sábado, 23 de abril de 2011

El Día del Libro con un libro tan cercano

No me he acordado hasta hace un rato de que hoy es el Día del Libro, 23 de abril. Sí me acordé a principios de mes y por eso organizamos en el instituto un gran recital poético el pasado día 14, conmemoración del alzamiento de nuestra II República, y acabamos todos embelesados por el cante por bulerías que nos hicieron unas niñas de Los cuatro muleros y del 'Romance sonámbulo' de Lorca con un verde que te quiero verde que nos palpitó a todos en las venas hasta el día siguiente. Como hoy es Sábado Santo y ha amanecido nublado, con nostalgia contrariada de los pasos que no han podido salir, creo que muy poca gente se habrá acordado de que tal día como hoy murieron (conveniencias de calendarios de por medio) dos grandes de las Letras como Cervantes y Shakespeare. Ni siquiera yo, tan devoto, hasta hace un rato.

Pero, no crean, he hecho el mejor homenaje al libro que cabría hacerse. Me levanté antes de las nueve y, malvestido y en busca del café mañanero ahí en la esquina, cogí uno que ya he leído y saboreado pero que ahora releo e investigo más a fondo: Relatos palaciegos, una deliciosa colección de 22 cuentos escritos por un maestro no reconocido de mi pueblo que se llama Miguel Roldán, a punto de cumplir 80 años y al que el próximo sábado haremos un homenaje para que su persona y su literatura sean imperecederos, como merecen. El libro es una joya que yo mismo jamás tuve en suficiente consideración hasta que he tenido la suerte de que Miguel me persiguiera para que le sacara un reportaje en El Correo de Andalucía sobre su tercera edición. Entonces lo leí en condiciones y lo degusté con fruición. Y ya estoy convencido de que es una obra imprescindible.

Son relatos sueltos que fueron apareciendo en números dispares de la revista El Soberao, aquella publicación romántica que editaba el Ateneo antes de que la desidia y unos cuantos inútiles terminaran de sabotearlo. Pero todos mantienen el nexo común de una época con intenso olor a jaramago en la que los niños no tenían más entretenimiento que la bella costumbre de vagabundear a lomos de su imaginación, en un micromundo minado por la crueldad franquista y la compasión que sólo la madre naturaleza, en su advocación marismeña, podía dispensar.

El sábado que viene haré todo lo posible por convencer al respetable que se congregue en El Casino de que Relatos palaciegos es una obra literaria universal y de que nuestros niños deberían leerla para que no todo, en esta sucesión de crisis interminables, termine en peligro de extinción o totalmente extiguido.


No hay comentarios: