Seguramente no seré el único que, a fuerza de creerme serio, mayor, responsable, civilizado y todas esas utopías que uno intenta delante de su hijo, se creyó por una fracción de segundo, ingenua y fervorosamente, que a la Infanta Cristiana, la que nunca supo nada del caso Nóos, la iban a imputar aunque fuera por compartir cama con el yernísimo de España. Me equivoqué, como es natural en este desnaturalizado país donde cualquier epopeya con tirón, desde el Cid, termina con la subida al tourmalet de la escala social, o sea, consiguiendo azular la sangre o, como se dice eufemísticamente, ennobleciendo a la descendencia. En nuestra monarquía cogida con alfileres juancarlistas desde que murió el Generalísimo, el estado del bienestar terminó por relajar al personal de La Zarzuela hasta el punto de que todos los descendientes le han abierto la veda de ese dulce anacronismo que es la Monarquía a plebeyos con sufijo "ista" como una periodista republicana o un deportista vasco. La vida misma, ya lo sé, pero las monarquías europeas comenzaron un proceso de aperturismo hace un cuarto de siglo no por convencimiento, sino por estrategia de supervivencia, que ahora, en casos muy sonados, se les está volviendo en contra, como está asimilando nuestro viejo rey, que si alguna vez barajó la abdicación ahora no se irá ni a tiros.
Después del paripé de la imputación a la Infanta, la Justicia no ha dejado que llegue el verano para alargar el sinvivir en la Casa Real, que ya llega el posado de todos los años en Marivent y los nervios se notan. Así que el orden se ha restablecido finalmente, como en nuestro teatro del Siglo de Oro, donde el rey siempre quedaba arriba y los demás, cada cual en su sitio. Así es la vida, por lo menos aquí.
Ahora, me
da miedo tener miedo de que la Casa Real tenga tantísima confianza en
la Justicia. Porque si hace unos días le provocaba sorpresa, esta
repentina confianza me hace desconfiar a mí, pensando en una justicia
con minúscula, en una casa real, como cualquiera, también con minúscula,
al albur de la picaresca real que ha gobernado este país minúsculo
desde siempre, incluso desde aquella nebulosa época, también de burbujas
y bancarrotas, en que se creyó mayúsculo.
Sin ponernos tan clásicos, hace tan sólo tres décadas, condenaron al alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, por decir que la Justicia era un cachondeo. Ahora, tan pocos años después, tendrían que condenar a todos los españoles. Por eso la Justicia, que ya era ciega de siempre, se hace también la sorda.
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