Ahora, a estas alturas de la estafa camuflada de crisis; sólo ahora, después de seis años en caída libre de la gente corriente mientras despegaban, se consolidaban o se saneaban ciertos poderes fácticos a la vergonzosa sombra de los poderes públicos, es la corrupción el segundo problema que más preocupa a los españoles. El segundo. El primero es el paro, claro, pues tal vez desde la atalaya inversa de la pasividad involuntaria se comienza a vislumbrar, retrospectiva e inútilmente, la razón esencial de la podredumbre de un país. Con una tasa de paro mareante en el contexto de la Unión Europea, y mientras se hacen ridículas cábalas optimizantes sobre las bajadas del desempleo en trimestres más que esperables y por tanto nada alentadoras estructuralmente, los españoles encontramos el tiempo suficiente para reflexionar en torno a las corruptelas que afectan, diametralmente, a una democracia en la que se puso mucho más empeño en sembrar que en regar. Desde el Rey hasta el último vasallo, qué pocas instituciones destacadas en este nuevo ordenamiento con tanta vocación medievalizante se libran del pecado -que no delito, eso hay que probarlo- de la corrupción... Pues bien, no parece ser hasta ahora cuando, según el CIS, el ciudadano de a pie no ha decidido preocuparse seriamente por ella.
En cualquier caso, una cosa es la preocupación y otra, muy distinta, la ocupación. Podremos preocuparnos mucho y ocuparnos poco. Porque la ocupación -también el empleo, por supuesto- la tienen ellos, fundamentalmente los que se han ocupado, laboriosa y calladamente, de hacer fortunas indecentes que ahora se adoban con la perdiz mareada de la flagrante desigualdad de todos ante la Ley y la Justicia. Se
ponen pesados, por ejemplo, con la vía dolorosa de la Monarquía. A mí me produce más
dolor la siguiente pregunta: ¿acabará el juez Castro, vía Infanta, como
acabó el juez Garzón vía Franco? Desde luego hay muchos ocupados en no cejar en el intento, mientras millones de desocupados van perdiendo ya toda posibilidad de ayuda. Esto es una ruleta. Son estos desocupados los que se preocupan muchísimo por la corrupción, pero se ocuparon y se ocupan -nos ocupamos- poquísimo por ella. Qué quieren que hagamos, si hasta dentro de cuatro años no nos citan otra vez, y entretanto todo es un circo televisivo más que real, de un neorrealismo español y berlanguiano en el que las mamás son condenadas a varios años de cárcel por robar leche para sus bebés mientras que a los presidentes de las regiones, los clubes de fútbol, sus dehesas particulares, tanto da, pues todo es torear(nos), les dan tres leches ser condenados a unos cuantos meses porque siempre les funciona la gracia suprema del indulto.
Se suele temer tener que explicarles tanto disparate a los extraterrestres, si nos visitaran, pero yo temo más tener que explicárselo a mis hijos. Empezaré confesándoles que no sé por dónde empezar. Algún día tendré que contarles cómo el estado del bienestar que nos prometieron lo fuimos sustituyendo por copagos, emisión de deudas de bancos que debieran haber desaparecido, regresión fugaz de las viejas moralinas, relativismo moral de las derechas que tanto lo combatieron siempre que no hubiera capital de por medio, la gran excepción, pues hasta estuvimos a punto de dar cobijo a un gran lupanar cúbico, cósmico y despiadado si Europa no se llega a meter. "El Rey está desnudo, decían unos; el Rey está forrado, decían otros. El Rey callaba", reza una viñeta de El Roto. Pero en este país de locos las tres cosas solamente las ven los niños. Los demás nos abotargamos hace demasiado tiempo bajo los malévolos efectos de las promesas que no nos cumplimos ni a nosotros mismos. Necesitaríamos volvernos niños, otra vez, o como dice la copla flamenca, que como a las campanas nos fundieran de nuevo para ver con claridad hasta los espinosos detalles de las celebraciones más consensuadas. Mi hijo, de 4 años, con más sentido común, responsabilidad y gusto que el ente público, dice cada vez que anuncian Master Chef Junior que esos niños son muy pequeños para andar con cuchillos. Prefiero no explicarle que, para el circo de la tele -o sea, de este mundo-, todo vale si es rentable. Afortunadamente, él tiene aún otro concepto de la rentabilidad.
Se suele temer tener que explicarles tanto disparate a los extraterrestres, si nos visitaran, pero yo temo más tener que explicárselo a mis hijos. Empezaré confesándoles que no sé por dónde empezar. Algún día tendré que contarles cómo el estado del bienestar que nos prometieron lo fuimos sustituyendo por copagos, emisión de deudas de bancos que debieran haber desaparecido, regresión fugaz de las viejas moralinas, relativismo moral de las derechas que tanto lo combatieron siempre que no hubiera capital de por medio, la gran excepción, pues hasta estuvimos a punto de dar cobijo a un gran lupanar cúbico, cósmico y despiadado si Europa no se llega a meter. "El Rey está desnudo, decían unos; el Rey está forrado, decían otros. El Rey callaba", reza una viñeta de El Roto. Pero en este país de locos las tres cosas solamente las ven los niños. Los demás nos abotargamos hace demasiado tiempo bajo los malévolos efectos de las promesas que no nos cumplimos ni a nosotros mismos. Necesitaríamos volvernos niños, otra vez, o como dice la copla flamenca, que como a las campanas nos fundieran de nuevo para ver con claridad hasta los espinosos detalles de las celebraciones más consensuadas. Mi hijo, de 4 años, con más sentido común, responsabilidad y gusto que el ente público, dice cada vez que anuncian Master Chef Junior que esos niños son muy pequeños para andar con cuchillos. Prefiero no explicarle que, para el circo de la tele -o sea, de este mundo-, todo vale si es rentable. Afortunadamente, él tiene aún otro concepto de la rentabilidad.
- Este artículo, con el título de 'Esta vida loca', se publica asimismo en la edición del domingo 12 de enero de 2014 de El Correo de Andalucía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario