En unos tangos canasteros, Camarón de la Isla canta que la verdad más verdadera es la de mantenerse en pie. Es una frase que, en la voz del genio de San Fernando, suena a gloria bendita. Y, en los ecos de mi mente, se repite con cierta frecuencia. Suelo traducirla, prosaicamente, como que la única verdad de este mundo es la de sobrevivir. Y entonces me descubro terriblemente pragmático, agresivamente antipoético. Pero es que, visto el patio de la realidad circundante, uno no encuentra muchas más verdades. Salvo la verdad de la ficción, que cada uno se condimenta como gusta, tal y como ha revelado Javier Marías en su intervención de la Menéndez Pelayo y tal como argumentó el célebre novelista en su discurso de ingreso en la RAE, titulado "La dificultad de contar".
Mientras Marías sostiene esta verdad de la ficción, Tom Wolfe insiste en que la novela actual tiende hacia la no ficción. Y uno termina ciertamente mareado entre la realidad y la fantasía que cada uno mezcla a su antojo o al convenio de su bolsillo en este mundo surrealista del siglo XXI. Al margen de los debates, surge Ratzinger con su báculo antirrelativo, clamando contra los mundos posibles que construyó Umberto Eco en la letra impresa y que los sultanes de la especulación registran como propiedad privada.
Tal vez sería bueno consultar a Borges. Pero me da miedo.
Mientras Marías sostiene esta verdad de la ficción, Tom Wolfe insiste en que la novela actual tiende hacia la no ficción. Y uno termina ciertamente mareado entre la realidad y la fantasía que cada uno mezcla a su antojo o al convenio de su bolsillo en este mundo surrealista del siglo XXI. Al margen de los debates, surge Ratzinger con su báculo antirrelativo, clamando contra los mundos posibles que construyó Umberto Eco en la letra impresa y que los sultanes de la especulación registran como propiedad privada.
Tal vez sería bueno consultar a Borges. Pero me da miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario