miércoles, 27 de agosto de 2008

El compartir no tiene edad


La revista británica Nature se descuelga hoy con uno de esos estudios que aterrizan en los periódicos como el último descubrimiento del milenio. Pura tontería a precio de oro aunque no sea más que teoría de las ciencias humanas de usar y tirar. Relleno panfletario para entretenerse en la playa o en el sofá, a gusto del consumidor. Dice la revista que un grupo de científicos suizos y alemanes (el tal grupo no puede faltar nunca) ha descubierto que los niños aprenden a compartir desde los siete años, rasgo que diferencia al ser humano del resto de animales. El hallazgo, por lo que incluso habrán cobrado de no sé quién, no puede parecerme más disparatado. En primer lugar, porque el grupo de niños con que han experimentado es un grupo limitadísimo en número y en cultura concreta: 229 críos de Suecia. ¿Cómo van a tener las conclusiones que saquen valores universales? ¿Qué tiene que ver el valor de solidaridad que pueda albergar un chiquillo sueco que anda descalzo por el parqué de madera de su acondicionado domicilio y come yogur a la hora del recreo en su cole de pago con el de otro niño etíope, es un decir, o mauritano, que a veces busca charcos para beber agua?

Compartir es una virtud que puede aprenderse a base de circunloquios vitales y que en muchos casos no se aprende nunca. Ni con siete años ni con setenta. La avaricia es tal vez un rasgo más humano que animal, pues hasta los felinos más salvajes comparten la presa por pura supervivencia y cohesión grupal, mientras que en cada calle hay quien sale con las llaves del cochazo después de advertirle a su hijito que no se junte con el niño de la vecina.

Yo recordaré siempre a Manasés Duque Algarín, que en nuestra tierna infancia de parvulario me pedía un pedazo de mi bocadillo porque no podía dominar su hambre montaraz de fierecilla glotona. Yo le daba siempre y me hacía gracia su actitud agradecida. Muchos años después, me encontré con capullos redomados en la facultad que abarcaban con su brazo los apuntes de clase para que a nadie se les ocurriera copiarlos.

Mi madre suele repetir, a veces a deshora, el refrán de que no es rico el que mucho tiene sino el que poco necesita. Necesitar poco o mucho no es cuestión de edad. Nuestra vida va moldeándose conforme a millones de factores difíciles de controlar por uno mismo. Luego, nos miramos al espejo esa cara de avaro domesticado y pensamos en cuando teníamos siete años, cuando todavía anhelábamos tanto.

Compartir es amar. Y amar del todo quizás nos lleve toda la vida.

1 comentario:

Fae dijo...

De vez en cuando nos asaltan los medios con noticias de científicos que hacen sonrojar a sus mamás. Compartir, tú bien lo dices, es algo que presumo nunca podrá cifrarse en números redondos. "Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida", escuché una vez y recuerdo muy a menudo. Bien podría valer la cita para los casos que mencionas. Me temo que el compartir (amar sin condiciones) no está en la lista de prioridades que se observan ahí fuera.