El adjetivo mamaostias (o mamahostias, he ahí la cuestión) no aparece en el DRAE porque la RAE es un organismo descriptivo de la lengua que necesita el consenso de la mayoría de los hablantes para incluir cualquier palabra en el diccionario, o lo que es lo mismo, precisa que se extienda de Madrid hacia arriba o que se diga mucho por la tele. Así que como mamaostias se dice casi exclusivamente en mi pueblo, pues se quedará varios siglos sin integrar el diccionario de los demás españoles. No pasa nada, porque aquí -por mi pueblo- no se ha extendido ningún cáncer nacionalista todavía y a nadie le preocupa que una palabra venga o deje de venir en el diccionario con tal de que sea una palabra útil, es decir, que exprese un pensamiento complejo difícil de resumir. Y mamaostias (o mamahostias, he ahí la cuestión) lo es; quiero decir que es una palabra útil. No en vano está en boca de muchos de nosotros para poder expresar el malestar que nos producen determinados paisanos, para lo que precisaríamos de demasiados adjetivos y al final no daríamos con la tecla. Menos mal que existe 'mamaostias'.
El mamaostias no es exactamente un gilipollas ni un capullo, aunque algo de ambas condiciones encierra. El mamaostias es algo más; digamos que es un grado superior, más completo, más elevado. Tampoco es un alelado, un atontado, un vaina, aunque también algo de ello conserva. Está claro que, para el de fuera, mamaostias es complicado de definir. Es más fácil verlo, quiero decir, comprobarlo in situ, en persona, sufrirlo en carne propia, aguantarlo cara a cara, ya me entienden.
Después
de muchos años con la idea como un moscardón tras la oreja, hoy, un día
cualquiera, llego a la conclusión de que la prueba irrefutable de que
alguien es mamaostias, en la acepción oriunda que se le da en mi pueblo, o
sea, la acepción verdadera, es que no tiene memoria. El mamaostia
típico típico es el que no se acuerda de ti, ni de las mamaostieces que
hacíamos todos, él incluido, el que parece un reencarnado, el que se ha
caído de un guindo, el que aparece repentino sin advertir, al contrario
de todo el que lo conoce de siempre, que sigue siendo el mismo
mamaostias.
Depende de con quien se discuta la definición, un mamaostias puede ser un vanidoso, un presumido, un pamplinas, un calzonazos. Yo no niego ninguna de tales acepciones, pero insisto en que el rasgo más definitorio de todos es su forzada falta de memoria. El verdadero mamaostias, el auténtico, el novamás, es el espécimen que no se acuerda de nada, especialmente de sí mismo, de cuando se le caían las velas de mocos, el que ahora -por alguna extraña o ridícula razón; una nueva posición, un matrimonio, un trabajito, un viajecito de ida y vuelta, nada del otro mundo...- no conoce ni recuerda a nadie, y si le preguntas o le das pistas pone una cara entre asqueada y asquerosa, entre preocupada y blanquecina, entre molesta y perezosa, para seguir sin acordarse, como si ya no estuviera para esas cosas, como si recordar o conocer le rebajara su nuevo estatus de fino olvidadizo, su nueva categoría desde la que no le es posible recordar nimiedades, como tú, que eres un memorioso empedernido porque la vida no te da para más, sino para empecinarte en lo de antes, en el pasado, en la gente que formó parte de un período concreto y olvidable de tu vida... El mamostias de pura cepa no cae en la tentación de acordarse de ninguna anécdota, de ninguna frase, de ninguna metedura de pata propia o ajena, de ninguna amistad ya poco recomendable, de ninguna vergüenza hilarante... Y no es que sea un estirado, que tampoco es eso, sino que simplemente no es como tú, ya no, ya anda en otra dimensión. Y por eso, los demás, uno incluido, piensa que el tío es mamaostias. Él no piensa nada. No sé si me estaré explicando.
En cualquier caso, estando más o menos de acuerdo en el fondo, he debatido recientemente su ortografía con un paisano, Antonio Rodríguez Sierra, que defendía la h intercalada en el vocablo mientras yo la había escrito sin h. La razón de Antonio, compartida por un servidor, es que la palabra se compone del verbo mamar, ampliamente conocido, y el sustantivo hostias, es decir, de hostia consagrada o por consagrar, de forma, de especie eucarística que encierra el cuerpo de Cristo, o tal vez, como apuntaba Antonio, gracias a cierta sinécdoque, del guantazo o cachete que el cura acostumbraba a dar tras entregarla, que por aquí también llamamos hostia. El que toma o mama hostias, por tanto, es un mamahostias, así, con h intercalada. Yo defendía la omisión de la h porque el adjetivo, en cualquier caso, es de uso exclusivamente oral, y como decía al principio, muy localizado en el entorno de mi pueblo, donde nadie recuerda ya la etimología o la ortografía, con lo que, tras perder la h, muda al fin y al cabo, incluso se reduce a "mamostias", aunque bien es cierto que cuando alguien quiere recrearse de verdad en decir el adjetivo lo pronuncia con todas las letras -incluida la h, puede ser- y hasta pasa de adjetivo a sustantivo anteponiéndosele un adjetivo delante: "¡Valiente ma-ma-hos-tias!", suele decir quien lo dice con conocimiento de causa, con ganas, con garbo y con la boca llena. Decir "¡¡Valiente ma-ma-hos-tias!!", así, sin prisa y estirando los labios hacia los lados, es la fórmula más ventajosa y eficiente que hemos conocido por aquí de desahogo cuando hemos sufrido las impertinencias de algún mamaostias de los que tanto abundan. Y la mayoría de las veces los localizamos por ese motivo principal de la falta de memoria que yo apuntaba.
Puede ser que el mamahostias proceda de esa conceptualización de quien no hace otra cosa que mamar, tomar, recibir hostias, como cachetes -porque es tonto- o directamente como formas consagradas, que es también una forma de no hacer ni el huevo, de dejar que todo lo hagan los demás mientras el susodicho se conforma y se alegra con recibir las hostias donde las dan. Puede ser que el mamaostias hubiera procedido de ahí pero que con el tiempo haya olvidado su h y fuera comparable con el mamabrevas en un sentido parecido, el del tonto que no es tan tonto porque las brevas, al fin y al cabo, las trae otro y el sólo conserva la función de mamarlas, de tomarlas, con lo cual estaríamos rozando la acepción de aprovechado o fresco. Puede ser que las ostias procedan de las ostras, como manjar exquisito en el que se recrea quien está dispuesto a mamar lo que sea, con tal de que sea mamado o por la cara. Un tío mío solía decir despectivamente de algunos, en este sentido: "No necesita ese tío tarvinas...", tras lo cual yo pensaba que era un mamatarvinas, que es lo mismo que un mamabrevas, mamaostras o mamahostias, o sea, un tipo al que le da igual lo que digan los demás que mama con tal de mamarlo de veras.
Se aceptan, claro está, pensamientos o elucubraciones en torno a tan extraña etimología, aunque yo sostengo que el verdadero mamaostias, el auténtico, al que nadie le podrá echar la pata jamás, es el desmemoriado, porque es invencible e inaguantable en el cara a cara. Tal vez hacer un ejercicio etimológico del mamaotias, como acabo de hacer, sea en el fondo otra mamaostiez, no lo niego, pero de vez en cuando hay que hacer mamaostieces como esta para desahogarse de tanto mamahostia suelto, con h o sin ella.