El juez Garzón, que de estrella global en su persecución a Pinochet pasó a perseguido local por la derecha de casa, ha sido absuelto ahora por el Tribunal Supremo de prevaricación en el caso del Franquismo, es decir, de investigación de los crímenes del Franquismo. Los jueces han dictaminado que sí, que se equivocó, que la Ley de Amnistía que el pueblo sapientísimo se dio a sí mismo en la Transición no hay juez que la toque, por mucho Garzón que se llame y por mucha Ley de la Memoria Histórica que hayan sacado los sociatas, tal vez porque aquella Ley de los setenta era una cosa sacrosanta y en blanco y negro y esta ley de hace dos días es un texto perverso que sólo busca la revancha de los rojos. No hay comparación, por mucho Parlamento español que aprobara ambas. Las cosas como son.
Sin embargo, en el procedimiento mediático por el que hemos conocido la agonía justiciera del juez del que tanto se ríe ahora la derecha de España -mientras la izquierda lo ignora- hay algunas paradojas que incluso cualquier españolito al que el Generalísimo le tire del corazón tendrá que reconocer. Me refiero al raro delito de la prevaricación, que consiste -en el caso de un magistrado- en emprender acciones o dictar sentencias injustas a sabiendas de que lo son. De eso han acusado a Garzón en el caso de las escuchas de la Gürtel, pues sus señorías han creído probado en el caso valenciano que este juez tocapelotas sabía perfectamente que actuaba contra la ley cuando mandó pinchar los teléfonos de los abogados de la trama, que podía traumatizarlos, y aún así puso el oído. No entran los magistrados en ese caso Correa en que tales escuchas quizás fueran el único procedimiento para que la red delictiva no fuera a más, tan campante, sino que se empeñan en focalizar la evidente prevaricación de Garzón, que no miró por el derecho a defensa que tenían los encarcelados, sino por colgarse otro galón contra la corrupción.
Ahora que ya se lo han cargado con 11 añitos de retiro bien medidos hasta la edad de retirada, mientras otros jueces internacionales no digan lo contrario, vienen con que en la causa del Franquismo -internacionalmente más mediático y delicado- no ha habido prevaricación. Sólo ha habido errores, con lo cual lo absuelven. Dejémoslo a medias, que ya le hemos dado hierro y bien con lo de Valencia, dan la sensación de haber pensado, dicho sea con todo el respeto a la independiente Justicia española. Sólo digo que es una sensación. Pero es extraño pensar -y creer- que alguien haya pensado que hay prevaricación por parte de un juez al perseguir una trama a la que le iba tan bien después de no haber tenido objeciones de la Fiscalía, por ejemplo, y que no la hay al intentar encargarse del peliaguado Franquismo cuando ningún compañero se ha atrevido y hay una Ley de Aministía al que todos temen -y ahora más- como a una vara verde. A mí, por lo menos, que no he estudiado Derecho, me da todo esto sensaciones. Sensaciones escalofriantes.
Y me evoca imágenes no sé si del Western, de los circos romanos o de la mafia napolitana, cuando a un torturado lo van a seguir aporreando o cortándole dedos y el mandamás de la cosa levanta la mano para interrumpir la sevicia de los cachorros: "Ya vale", me imagino que dice. "No nos conviene que muera" o "No nos conviene regalarle al enemigo un mártir". Son sólo imaginaciones.
Pero la imaginación es libre. Por ahora.
Sin embargo, en el procedimiento mediático por el que hemos conocido la agonía justiciera del juez del que tanto se ríe ahora la derecha de España -mientras la izquierda lo ignora- hay algunas paradojas que incluso cualquier españolito al que el Generalísimo le tire del corazón tendrá que reconocer. Me refiero al raro delito de la prevaricación, que consiste -en el caso de un magistrado- en emprender acciones o dictar sentencias injustas a sabiendas de que lo son. De eso han acusado a Garzón en el caso de las escuchas de la Gürtel, pues sus señorías han creído probado en el caso valenciano que este juez tocapelotas sabía perfectamente que actuaba contra la ley cuando mandó pinchar los teléfonos de los abogados de la trama, que podía traumatizarlos, y aún así puso el oído. No entran los magistrados en ese caso Correa en que tales escuchas quizás fueran el único procedimiento para que la red delictiva no fuera a más, tan campante, sino que se empeñan en focalizar la evidente prevaricación de Garzón, que no miró por el derecho a defensa que tenían los encarcelados, sino por colgarse otro galón contra la corrupción.
Ahora que ya se lo han cargado con 11 añitos de retiro bien medidos hasta la edad de retirada, mientras otros jueces internacionales no digan lo contrario, vienen con que en la causa del Franquismo -internacionalmente más mediático y delicado- no ha habido prevaricación. Sólo ha habido errores, con lo cual lo absuelven. Dejémoslo a medias, que ya le hemos dado hierro y bien con lo de Valencia, dan la sensación de haber pensado, dicho sea con todo el respeto a la independiente Justicia española. Sólo digo que es una sensación. Pero es extraño pensar -y creer- que alguien haya pensado que hay prevaricación por parte de un juez al perseguir una trama a la que le iba tan bien después de no haber tenido objeciones de la Fiscalía, por ejemplo, y que no la hay al intentar encargarse del peliaguado Franquismo cuando ningún compañero se ha atrevido y hay una Ley de Aministía al que todos temen -y ahora más- como a una vara verde. A mí, por lo menos, que no he estudiado Derecho, me da todo esto sensaciones. Sensaciones escalofriantes.
Y me evoca imágenes no sé si del Western, de los circos romanos o de la mafia napolitana, cuando a un torturado lo van a seguir aporreando o cortándole dedos y el mandamás de la cosa levanta la mano para interrumpir la sevicia de los cachorros: "Ya vale", me imagino que dice. "No nos conviene que muera" o "No nos conviene regalarle al enemigo un mártir". Son sólo imaginaciones.
Pero la imaginación es libre. Por ahora.
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