Aunque ni siquiera he llegado aún a la mitad del libro, ya tengo un par de cosas más claras que nunca, a saber: que el nuevo periodismo que vendieron décadas después los norteamericanos liderados por Tom Wolfe como la alquimia genial de unos cuantos de los suyos había sido inventado al menos medio siglo antes en nuestro país, y no sólo por Chaves Nogales; y que mis razones para ser antitaurino no son tan descabelladas. Para ambas cosas no hace falta más que sumergirse en la lectura de Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas.
La aventura vital de Belmonte, enclenque chiquillo en la calle San Jacinto que terminará por revolucionar el toreo y por partir en dos la historia misma de la tauromaquia, es la aventura de un antihéroe de novela moderna, de un Lázaro hambriento que constata en efecto que "más cornás da el hambre", como sentenció un colega. Belmonte es protagonista en carne propia de la falta de oportunidades, de la miseria, de la desgracia, del desamparo, pero también del tesón, de la voluntad, de la imaginación y del coraje para triunfar. Si no hubiera sido torero, habría encontrado el éxito en otra parcela, porque desde su tierna infancia se enfrenta a la insoportable realidad prosaica que se empeña en aniquilarlo. Él mismo confiesa, en la década de los años treinta del pasado siglo, que en su infancia los niños jugaban al toro como luego lo hacían al fútbol.
Son inolvidables las páginas de Chaves Nogales en las que cuenta el primer recuerdo del niño Juanito, la muerte del Espartero, un torero de principios de siglo al que mata un toro; su insaciable sed de aventuras en lecturas interminables; su periplo desde Triana a Cádiz, bajo soles maleducados, dehesas interminables y gente inmisericorde; o sus primeros intentos de sobresalir por encima de ridículos señoritos que pisoteaban a torerillos cuya dignidad era más grande que sus cuerpecillos vapuleados por los cuernos.
Hoy me van a traer las Obras Completas de Chaves Nogales. Continuaré.