulta que el candidato ganador (Arenas) es el que tiene más motivos para estar triste; el candidato con menos votos -dentro de lo comentable, porque el andalucista y otros aventureros constituyen caso aparte- (Valderas) es el que tiene la llave del gobierno; y el candidato del batacazo (Griñán) es el que sonríe aliviado. Está claro que este último sí ha demostrado sabiduría desde que decidió que a pesar de la costumbre, no se sometería a unas elecciones coincidentes con España. Sabía que el barco de Zapatero -el de Rubalcaba- hacía aguas y se llevaría por delante al suyo. De hecho, si Griñán se llega a examinar el 20-N hoy no sería presidente. Ahora sí tiene muchas posibilidades de seguir siéndolo. Esta noche se irá a la cama pensando cómo convencer a Sánchez Gordillo de que Andalucía podría aprender de Marinaleda.
No queremos pensar en cómo se irá Arenas, pero ya que hablamos de sabiduría nos podemos acordar de su excompañero Álvarez Cascos, que después de echar pestes de su expartido en su Asturias querida, ahora ya sabe que la derecha no tiene más socios que a sí misma. Y que no importa reconocer que de ese agua sí beberé. La fuente de la sabiduría está ahí para todos.
Al margen de la sabiduría popular, en política democrática siempre se dan paradojas dignas de estudio. Tras el escrutinio del 25-M resulta que el candidato ganador (Arenas) es el que tiene más motivos para estar triste; el candidato con menos votos -dentro de lo comentable, porque el andalucista y otros aventureros constituyen caso aparte- (Valderas) es el que tiene la llave del gobierno; y el candidato del batacazo (Griñán) es el que sonríe aliviado. Está claro que este último sí ha demostrado sabiduría desde que decidió que a pesar de la costumbre, no se sometería a unas elecciones coincidentes con España. Sabía que el barco de Zapatero -el de Rubalcaba- hacía aguas y se llevaría por delante al suyo. De hecho, si Griñán se llega a examinar el 20-N hoy no sería presidente. Ahora sí tiene muchas posibilidades de seguir siéndolo. Esta noche se irá a la cama pensando cómo convencer a Sánchez Gordillo de que Andalucía podría aprender de Marinaleda.
No queremos pensar en cómo se irá Arenas, pero ya que hablamos de sabiduría nos podemos acordar de su excompañero Álvarez Cascos, que después de echar pestes de su expartido en su Asturias querida, ahora ya sabe que la derecha no tiene más socios que a sí misma. Y que no importa reconocer que de ese agua sí beberé. La fuente de la sabiduría está ahí para todos.
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