miércoles, 25 de junio de 2008

Las piedras de Úbeda y Baeza


El pasado fin de semana lo pasamos Marina y yo aletargados por las piedras renacentistas de dos ciudades próximas entre sí, antiguas, misteriosas y confortables. En pleno corazón de la provincia de Jaén, por donde nunca habíamos aterrizado, se encuentran estas dos localidades de ascendencias íberas, romanas, musulmanas... Lo más sorprendente de ambas, sin embargo, son las piedras de sus siglos XVI y XVII. La grandeza de la época imperial española se clavó especialmente en ellas como acertadísimas saetas perdurables. Hoy, por sus núcleos urbanos (turísticos sin demasiados turistas), se puede respirar aún la obsesión trascendente de aquellos personajes ricos e influyentes que dominaron el Quinientos con su raigambre pueblerina a cuestas y sus poses pontificales. Tal es el caso de Francisco de los Cobos y Molina, un ubetense que pareció salir de la nada olivarera de aquellos contornos y se convirtió en la mano derecha y sagaz de Carlos I de España y V de Alemania. De los Cobos, que no era noble ni nada parecido, ingresó en la Corte y medró hasta convertirse en el secretario del emperador. Claro que a ello contribuyó no sólo su inteligencia de burgués con herencia de pícaro, sino su matrimonio con una niña noble 35 años menor que él: doña María de Mendoza y Sarmiento, que acababa de cumplir 14 añitos el día de su boda.

La historia de Francisco de los Cobos y Molina, salteada de pasiones celestiales, poderes reales y dudosas leyendas, es la sempiterna novela del hombre hecho a sí mismo, como el Onofre Bouvila de Eduardo Mendoza pero cuatro siglos antes. El secretario del emperador, que murió el mismo año que nació Cervantes, dejó un legado pétreo en su ciudad natal que hoy admiran los turistas: una iglesia funeraria que es prácticamente una basílica de dimensiones impresionantes y con el sello personalísimo del genio Vandelvira.

Cerca del céntrico hotelito en el que pernoctábamos, nos percatamos de una casa de más de 30 metros de fachada y estilo clásico que nos llamó poderosamente la atención. Yo me acerqué enseguida a su zaguán para admirar sus proporciones, pero una criada vestida con todos sus complementos me salió al paso para cerrar la puerta. Le pregunté si se trataba de algún monumento visitable. Y me respondió con una sonrisa cansina: "No, es una casa particular". Luego nos enteramos de que se trataba de la mansión de un sobrino de De los Cobos, al igual que el actual edificio del Ayuntamiento, propiedad de otro sobrino. Entonces comprendimos el alcance de aquella familia por la Úbeda del Renacimiento.


Cuando cenábamos al fresquito veraniego de la calle Real, me acordé de Antonio Muñoz Molina, que había nacido por aquellos contornos de la Sierra Mágina, que nosotros habíamos oteado desde el último barranco del pueblo por la tarde. Pero no vi por ninguna parte rastros del autor de
El jinete polaco. Y supuse que seguiría divisando él otros horizontes nuevos desde sus ventanas de Manhattan. También se me vinieron al pensamiento los acordes bohemios de Joaquín Sabina, los acordes de cuando Sabina era un bohemio y no un burgués disfrazado de bohemio para seguir tirando. Pero en la Úbeda que nosotros visitamos no había maś sitio que para los nobles que construían catedrales y colegiatas domésticas. Acaso, pasados tantos siglos, para un Juan de Yepes, ya descuartizado y erigido en santo, cuyo convento para su muerte conservaba aún el mal genio que lo recibió en 1591, cuando el santo de Fontiveros llegó con sus pies descalzos y sus llagas repelentes.

En Baeza, al día siguiente, nos embriagó el perfume castellano que había dejado allí para siempre el poeta don Antonio Machado. A pesar de su catedral, de su fuente, de sus callejones cinematógraficos para que Alatriste deambulara frente a la cámara, me gustó más que nada el aula de la antigua universidad donde había enseñado el autor de
Soledades y en la que, según nos contaron, había conocido a un Federico García Lorca de 17 años. Por entre los pupitres reconstruidos y el mapa de España como salido de una enciclopedia de esas que eran el único libro de texto de nuestros padres, supe advertir el dolor que rezumaría el viudo de Leonor Izquierdo mientras enseñaba gramática francesa.

Nos decían allí que Antonio Machado nunca quiso ir a Baeza, pero Marina y yo pensamos que, en aquellas circunstancias, no querría ir a ningún sitio. Hizo bien en recalar allí durante siete años. Allí escribió sus mejores versos, aquella ampliación a partir del
olmo seco que sirvió para la edición definitiva de Campos de Castilla en 1917.

Antes de almorzar, vimos la casa esquinera donde había vivido el poeta que nació entre limoneros sevillanos. Y comprendimos perfectamente aquellos versos intensos: "¡Campo de Baeza / me acordaré de ti / cuando no te vea!".
Nos emocionó el camino de vuelta, entre olivares infinitos, porque los olivos de esta Andalucía marginada han sentido el desamparo de tantos andaluces irrepetibles mucho mejor que otros tantos andaluces de juicio frígido. Metiendo la quinta marcha por aquellas suaves colinas, yo me acordé de la brisa triste lorquiana y de los aceituneros de Miguel Hernández.

La felicidad de compartir todo aquello me frenó las lágrimas.


viernes, 20 de junio de 2008

Circus sine pane


Mientras el precio de los combustibles avanza imparable cual estrella fugacísima, el vértigo de la crisis económica empieza a provocar los primeros vómitos entre quienes tienen menos capacidad de aguante en esta noria loca de la vida en Occidente, es decir, entre quienes menos plata poseen en el bolsillo o en el banco. La mayonesa cuesta 13 céntimos de euro más que hace un par de meses, pero la canción que refiere la aceitosa salsa blanca sigue escuchándose en los saraos; la gasolina ha subido casi 20 céntimos en el mismo período, pero el éxito de aquella canción de verano ha triunfado en las pistas de baile durante todas las estaciones. La gente no bate mayonesa en su cocina, sino que la compra en el súper; ni echa gasolina de casa, sino que la repone en el surtidor. Y todo cuesta parné. Pero mientras haya diversión, habrá supervivencia. Y eso que no me he referido a las hipotecas y otras maldiciones de andar por casa, o más bien casi fuera de ella.

Digo esto porque me asombra esta crisis que nos sobrevuela pero que no parece acabar de atraparnos definitivamente, vistos los usos y costumbres del currante que somos todos. Los informativos de radio dan la vara todo el rato con la subida del costo de la vida y lo mal que está la cosa, pero llega un momento en que suena la sintonía de la Eurocopa, y entonces todo cambia. En cualquier sitio se encuentra uno con cualquier nota que se lamenta del mísero sueldo y la extensión hiperbólica del mes. Pero enseguida surge la conversación del nuevo gladiador Cristiano Ronaldo o del respetable anciano Luis Aragonés y cambia todo: la cara y el tono de la charla.

Los políticos, que deberían andar buscando soluciones a la inflación, tienen bastante con sus propias crisis: Rajoy, más recuperado de su convalecencia que casi lo jubila, lo celebra con sus chiquillas por Valencia. Zapatero, más sosomán que nunca, intenta explicar por los altos altares europeos que con el nuevo varapalo de Irlanda al Tratado de Lisboa no pasa nada, compare, que se vuelve a intentar y ya está. Ambos (y su gente) saben que, aunque con el fútbol no se come, sí se vive. Se vive de ilusiones, o eso dicen. Aunque los contratos millonarios de las estrellas peloteras no los veamos por ninguna parte.

Soy un aguafiestas, pero aviso: como la Selección española continúe la racha, Zapatero está salvado. Quién se va a acordar entonces de la crisis.

martes, 17 de junio de 2008

La verdad más verdadera

En unos tangos canasteros, Camarón de la Isla canta que la verdad más verdadera es la de mantenerse en pie. Es una frase que, en la voz del genio de San Fernando, suena a gloria bendita. Y, en los ecos de mi mente, se repite con cierta frecuencia. Suelo traducirla, prosaicamente, como que la única verdad de este mundo es la de sobrevivir. Y entonces me descubro terriblemente pragmático, agresivamente antipoético. Pero es que, visto el patio de la realidad circundante, uno no encuentra muchas más verdades. Salvo la verdad de la ficción, que cada uno se condimenta como gusta, tal y como ha revelado Javier Marías en su intervención de la Menéndez Pelayo y tal como argumentó el célebre novelista en su discurso de ingreso en la RAE, titulado "La dificultad de contar".

Mientras Marías sostiene esta verdad de la ficción, Tom Wolfe insiste en que la novela actual tiende hacia la no ficción. Y uno termina ciertamente mareado entre la realidad y la fantasía que cada uno mezcla a su antojo o al convenio de su bolsillo en este mundo surrealista del siglo XXI. Al margen de los debates, surge Ratzinger con su báculo antirrelativo, clamando contra los mundos posibles que construyó Umberto Eco en la letra impresa y que los sultanes de la especulación registran como propiedad privada.

Tal vez sería bueno consultar a Borges. Pero me da miedo.

viernes, 6 de junio de 2008

Miguel Poveda, relumbrón alimonado


No defraudó. Miguel Poveda, el cantaor flamenco que no es gitano ni andaluz y que canta como ningún profesional lo hace hoy, vino ayer a mi pueblo para embelesar a los 400 aficionados que le aplaudieron a rabiar. Poveda es el resultado de sumar talento y estudio contumaz. Hace tiempo que referí aquí aquel episodio del año 2000 en el que este cantaor de Badalona (Barcelona) aterrizó en la casa de la Cultura de mi pueblo para cantar ante cuarenta cabales y un servidor lo presentó, más nervioso por aquel entonces que el propio cantaor, al que no conocía nadie aún. Ahora la fama ya lo ha cubierto de gloria. Tiene el aplauso antes de arrancar. Pero es que arranca bien y modula mejor y afina que da gusto. Maneja sus voces, sordas y sonoras, como una máquina perfecta. Y cuando uno se rebusca por dentro los duendes que despierta su grito musical los encuentra flotando sobre un imaginario charco con limones.


Miguel Poveda ganó la Lámpara Minera del concurso de La Unión (Murcia) en 1993 y desde entonces no ha parado de subir. En fama y en calidad cantaora. Ahora vive en Sevilla, habla como se habla en la Baja Andalucía y confiesa que Jerez es la ciudad en la que nunca duerme. Es educado, responsable, vocaliza y está en el mundo como ciudadano; características que lo convierten en un flamenco atípico. Sin embargo, es el modelo del nuevo flamenco que soñaron quienes, amándolo tanto, lo sintieron siempre en las injustas periferias de las industrias culturales. Poveda ha empezado a poner las cosas en su sitio, a marcar el compás por derecho y con todos los derechos de este siglo XXI. Viva Poveda.

martes, 3 de junio de 2008

Antitauromaquia


Tras el cartel de Alaska, atrevidísima como siempre, me atrevo hoy a regalar estos argumentos antitaurinos. Que aprenda quien quiera (o pueda).


Fernando Álvarez, etólogo y profesor de investigación (CSIC, Estación Biológica de Doñana), da nueve razones y sus respectivas argumentaciones acerca de por qué abolir la “Fiesta nacional”:

1. El toro sí sufre durante las corridas: Podemos compararlo con el dolor de otros seres vivos determinando si rechazan ciertas situaciones, menoscaban su salud o producen estrés. Pero el Toro no puede expresar su rechazo al no poder huir.

2. El toro no disfruta de una especial buena vida ni de una muerte digna: en la muerte digna de un animal no entra en este concepto el morir acuchillado en un espectáculo, sino ser bien tratado hasta el último momento, evitándose el sufrimiento.

3. La supresión de la lidia no implica la extinción del toro bravo ni de su hábitat: ambos son conservados con fines económicos.

4. El sufrimiento de los humanos y otros seres no justifica la tortura del toro en la plaza: el dolor de algunos no pueden justificar el sufrimiento de otros. Lo más conveniente sería terminar con el dolor de ambos.

5. La existencia de otros espectáculos agresivos no disculpa la agresión en la lidia: no podemos tomar ejemplos como la violencia televisiva en la que podemos ver a dos personas golpeándose en el ring, pero deberíamos ocuparnos de las cosas de las que sí somos responsables; una de ellas, el sufrimiento de los animales.

6. El aspecto artístico y tradicional de la lidia no justifica su componente sádico:muchos dejan de considerar que es un aspecto artístico cuando escuchan y ven los mugidos y jadeos y los chorros de sangre del Toro.

7. La lidia no es una seña adecuada de identidad de España: muchos ciudadanos españoles no se identifican con la lidia y no piensan que la misma los represente.

8. El beneficio económico de la lidia está manchado de sangre: justificar el sufrimiento de los animales con el beneficio económico es totalmente inmoral.

9. La oposición a la lidia ha sido una constante en la historia de España: hace mucho tiempo que se quiere prohibir la lidia. Isabel la Católica, Lope de Vega, Tirso de Molina y Quevedo fueron algunos ilustres que consideraban que la fiesta era bárbara, sangrienta y cruel.